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Era tan astuto el P. Mario de S. Francisco, y estaba tan cargado de maquinaciones, que, para fundamentar sus calumnias contra nuestros Padres, procuraba primero saber las inclinaciones de las personas; y después, les echaba el cebo para atraerlas a su causa; pero mucho más con los que sabía eran celosos de lo público y de la observancia regular. Con ellos se mostraba en todo como un horno de caridad, y los ayudaba mucho para ganárselos y adquirir mérito en la relación personal. Corrompió a algunos de ellos, y los redujo a tal [in]estabilidad, que luego dejaron la Orden. | Era tan astuto el P. Mario de S. Francisco, y estaba tan cargado de maquinaciones, que, para fundamentar sus calumnias contra nuestros Padres, procuraba primero saber las inclinaciones de las personas; y después, les echaba el cebo para atraerlas a su causa; pero mucho más con los que sabía eran celosos de lo público y de la observancia regular. Con ellos se mostraba en todo como un horno de caridad, y los ayudaba mucho para ganárselos y adquirir mérito en la relación personal. Corrompió a algunos de ellos, y los redujo a tal [in]estabilidad, que luego dejaron la Orden. |
Última revisión de 17:38 27 oct 2014
Ver original en ItalianoCAPÍTULO 5 De la táctica usada por el P. Mario [Sozzi] Para hacer las acusaciones a los Padres [1637-1641]
Era tan astuto el P. Mario de S. Francisco, y estaba tan cargado de maquinaciones, que, para fundamentar sus calumnias contra nuestros Padres, procuraba primero saber las inclinaciones de las personas; y después, les echaba el cebo para atraerlas a su causa; pero mucho más con los que sabía eran celosos de lo público y de la observancia regular. Con ellos se mostraba en todo como un horno de caridad, y los ayudaba mucho para ganárselos y adquirir mérito en la relación personal. Corrompió a algunos de ellos, y los redujo a tal [in]estabilidad, que luego dejaron la Orden.
En el Capítulo General de Roma, de los años 1637 y 1641, lo intentó conmigo, proponiéndome por cebo la promoción de los Hermanos Laicos, pues sabía que yo era del todo contrario a ella, echando la culpa de ella a N. V. P. Fundador y General. Pero gracias a Dios no me dejé engañar, porque sabía que N. V. P. Fundador había sido siempre opuesto a ella. En efecto, cuando comenzó esta promoción de los Laicos, con lágrimas en los ojos y con gran sentimiento, se condolió conmigo con estas precisas palabras: -“El P. N. en Nápoles, y el P. N. en Génova, me destruyen la Orden, dando el birrete a los Hermanos Operarios”. Yo atribuí esto al P. Mario, y no quise seguir sus deseos, aunque muchas veces, y en distintos días, me asaltó con otras tantas pretensiones del bien común.
Así pues, estando en Florencia sedujo, a algunos, bajo pretexto de que conseguirían dignidades; a otros, más viles, con cosas de comer; de modo que, entre todos, eran unos cinco; de los cuales, sólo uno ha muerto con nuestro hábito, todos los demás se salieron, y vivieron con poco decoro; uno, que se llamaba Felipe Andrés, florentino, desgraciadamente murió como después se dirá. Así que cuando el P. Mario denunciaba algo al Revmo. P. Inquisidor, para hacer que castigara a los Padres nuestros que no congeniaban con él, ponía como testigos a dos de aquellos amigos suyos, y así se hacía público el hecho; aunque nunca se encontró nada con fundamento, pero podía causar grandísima preocupación a los pobres Padres de la Casa, y gran obstáculo a nuestro santo Instituto, pues los ánimos de los Maestros estaban muy inquietos.
Uno de casa me ha contado, de viva voz, que Mario dijo a uno de aquellos:-“¡Oye! ¿Qué podemos llevar hoy a la Inquisición? ¿Hay algo?” Éste le respondió que no sabía nada; pero, antes de anochecer, ya fue a contar al Inquisidor que uno se había vestido de Inquisidor, o sea, de Prelado, y, sentado en una silla como juez, y le había hecho un interrogatorio como Inquisidor. Lo cierto es que fue falsísimo, porque aquél pobre no tenía más que nuestro hábito normal, estaba de pie a la puerta de la cocina y, como había lavado los platos, llevaba un delantal de tela delante; como se demostró después.
Acusaron también ante el Revmo. P. Inquisidor de que habían llevado en procesión por nuestra, casa sobre un ataúd, la cabeza de un gato, cantando: -“Esta es la reliquia del P. Mario”. Además de otros despropósitos.
Por todo ello, el Reverendísimo Padre, hizo con ello un diligentísimo proceso. Pero, de hecho, sólo se encontró más que, como burla, habían puesto, en un barreño de tierra blanco, uno de esos leoncitos, o mascarones de madera, que se suelen colocar como pie de los cofres, y lo habían dejado sobre una mesita, cubierto con un paño. Pero en absoluto había sido llevado procesionalmente por la casa. Y las susodichas palabras, es decir, ´estas son las reliquias del P. Mario´, no sólo no se habían cantado, pero ni siquiera pronunciado, ni lo demás que le había contado.
Aunque se descubrió que el P. Mario y sus compañeros habían sido unos mentirosos y calumniadores, no obstante, el Inquisidor, Revmo. P. Muzzarelli, amaba y protegía al P. Mario; y en atención a él, tapaba tanto a sus amigos y sus despropósitos, que no sólo no los castigaba como convenía, sino que cada vez lo honraba, protegía y favorecía más, aumentando sus influencias delante de todos, y mortificando con todo rigor, particularmente al P. Superior de nuestra casa, pero también a los demás de la Comunidad, defendiendo lo que no había podido probar, tal como se lo había contado el P. Mario y sus secuaces.
Por ahora no recuerdo más que aquello que me ha contado uno que estaba presente. Pero, de forma confusa, me vienen a la memoria otras cosas, que no pudieron ser verídicas, sino invenciones suyas, o cosas imaginarias. Quizá con el tiempo las recuerde.