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Cuando se supo en Génova la desgracia de las Escuelas Pías de Savona, los Padres que allí vivían, a pesar de que las casas, a causa del Breve, estaban independientes entre ellas, en la caridad estuvieron siempre unidas en todo, defendiéndose como podían. Enviaron al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación con un compañero para servir y ayudar, lo que hicieron con toda diligencia y caridad. Después de algunos días, enviaron al Sacerdote José, herido, al clérigo Agustín de San Carlos, y al Oblato Antonio, a las otras casas, para rehacerse y serenarse del susto, quién a Génova, quién a Carcare, de donde después, en tiempos buenos, los dos primeros fueron a Roma. El P. Gabriel hizo recuento de todo lo que le fue posible; se alojaba, era servido y cuidado con el compañero con todo afecto por el Sr. Juan Antonio Sarvagno, durante todo el tiempo que estuvo allí, que fueron más de quince días.
 
Cuando se supo en Génova la desgracia de las Escuelas Pías de Savona, los Padres que allí vivían, a pesar de que las casas, a causa del Breve, estaban independientes entre ellas, en la caridad estuvieron siempre unidas en todo, defendiéndose como podían. Enviaron al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación con un compañero para servir y ayudar, lo que hicieron con toda diligencia y caridad. Después de algunos días, enviaron al Sacerdote José, herido, al clérigo Agustín de San Carlos, y al Oblato Antonio, a las otras casas, para rehacerse y serenarse del susto, quién a Génova, quién a Carcare, de donde después, en tiempos buenos, los dos primeros fueron a Roma. El P. Gabriel hizo recuento de todo lo que le fue posible; se alojaba, era servido y cuidado con el compañero con todo afecto por el Sr. Juan Antonio Sarvagno, durante todo el tiempo que estuvo allí, que fueron más de quince días.

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CAPÍTULO 20 De cómo se reconstruyó la Casa De las Escuelas Pías de Savona A costa de nuevos disgustos de los Padres [1648]

Cuando se supo en Génova la desgracia de las Escuelas Pías de Savona, los Padres que allí vivían, a pesar de que las casas, a causa del Breve, estaban independientes entre ellas, en la caridad estuvieron siempre unidas en todo, defendiéndose como podían. Enviaron al P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación con un compañero para servir y ayudar, lo que hicieron con toda diligencia y caridad. Después de algunos días, enviaron al Sacerdote José, herido, al clérigo Agustín de San Carlos, y al Oblato Antonio, a las otras casas, para rehacerse y serenarse del susto, quién a Génova, quién a Carcare, de donde después, en tiempos buenos, los dos primeros fueron a Roma. El P. Gabriel hizo recuento de todo lo que le fue posible; se alojaba, era servido y cuidado con el compañero con todo afecto por el Sr. Juan Antonio Sarvagno, durante todo el tiempo que estuvo allí, que fueron más de quince días.

Fue también de Génova el P. Jerónimo [Bonello] del SS. Sacramento, sacerdote de Savona, y volvió el clérigo Agustín con el Oblato Antonio, con el pensamiento de ir viendo cómo reconstruir la casa de las Escuelas Pías.

Aquí se vio nuevamente cómo se alzaba todo el mundo contra nuestros Padres, porque la ciudad misma pretendía la extinción de nuestra casa, y de cuanto nuestro V. Pedro [Casani] había dejado en una escritura, cuando los Padres salieron de la casa del Sr. Alejandro Abbate y se fueron a Ciapina, porque querían construir en aquel lugar un patronato de jovencitas, huérfanas de aquel desastre.

Monseñor Obispo lo quería todo para el seminario, tanto el lugar como las cosas; y lo describió así a Roma, como lugar eclesiástico destruido.

Los Padres carmelitas descalzos insistieron todo lo que pudieron, hasta con favores, ante el Serenísimo Senado de Génova, para obtener nuestro lugar, y también lo hicieron otros convecinos. Tenían mucha esperanza. Cada uno aducía poderosas razones a su favor y deseo. Así que nuestros pobres Padres se quedaron como abandonados por todos, y hasta perseguidos. Pero, a pesar de todo, llenos de confianza en Dios y en la intercesión de la Sma. Virgen, Nuestra Señora, comparecían ante los Magistrados, y ante el Revmo. Obispo, para exponerles sus razones con toda modestia. Así iban superando algunas dificultades, y abriendo el camino de sus justas demandas, sin tener dinero para hacer nada.

Su Majestad el Sumo Dios, que según tiempo y lugar mortifica y vivifica a sus siervos, inspiró a una buena Señora, mujer del Sr. Juan Esteban Gatto, a compadecer a los Padres en medio de tantas persecuciones, y persuadió al marido de que debían ayudarlos; y ambos se afianzaron en este deseo. Pasando por aquel sitio nuestros pobres Padres, aquella Señora los llamó. Les preguntó cómo estaban y qué hacían; y oyendo sus miserias y sufrimientos, les dijo que no temieran; que procuraran abrir de algún modo una capilla en el lugar y decir misa dentro, que luego con más facilidad superarían las demás dificultades. Consejo, verdaderamente, no sólo legal, sino también celestial.

Respondieron nuestros Padres que no tenían dinero para recabar no sé qué escrituras o decretos, y mucho menos para construir. Ella entonces cogió una cantidad de escudos, los metió en un lienzo y se los dio a los Padres, diciéndoles: “Empléenlo en el pleito, pero den comienzo al edificio de la capillita. Y por dinero no teman; gástenlo, que yo tengo dinero para ustedes.

Nuestros Padres creyeron les había venido un ángel del cielo (y, si bien me recuerdo, Ángela se llamaba ella), y que, con el dinero, la sentencia les había salido favorable. Consiguieron las escrituras, dieron comienzo a la capillita, con el pretexto de hacer una escuela, y, poco a poco, pudieron construir donde poder dormir y comer; pues la Sra. Ángela y su marido les suministraban el dinero que necesitaban, cada vez con más cariño.

Abrieron la capillita bajo el título de San Felipe Neri; y el mismo día del Santo se hizo una fiesta muy bonita, con gran asistencia. Cosa ya acostumbrada para nuestros Padres, porque tenían una reliquia y una capilla en la iglesia antigua. Cuando se abrió la iglesia, cesaron algunas dificultades, pero aparecieron otras. La primera, que no les querían restituir las reliquias, que ellos habían dejado en depósito en la iglesia Parroquial de San Pedro, con diversos pretextos. Se reafirmaban en ello, sobre todo, diciendo que la Congregación de las Escuelas Pías de Savona estaba extinguida; que los Padres de Génova no podían, sin nueva licencia, abrir casa, y que las cosas las habían devuelto a la iglesia parroquial vecina. Aquí hubo mucho que hacer. Hubo que recurrir a Roma, a doctores y a las Sagradas Congregaciones. El Párroco estaba instigado y ayudado por otros, que aquí abajo nombraré, así como también la causa.

Algunos años antes, la Sra. María Bardella, noble de Savona, había dejado herederas a las Escuelas Pías, con la obligación de hacer una capilla a San Felipe Neri, más algunas pocas cargas. En aquella herencia había una casa bastante buena, en la calle de los orfebres, que ya la habían vendido los Padres antes de la catástrofe, y obtenido al contado unos seis mil liras de aquella moneda, que fueron colocadas a interés en el Banco de la ciudad, para cumplimentar la voluntad de la testadora. De la misma herencia había también una masía; o, mejor, un poder, que habían vendido al Sr. Camilo Gavotto en 10.000 liras, a pagar en varias veces; y, mientras tanto, pagaba los intereses, que iban disminuyendo a medida que se iban haciendo las pagas.

Ahora, la ciudad y este Señor pretendían no pagar, ni dar los intereses atrasados, ni el capital; no pagar bien, bajo el pretexto de que ya no existía aquella Orden o Congregación, que había recibido la herencia.

Para conseguirlo hubo que luchar; se pidieron órdenes de Roma y de otros tribunales. Finalmente, se superaron los obstáculos, se pudieron abrir la capillita y una escuela, y se pudo continuar la construcción del edificio.

Monseñor Ilmo. y Revmo. Obispo de Savona, cuando vio el edificio preparado, planteó de nuevo poner en él su seminario, diciendo que los Padres eran pocos, y que podían estar todos. No consintió en ello el P. Jerónimo [Bonello] del Ss. Sacramento; demostró sus razones y venció nuevamente esta oposición. A lo que Monseñor no dijo nada, porque de Roma se lo ordenaron con toda firmeza. Sin embargo, esperó un tiempo, para mortificar al P. Jerónimo, que había sido elegido Superior.

Había allí cuatro sacerdotes, y otros de nuestro hábito, algunos Oblatos, y no profesos. En nuestra casa e iglesia, hacía muchos años que existía fundada una Cofradía “utriusque sexus”, con el título de Los Agonizantes, la cual, entre otras funciones, exponía en nuestra iglesia, la cuarta domínica del mes, en las Vísperas, la Oración de las 40 Horas; y uno de nuestros sacerdotes, con roquete y estola, sobre el púlpito hacía un breve sermón a los hermanos y hermanas de dicha Hermandad. Siempre, desde hacía muchos años, se hacía esta ceremonia, ya por uno, ya por otro; y nunca Monseñor había dicho nada.

Después de tantos años, digo, una vez que el P. Jerónimo estaba, como de costumbre, pronunciando el sermón, Monseñor Ilmo. y Revmo. Obispo, saltó con tanta cólera -porque no le había pedido licencia para hacerlo- que quitó a dicho Padre de Superior, y de la confesión, y ordenando que no se hiciera más aquella función. De nada sirvieron los apoyos de muchas personas de la ciudad misma, ni otros de fuera, ni la costumbre antigua que allí tenía dicha función; incluso se resistió a las órdenes que le habían mandado escritas de Roma. Pero, como a dicho Padre no le importaba ser Superior, porque había sido nombrado otro de la casa, y sin embargo le habían restituido el poder confesar y continuar con aquellas funciones, y nosotros estábamos a punto de recibir los favores del Sumo Pontífice reinante, Alejandro VII, a quien S. D. M. conceda consuelo y felicidad, no hubo que hacer más gestiones, como se hubieran hecho, si no.

Cuando se publicó el Breve del Papa Alejandro VII a favor nuestro, con la restitución del General y Provinciales, todo volvió a la tranquilidad, y dicha casa e iglesia fueron acondicionadas muy decentemente con la herencia de la Sra. María Bardella. Hoy nuestros Padres viven allí con toda paz, y decoro; y muy bien vistos por toda la ciudad, y por el Obispo, que se sirve de ellos en las necesidades.

Notas