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Echados los tres Padres Asistentes nuevos del gobierno de la Orden por el P. Visitador jesuita y por el P. Mario, mediante la violencia arriba descrita, es decir, los Padres Santino de San Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios, Juan Francisco de la Asunción, nuestra pobre Orden quedó bajo su poder, libre y absoluto, sometida a sus caprichos y pasiones. | Echados los tres Padres Asistentes nuevos del gobierno de la Orden por el P. Visitador jesuita y por el P. Mario, mediante la violencia arriba descrita, es decir, los Padres Santino de San Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios, Juan Francisco de la Asunción, nuestra pobre Orden quedó bajo su poder, libre y absoluto, sometida a sus caprichos y pasiones. |
Última revisión de 17:38 27 oct 2014
Ver original en ItalianoCAPÍTULO 22 De cómo gobernaron nuestra Orden solos El P. Visitador jesuita y el P. Mario
Echados los tres Padres Asistentes nuevos del gobierno de la Orden por el P. Visitador jesuita y por el P. Mario, mediante la violencia arriba descrita, es decir, los Padres Santino de San Leonardo, Juan Esteban de la Madre de Dios, Juan Francisco de la Asunción, nuestra pobre Orden quedó bajo su poder, libre y absoluto, sometida a sus caprichos y pasiones.
Y mucho más sometido a toda clase de ultrajes quedó N. V. P. Fundador General. Le quitaban las cartas que le escribían desde fuera, y también las que él escribía, para que no llegaran a quienes iban escritas. ¡Oh perfidia! ¡Oh crueldad! Además, a nuestros Religiosos que acudían a él, -que era amado como Padre y venerado por todos, tanto los que vivían en Roma, como los que venían de fuera e iban a saludarlo- enseguida les ordenaba que no fueran; y si hacían lo contrario, caían en desgracia del P. Mario y del Visitador. Y quien, una vez avisado de avisado, incurría en ello después de la prohibición, (aunque hubieran pasado muchos días sin ir) enseguida era expulsado de Roma, con grave castigo y bravuconerías indecibles. Así que N. V. P. Fundador General estaba allí como excomulgado, sin que, sus verdaderos y propios hijos en el Señor, pudieran tratar con él.
Uno de éstos fue verdaderamente muy fervoroso en frecuentar la celda del Fundador y General, y, aunque le habían dicho que disgustaba a aquéllos dos, él nunca dejó de frecuentarla, y de ayudarle a recitar el Oficio Divino y cosas parecidas; por lo que fue amenazado de quesería expulsado fuera de Roma, si no se enmendaba. Pero creía que estaba más obligado para con N. V. P. -a quien Dios y los Sumos Pontífices le habían dado como Fundador y General- que a dar gusto y a condescender con sus caprichos y pasiones, que no pretendían otra finalidad, sino acelerarle la muerte a disgustos, --creyendo que, muerto N. V. P. Fundador ya no tendrían a nadie que los contradijera, y así Mario quedaría seguro como General de nuestra pobre Orden--. Pero Dios lo disponía todo para su mayor gloria.
Pues, finalmente, -viendo que los avisos y las amenazas no bastaban- llegaron a los hechos, para hacer que no fuera a la habitación de N. V. P. Fundador. Le ordenaron, bajo pena de excomunión, que se fuera inmediatamente de Roma a nuestra casa de Moricone; sin que sirvieran de nada ninguna de las razones que dio para impedir aquella orden. De nada le valió tampoco, ni el tiempo, ni la estación, ni la hora tardía, ni la edad más que senil, ni la distancia del viaje, ni el haber sido Asistente General, uno de los suspendidos.
Se trataba del tan fervoroso P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena, de Todi, Umbría, el cual, al ver tan gran injusticia, no quería de ninguna manera salir, y apelaba de continuo a la Sagrada Congregación. Sin embargo, ante las súplicas de N. V. P. Fundador y General, para no causar un nuevo malestar, fue allí para darle gusto. Pero después, los mismísimos Señores Cardenales de la Santa Inquisición lo llamaron a Roma, donde permaneció, contra la voluntad del P. Mario.
Sobre esta usurpación de jurisdicción del Revmo Visitador Pietrasanta y del P. Mario, no existía más autoridad que un papel, escrito por Monseñor Ilmo. y el Revmo. Albizzi, Asesor del Santo Oficio; ya que la sagrada Congregación del Sagrado Tribunal no sabía nada, ni había determinado nada, como, a su tiempo, se supo y se vio después, cuando se comprobaron los decretos promulgados por el sagrado Tribunal.
Pero, como dicho Ilmo. Prelado había sido mal informado desde el principio, no sólo de que la política del P. Visitador jesuita, sino de que la pasión y soberbia del P. M habían, que echaba cada vez más leña al fuego, gestionaba los hechos como le dictaba el celo que tenía del honor del sagrado Tribunal. Así me lo ha dicho él mismo, a mí y a otros, con estas o parecidas palabras: -“No era conveniente que, en el fondo de todo, estuviera en juego la reputación y el honor del sagrado Tribunal de la Inquisición; por eso, no se tuvo en cuanta otra cosa más esto, ante todo”.