Diferencia entre revisiones de «Demarcación Valencia»

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Última revisión de 14:30 5 dic 2014

Iglesia redonda del colegio San Joaquín; en el centro la lápida del P. Felipe Scío
Busto y escudo del arzobispo Mayoral fundador de las Escuelas Pías en Valencia,
Demarcación Valencia
Aviso de contenido

Este texto es el original publicado en su día en el DENES. No se ha hecho sobre él ninguna rectificación. Su contenido, pues, puede no reflejar la realidad actual

Ver Presencias (23) / Religiosos (65) / Cartas de hermandad

Datos

Viceprovincia independiente (1826-1833)
Provincia escolapia (1833- )

Antecedentes.

Cuando en 1826 el P. Vicario general, Joaquín Esteve, nombró Provincial de Aragón al P. Mariano Bayod nombró también Viceprovincial de Valencia a Lorenzo Ramo, adjudicándole los colegios de Valencia (San Joaquín) y Gandía para siempre y «por ahora» el de Albarracín, erigiéndolos en nueva Viceprovincia. Esta separación de Valencia y Aragón fue, generalmente hablando, bien acogida. Eran razones que la avalaban: una tendencia a la separación entre los escolapios que, con el tiempo, se haría necesidad y que, llevándola a cabo en esta coyuntura sería pacífica, desconociéndose en el futuro cómo podría realizarse; la distancia y la premiosidad de los correos; la residencia de algunos Provinciales en Valencia, lejos de los colegios de Aragón, conociendo sólo a los componentes de los centros por sus rápidas visitas y debiendo fiar sus decisiones a informes ajenos, expuestos frecuentemente a equivocarse. La primera de estas razones tenía una hermenéutica regionalista no sospechada: los escolapios valencianos se sentían marginados en el gobierno de la Provincia de Aragón y se veían también dispersados por los colegios aragoneses. Su pretensión lógica era residir en las casas de su propia región, puesto que existían. Los escolapios aragoneses no aceptaban de la separación que el colegio de Albarracín fuera agregado a la nueva Viceprovincia, cuando estaba en territorio aragonés; previéndolo, la Congregación general había redactado por ahora, «como quien dice: se agrega a la Viceprovincia de Valencia sólo hasta que en aquel reino se funde otro colegio, porque parecía mal que por solos dos colegios se hiciese la separación. De lo cual parece se evidencia que verificada alguna otra fundación en Valencia debe volver a incorporarse en la Provincia de Aragón. Porque, además de ser aquel colegio el segundo que se fundó en ella y el semillero en que crecieron los Padres Cayetanos (Cayetano Ramo Parrilla, que fue General de la Orden y Cayetano Ramo de Santo Domingo, que fue Provincial de Aragón y Asistente general en Roma), Felicianos (Feliciano Molina, que fue también Provincial de Aragón y cuyo hermano fue obispo de Albarracín) y otros semejantes que tanto contribuyeron a la honra de la Religión y que la propagaron en los demás colegios, aquellos territorios de Albarracín y Teruel, tanto el gobierno eclesiástico, como el militar y político pertenecen a Aragón ¿Por qué, pues, se han de separar de éstos?» (Lucero, Zaragoza, 1826). Sigue el cronista dando más razones, todas oportunas. Y, aunque el criterio para la división no podía ser jurídico, puesto que las Constituciones de 1781 nada decían respecto al número mínimo de casas requerido para erigir una Demarcación en Viceprovincia, lo cierto es que por pura higiene psicológica y de "mejor convivencia vieron aquellos superiores la conveniencia de añadir Albarracín a las dos casas valencianas.

Creación y geografía.

Las Escuelas Pías entraron en el antiguo reino de Valencia en 1738 con la fundación del colegio de San Joaquín en la capital. En 1807 fue fundado el colegio de San Francisco de Borja de Gandía. Con estos dos colegios y el de Albarracín fundado en 1731, el Vicario general español, Joaquín Esteve (carta circular de 4-11-1826) erigió la Viceprovincia independiente de Valencia, sujeta inmediatamente al Superior general de España. Hasta entonces estos tres colegios habían dependido de la Provincia de Aragón. El mismo documento nombraba primer Vicario provincial in capite a Lorenzo Ramo que tomó posesión del cargo el día 11-11-1826. Poco después, el mismo Vicario general nombraba a los primeros Asistentes provinciales: Braulio Cavero y Joaquín Suescun. El decreto de erección daba tres años de tiempo para hacer la lista de los escolapios que quisieran trasladarse de Aragón a Valencia y viceversa; concedía todos los privilegios y prerrogativas de Provincia formal y preveía la erección del noviciado y el traslado de la documentación pertinente del archivo de la Provincia de Aragón al de la nueva Viceprovincia. La separación de Aragón se produjo con armonía y suavidad inusitadas en la historia escolapia española. Si la nueva demarcación no había sido erigida en Provincia ya desde el primer momento se debía al fracaso de las fundaciones de Castellón y del colegio Reunido de Valencia. Pero se permitía (26-8-1829) la celebración de una congregación en forma de Capítulo provincial (tuvo lugar desde el 18-10-1829) y después (se celebró desde el 21-1-1833) de Capítulo provincial. En la Congregación general de 7-5-1833, el nuevo P. General de toda la Orden, Lorenzo Ramo, erigía la Viceprovincia en Provincia formal, con iguales derechos que las demás Provincias y nombraba primer Provincial a Fernando Maestre. Con la muerte del rey Fernando VII en 1833 sobrevino la guerra, situación que afectó sobremanera, a la nueva Provincia.

El colegio Reunido (1830-1847) no logró consolidarse. Por ello hasta el provincialato del P. José Escolano en 1868 siguió la Provincia con los tres colegios de Valencia, Gandía y Albarracín. Pero en este año se abrió el de Utiel (1868-1931), en 1877 los de Alcira (1877-1950) y el de Játiva (1877-1881), obra del Provincial José Gomar; en 1897 el de Castellón, creación del Provincial Manuel Sánchez. En 1908 el P. Calasanz Rabaza abrió el colegio de Algemesí y en 1911 el de El Grao de Valencia (1911-1936). Trece años después, saliendo del antiguo reino de Valencia, se abre en La Mancha el colegio de Albacete en 1924 durante el provincialato del P. José Carbonell. Al celebrarse el centenario de la erección en Viceprovincia en 1926 y en Provincia en 1933, se había triplicado el número de colegios y casas canónicas. La Masía del Pilar (Godelleta) y las Escuelas Pías de la Plaza (ambas del siglo XVIII) eran pertenencia del colegio de San Joaquín de Valencia, aquélla con su comunidad filial y éstas servidas por los propios miembros del colegio.

La II República (1931-1936) redujo los colegios a ocho, cerrando Utiel. Y en las postrimerías de la guerra civil (1936-1939) los frecuentes bombardeos de la zona marítima redujeron a ruinas el colegio de El Grao. De los seis restantes, el de Albarracín fue poco a poco perdiendo importancia y, consiguientemente religiosos hasta cerrarse en 1976 y el de Alcira tuvo que abandonarse en 1950, no siendo propiedad escolapia como no lo había sido el de Utiel. Los comienzos del segundo centenario, pues, de la Provincia dejaron en cuatro los colegios (San Joaquín, Gandía, Castellón y Albacete). Apenas recuperada de los estragos materiales y humanos tras la II República y subsiguiente guerra civil y ya a mitad del siglo, se abre el colegio de Yecla (Murcia, 1950) y se produce la expansión en Centroamérica y Caribe: León (Nicaragua, 1949), Managua (Nicaragua, 1950), Santo Domingo (República Dominicana) con residencia universitaria, (1952) y colegio (1954) y San José (Costa Rica, 1961). En 1960 se constituyó canónicamente la Viceprovincia Centroamericana dependiente de Valencia. Se creaba en Valencia el colegio San José de Calasanz en 1954, el de la Malvarrosa en 1963, el Centro de Orientación y Promoción Personal (COPP, 1975) y el Centro Vocacional Landriani en 1980. En total la Provincia de Valencia en 1983 contaba con nueve centros en España (San Joaquín, San José de Calasanz, Malvarrosa, Centro de Orientación y Promoción Personal y Centro Vocacional Landriani en Valencia y Gandía, Castellón, Algemesí y Albacete) y cinco en América (León, y Managua en Nicaragua; Santo Domingo en República Dominicana y dos en San José de Costa Rica). Siglo y medio después de la erección en Viceprovincia, la Provincia de Valencia había cuadruplicado sus centros.

Casas de formación.

Probablemente, el postulantado o aspirantado organizado de la Provincia se inicia en tiempos de la restauración, a caballo entre los siglos XIX y XX. Aparte los casos concretos habidos en Albarracín y otros colegios, se crea en la Masía del Pilar. En 1915 era maestro de postulantes Antonio Montañana; en 1917-1919, Antonio Escrivá; Jesús Beltrán lo fue hasta su muerte violenta en 1936. Después de la guerra civil (1936-1939) le sucedieron en el cargo Bruno Martínez, Ramón Barbera, Salvador Limorte, José Martínez Arenas y José Castellar. Con éste marcharon los mayores a Gandía, quedando en Valencia los pequeños con Vicente Faus. A Castellar le sustituyó Juan Seguí en Gandía y a éste Teodoro del Val. En 1963 se reúnen ambos grupos en la Malvarrosa con el mismo P. del Val y poco después a cargo de José Ramón Pérez. Siguen un brevísimo período en los colegios de procedencia para volver a la Malvarrosa, donde continúan formando el Centro Vocacional Landriani a cargo de Ángel Martínez.

Durante mucho tiempo la sede del noviciado no ha sido fija, llegándose a duplicar y aún a no haberla en la Provincia. Tampoco han ido siempre juntos los noviciados de clérigos y hermanos, alternándose, apareciendo y desapareciendo, reapareciendo después de modo que es difícil circunscribirlos.

Al crearse la Viceprovincia en 1826 se establece el noviciado de clérigos en Gandía y, entre sus maestros figuran los PP. Narciso Domingo, Sebastián Miñana, Mariano Pérez y Rafael Jiménez. Los años 1837-1845 los noviciados escolapios fueron clausurados por la Ley 22-29 de julio de 1837 que exclaustraba a las demás Órdenes religiosas en España. Desde 1847 a 1898 el noviciado se instala en Albarracín, pasando a Irache los años 1898-1900, para volver de nuevo a Albarracín en este último año y donde permanece hasta 1936; en este último período son los maestros de novicios los padres Alfonso Tarazona, Vicente Ferrer, Juan Pascual, Andrés Clemente, Antonio Escrivá, otra vez Andrés Clemente y José Ferrer. Acabada la guerra civil en 1939, queda instalado en la Masía del Pilar (Godelleta) donde permanece hasta 1953 y como maestros figuran sucesivamente, Bruno Martínez y Manuel Mayor. En 1953 es trasladado a Yecla donde se halla hasta la segunda clausura del colegio en 1959; ahí son maestros los padres Manuel Mayor y Alfredo Soriano. Desde 1959 a 1962 la sede del noviciado está en la residencia universitaria del colegio San José de Calasanz de Valencia, siguiendo Soriano al frente. En 1962 se instala en el colegio de Albacete hasta 1968. Desde 1968 no hay noviciado en la Provincia de Valencia y los novicios hacen su año de prueba en Getafe, Peralta o Alella, hasta que en 1982 se inaugura una nueva casa-noviciado en Algemesí, al frente de la cual se colocó José Ramón Ferrís.

Antes de la creación de la Viceprovincia los júniores de origen valenciano estudiaron en los colegios de la Provincia de Aragón, a la que pertenecían, como Barbastro, Alcañiz, Peralta, Daroca, Sos, Zaragoza y la propia Valencia. Desde la erección de la Viceprovincia de Valencia hasta la creación del primer juniorato interprovincial en San Marcos de León en 1879, realizaron sus estudios en Valencia y en Gandía. Al fundar San Marcos en León (1879-1888) estudiaron allí filosofía, teología y estudios propios de su futuro ministerio; teología y estudios propios en Cárdena (Burgos, 1888-1901); filosofía en Irache (1888-1973); teología en Tarrasa (Barcelona, 1901-1904); en La Masía del Pilar (Godelleta, 1904-1928), en Albelda de Iregua (1928-1969) y en Salamanca.

Gobierno provincial.

La restauración de la vida canónica escolapia y, en concreto, de superiores y casas de formación operada en 1845 por las Cortes tuvo dos consecuencias importantes que van a influir en el desarrollo de la actividad educativa y religiosa. En primer lugar, la enajenación de la omnímoda libertad de enseñanza de que gozaban las Escuelas Pías desde siempre y jurídicamente desde 1733 y que, desde ese momento supondrá el sometimiento completo a las leyes estatales y requerimientos especiales del Gobierno. En segundo término, tener que soportar, sobre todo desde los ambientes más tradicionalistas, el reproche y la mala fama de «paganos» y «colaboracionistas» con gobiernos acusados de anticatólicos y liberales, ya que rotas como estaban las relaciones entre España y la Santa Sede y, expulsadas las demás Órdenes religiosas, las Escuelas Pías volvían al goce de su plenitud jurídica y social. La acusación de paganismo provenía desde mitad del siglo XVIII en que los escolapios de Aragón y Valencia desterraron de sus centros los libros eclesiásticos latinos, sustituyéndolos, en las clases de traducción latina, por los clásicos romanos que eran paganos. A todo esto se unía en Valencia el movimiento político-literario de la Renaixença, nacido dentro de los muros de las Escuelas Pías y algunos escolapios (Juan Arolas, Jaime Vicente, Vicente Boix, Pascual Pérez Rodríguez y otros), sus fautores, eran vistos desde fuera, como alentadores del progresismo religioso y, desde dentro, como liberales y poco observantes. En el fondo existían ya alumbradas esas dos corrientes antes de la separación de Aragón: la aragonesista (defendida por la mayoría de aragoneses y algunos valencianos) y la minoría valencianista (defendida por un puñado de valencianos y algunos aragoneses que no se sabe bien si defendían el regionalismo valenciano o su propio bienestar). De todos modos, la falta de vertebración en el gobierno de la Provincia a causa de la situación política y de libertad de enseñanza, la acusación de paganismo y la corriente interna liberal hicieron que los años de infancia de la Provincia de Valencia fuese un período difícil y demasiado prolongado; la convirtieron en una edad infeliz y desgraciada.

Algunas de las consecuencias de esta situación se reflejan en las actas de los Capítulos provinciales. En primer lugar, la mayoría de los Capítulos celebrados entre 1845 y 1936, se autoenumeran como post restaurationem dando importancia al hecho mismo de la restauración de la Orden. En segundo lugar, algunos de ellos de fines del siglo XIX se lamentan de las facilidades que existen para abandonar la Orden y aprueban restringirlas. En tercer lugar, la falta numérica y cualitativa de proposiciones que intenten levantar a la Provincia de la postración a que la han sometido los malos tiempos, hace pensar que hasta adentrados en el siglo XX los escolapios valencianos han sufrido esta postración. Esta situación de deterioro tiende a desaparecer cuando comienzan a tener influencia en la obra práctica de la educación y en el gobierno de las instituciones provinciales las levas de júniores formadas en la Casas centrales, sean San Marcos, Cárdena, Tarrasa, Irache o La Masía (Godelleta); es decir, tras organizar sistemáticamente los estudios en casas independientes.

La política, pues, de los Provinciales del siglo XIX no pudo ser otra que, en primer lugar, la de mantenimiento y conservación más que otra cosa y, después, la de adaptación de sus centros a las exigencias legales respecto del curriculum, exámenes y condiciones educativas de profesores, alumnos y centros. Esta adaptación, derivada de la ley de Cortes de 5-3-1845 hizo referencia a algunos aspectos de la organización escolar que debió adaptarse a los planes oficiales (en los tiempos y modos de exámenes, libros de texto, horarios, división de las clases, etc.) sin embargo la metodología didáctica no cambió tan rápidamente.

Los exámenes de curso de bachillerato o enseñanza media (y desde el año siguiente también los exámenes de ingreso en ellos) se realizaron en los colegios escolapios desde 1852 ante un tribunal mixto, integrado por un Comisionado de la Universidad o Instituto de Enseñanza Media del Estado, el rector del colegio y el profesor de la asignatura. En 1883 se publicó una orden confirmando que los escolapios eran «los únicos que gozan de dicho privilegio» y vuelve a confirmarse por orden de 25-5-1897. El real decreto de 20-7-1900 conserva aún estas comisiones de exámenes para hacerlas desaparecer el 12 de abril del año siguiente y los alumnos de los colegios debieron examinarse desde entonces en los establecimientos del Estado. Con este hecho quedaban ya privatizados todos los extremos de la enseñanza escolapia excepto la titularidad y la existencia misma de los centros religiosos. Será cometido de la II República. La Constitución de 1931 y la ley de Confesiones y Congregaciones religiosas de 1933 llegan a la completa laicización y secularización legal de los centros. En los colegios se creó como titular de los centros la Sociedad Anónima de Enseñanza Libre (SADEL; en el colegio de San Joaquín de Valencia, la «Mutua Arolas»), generalmente llevada por profesores adictos y padres de familia. Con ello se cumplía el art. 26 de la Constitución que prohibía a las Órdenes religiosas «ejercer la industria, el comercio o la enseñanza». El Estado posibilitó el acceso por oposición a cátedras oficiales de los religiosos; en la Provincia de Valencia apenas tuvo eco la oferta (por ej. en Arturo Grau).

Durante la mayor parte del siglo XIX la enseñanza fue absolutamente gratuita, incluso en los internados (Valencia-Andresiano, Albarracín, Gandía y Utiel), a cuyos residentes no se cobraba más que los gastos personales o alimentos, no la enseñanza. Aunque en 1873 Pío IX concedió poder cobrar la enseñanza, la Provincia siguió sin utilizar tal permiso y, como el resto de las Demarcaciones escolapias españolas, sólo cobró las «permanencias» de los vigilados o encomendados, alumnos que permanecían en el colegio después de las horas normales de clase para estudiar y preparar las tareas de las clases del día siguiente. Con ello quedaba a salvo la gratuidad de la enseñanza. Esta situación duró hasta 1936. No obstante, este subterfugio, legal y canónico, trajo consigo un mal de lesa sociedad: la división entre alumnos ricos y pobres en el colegio escolapio, cosa nunca experimentada antes (aquéllos salían del centro a una hora, éstos a otra; aquéllos salían y entraban por una puerta, éstos por otra en algunos centros españoles). Durante casi todo este período que va desde 1873 a 1936 se mantuvo un mayor número de alumnos gratuitos o externos que de vigilados. Así, en 1915 aún eran los vigilados un 38,2% del total de toda la Provincia, el resto eran gratuitos. Un quindenio más tarde, en 1931, alcanzaban ya un 64,6% los vigilados. Esta tendencia irá aumentando después de la guerra de 1936-1939 hasta casi desaparecer la enseñanza gratuita.

Esta gratuidad se llevó a efecto gracias al sacrificio personal e institucional, a las entradas por culto, especialmente por celebración, y a los internados. Las previsiones históricas de que los colegios subvencionados por los ayuntamientos saldrían adelante en su cometido fue un error. Estos no cumplieron con lo estipulado ante notario en cuanto a subvenciones. La Provincia tenía, por otra parte, muy bien diversificados los centros por su origen: Albarracín, fundado por un particular; Valencia, asumido por la autoridad eclesiástica; Gandía tiene su origen en el contrato con el ayuntamiento y el colegio Reunido en la iniciativa propia de la Orden. Aquí lo que falló fue el cumplimiento municipal. Por eso, los demás centros pudieron repartirse la carga. Respecto de los centros más modernos (Utiel, Alcira, Castellón, Algemesí, Albacete, Yecla) hay que aplicar el mismo principio. De Utiel dicen las actas del Capítulo local de 1912 que el municipio reconoció que debía ya en 1903 casi treinta mil pesetas y casi veinte mil más desde 1904 a 1911; en 1922 la deuda ascendía casi a setenta y cinco mil pesetas. El Capítulo local de Alcira de 1909 consigna que el ayuntamiento arrastraba una deuda superior a las cien mil pesetas, a la que se sumarían, en el trienio siguiente, algo menos de treinta mil más y añade el secretario del Capítulo: quae, ni fallor, difficulter exigí poterunt. Lo mismo habría que decir de Yecla.

En cambio, la política de los Provinciales del siglo XX (desde 1936 a 1983) ha girado en torno a tres ejes: preservación de cuantos fallos se dieron durante la II República y consiguiente guerra civil (1936-1939), reconstrucción personal y física de la Provincia y expansión en España y, sobre todo, en Hispanoamérica.

Estadísticas.

Según parece, al producirse la separación y constituirse Valencia en Viceprovincia independiente en 1826, los escolapios que habitaban sus colegios eran alrededor de medio centenar. Casi todos ellos aragoneses de origen; una minoría, valencianos de nacimiento. El criterio de adscripción a una u otra Demarcación fue, al parecer, la elección personal de cada escolapio.

Observando la estadística adjunta de colegios, religiosos y alumnos puede observarse cómo en un siglo (1869-1965) existe la máxima variabilidad de religiosos, cómo en la década de los ochenta del siglo XIX se alcanza el número más bajo, pudiéndose contabilizar en el Catálogo progresivo de 1869 hasta quince escolapios dados de baja. El considerable número de años que median entre los Catálogos de 1931 y 1948 no deja traslucir los 38 escolapios victimados en la guerra civil intermedia, suplidos con el mayor número de clérigos profesos en una época propicia para el aumento de las vocaciones. La ratio alumnos/religiosos comienza a variar sustancialmente desde 1959 hasta quintuplicarse, al tiempo que la ratio religioso/centro casi se dimidia al final del período. Naturalmente, estos datos exigen la contrapartida del aumento del número de profesores seglares en los centros, fenómeno apenas conocido antes de 1936.

Año Colegios Religiosos Alumnos A./Cent. Al./Rel. Rel./ Cent.
1869 4 114 - - - 29
1883 5 80 2050 410 26 16
1891 5 97 2143 429 22 19
1906 6 131 - - - -
1909 7 141 3090 441 22 20
1915 8 148 2690 336 18 19
1922 8 146 2954 369 20 18
1925 9 140 3312 368 24 16
1931 9 156 3399 378 22 17
1948 7 141 3411 487 24 20
1959 11 176 6489 590 37 16
1965 13 178 10008 770 56 14
1976 8 117 11882 1485 102 15
1984 14 110 12357 883 112 8

Fuente: Elaboración desde el respectivo Catálogo General.

La cronología de los centros abiertos (canónicos o no) puede verse en el listado final. Existe un equilibrio entre el número de unidades abiertas en los siglos XVIII y XIX, si bien desde el punto de vista cualitativo y de la consistencia de las obras, el siglo XVIII abre dos colegios (Albarracín, Valencia-San Joaquín) y el XIX otras dos (Gandía, Castellón). A ambos aventaja el siglo XX y su equilibrio aparece ahora al comparar las obras españolas y americanas: cuatro en España (Algemesí, Albacete, Valencia-Malvarrosa, Valencia-Vocacional) y cinco en América (León, Managua, Santo Domingo-Coleg. Calasanz, San José- Coleg. Calasanz, San Pedro Montes de Oca-Casa de Formación).

En cambio, la cronología de una numerosa, aunque incompleta lista de intentos de fundación, puede ser ésta: Alicante 1749; San Felipe 1752; Vinaroz 1759; Gandía 1792; Gandía 1795; Cullera 1804; Alpuente 1805; Alcira 1814; Albacete 1816; Castellón 1819; San Felipe 1829; Alcira 1830; Castellón 1833; Onteniente 1837; Liria 1845; Morella 1857; Onteniente 1858; Orihuela 1860; Estelí 1949; Jinotega 1950; Utiel 1950.

No sólo los valencianos, sino los intentos de cualquier Demarcación escolapia han tenido el mismo origen: la petición de las autoridades (generalmente eclesiásticas), de algún exalumno o mecenas particular. Fundamentalmente, las razones de no aceptación han sido la falta de personal y, cuando se ha tratado de autoridades civiles, a veces, la cicatería de sus ofrecimientos. Como regla general, las Constituciones históricamente exigían: edificio amueblado en buenas condiciones, un huerto para avituallarse y un montante anual para poder atender a las necesidades de alimentación y vestir. La oferta escolapia solía ser: profesorado, el requerido por el número de alumnos y las clases de estudios, el tipo de estudios que se pactara y gratuidad de la enseñanza. Los intentos de fundación indican, por una parte, la confianza puesta en las Escuelas para resolver el problema educativo, la necesidad de la escolarización en general y la búsqueda de una educación seria y cristiana garantizada.

Movimiento literario y científico.

La Provincia escolapia de Valencia ha vivido a través de su siglo y medio de existencia algunos períodos importantes, o mejor corrientes, en los que se ha manifestado altamente activa y renovadora. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII y primeros años del XIX, cuando los centros valencianos dependían aún de Aragón y sus miembros eran la mayoría aragoneses, un pequeño pero activo grupo de escolapios ejercieron una importante influencia en la Real Sociedad de Amigos del País de Valencia. Entre los primeros y más beneméritos miembros de la Sociedad figuró Benito Feliu (1732-1801) que, como buen ilustrado, no sólo dominaba las ciencias sagradas sino las lenguas antiguas y modernas y los estudios gramaticales, así como todo lo que significó progreso y modernidad en la época: fisiocratismo, industria, comercio y cuanto tuviera relación con los estudios que las Academias científicas europeas requerían. Fue honrado por A. J. Cavanilles como maestro y amigo, puso en relación la Sociedad de Amigos del País de Valencia con la Academia Agraria de Milán, propuso la repoblación humana y de árboles frutales en el Reino de Valencia, defendió el Montepío agrícola, introdujo en 1769 en España la corriente marginada en la gramática de Port-Royal y fue el principal corrector de la primera edición de la traducción castellana de la Vulgata, hecha por Felipe Scío (1738-1796) y publicada en Valencia en 1790. Alrededor de Feliu giraron otros escolapios, como Bernardo Monforte (1765-1842) que publicó una Colección de muestras de letra bastarda, hizo un informe a la Sociedad sobre la escolarización de Valencia y arrabales; y Tomás Báguena (1745-1817) también fue miembro de la Sociedad. Sin embargo la característica fundamental de los escolapios aragoneses y valencianos y que se prolongó tras la separación de Provincias fue el profundo sentido de la profesionalidad de la mayoría de los integrantes de los colegios valencianos, especialmente del colegio de San Joaquín de Valencia, donde la Provincia de Aragón volcó lo mejor de su personal.

Otro grupo de escolapios de esta primera época se alineó en torno a los estudios clásicos e históricos siguiendo la línea iniciada por los PP. Antonio Cajón (1712-1775), Ambrosio Lasala (1703-1766), Agustín Paúl (1692-1755), seguida por Ignacio Romance (1721-1785), Melchor Serrano (1783-1800), Gabriel Hernández (1741-1826), Joaquín Traggia (1748-1813), Onofre Carrera (1747-1814), Ildefonso Ros (1772-1830), Vicente Borja (1778-1860) y que culmina con Joaquín Esteve (1772-1830), como su mejor representante. En torno a ellos se unen los escolapios más tradicionales. Su representante final será el valenciano Victorio Giner (1811- 1864), delineante, calígrafo, latinista, poeta exquisito aunque de musa perezosa.

Desde finales del siglo XVIII comienza a fraguarse un cierto regionalismo entre los escolapios nacidos ya en el antiguo reino de Valencia. Sus pretensiones son aún modestas. No pretenden sino que, en la Provincia de Aragón, se les tenga en cuenta y no se les mantenga desperdigados por fuera del reino. Pero durante el trienio constitucional (1820-1823) algunos de ellos se manifiestan en favor de la Constitución y del liberalismo y son depurados (como lo fueron los maestros) en tiempos de Calomarde (paisano y amigo de escolapios y, aún quizá, pariente de alguno de ellos). El catálogo de los colegios de Aragón y Valencia (1-10-1825), en el apartado de las causas seguidas a escolapios aragoneses y valencianos, anota cómo el P. Vicario general, Joaquín Esteve, sentenció a los PP. Pedro Crespo, Luis Reynat y Antonio Orchells que fueron «acriminados y presos por adictos al sistema constitucional». Se sobreseyó el expediente formado en Gandía a Vicente Borja «por el mismo motivo, en atención a que no era de los exceptuados en el indulto de S.M., apercibiéndole para adelante y computándole en pena y castigo el arresto que había sufrido».

Borja (que sería Provincial de Valencia desde 1852 a 1858), efectivamente, en el catálogo del colegio de San Joaquín de Valencia de 1824, aparece residente, de facto, en Alcañiz. Otros escolapios castigados fueron Agustín Forment y el H. Joaquín Rubio. De manera suave el Lucero o crónica del colegio de Santo Tomás de Zaragoza aduce como primera razón para la separación de ambas Provincias que «en varias ocasiones se había advertido en aquellos ánimos (de los escolapios de los colegios aragoneses) bastante tendencia a ella (la separación); se preveía su necesidad con el tiempo. Y vale más que se haya hecho ahora en paz y con armonía recíproca que no exponerla a que se hiciese más adelante con disensiones y disgustos». Lo cierto es que este primer sentimiento regionalista encontró en una serie de escolapios valencianos sus grandes valedores. Se trata del grupo de literatos románticos escolapios, auscultadores de novedades y corrientes literarias que desde l’Escola Pía irradiaron modernidad literaria y progresismo. El triunfo del romanticismo valenciano se debe por entero a ellos y a los alumnos que ellos formaron a su alrededor. Entre estos escolapios figuran los PP. Jaime Vicente, Juan Arolas, Pascual Pérez y Vicente Boix. Humanamente les unía una gran amistad, religiosamente el ser escolapios, profesionalmente la educación y la literatura y políticamente el liberalismo. Este racimo de escolapios hizo nacer la Renaixença en Valencia. Una vez nacida, l’Escola Pía es un motor importante y núcleo de donde salen los mejores regionalistas y aun algunos de los futuros cantonalistas. Exalumnos escolapios renaixentistes son: F. Bahamonde i Sessé, J. Balader Sanchís, A. M.ª Ballester i Pujalt, J. Bernat i Baldoví, J. Bodría i Roig, J. B. Burguet i Codonyer y otros muchos. Es un grupo opuesto -y aún enfrentado- el de estos escolapios a la corriente que encarna Este ve, más tradicional y más rígido como temperamento y como superior, garante del cumplimiento rígido de las leyes. A finales del siglo XIX este grupo pro-valencianista está muy apagado, sin una gran personalidad que tire de él.

Desde principios del siglo XX, vuelve a percibirse otro movimiento importante que aúna el profesionalismo tradicional con lo literario, éste de signo periodístico y pedagógico. Desde fines del siglo XIX se crea en España una generalizada conciencia de Iglesia que pide e insiste en la creación y fomento de la «prensa católica». La lucha feroz entablada a lo largo del siglo XIX entre progresistas y conservadores, entre liberales y católicos divide profundamente a la sociedad española. Las Escuelas Pías valencianas se resienten también no sólo de esta situación general, sino de las dos corrientes detectadas en su seno. Los ataques crueles y sin contemplaciones a la Iglesia, que no poseía entonces medios de información escritos en que defenderse, generaron la idea de un «periodismo católico». A finales, pues, de siglo se da una verdadera eclosión editorial por lo que a revistas publicadas por Órdenes y Congregaciones religiosas se refiere. Las Escuelas Pías de Valencia se suman intensamente a esta corriente. El escolapio de más significación es el P. Calasanz Rabaza (1868-1931). En 1901 Rabaza junto con otros escolapios, funda la revista Piedad y Letras, que tuvo una amplia acogida externa en su primera época. Cuando Revista Calasancia interrumpe su publicación a la muerte de su fundador Carlos Lasalde, Rabaza clama por su continuación y logra que en 1913 vuelva a publicarse. Fue, además, el alma de una serie de eventos artístico-literario-religiosos que se producen en la Provincia en estos comienzos de siglo. Fue Provincial de 1906 a 1912. En 1907 publica los textos de la Asamblea de la primera enseñanza, celebrada en las Escuelas Pías; fue el promotor y cronista de las fiestas de Urgell celebradas en 1911 en honor de San José de Calasanz que no sólo movilizaron a las Escuelas Pías valencianas sino a las de toda España. En 1917 se celebró en el teatro Principal de Valencia un homenaje a la Orden en su III centenario que puso en movimiento de nuevo a la Provincia. Una poesía, recitada por el entonces alumno del Seminario Andresiano, Juan Gil-Albert, consagró al futuro poeta como el recitador oficial en todas las manifestaciones de este tipo. Dos años después, con motivo de la velada-homenaje al recién nombrado arzobispo de Burgos, Juan Benlloch y Vivó, exalumno del colegio de San Joaquín de Valencia, publicó Rabaza Anillo simbólico (Barcelona, 1919). Tras recitar una nueva poesía el mismo Gil-Albert colocó en el dedo del prelado el anillo ofrecido por la Provincia. Este aspecto más literario y poético se complementó en estos primeros decenios de siglo con otro más pedagógico y didáctico.

Si durante la segunda mitad del siglo XIX aparece en primer plano la preocupación por la enseñanza media que se reorganiza en España y a la que se debieron adaptar las Escuelas Pías transformando su propio curriculum y métodos tradicionales, desde la Restauración monárquica en 1874 hasta la guerra civil de 1936 se acentúa, en cambio, la importancia de la enseñanza primaria. A ella le dedican los escolapios valencianos una gran atención en su producción literaria, ahora de tipo pedagógico y didáctico. El alma de esta nueva corriente fue Fernando Garrigós (1869-1936) que creó en 1897 la Academia Calasancia para mantener la comunicación entre profesores y antiguos alumnos y más tarde la Biblioteca Escolar Calasancia y publica varios trabajos de pedagogía. Toda esta corriente restauradora la trunca la II República en 1931 y la consiguiente guerra civil de 1936. Tras ésta lo más perentorio fue la reconstrucción material y el aumento de personal. Después se produce la expansión en Centroamérica y El Caribe y un resurgir de la producción literaria y calasancia que está aún hoy en día en plena actividad. Lo que define y especifica como característica propia de esta corriente es la saga de historiadores valencianos de San José de Calasanz y su obra, las Escuelas Pías. Los antecedentes podrían hallarse en José Jericó (1707-1786) que, acabando el rectorado en San Joaquín de Valencia, publicó sus Varones insignes en 1751. Pero es desde el P. Calasanz Rabaza y su obra, especialmente Historia de las Escuelas Pías en España (Valencia, 1917-1918, 4 vols.), cuando queda marcado un camino que reemprende el P. Calasanz Bau (1904-1967) con la suya, pero especialmente con su monumental obra Biografía crítica de San José de Calasanz (Madrid, 1949) de la que arranca el despertar posterior de los estudios calasancios con un nuevo talante de modernidad, sobre todo en España e Hispanoamérica. La característica fundamental que define el talante es la seriedad de sus constructos históricos, la crítica a que se está sometiendo cualquier dato y la cita precisa y controlada que pueda verificarse. Después toma el relevo Severino Giner (1930- ) con su obra, especialmente con El proceso de Beatificación de San José de Calasanz (Madrid, 1973) y su San José de Calasanz (Madrid, 1985), biografía popular.

Así como en el campo puramente literario y poético existe toda una línea, sólo quebrada por los períodos difíciles de políticas adversas y guerras destructoras y paralizantes, en el campo de las ciencias no se vislumbra una continuidad tan definida. Son más bien, personalidades aisladas y escasas las que han surgido no formando escuela. Digno de citarse es Leandro Calvo (1851-1920) que se dedicó especialmente al estudio de las matemáticas, de la física y de las ciencias naturales. Sus investigaciones de geología, paleontología y prehistoria las extendió a todo el reino de Valencia y a parte de Aragón y Castilla. Sistematizó y aumentó los museos de ciencias de los colegios de Utiel, Valencia-San Joaquín, Gandía, Játiva y Albarracín. Su Mapa geológico de la región valenciana, Corte terrestre le valió el Diploma y Medalla de Oro de las Exposiciones de Valencia de 1909 y 1910.

Catálogo de escolapios y materias cultivadas

  • Biógrafos: Andrés Clemente (1784-1943)
  • Catequistas: Bruno Martínez (1907-1972)
  • Críticos literarios: Vicente Boix (1813-1880), Enric Ferrer (1943- )
  • Esperantistas: Antonio Guinart (1867-1939)
  • Liturgistas: Juan Pascual Seguí (1884-1925)
  • Matemáticos y Físicos: Vicente Pons (1827-1871), Joaquín Ferragud (1908-1975)
  • Teólogos: José Dónate (1835-1955), Ángel Rodenas (1934-), Carlos Elorriaga (1947- ) .

Superiores

Persona Año
Lorenzo Ramo 1826
Joaquín Suescun 1829
Fernando Maestre 1833
Bartolomé Miralles 1845
Vicente Borja 1852
Florencio Medina 1858
José Escolano 1865
José Gomar 1872
Ramón Dolz 1879
Manuel Biel 1880
José Dónate 1881
Vicente Mas 1890
Manuel Sánchez 1896
Antonio M. Tarín 1902
Vicente Mas 1904
Calasanz Rabaza 1906
Calasanz Alcantarilla 1912
Miguel Ferrandis 1916
José Carbonell 1922
Calasanz Rabaza 1925
José María Soto 1928
José Carbonell 1931
José M.ª Soto 1934
Fausto Garcerá 1936
José M.ª Soto 1939
Jesús Gómez 1946
José Puig 1958
Jesús Gómez 1961
José Molins 1967
Ramón Barbera 1973
Gonzalo Carbó 1979

Obras

Obra Años Años en Demarcación
ALBARRACÍN (1731-1976) (1826-1976)
VALENCIA (Coleg. R. S. Joaquín) (1738- ) (1826- )
VALENCIA (Esc. de la plaza) (1763-1968) (1826-1968)
VALENCIA (Sem. Andresiano) (1763-1970) (1826-1970)
GODELLETA (Masía del Pilar) (1774-1958) (1826-1958)
GANDÍA (1807- ) (1826- )
VALENCIA (Coleg. Reunido) (1830-1847) (1830-1847)
YECLA (1858-1931; 1950-1959) (1950-1959)
UTIEL (1868-1931) (1868-1931)
ALCIRA (1877-1950) (1877-1950)
JÁTIVA (1877-1881) (1877-1881)
CASTELLÓN DE LA PLANA (1897- ) (1897- )
ALGEMESÍ (1908- ) (1908- )
EL GRAO (1911-1936) (1911-1936)
ALBACETE (1924- ) (1924- )
VALENCIA (Residencia universitaria) (1946-1964) (1946-1964)
LEÓN (Sem. y Coleg. S. Ramón) (1949-1954) (1949-1954)
MANAGUA (1950-1972) (1950-1957)
SANTO DOMINGO (Residencia universitaria) (1952-1972) (1952-1957)
VALENCIA (Coleg. Calasanz) (1954- ) (1954- )
LEÓN (Coleg. Calasanz) (1954- ) (1954-1957)
SANTO DOMINGO (Coleg. Calasanz) (1954- ) (1954-1957)
VALENCIA (Coleg. Malvarrosa) (1963- ) (1963- )
VALENCIA (COOP) (1966- ) (1966- )
VALENCIA (Cas. form. Malvarrosa) (1980- ) (1980- )

Bibliografía

Redactor(es)

  • Vicente Faubell, en 1990, artículo original del DENES I