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Los hagiógrafos tradicionalmente llenaron la infancia de sus héroes de maravillas, adornándoles con generosidad de toda suerte de dones y virtudes, dando pie a los pintores para que pusieran aureolas doradas sobre sus cabecitas rubias. Y así se hizo, naturalmente, con San José de Calasanz, incluso haciendo surgir una estrella que anunciara su nacimiento. 'Era el niño obedientísimo a sus padres —dice Armini— y crecía no con otros entretenimientos que no fueran de devoción y oraciones... se le veía modesto en el rostro, moderado en las miradas, compuesto en las acciones y tan comedido en el hablar que no salían de su boca palabras que no fueran honestas, y ni siquiera las soportaba en otros, y si las oía, se cubría el rostro de vergüenza…, y era cautísimo en todo lo que pudiera contaminar su inocencia virginal, en la que era tan diligente, que no permitía fácilmente a su madre que le viera desnuda parte alguna de su cuerpo...'.<ref group='Notas'>ARMINI, Vita, p.11-12.</ref> Y Talenti añadía, después de la frase citada, que copió de Armini: “... lo afligía con asiduas maceraciones, pues deseoso de oírse contar ejemplos de Santos y ávido de leer sus vidas, quería emularlos en cuanto fuera posible en aquella edad, con mortificar sus sentidos, con penitencias y asperezas, obligando no raras veces su delicado cuerpecito a tomar sobre tierra desnuda o sobre duras tablas el breve sueño que le concedía”.<ref group='Notas'>TALENTI, Vita, p.4.</ref> Bau aludía también a estos relatos tradicionales: “… miraba con aversión los juegos y las diversiones pueriles; no se le vio ni una sola vez correr o saltar sin recato, ni molestar con sus gritos, ni incurrir jamás en las travesuras de aquella edad...”.<ref group='Notas'>BAU, BC, p.70.</ref>
 
Los hagiógrafos tradicionalmente llenaron la infancia de sus héroes de maravillas, adornándoles con generosidad de toda suerte de dones y virtudes, dando pie a los pintores para que pusieran aureolas doradas sobre sus cabecitas rubias. Y así se hizo, naturalmente, con San José de Calasanz, incluso haciendo surgir una estrella que anunciara su nacimiento. 'Era el niño obedientísimo a sus padres —dice Armini— y crecía no con otros entretenimientos que no fueran de devoción y oraciones... se le veía modesto en el rostro, moderado en las miradas, compuesto en las acciones y tan comedido en el hablar que no salían de su boca palabras que no fueran honestas, y ni siquiera las soportaba en otros, y si las oía, se cubría el rostro de vergüenza…, y era cautísimo en todo lo que pudiera contaminar su inocencia virginal, en la que era tan diligente, que no permitía fácilmente a su madre que le viera desnuda parte alguna de su cuerpo...'.<ref group='Notas'>ARMINI, Vita, p.11-12.</ref> Y Talenti añadía, después de la frase citada, que copió de Armini: “... lo afligía con asiduas maceraciones, pues deseoso de oírse contar ejemplos de Santos y ávido de leer sus vidas, quería emularlos en cuanto fuera posible en aquella edad, con mortificar sus sentidos, con penitencias y asperezas, obligando no raras veces su delicado cuerpecito a tomar sobre tierra desnuda o sobre duras tablas el breve sueño que le concedía”.<ref group='Notas'>TALENTI, Vita, p.4.</ref> Bau aludía también a estos relatos tradicionales: “… miraba con aversión los juegos y las diversiones pueriles; no se le vio ni una sola vez correr o saltar sin recato, ni molestar con sus gritos, ni incurrir jamás en las travesuras de aquella edad...”.<ref group='Notas'>BAU, BC, p.70.</ref>
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03.03. Lo que seguramente no fue

Los hagiógrafos tradicionalmente llenaron la infancia de sus héroes de maravillas, adornándoles con generosidad de toda suerte de dones y virtudes, dando pie a los pintores para que pusieran aureolas doradas sobre sus cabecitas rubias. Y así se hizo, naturalmente, con San José de Calasanz, incluso haciendo surgir una estrella que anunciara su nacimiento. 'Era el niño obedientísimo a sus padres —dice Armini— y crecía no con otros entretenimientos que no fueran de devoción y oraciones... se le veía modesto en el rostro, moderado en las miradas, compuesto en las acciones y tan comedido en el hablar que no salían de su boca palabras que no fueran honestas, y ni siquiera las soportaba en otros, y si las oía, se cubría el rostro de vergüenza…, y era cautísimo en todo lo que pudiera contaminar su inocencia virginal, en la que era tan diligente, que no permitía fácilmente a su madre que le viera desnuda parte alguna de su cuerpo...'.[Notas 1] Y Talenti añadía, después de la frase citada, que copió de Armini: “... lo afligía con asiduas maceraciones, pues deseoso de oírse contar ejemplos de Santos y ávido de leer sus vidas, quería emularlos en cuanto fuera posible en aquella edad, con mortificar sus sentidos, con penitencias y asperezas, obligando no raras veces su delicado cuerpecito a tomar sobre tierra desnuda o sobre duras tablas el breve sueño que le concedía”.[Notas 2] Bau aludía también a estos relatos tradicionales: “… miraba con aversión los juegos y las diversiones pueriles; no se le vio ni una sola vez correr o saltar sin recato, ni molestar con sus gritos, ni incurrir jamás en las travesuras de aquella edad...”.[Notas 3]

Hoy día, a un niño así, probablemente se le llevaría al psiquiatra. ¿Cómo no iba a correr y a saltar con los demás niños por las empinadas calles de su pueblo, y llenarse de barro jugando en el arroyo en días de lluvia, y perderse en los cañaverales del río? ¿Cómo iba a dejarle su madre dormir en el duro suelo o sobre tablas? ¿Cómo iba a permitirle que no se dejara lavar de arriba abajo cuando llegaba sucio de los barrizales o lleno del polvillo penetrante de las eras en los días de la trilla?

En realidad, las noticias fidedignas que tenemos son humanamente sobrias y en cierta medida abundantes, sin necesidad de recurrir a esas fantasías inverosímiles y hoy día inaceptables.

Notas

  1. ARMINI, Vita, p.11-12.
  2. TALENTI, Vita, p.4.
  3. BAU, BC, p.70.