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SAN JORGE
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HB23/SAN JORGE/CRONOLOGÍA DEL ORIGENES
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CRONOLOGÍA DEL ORIGEN Y DESARROLLO DE NUESTRA CASA DE SAN JORGE DE LAS ESCUELAS PÍAS

En el Reino de Hungría, Condado de Bratislava en la ciudad libre y real de San Jorge, en la que hay una fundación Szlepchensiana, que tuvo lugar el 8 de julio de 1685.

De la misma manera que las demás casas de las Escuelas Pías surgieron de los tesoros de piadosísimos príncipes empleados en causas pías como de una limpísima fuente de piedad, también esta novísima casa de San Jorge nació de un piadoso legado como las demás, pero es distinta y más infeliz que las demás porque la muerte del Fundador inauguró su nacimiento, y los dejó huérfanos en la cuna, deteniendo por la fuerza y por las circunstancias sus progresos por diversas causas.

Su fundador fue el Excelentísimo y Reverendísimo en otro tiempo Príncipe D. Jorge Szelepcheny , Arzobispo de Esztergom por la gracia de Dios y su propio mérito, y supremo y perpetuo Conde de ese lugar y su condado, Primado del Reino de Hungría, Legado nato, Supremo Canciller y Secretario, Consejero íntimo de la Sacra, Imperial y Real Majestad, además de Lugarteniente real para el citado reino de Hungría, etc. Señor benignísimo, prudentísimo y piadosísimo, que lleno de días y méritos, al terminar su santísima vida, la cambió con la inmortal en Letovice, en el marquesado de Moravia, el 2 de enero de 1685, a los 93 años y algunos meses de edad, y que se esforzó en su testamento a favor de las Escuelas Pías de Hungría en la Viña del Señor del modo siguiente:

“Décimo. Lego a los Padres de las Escuelas Pías en la libre y real ciudad de San Jorge los palacios nobles de Illezhasi, y otro situado en el centro de la zona citada, llamado casa de Czuzio. También allí las casas de Balat y Prinave, una y otra deshabitadas, junto con las viñas de San Jorge y Bazim (excepto dos viñas en el promontorio de Bazim que compré a un ciudadano, y que dejo a la ciudad), con la intención de que erijan una escuela en San Jorge para educar a la juventud”.

En cuanto se conoció el pío legado, el P. Andrés (Baiar) de la Conversión de S. Pablo, sacerdote profeso, fue encargado por el P. Francisco de Jesús María, Provincial de Polonia y Hungría, por medio de una obediencia firmada en Varsovia, Polonia, el 25 de mayo del citado año 1685, del negocio de pedir, adquirir y tomar posesión del mismo.

A causa de gravísimas razones, el testamento del Príncipe difunto fue confirmado más tarde de lo habitual, y con muchos trabajos y fatigas causados por los abogados y legatarios, y el autor los tuvo más abundantes y acumulados. Pues cuando ya se tenía la benigna anuencia y conformación de Su Majestad, y se habían compilado los puntos para los legatarios, y se había determinado lo que se iba a entregar a cada uno, no sé por qué desgraciada razón, bien por negligencia de los amanuenses, o por qué descuido, el punto que se refería a las Escuelas Pías no aparecía, sin que se dieran tampoco cuenta el Supremo Comisario delegado para el asunto del testamento por la Imperial Majestad, el Eminentísimo Sr. Cardenal Kollonitz, ni los compiladores. Comunicado el hecho a la Excelsa Cámara de la Corte, arreglados y ordenados para ejecución por la ínclita Cámara Húngara, por medio de una carta sumamente amable el Eminentísimo Cardenal citado dijo al solicitante que él se haría cargo de sus asuntos para que terminaran bien, y que ya había encargado clementísimamente a la ínclita Cámara lo que debía hacerse en relación con los legatarios. Después, por medio de un memorial, como es costumbre, pidió la ejecución del pío legado en lo concerniente a él, pero recibió una rotunda negativa, diciendo que en el benigno decreto de Su Majestad no había nada para las Escuelas Pías, y no se podía hacer nada en contra. De nada aprovechó el testimonio por parte de los compiladores de haber cometido un error, ni tuvo ningún peso la carta del Comisario. Como ni uno ni otra bastaban para convencer, se pidió un nuevo mandato de Su Majestad, y antes de conseguirlo hizo falta mucho trabajo, mucha paciencia y mucha habilidad.

Después de conseguir el deseado nuevo decreto real, antes de obtener la graciosa resolución de la ínclita Cámara Húngara para que el autor entrara en posesión real de los bienes legados, el consistorio de la Cámara presentó el obstáculo de una nueva dificultad, a saber, que había que pagar diversos gastos al fisco por el cultivo y manutención de aquella viñas, a lo que estaba obligado el dueño de las viñas. Por lo cual, si deseaba obtener la posesión de aquellas fincas, y hacer la toma de posesión según la costumbre de la patria, debía pagar íntegramente los retrasos, que hasta entonces se habían guardado en silencio, y que alcanzaban una suma de casi mil florines renanos, y que era urgente pagarlo. Una vez pagado todo ello, tras muchas fatigas y durísimos esfuerzos, el 8 de julio de 1685, por medio del comisario delegado de la Cámara D. Esteban Posztoni, según el testamento fue instalado en la real posesión, uso y dominio de todos los dones, e introducido en nombre de su Orden, observando todo lo que había que observar.

Como el Conde era una persona de fortuna, se mezcló la envidia, incluso en el presente acto, y provocó el incendio de los ciudadanos con una solemne protesta, pues no todas las viñas y propiedades eran libres, sino más bien sometidos al derecho civil, y por consiguiente sometidos a sus impuestos, aunque hasta entonces por respeto a un príncipe tan elevado los cargos civiles habían sido disimulados, pero no perdonados. Por lo que, aunque desagradara al dueño, había que pagar poco después lo que correspondía en impuestos por aquellos fondos y civiles y ganancias, en impuestos civiles, exacciones, porciones militares y todo otro tipo de cargas, con grandes gastos. Por otra parte había más pesares nuevos, pues la mayor parte de los viñedos, de que constaba la fundación, estaban desolados y arruinados, y para volverlos a poner en producción fue necesario contraer muchas deudas, de las que se habla más abajo.

Después que se llevó a cabo la instalación de la que se ha hablado se fijó la residencia en el palacio principal, llamado por la gente de Illeshazi, situado en la plaza, en el que se encontraba nuestra vivienda, mientras obteníamos la posesión de la moderna residencia, casas y posesiones de las que se habla más abajo.

Al principio del año 1686 el autor, considerando la finalidad del fundador, y encontrándose solo por orden del Padre Provincial para conservar las posesiones y la mejora de la economía, pensando en la creación de la escuela para educar a la juventud como principal inquietud, y que era sumamente necesario tener una iglesia para llevar a cabo el apostolado religioso, echaba la mirada sobre una iglesia vecina a la residencia, que en otro tiempo habían construido los luteranos y que ahora estaba al cuidado de la parroquia, aunque muy abandonada y en parte desolada, cerca de unas escuelas que también habían usados los herejes, y tras pensarlo largamente, quiso obtener para sí y para la posteridad aquella iglesia, haciendo todo lo necesario. Así que comenzó a hacer las gestiones, y la primera fue conseguir el permiso del metropolitano, sin el cual no lograría nada. Aunque esta primera meta era difícil de tratar, sin embargo superó el obstáculo, y tras conseguir el permiso del Arzobispo, lo cual significó conseguir la mitad del objetivo, y sin que le costara mucho, pues en casos semejantes no faltan los peligros, continuó solicitando humildemente por escrito la mencionada iglesia al Consejo Real, presentando al mismo tiempo el permiso concedido por el Arzobispo. Queriendo Dios Omnipotente promover por medio de nosotros, recentísimamente plantados en esta ciudad la gloria de su Santo Nombre, y el honor de nuestra Madre, y secundar la intención del fundador, hizo que no sólo los patronos de la corte imperial recibieran en el Trono Imperial la humilde petición del autor, sino que además obtuviera el efecto deseado, interviniendo a favor nuestro con su patrocinio el respetable y magnífico Sr. D. Juan Maholany, Barón libre de Pohronz y Szelepcheny, y señor del catillo de Eberhat, entonces canciller y consejero de la Corte de Hungría, Primer Secretario y Refrendario, de cuya ayuda y favor para obtener la iglesia de la que se trata habla el documento que sigue:

“Nos, Leopoldo, elegido Emperador siempre Augusto por la gracia de Dios; Rey de Germania, Hungría, Bohemia, Dalmacia, Croacia, Eslavonia, Roma, Serbia, Galizia, Lodomiria, Cumania, y Bulgaria; Archiduque de Austria; Duque de Borgoña, Brabante, Estiria, Carintia, Carniola; Marqués de Moravia; Duque de Luxemburgo y de la Silesis Superior e Inferior, Wirkenberg y Theka; Príncipe de Suecia; Conde de Habsburgo, Tirol, Ferret, Kiburgo y Poricia; Landgrave de Alsacia; Marqués del Sacro Romano Imperio por encima de Anasum, y de Lusacia Superior e Inferior; Señor de Marchia, de Eslavonia, de Pordenone y Saqlinas, etc.
Queremos que se recuerde a tenor de las presentes, para todos aquellos a quienes pueda interesar. Puesto que nosotros consideramos como el más alto deber que tenemos en cuanto a la dignidad imperial y al cargo apostólico que se nos ha confiado el cuidado por el aumento de la gloria de Dios, queriendo que los lugares sagrados que ya en el pasado fueron dedicados a Dios y su honor sean administrados, mantenidos y poseídos por los ministros de la Iglesia, y que según lo que dicen las Constituciones de Hungría municipales y positivas firmadas en el año 1560 acerca de crear escuelas y sustentar varones doctos, y otras cosas en relación con iglesias, templos y bienes que deben aplicarse a ello, indicadas allí y en otros lugares,
Aquel templo que se encuentra en nuestra libre y real ciudad de San Jorge, en la plaza pública, junto al riachuelo de la ciudad citada, erigido en terreno nuestro, junto con la residencia y escuelas creadas, queremos que sea dedicado y aplicado para uso de los fieles de la Iglesia Católica Romana, y por mano nuestra y con nuestro acuerdo, según el estatuto y las normas de nuestro Reino de Hungría, en vigor del Artículo 26 de la reciente Dieta celebrada en Bratislava en el año 1681, según el derecho de nuestro Patronato real, que en lo que se refiere a conceder iglesias y beneficios podemos ejercer, permanecerá sujeto de manera perpetua a los Religiosos Padres de las Escuelas Pías, para que se dediquen a enseñar la doctrina y la piedad, y trabajen por la gloria de Dios y el bien de las almas, con prontitud y celo.
A quienes además se les conceden otras casas nobles y libres, viñas, prados y otros bienes, por el legado de nuestro Padre D. Jorge Szelepcheny, en otro tiempo Arzobispo de Esztergom, Primado de Hungría, Legado nato y Sume Secretario Canciller, Consejero privado nuestro, que se encuentran en esa ciudad nuestra de San Jorge y en el condado de Bratislava, de acuerdo con el benigno testamento según el cual con nuestro acuerdo dichos Padres Religiosos actuales y futuros, serían dotados y habilitados para poseer tanto el templo citado como la residencia, escuelas y otros edificios, con todos los ingresos y pertenencias, para que los dediquen y para la institución y edificación de ese templo, residencia y escuelas, en razón de la citada la citada Constitución y nuestra benigna donación, y por la autoridad del derecho de nuestro Real Patronato, aplicamos, cedimos, entregamos, dimos y conferimos todo lo expresamente declarado a los citados religiosos Padres de las Escuelas Pías, para que puedan tener el citado templo, la residencia y las escuelas; y si quisieran tener un edificio propio o modificar la residencia, allí mismo pueden y deben llevar a cabo fiel, diligente y solícitamente todo lo que se relacione con el culto divino, instruir a la gente en la piedad, y educar a la juventud en las bellas letras , de acuerdo con su piadoso ministerio. Sin prejuicio de los derechos e ingresos parroquiales del lugar, tanto para la parroquia como para el párroco, que permaneceran íntegros. Además les aplicamos, cedemos, damos, concedemos y conferimos el derecho perpetuo de tener, poseer y ser dueños. Mediante el sello secreto nuestro de Rey de Hungría, que usamos en cuestiones comunitarias, para dar fuerza y vigor a nuestro escrito.
Entregado por mano de nuestro querido Reverendo Pedro Korumpay, obispo de Eger, supremo Conde del lugar y de los condados de Heves y Zolnok, Consejero nuestro, Canciller para nuestra corte de Hungría, en Viena de Austria, el 14 de agosto del año 1686, vigésimo octavo de nuestro reinado romano, y 31º de Hungría y los demás, y 30º de Bohemia.
Leopoldo (f) Pedro Korumpay, obispo de Eger (f) Juan Maholany (f)”

Por varias causas y diversas dificultades de las cosas, el diploma obtenido benignamente con la usual solemnidad del derecho, estaba debilitado en su fuerza, de acuerdo con las personas más eminentes del Reino, a quienes se encomendó la ejecución del presente asunto, y fallaba el todo por la parte, pues para darle seguridad perenne había que confiarlo a las personas más eminentes del Reino, del estado eclesiástico y político, por lo que para conseguir el consenso, tomando el medio por el fin, para conseguir su cooperación, se encomendó el negocio al Arzobispo de Esztergom, y al mismo tiempo al presidente del Fisco Real, y de la ínclita Cámara Húngara, y de todo su ínclito consistorio, mediante el siguiente benigno mandato por triplicado, cambiando lo que había que cambiar, y que fue expedido a la ínclita Cámara, al Arzobispo citado y a los ciudadanos de San Jorge, y que decía lo siguiente:

“Leopoldo, elegido Emperador de Romanos siempre Augusto por la gracia de Dios; Rey de Germania, Hungría, Bohemia, etc.
A los respetables, magníficos, egregios y fieles y queridos nuestros.
Puesto que movidos por el celo para aumentar el culto divino, considerando que los Religiosos de las Escuelas Pías se encuentran recientemente en varios lugares de nuestro citado reino de Hungría, y también en la libre y real ciudad de San Jorge, por deseo de nuestro Padre en Cristo Jorge Szlepecheny, arzobispo de Esztergom, en la plaza pública, junto al riachuelo que pasa por dicha ciudad, donde tienen una residencia y unas escuelas, aplicadas para uso de los fieles de la Iglesia Católica, que se encuentran bajo el derecho de patronato de nuestro Reino, a la manera que aplicaron a otras casas del Reino de Hungría nuestros predecesores de feliz recuerdo, declaramos que los citados Padres de las Escuelas Pías pueden tener y usar esas casas junto con todo lo que les corresponde, e ingresos de cualquier tipo aplicados a ellas para ejercer el culto divino, instruir al pueblo en la piedad y formar a los jóvenes en las bellas letras, quedando a salvo sin embargo los derechos parroquiales. Y queremos que Vos, por medio de una persona delegada adecuada, como actual obispo de Esztergom, haga entrar a los mismos en los citados templo, residencia y escuelas. Benignamente os encargamos y mandamos que os encarguéis de los ritos de la introducción mencionada en el templo citado, en la residencia y las escuelas, junto con todas sus pertenencias e ingresos, de cualquier modo que sean aplicados, de los citados Padres de las Escuelas Pías, cuanto antes, y una vez llevada a cabo, me informéis junto con el arzobispo citado. Agradeceremos mucho que se cumpla nuestra voluntad.
Por lo demás permaneced inclinados a la Imperial y Real gracia nuestra.
En nuestra ciudad de Viena, a 14 de agosto de 1686.
Leopoldo (f) Pedro Korumpay, obispo de Eger (f) Juan Maholany (f)”

Después que se presentó la orden favorable previa del Emperador y Rey al mencionado Sr. Arzobispo, y a la ínclita Cámara, y que una y otra parte se hubieran enterado del contenido, y que se pusieron de acuerdo y dieron las dos su acuerdo, se fijó para la instalación solemne el domingo de la infraoctava de la Asunción de la Virgen, que caía en 17 de agosto. Se avisó a los fieles, por medio de una carta del Arzobispo, para que el citado domingo se reunieran todos para acoger la llegada tanto del Arzobispo como del Presidente de la Cámara. A pesar de que la finalidad de la venida se guardaba en secreto, y había diversas opiniones y suposiciones, charlas y grupillos, nadie se atrevía a hablar abiertamente sobre los motivos para que tan importantes magnates vinieran a su pueblo. Mientras tanto el autor también avisó al Rector del colegio [de Prievidza] P. Juan Martín de la Natividad del Señor, deseando la presencia de muchos de los nuestros para ese solemne acto, el cual tomó como compañero al Hno. Rafael de S. Juan Bautista, y llegó a tiempo. En la madrugada del día asignado, antes del crepúsculo matutino, llegaron los precursores a nuestra casa, para ver si había un acomodo suficientemente bueno para el Príncipe en nuestra residencia. El mismo Príncipe llegó hacia las 9 de la mañana con el Rvdo. P. Czeles de la Compañía de Jesús, Rector del colegio de Bratislava. Luego llegó el Ilmo. Sr. Cristóbal Antonio Erdody, Conde de Monyökörök, Presidente de la ínclita Cámara de Hungría, y el Magnífico Sr. Pablo Mediansky, consejero y secretario de la misma ínclita Cámara, y otros muchos oficiales, canónigos y personalidades públicas del Reino de Hungría. Todos acudieron a nuestra residencia que teníamos en la plaza, presentando sus respetos al Príncipe. Después de descansar un poco, e invitado el pueblo con mucho orden, escoltado el Príncipe por los diversos magantes, mientras sonaban festivamente las campanas, avanzaron todos hacia la iglesia que se nos iba a entregar. Allí, después de celebrar la misa y decir un breve sermón en latín, en el que el Prelado habló a la muchedumbre reunida de la obediencia que debe prestarse a los Reyes, dio a conocer la finalidad de su venida por mandato del benigno mandato de la Santa Autoridad Imperial y Real a él mismo y a la ínclita Cámara, con la misma fecha. Mostrada la orden, la hizo leer al Secretario de la Cámara, quien lo leyó desde el altar mayor con voz clara, alta y distinta, para que todos le oyeran bien. Después leyó la misma carta de donación de la Cámara traducida al húngaro y al germano, para que todos los del pueblo pudieran entenderlo. Después de hechas las lecturas por quienes tenían que leerlas, el Príncipe pidió al senado y al Sr. Párroco las llaves de la iglesia, las cuales, una vez recibidas, en nombre y en lugar de Leopoldo I, Emperador de Romanos y Rey de Hungría, las entregó al P. Juan de la Natividad del Señor y al P. Andrés de la Conversión de S. Pablo, y entregó la iglesia según el dictamen del clementísimo diploma, para poseerla eternamente, deseando al mismo tiempo todo tipo de felicidad y prosperidad a toda la Orden y rogando por ella. Entonces se llevó a cabo lo destinado a las autoridades de la ciudad. En presencia de los Señores Comisarios, el Ilmo. Sr. Conde Presidente de la ínclita Cámara preguntó a los ciudadanos si alguien se quería oponer al benigno mandato imperial y real, mostrando el documento de inhibición, que hizo leer. Tras la lectura la gente siguió en silencio. Por lo cual, terminado el estatutario acto de instalación e introducción, el Ilmo. Sr. Presidente de la Cámara presentó al ínclito Consistorio de la Cámara el siguiente documento:

“AL ÍNCLITO CONSISTORIO DE LA CÁMARA
En virtud del decreto favorable de esta ínclita Cámara, en relación con las órdenes dadas por Su Santa Majestad nuestro Señor clementísimo, dirigidas a esta Cámara, y mostrada a mí la resolución original, en la que se me concede la delegación para introducir a los Muy Rvdos. Padres de las Escuelas Pías en posesión del templo en la libre y real ciudad de San Jorge, situado en la plaza pública, junto al riachuelo que pasa por esa ciudad, y en terreno de Su Majestad, junto con una residencia y escuelas, aplicados para uso de los fieles de la Iglesia Católica Romana, y en vigor del reciente artículo 26 del año 1681 en relación con los bienes que han quedado en manos de los católicos, y también por el derecho de patronato de Su Majestad, que tiene generalmente de la misma manera que sus santos predecesores en el Reino de Hungría de feliz memoria, y que quiere ejercer, lo concede clemente a los citados Padres de las Escuelas Pías, junto con todas sus pertenencias e ingresos, de cualquier modo que sean aplicados, para ejercer el culto divino, instruyendo en la piedad al pueblo y formando a la juventud en la bellas letras (dejando a salvo los derechos parroquiales del lugar), y después de tener a su tiempo correspondencia con el Excmo. y Rvdmo. D. Jorge Szecheny, arzobispo de Esztergom, expresándole lo que me correspondía hacer en nombre de esta ínclita Cámara.
El día 25 del presente mes, llegando con el citado Arzobispo de Esztergom a la citada ciudad, procurando que allí fueran convocados el juez, el magistrado y el senado de los ciudadanos y toda la comunidad, se leyó públicamente primero lo que correspondía al Arzobispo, y después lo de la Cámara de Hungría, de la carta intimatoria con la resolución de Su Majestad, por la cual la misma Majestad hacía clementísima donación a los citados Padres del templo, la residencia, las escuelas y todo lo correspondiente, con todas las entradas, y después de hecho lo anterior, el Sr. Arzobispo y yo, en nombre y con la autoridad de Su Majestad, lo entregamos a los citados Padres de las Escuelas Pías. De la misma manera se hizo por nos la publicación y asignación para que todo se acomodase al estado católico, pues se nos había informado que aquellas propiedades habían pertenecido al a Confesión Augustana. Como no había ninguna residencia asignada por derecho al citado templo, aparte de la que estaba cerca del mismo, que pudiera asignarse a los citados padres, que era aquella en la que habían vivido los predicadores, y que pertenecía por derecho a la ciudad, pues los citados predicadores la habían recibido gratis de la ciudad para que la habitasen y usasen, y que en la situación anterior los predicadores de la Confesión Augustana no habían recibido ninguna otra contribución u ofrendas, teniendo en cuenta lo que en tiempo de la Comisión los Jueces de la Curia Real expusieron al Ilmo. Sr. Conde Nicolás Draskoroicz, en relación con el asunto de los templos que debían ser asignados, teniendo en cuenta la súplica de Su Majestad de reservarse la facultad de restituir el mencionado templo, tuve por repetida la misma exposición ante nos, por lo que respondemos ante los adictos de la confesión augustana con las debidas cautelas, y declaramos que fuera requisada en la primera ocasión la citada residencia, con sus pertenencias e ingresos, y la entregamos al nuevo poseedor.
Hecho lo cual volvimos el mismo día a Bratislava. Y estas son las cosas que tenía que contar al ínclito Consistorio acerca de lo que se me encomendó y lo que hice en relación con la introducción citada.
Colega y siempre a su disposición,
Conde Cristóbal Antonio Erdöi. (f).”

Aceptada la posesión de la Iglesia de modo adecuado, también el vecino edificio de las escuelas pasó a nuestra libre disposición en el mismo acto. Sin embargo no tenían ningún ingreso, ni mobiliario. En cuanto a posesiones tenía cuatro pequeñas viñas, llamadas por la gente Alsen, Jandel, Phaffel y Ruden, que nos fueron asignadas por medio de otra comisión delegada, pero estaban desoladas y estériles, y que siguen en nuestras manos hasta ahora, bastante restauradas y mejoradas. Otras las abandonamos en los años siguientes. En la iglesia apenas encontramos ningún ajuar, aparte de algunos paños vilísimos, una toalla, dos sencillos cálices de plata con una patena, y un misal antiguo y roto. Había también una jarra de plata, con el cual el P. Juan Martín fabricó una custodia.

Estando en pacífica posesión de la iglesia en relación con las de alrededor, pronto la manera acostumbrada de celebrar los actos de culto de nuestra Orden, en dos idiomas según las horas, con notable provecho de la gente, que venían a nuestra iglesia muy numerosos, de modo que la iglesia parroquial a veces se quedaba vacía, lo cual fue el origen del odio que fue sembrado y siguió creciendo por medio del Sr. Párroco de aquel tiempo, de quien comenzaron a venirnos vejaciones y aflicciones, particularmente porque el párroco pertenecía a una congregación de Bartolomitas, el cual trabajaba por apoderarse de la iglesia y la fundación, y plantar en ella su propia congregación, como se veía en el memorial que presentó. Pero como Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, sofocó en su nacimiento esa soberbia e inquieta pretensión, e incluso el sembrador fue erradicado de la ciudad.

Superados por la gracia de Dios todos los obstáculos e intentos de supresión, en el año siguiente, 1687, comenzaron las escuelas, con tres o cuatro niños, cuyo primer maestro fue el P. Rafael de San Juan Bautista [escrito encima: P. Edmundo de Jesús], quien en aquellos durísimos tiempos les enseñaba en la citada residencia de Illezhasi. Los dos o a lo sumo tres que estábamos aquí no nos dedicábamos a ejercer nuestro ministerio, sino a ocuparnos de los asuntos mateeriales. A causa de las fatigas y trabajos en el campo se decía que éramos avariciosos.

Toda esta fundación consistía en tierras de viñas, en su mayor parte desoladas, prados, campos y casas nobles desiertas, para cuya restauración hacía falta gastar mucho dinero, y en los ingresos que pudieran venir de todos esos bienes. Además el tejado de la iglesia citada amenazaba una ruina próxima, y sin duda no se podría impedir que se cayera, junto con la bóveda, a no ser que se hicieran grandes gastos dentro de breve tiempo. Por otra parte hacía falta poner en cultivo y mantener las viñas y los demás campos, y arrancar los cardos y espinas para sacar el pan con el sudor de nuestra frente, aunque los surcos no siempre nos pagaban con sus frutos, pues las primeras semillas dieron plantas que se secaron poco después de nacer. Pero aunque se trabajaba ardientemente en los cultivos, también crecían las deudas, por lo que disminuían nuestros beneficios. Como nos daba alientos la esperanza, y luego fallaban cada año los ingresos esperados, y los daños se multiplicaban como la experiencia nos mostraba, y se acumulaban las deudas que había que pagar, apenas nos quedaba una esperanza razonable de salir a flote. De hecho ni creía que pudiera hacer prudentemente promesas vanas. En una palabra, la fundación aquí estaba seriamente amenazada.

Para socorrernos ante el inminente peligro era necesario primero no tener ningún campo estéril, dejar la mayor parte de los desolados sin cultivar y otros, para tener ingresos, hipotecarlos o ponerlos temporalmente en aparcería, y guardar los mejores, para que rindieran en función del trabajo. Pero tampoco este medio resultó un invento eficaz para evitar las deudas; siempre estábamos atascados en ellas, como quien yerra en un laberinto. Lo cierto es que las deudas continuaban siendo igual de elevadas. Los acreedores nos pedían que les pagáramos urgentemente, y cada día surgían disputas y querellas, y seiscientos lamentos porque no podía aumentar el número de religiosos, y todo lo que se sacaba de la tierra y producía el treabajo, o parecía prosperar, era enterrado para el cultivo de las viñas, o se volvía a gastar para mantener la economía y el sustento de la comunidad. Así que nos fatigábamos mucho sin ser recompensados, y pasaba el tiempo sin que aumentara el ejercicio de nuestro ministerio. Los mismos que se dedicaban a enseñar a los niños debían hacerse cargo de las tareas materiales, uno en casa, otro en las viñas, un tercero en el molino. Y si querían más ingresos para sustentarse, debían dedicarse a otras actividades materiales y su cuidado, por lo que padres con experiencia hicieron diversas visitas para pensar cómo encontrar medios oportunos para conservar esta fundación.

Mientras tanto, al pasar los años, aumentaba la aflicción cotidiana, y ninguna calamidad solía venir sola, como suele suceder a los pobres, pues a las calamidades que venían por las carencias domésticas se añadían las que venían de las pretensiones de los ciudadanos, de modo que a los afligidos les añadían nuevas aflicciones. Primero surgieron disputas en relación con las torres y el uso de los tambores. Estos y aquellas no deberían usarse al servicio de la iglesia y de las escuelas, sino sólo para las necesidades y usos públicos. Algunos pretendían meter el mal dentro con la malicia de la zorra, y así la gente nos pedía y hasta nos urgía a que predicáramos en alemán o en eslavónico según las lenguas que se hablaban, y con ello se creaba confusión, y con ello nos vino todo tipo de mal, en general y en particular, con odios intestinos y litigios, violación de la libertad, inhibiciones y denegaciones de peticiones justas, exacciones inoportunas e indebidas de diezmos y otros impuestos civiles, y otras muchas cosas semejantes, siendo nuestros argumentos mientras tanto que, como sabíamos, era vana la ira sin fuerzas, y que por otra parte estábamos seguros de que el Cielo favorecería nuestros derechos. Estas cosas y similares iban a más a medida que pasaba el tiempo, y se arrastraban en claro detrimento nuestro cerca de la plaza y haciendo surgir el estrépito del derecho. De cualquier modo se atacaba nuestra residencia en San Jorge en el año 1691 con hechos que se producían y se multiplicaban, por lo que el P. Juan Crisóstomo (Salistri) de San Pablo, Comisario General y Visitador de Polonia y Hungría, llegó antes que a otros lugares a San Jorge, donde aunque aún no se había hecho público su nombramiento, se dio cuenta de su estado miserable, pensó serenamente y consultó con los demás padres acerca de los medios de salir adelante. Finalmente en el Capítulo Provincial de Polonia, que se tuvo en Varsovia en agosto del año 1691 siendo Presidente el citado P. Comisario General, por medio del P. Andrés de la Conversión, que era entonces superior de la residencia de Brezno, y había sido elegido vocal a dicho Capítulo, se expuso de qué manera aquella fundación iba decayendo a causa de sus propias incomodidades, lo cual era un asunto a considerar seriamente, pues parecía perniciosa para la Orden. Y recibió seria consideración, pues se concluyó unánimemente por votación secreta de los 24 capitulares que debía buscarse algún medio canónico para dar en arriendo los citados campos y viñas, y la propuesta no desagradó al Capítulo General que se celebró en Roma al año siguiente 1692, en el cual se aprobó este punto junto a otros, y se encargó su ejecución al P. Comisario Provincial nombrado para las casas de Hungría.

Andábamos sometidos a los trabajos y fatigas de Sísifo, desde poco después que nos hicimos cargo, añadiendo año tras año, hasta que por este medio se puso fin a los costosísimos trabajos. Pues hacia finales del año 1692 el P. Lucas de S. Edmundo , que había sido nombrado Comisario General para las casas de Hungría en el citado Capítulo General, comenzó a tratar el asunto por medio del P. Andrés de la Conversión de S. Pablo, que había sido creado recientemente superior de de la casa de San Jorge, dándole todas las competencias.

Este, teniendo en cuenta el decreto del Capítulo General, y los ánimos dados por carta por el P. General para tratar eficazmente el asunto, de modo que se librase a sí y a la Orden de esta carga insoportable, comenzó a hablar en secreto con muchos sobre este asunto, especialmente con el respetable y magnífico Sr. Juan Maholany, que era consanguíneo de nuestro recordado fundador, el cual poco después que fue avisado dijo que no descartaba tomar todos aquellos bienes y hacer un contrato pagando un censo anual por ellos, deseando al mismo tiempo la casa residencial, llamada por la gente de Illezhasi, para vivir él mismo. Como temía el plenipotenciario que si vendía los bienes vendería a los mismos religiosos, y no queriendo sacudirse el polvo de las sandalias como reproche al salir de San Jorge, intentaba asegurar como residencia el lugar que se encontraba junto a la iglesia. El cual, conociendo suficientemente los esfuerzos del plenipotenciario, trabajaba seriamente ante la excelsa Corte de su Sacratísima Majestad para conseguir la llamada casa cívica, contigua a las escuelas públicas que ya se poseían, y muy cercana a la iglesia, que había sido en otro tiempo residencia de los predicadores luteranos, cosa que los mismos ciudadanos no negaban, sino que estaba calificada de ese modo en la relación de la Cámara citada más arriba, pero no estaba calificada como tal en la calificación de los mismos ciudadanos, sin evitar esfuerzos ni fatigas, y sin cobrarnos nada, y molestando seiscientas veces hasta que obtuvo el acuerdo de la antes citada clementísima Sagrada Majestad, en la que expresamente se decía que debían entregarse a nuestra Orden todas las cosas que ya figuraban en aquel decreto favorable a nosotros, y que en la ciudad habían pertenecido a los citados predicadores, y concretamente aquella casa citada que había sido su domicilio. A instancia nuestra se rogó amablemente al Eminentísimo D. Leopoldo, Conde de Kollonitz y Cardenal de la S. R. I., que en cuanto supremo Comisario de los legados píos de Szlepecheny, y plenipotenciario real, llevara a ejecución benignamente el presente deseo, por su celo por las Escuelas Pías, socorriendo a la Orden, y ocupándose personalmente del asunto. Pero en estos tiempos turbadísimos en los que ocurría nuestra historia, y en los que se le presentaban dificilísimos asuntos públicos del Reino, viendo que él no podría llevar a cabo lo que habría querido, y que el tiempo pasaba irremisiblemente, y con su paso se perdían también los esfuerzos que habíamos hecho, delegó graciosamente como plenipotenciario en esta materia en el Ilmo. Sr. Conde Cristóbal Erdödy citado más arriba, y en el Magnífico señor Barón D. Juan Maholany, lugarteniente personal de la real presencia en los juicios, y D. Valentín Szente, vicepalatino.

Pero como eran próceres del Reino ocupados a menudo en los asuntos públicos, se dedicaban a ellos continuamente, y no podían ocuparse de los privados, por lo que iban dando largas al asunto de la comisión confiada durante el resto del año. Durante tan larga demora el plenipotenciario y superior del lugar no permanecía ocioso. Intentaba con empeño lograr el poder colocar de manera canónica los fondos confiados a él, concretamente las tierras de que constaba la fundación, poniendo tantos esfuerzos en ello que llegó a oídos del Excelso Príncipe, y además riquísimo, arzobispo de Esztergom, Jorge Szeczeny , quien lo llamó para que viniera a verlo, y una vez enterado de las intenciones de la Orden, no sólo la alabó ante muchas personas, sino que la aprobó, y como era íntegro fundador de muchos religiosos, o graciosísimo bienhechor de buena parte de sus fundaciones, decidió manifestar también su amable inclinación a favor de las Escuelas Pías, y librarlas del tan duro y estéril esfuerzo de trabajar los campos, y para tal fin encargó a su secretario el Sr. Gabriel Palugyay que se enterase del estado de las viñas, la situación de las casas y de todos los bienes, y que viera con esa ocasión cuál era nuestro derecho a una casa que en otro tiempo había sido residencia de predicadores luteranos, y que pretendíamos de los ciudadanos según documento real en vigor, y acerca de la cual ya se había formado una comisión algún tiempo atrás. Conocía él muy bien la disposición del lugar en nuestra casa residencial, en la cual ya había estado algunas veces, y al mismo tiempo se alegraba por ella. Después que se le entregó el elenco de los campos y tuvo suficientes explicaciones según sus deseos, y no sólo información, sino que tenía además la firmísima esperanza de que obtendríamos la casa pretendida por medio de la citada comisión, pues él mismo admitía ante los señores Comisarios que disponía de los medios para llegar al fin deseado, y proponía por los bienes citados la suma de 20.000 florines renanos, para ponerlos al interés anual acostumbrado, para llevar a cabo la esperada restauración de la casa, y para nuestro acomodo según las necesidades religiosas, pues viendo que parecía pequeña y estrecha, estaba dispuesto a comprar la casa vecina, llamada de Richter, acerca de lo cual ya se habían dado algunos pasos. Se buscó cuidadosamente un lugar seguro en el que depositar los 20.000 F prometidos para que produjesen un interés perpetuo anual. Tal como evolucionaban las cosas, los nuestros estaban muy contentos con lo que había, viendo que algunas de las viñas desiertas indudablemente el futuro dueño había comenzado a cultivarlas, cavarlas y restaurarlas, y sólo faltaba que se terminaran las negociaciones canónicas, con el consenso apostólico, por lo que el P. plenipotenciario y superior del lugar trabajaba esforzadamente por medio del P. General Juan Francisco de S. Pedro, para ejecutar la comisión citada más arriba.

El plenipotenciario siempre estaba muy atento para golpear el hierro caliente allí donde se encontraba, con el favor de Dios, y no creía que el cielo estaba sereno, pues con facilidad cambian el señor y el viento, por lo que incesantemente urgía que se llevara a cabo la comisión, no fuera que el Príncipe cambiara de aspecto como el camaleón. Así pues el año 1693, en la fiesta de Santo Tomás Apóstol, acudieron a San Jorge los comisarios, y después de celebrar misa de la manera acostumbrada, comenzaron a tratar con los ciudadanos sobre los puntos que aparecen en la instancia adjunta. Y como no pudieron terminar en el día de escuchar las alegaciones en contra de los ciudadanos que se oponían a causa de la fuerte confrontación entre las partes contrarias, y las partes que se enfrentaban, como en el estrado se sentían más débiles los ciudadanos, y por otra parte los Sres. Comisarios se daban cuenta de que estando las cosas tan mal no podían retirarse totalmente vacíos, y deseando evitar Escila no querían caer en Caribdis, así que por la noche buscaron un arreglo con la comunidad para la reunión del siguiente día, de modo que sin que supiera la otra parte qué se iba a hacer, quisieron ofrecer a los señores comisarios que cedieran y liberaran las dos casas inmediatamente vecinas, mediante un acuerdo sancionado por los señores comisarios, y al mismo tiempo con el consentimiento del Padre Lucas de S. Edmundo, Comisario General que estaba presente, pues si querían echar mano a esas casas, tenían todas las razones para defenderlas y obtenerlas. Por lo cual la Excelsa Comisión emitió el siguiente Decreto, que aparece con los puntos presentados por la parte demandante y sus respuestas en la causa de la que se trataba.

Puntos presentados por los reclamantes a la ínclita presente Comisión

1.Piden para sí la casa llamada por la gente Casa de la Iglesia, contigua a las escuelas, asignada como residencia ordinaria de los predicadores luteranos, y que también sirvió como residencia ordinaria del rector, del cantor y de otros ministros de la iglesia.
2.El salario de los predicadores, los ingresos del rector, cantor y otros ministros de la iglesia de la Santísima Trinidad.
3.La bodega que se encuentra en los cimientos de nuestras escuelas, pues nadie nos puede negar lo alto y lo profundo de lo nuestro.
4.Suplican que se muestre a la ínclita Comisión el registro antiguo de las cosas pertenecientes a la iglesia de la Santísima Trinidad, que se estudiará minuciosamente, para que todas sus pertenencias sean asignados a las Escuelas Pías.
5.Que los señores ciudadanos no se apropien de la torre de la iglesia, y tampoco de la más pequeña de las escuelas, sino que se contenten con que la torre mayor sirva para el reloj de la comunidad. Por lo cual los demandantes no tienen que admitir que gente de fuera ande a su capricho sobre la bóveda de la iglesia. Sin embargo, por el bien de la paz y por la tranquilidad del vecindario, estamos dispuestos a someternos a ello.
6.Piden los Padres conservar todos los fondos con la misma libertad con que los usaba y obtuvo el Príncipe de piadosa memoria, de cualquier modo los obtuviera y conservara en paz.

Después que fueron comunicadas a los ciudadanos estas peticiones, respondieron a las mismas de la siguiente manera:

A las peticiones mostradas y aquí inscritas hechas por parte de los Muy Reverendos Padres de las Escuelas Pías, por parte de la Libre y Real Ciudad de San Jorge humildemente responden lo siguiente:

1.A lo primero, que la casa de la comunidad llamada abusivamente Casa de la Iglesia, nunca fue la residencia ordinaria de los pastores evangélicos ni de ningún otro ministro escolar. Desde que la gente se acuerda siempre fue una casa de la comunidad, como pueden confirmar tanto los señores católicos como los ciudadanos protestantes. Los rectores y cantores vivieron en la casa, hoy escuela, que de hecho poseen los padres.
2.A lo segundo, la torre menor y la bodega que va unida a ella, nunca perteneció a la iglesia, pues desde el principio fue de la comunidad de esta ciudad, como consta a todos.
3.Lo tercero, el salario que se asignaba en parte a toque de campana del fruto de las viñas, y en parte pidiendo limosna los días festivos, venía de los evangélicos, y desapareció con ellos.
4.A lo cuarto, no consta nada en la ciudad de tal antiguo registro. Sin embargo se escribieron las cosas que había pertenecientes a la iglesia por el Sr. Visitador del Reverendísimo Obispo Palffi, y según ello fueron entregadas concienzudamente a los Padres.
5.A lo quinto, ya hemos tratado en el punto segundo de la torre menor. En cuanto a la torre mayor, esperamos que no se nos niegue su uso para el reloj, y para los vigías, según la promesa hecha en los estatutos, pues también esta torre se hizo con dinero de la comunidad, y fue construida por ella.
6.En cuanto a lo sexto, no tenemos noticias de que hubiera posesiones libres, y en cuanto sujetos a las cargas civiles, la ciudad pretende y exige lo que le corresponde, de lo cual queremos hacer un informe más tarde.

Se discutió abundantemente sobre estas frívolas respuestas, y por parte se demostró detalladamente que los señores ciudadanos pensaban lo mismo que nosotros decíamos. Pero a causa de las equivocaciones en las palabras, salió una sentencia contraria, como aparecía en sus consideraciones; piénsese cómo pueden llamarse las cosas para que un edificio pueda entregarse y mantenerse sin sus cimientos. Sin embargo, como en las cosas que conciernen al mundo tiene razón el mundo en las disputas, y como los Pobres Siervos de la Madre de Dios son adversarios jurados del mundo, de la misma manera que si se le da permiso al cuervo suele reírse de las censuras de las palomas, en nombre de aquellos a los que odia el mundo tuvimos que recibir los decretos mejor de lo que los Censores, considerando los principios, podían esperar.

El primero, que se refería a las dos torres y a las escuelas, sólo se permitiría el acceso para la dirección del reloj, y también se concedió para que lo usaran los ciudadanos con los tambores, en caso de que la necesidad pidiera su uso.

El segundo, en cuanto a la casa contigua a las escuelas que nosotros pretendíamos, y la bodega debajo de las escuelas, además de las dos casas vecinas, las llamadas de Richter y de Wegher, debían quedar en manos de los ciudadanos, y además se entregarían a los ciudadanos, en recompensa por el palacio nobiliario balasiano que hay en esta ciudad. Junto con el campo que llega hasta la muralla de la ciudad, sobre lo cual ya estábamos de acuerdo, pues apenas esperábamos que las cosas fueran de otro modo. Finalmente, como los ciudadanos de la confesión augustana habían presentado una declaración por la que querían la posesión del templo, las escuelas y lo que a ellos pertenecía, también nosotros nos reservamos mediante una solemne declaración el derecho sobre la casa tratada más arriba, y la bodega, que hasta ahora seguía en manos suyas por las razones dichas, pera reclamarlo en la primera ocasión. Para ver todo más claramente sobre la relación de los señores comisarios al eminentísimo Príncipe Sr. Leopoldo Kollonitz, Cardenal de la S. R. I. como supremo comisario, hecha por el plenipotenciario sobre los hechos anteriores, véanse palabra a palabra los documentos de esta casa, donde está inserta, en el folio 6 y siguientes.

La ejecución de la comisión no salió al gusto de todos, aunque no parecía que se podían adivinar las secuelas que la misma iba a tener. En primer lugar movió el estómago del príncipe Arzobispo, por cuya causa aquel de quien esperábamos que fuera un generosísimo bienhechor y mecenas, lo experimentamos ahora como un implacable Nerón, como puede verse por la siguiente carta:

“A los Reverendos Padres en Cristo Escolapios que están en San Jorge.
La paz en Cristo Nuestro Señor.
Había pensado hacerme cargo de aquella fundación del Arzobispo Szelepcheny de buena memoria en San Jorge y que vosotros arruinasteis, pero no puede ser, pues no lo permiten ni mi edad, ni mi condición, ni la situación de los tiempos actuales. Dios no quiera que yo cambie, altere o intervenga ni en lo más mínimo en el bien que hizo mi predecesor. Por lo demás mi vejez no me permite ya dedicarme a la economía en la que se basa toda aquella fundación. Tengo suficientes viñas en diversas propiedades mías de las que no puedo ocuparme, y están a cargo de funcionarios. Por tanto, ¿por qué debería restaurar las viñas que vosotros dejasteis perder en San Jorge, Grinyava, Bazinio y otros muchos lugares? Por lo tanto, conservad vosotros esa fundación y vivid de ella. Además, ¿por qué os pusisteis de acuerdo neciamente con los ciudadanos, cuando era claro que los predicadores habían poseído aquella casa a la que podíais haberos mudado inmediatamente, si era necesario? Qué ligeramente, inconsideradamente e indiscretamente descuidasteis seguir reclamando, y por el contrario aceptasteis neciamente la sentencia en contra. No queráis molestarme más con este asunto, porque ciertamente no os recibiré.
Por lo demás os deseo que sigáis bien.
En Bratislava, 22 de noviembre de 1693.
De Vuestras Reverendas Paternidades, benévolo,
Jorge Szeheny, Arzobispo de Esztergom (f)”.

Así escribió él, cuando se enteró del efecto de la Comisión. En esa carta se ve su genio mercurial. Creo que con la sagacidad crítica de su ingenio se dedicaría a leer atentamente el dictamen de la citada comisión y la carta adjunta para darse cuenta de que la Comisión tenía justas causas para sus deliberaciones, pero los motivos del príncipe no eran menos aberrantes para la justicia al escribir esta carta, que parece paradójica, a no ser que por consejo de Mercurio aquí se exprese como orador, y allí como juez. Inmediatamente los negociadores, después de entender la carta anterior del Príncipe, hicieron todo lo posible que les dictaba la razón para volverlo propicio y favorable, añadiendo las cartas de otros magnates suplicantes, le escribieron la carta que sigue:

“Excelso y Reverendísimo Príncipe, Señor nuestro benignísimo.
Hemos recibida con filial observancia su benigna carta del 22 de diciembre el 28 del mismo mes por la tarde, y nos enteramos bien del contenido de la misma. Sería una gran falta de urbanidad no responderle.
Sin embargo el conocer su resolución nos hizo llorar. Nos debía privar de la benignísima gracia de Vuestra Excelencia, y además nos prohibía el acceso a Vuestra Excelencia; sin embargo tenemos la firme esperanza de que seremos reconciliados con Vuestra Excelencia. En primer lugar damos muchas gracias a Vuestra Excelencia con religiosa sumisión por su paterna reprensión, y queremos después asegurarle que en el futuro obraremos con cautela, suplicando humildemente a Vuestra Excelencia se digne decirnos amable y sencillamente de qué modo desea que le sirvamos.
Excelso Príncipe, no estaba dentro de nuestro poder el obtener la casa pretendida, ni les fue posible dárnosla a los señores comisarios, puesto que los ciudadanos de San Jorge estaban dispuestos a ir a arrodillarse delante de Vuestra Excelencia y de Su Sagrada Majestad para suplicar el seguir conservando la casa pedida. Por otra parte en aquellas dos casas ofrecidas por la ciudad y asignadas por la ínclita Comisión vimos, si no mejor, al menos un acomodo igual de bueno que el que podíamos esperar en aquella no obtenida de la comunidad desde el principio, por lo que nos trasladamos a ellas, que se encontraban además más cerca de nuestra iglesia y de las escuelas. Por esta razón, suponiendo que contra la prohibición de Vuestra Excelencia, nos atrevemos a suplicar humildemente que se digne mirarnos con ojos de gracia a nosotros, pobrísimos religiosos, volviendo a asumir su anterior benigna y paterna protección, si en algo somos en parte algo culpables contra Su Excelencia; y si por inadvertencia o por ignorancia nuestra hemos pecado, rogamos suplicantes su perdón, pues es humano equivocarse, pero corresponde a la gracia de los Príncipes el levantar a los caídos.
Quedamos, pues, con la firme esperanza de vuestra benignísima gracias, bajo los auspicios de que Vuestra Excelencia nos permitirá proseguir la obra de su predecesor.
Por lo demás le deseamos de corazón larga vida con todo tipo de prosperidad y felicidad, un feliz final de este año y un buen comienzo y trascurso del próximo y muchos que seguirán.
30 de diciembre de 1693.”

El comienzo del nuevo año 1694 nos traía nueva esperanza de ganar su gracia, pero falló a los que esperaban, pues la explicación no sirvió para calentar el ánimo tibio, sino que los remedios saludables se convirtieron en bilis, y fueron un error, estando Júpiter sordo a nuestros deseos. Durante el año corriente llegó una carta de Roma, del Eminente Cardenal Carpini, nuestro amabilísimo protector, para promover el afecto hacia nosotros del Príncipe, que tal vez con su suavidad sacaría agua de su roca; sin embargo, como todo se recibe según la forma del recipiente, dieron más motivos para echar fuego sobre la cabeza de los que suplicaban, y para consumar la aversión que sentía hacia ellos, como lo prueba la carta siguiente:

“Reverendos Padres de las Escuelas Pías de San Jorge, y hermanos queridos en Cristo.
Dejen de molestarme, en Roma y en todas partes. No sirve para nada, y no haré nada, pues ni puedo ni debo. Está fuera de cuestión que yo cambie o transfiera a otra situación una fundación creada por mi predecesor. Y ciertamente me admiro de que me lo pidan. Puesto que arruinasteis tan pronto aquella fundación, cualquier cosa más que hagáis conmigo será en vano. Por lo demás, cuidaos.
Bratislava, 23 de febrero de 1694.
Siervo en Cristo de Vuestras Paternidades,
Jorge Szecheny, arzobispo de Esztergom”.

Después de este último contacto con nosotros, el temor nos retorció las vísceras, pues vimos que nosotros, los que nos refugiábamos en la corte del Príncipe, no sólo estábamos completamente desterrados de su corazón, sino que estaba airado con nosotros, y si dejaba salir aquella ira, no sólo nos amenazaba con cárceles y cadenas, sino que también buscaba aprovechar la ocasión para acelerar la venta de los bienes, cosa que decía a menudo. No me costaba imaginar a aquel hombre firmando un contrato y recibiendo los bienes, lo cual ciertamente me llevaría a la cárcel, por lo que algunos familiares del Príncipe nos escribieron cautamente sugiriéndonos que fuéramos prudentes. Por lo tanto había que pensar seriamente en otros medios para no volver a caer de nuevo en el torbellino. Para salir de las aguas estaban los fondos y todas las cosas que se habían ofrecido al príncipe, si a cambio él depositaba una suma, para la cual ya teníamos muchos interesados en recibirla. La cosa fue conocida de nuestros ciudadanos, que como prudentes y atentos vigilantes de sus derechos, considerando el derecho de vecindad y de primer comprador, y las molestias, incomodidades y daños que ya antes habían padecido por parte de los posesores de los mencionados fondos bajo el pretexto de la libertad, y para evitar que por parte de los siguientes dueños de los fondos mencionados les vinieran mayores daños, y por otras causas y motivos justos y razonables, comenzaron a tratar con nosotros en la corte civil. Finalmente, habiendo ocurrido un caso perjudicial (del cual creo conveniente no hablar) se decidió que se trataría de la alienación de esos fondos con el citado Eminentísimo Sr. Cardenal Kollonitz, que había sido constituido primer ejecutor, comisario y presidente del testamento de Szelepecheny por Su Majestad, mediante el decreto favorable de la Cámara y Cancillería húngaras, y ante otros diputados de la citada Cancillería Real de Hungría, concretamente con el Ilmo. Canciller Blas Jaklin, obispo de Nitra, y con el Magnífico D. Jorge Gillany, además del citado D. Juan Maholany, nombrado ejecutor testamentario plenipotenciario de Szelepecheny, y los ciudadanos nombrados plenipotenciarios, concretamente el Sr. Juez Pablo Kaydaczy y Melchor Heisler, vice notario de su ciudad. Por nuestra parte el plenipotenciario era el P. Andrés de la Conversión de S. Pablo, superior de la residencia de San Jorge, según la delegación plenipotenciaria hecha por el P. Lucas de S. Edmundo, Comisario General, con fecha 8 de febrero de aquel año 1694. Se pusieron de acuerdo en obligarse a observar todas las cosas santa, inviolable e irrevocablemente y a cumplir los acuerdos que figuran a continuación.

1.Se asignarían 20.000 florines renanos como capital a ser impuesto, a un interés del 5% anual, lo cual daría un censo de mil florines anuales, pagaderos en dos plazos, concretamente en la fiesta de San Miguel Arcángel y el segundo en la fiesta de la Anunciación de la Virgen María, y a depositarlos en las manos del superior de la residencia cada año.
2.Para restaurar las casas señaladas especificadas más arriba, se comprometieron a obtener mil imperiales, y además veinticinco carros de losas o madera, siempre y cuando los nuestros se comprometieran a administrarlas sin defecto.
3.Finalmente, el huerto fuera de las murallas, llamado vulgarmente de Wolff, prometieron reservarlo para nuestra libre disposición. Como parecía hermoso, y podía valer cien florines, el citado Lugarteniente Personal y Real asumió el costo, y una vez entregado el dinero, al momento nos entregaron el huerto, y se firmó el contrato.

Todo esto, y demás circunstancias y condiciones del cuerpo de este contrato pueden verse entre los documentos de esta casa, en el folio 10 y siguientes, donde está minuciosamente apuntado para quien quiera conocerlo.

Aunque ciertamente el contrato tenía fuerza de ley, había que ver la manera de darle valor permanente, de modo que lo establecido estuviera seguro para siempre. El plenipotenciario, pensando en ello, preguntó al P. Pedro, Prepósito General, si los bienes inmobiliarios, como eran los fondos citados, podían ser canónicamente alquilados, vendidos y alienados sin permiso de la Santa Sede. El cual, después de informarse suficientemente, con su celo paterno fue a rogar humildemente a la Sagrada Congregación de Cardenales nombrada para los asuntos de Obispos y Regulares con un memorial que confirmaran favorablemente lo que se había hecho. Tras recibirlo, la Sagrada Congregación, queriendo cerciorarse de la verdad de la cosa por otra fuente, recurrió al Vicario General de Esztergom para ulterior y genuina información, escribiendo la carta que sigue, a la que se unía el citado memorial del P. General. La carta iba dirigida al Muy Rvdo. Sr. Vicario General de Esztergom, y decía lo siguiente:

“Muy Rvdo. Señor, con esta carta te adjuntamos el escrito de los Padres de las Escuelas Pías de la ciudad de San Jorge de esa diócesis, dirigido a la Sagrada Congregación de Cardenales nombrada para los asuntos de Obispos y Regulares, que te enviamos para que des a los Eminentísimos Padres una relación clara sobre la verdad de lo dicho, añadiendo todo aquello que en tu opinión sea necesario para tomar una decisión. Que Dios te guarde en buena salud.
Roma, 20 de agosto de 1694.
Cordialmente, Cardenal Carpino. A. Altoviso, secretario. (f)”

Y luego figuraba al pie de la letra el Memorial, que decía exactamente:

“Los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías del Reino de Hungría poseen desde el año 1685 en la ciudad llamada San Jorge de la diócesis de Esztergom un legado del Arzobispo Szelepchny de Esztergom de piadosa memoria, para erigir allí una fundación para educar a los niños en los rudimentos y misterios de la fe católica, y para convertir a los herejes que viven allí. Puesto que el citado legado consiste en viñas y prados, y exige mucho trabajo agrícola y gastos, y los suplicantes se tienen que ocupar en otras actividades escolásticas y espirituales, apenas pueden cuidarse de esos bienes, y como las experiencia les enseña que el cultivo de los mismos cada año les produce más gastos que ingresos, han pensado que para su manutención sería más provechoso para mantener la citada fundación alquilar o vender esos bienes. Así se pusieron de acuerdo con esta ciudad de San Jorge en un precio de 20.000 florines renanos, que puestos a un interés del 5% darían un interés anual de mil florines, lo cual nos sería sumamente útil. Por lo que suplican a VV. EE. el permiso oportuno y la confirmación para que el contrato tenga valor y estabilidad.”

Enviada la carta al Vicario General de Esztergom pidiéndole información, nuestra suerte estaba en sus manos, lo cual causó nuevos trabajos, fatigas y gastos al plenipotenciario, intentando que tantos esfuerzos y fatigas no se fueran en viento. De hecho, era una cosa digna de considerarse seriamente que el Vicario pudiera ser hostil a nosotros junto con su Cabeza, como se ha dicho más arriba, y pensando igual que él podría fácilmente inclinarse a dar un consejo contrario a la sentencia, con lo cual nuestra situación estaría peor que antes, por lo que se trataba de un asunto difícil de tratar, y habría que andar con mucho cuidado, apartar los obstáculos, evitando discutir sobre lo tratado, para que no fuera seguido de una negativa. Sin embargo, con el auxilio del que todo lo puede, y socorre a los desesperados, después de meditar lo que había que meditar, y fue presentada reverentemente la carta de los Eminentísimos cardenales, se trataron los difíciles asuntos requeridos con humildad, y como la fortuna favorece a los audaces y Dios da su gracia a los humildes, y los asiste ante los poderosos, del mismo modo a este indigno obrero se dignó designarlo para inclinar al Vicario General a dar una sentencia favorable para nosotros, de acuerdo con nuestros deseos, a causa de la extrema necesidad que sufríamos aquí, dando la siguiente información, enviada a la citada Sagrada Congregación en una carta que decía lo siguiente:

“Eminentísimos y Reverendísimos Sres. Prelados de la Sagrada Congregación, de toda mi consideración.
Recibí una carta de Vuestras Eminencias en relación con una fundación szelepcheniana hecha a favor de los Padres de las Escuelas Pías de la ciudad de San Jorge, con un memorial adjunto de los mismos religiosos, por medio de la cual la Sagrada Congregación me pedía me informara acerca de aquella fundación, con el acuerdo de Su Excelencia nuestro Príncipe, el Arzobispo de Esztergom, y de la comunidad de la citada ciudad de San Jorge, y de lo que los citados Padres de las Escuelas Pías exponen en su memorial anejo a Vuestras Eminencias, acerca de vender los fondos de la citada fundación que (como se explica) constaba de simples viñas, campos y prados, a cambio de un censo anual, para tener seguridad y tranquilidad para llevar a cabo sus tareas espirituales, con evidentísima utilidad y ganancia suya. Pues de otro modo apenas pueden mantenerse dos religiosos con los beneficios, mientras que así se podrían mantener ocho regularmente, a no ser (líbrenos de ello Dios clementísimo) que los malos tiempos del Reino fueran un impedimento. Por lo tanto considero digno y justo que la Sagrada Congregación favorezca la instancia presentada por los Padres citados con su favor y aprobación.
Dios conserve a Vuestras Eminencias salvas e incólumes.
En Trnava, a 2 de octubre de 1694.
De Vuestras Eminencias humildísimo siervo y capellán en Cristo,
Esteban Dolny, Vicario General de Esztergom”. (f)

El plenipotenciario había conducido al puerto deseado las velas en medio de las tormentas al obtener este favor, así que sólo quedaba que Roma coronase la obra, con el último beneplácito apostólico. Antes de que lo trajeran las aves felices para recorrer felizmente su estadio, y ceder a los compradores la casa asignada con los bienes asignados, restauraba las casas asignadas por la citada Comisión, las cuales al final en poco tiempo y con grandes gastos se acomodaron para que sirvieran lo mejor posible como vivienda religiosa, y el 4 de octubre, tras la habitual bendición, se trasladó a ellas el citado plenipotenciario y superior de la casa, con el P. Atanasio de la Stma. Trinidad, para pasar la noche en ellas.

No creo que valga la pena añadir nada más de lo ocurrido este año, sino que al final de las vacaciones escolares otoñales, por gracia y generosidad del citado Magnífico Sr. Juan Maholany, se tuvo el primer acto dramático solemne con ocasión de la entrega de los preciosos y espléndidos premios, al que acudió una gran cantidad de magnates y próceres del Reino, en el que el hijo del mismo Magnífico Sr. Barón, que era entonces alumno de nuestras escuelas, vestido soberbiamente de cómico, los distribuyó públicamente en nuestro teatro a quienes los habían merecido. También en años anteriores y en la lengua patria, el Viernes de la Pasión del Señor, se había representado aceptablemente el sacratísimo misterio, para edificación y contento de los oyentes, que se alegraban de que se celebraran estos actos.

Así transcurrían a finales de año el principio de nuestra estancia en la casa moderna, y para que se presentara como primera vivienda para más numerosos religiosos, el último día llegó la resolución apostólica de acuerdo con lo dicho más arriba sobre la información pedida al Vicario General de Esztergom, que llegó como consuelo nuestro y respuesta a nuestro memorial humildemente presentado a Su Santidad Inocencio XII, mostrado a la Sagrada Congregación citada, y luego enviado al citado Vicario General. Decía la resolución:

“La Sagrada Congregación de Emmos. y Rvdmos. Cardenales nombrada para los asuntos de Obispos y Regulares, teniendo en cuenta el encargo hecho por Su Santidad, y teniendo en cuenta la relación hecha por el Vicario General de Esztergom, al que se le pidió que hiciera el favor de comprobar la verdad de lo que se decía, y después de comprobar que sería evidentemente beneficioso el acuerdo, concede la facultad para que los citados bienes sean cedidos según las condiciones, por una cantidad anual, según el arbitrio y la conciencia de los suplicantes. Se pide sin embargo que en instrumento de cesión figuren los planos de los citados bienes, con sus límites.
En Roma, a 3 de diciembre de 1694.
Cardenal Carpino. A. Aloviso, secretario”. (f)

Cuando el Sr. Vicario recibió de nuestras manos el documento citado, queriendo ayudarnos a dejar nuestras cosas definitivamente terminadas para perpetua memoria de los juristas, concedió su facultad para la alienación, venta y alquiler de nuestros bienes que se deriva de la facultad plenipotenciaria concedida por al autoridad apostólica, en este sentido:

“Nos, Esteban Dolny, Abad de Santa Helena de Feldvar, Canónigo Prepósito Mayor de la iglesia metropolitana de Esztergom, Vicario del Excelso Príncipe D. Jorge Szecheny, Arzobispo de Esztergom, para los asuntos espirituales, Auditor de las causas generales.
Por las presentes queremos hacer constar a todos los interesados, actuales y futuros, que el religioso P. Andrés de la Conversión de San Pablo, de los Pobres de la Madree de Dios de las Escuelas Pías, superior del convento de la fundación Szelepcheniana que existe en la real y libre ciudad de San Jorge, en el condado de Bratislava nos presentó y mostró una carta de la Sagrada Congregación de Cardenales nombrada para los asuntos de Obispos y Regulares dirigida a él, desde Roma, con fecha del 3 de diciembre del año pasado 1694, con sello de la misma Sagrada Congregación, en la que se concede la confirmación canónica en relación con la citada fundación Szelepcheniana por parte de Nuestro Señor el Sumo Pontífice de la Santa Iglesia Romana Inocencio XII, con la condición de que Nos investigáramos e inspeccionáramos para conceder ese indulto los motivos alegados, de modo que se concediera a nuestro arbitrio y conciencia a los Padres de las Escuelas Pías el permiso para disponer de los bienes destinados a esa fundación, obtenida por ellos con los planos de los mismos, y que dice los siguiente:
‘Beatísimo Padre, los Clérigos Regulares etc. en el folio 20 al final del Decreto de la Sagrada Congregación, como más arriba, dice: Queriendo acomodarnos al contenido de la carta inserta en todo, entendemos que para obtener los fines señalados y expuestos en ella, les conviene la venta de los fondos y bienes para convertirlos en un cierto capital de dinero que les produzca un interés anual, para una mayor y más evidente utilidad del convento y una vida más tranquila de los mismos Padres. Por ello, por la autoridad concedida por el Pontífice a la Sagrada Congregación para hacer decretos, damos, concedemos y atribuimos a los citado Padres de las Escuelas Pías del citado convento de San Jorge la facultad plena y total para alienar, vender y convertir del modo más favorable para ellos los bienes de aquella fundación Szelepcheniana, según la modalidad propuesta de un canon anual (consideramos que hace falta que pongan expresamente los planos y los límites de los bienes que se convertirán en dinero, fielmente hechos y suficientemente especificados, en el instrumento del contrato)’
Para eterna memoria de las cosas ponemos nuestro sello del Vicariato General, dando fuerzo y testimonio a nuestra carta.
En Trnava, a 23 de enero de 1695.
Esteban Dolny, Vicario de Esztergom”. (f)

Así, pues, con este último rescripto con el beneplácito apostólico y el testimonio del Sr. Vicario General anotados más arriba, llegamos al puerto hacia el que yo iba: así cerramos la escena de innumerables males ocasionados por la administración de los bienes, y de este modo se calmó y desapareció la tormenta de los tumultos; se disiparon las nubes que disparaban rayos para confusión nuestra; de los otros seiscientos inconvenientes provenientes del cultivo de las viñas, de andar a saltos por los campos, de la amenidad de los prados verdeantes y vivos… de pronto desaparecieron todas las cosas que animaban la ambición, diré incluso el gusto, contrarios a los jurados siervos Pobres de la Madre de Dios. Pero no fue sin crisis, pues surgieron algunos críticos estigmatizando la transacción citada; unos porque si hay delicias en Lidia, desearían saciar su hambre en el señorío eliminado; otros, negligentes de lo suyo pero deseando recoger lo ajeno, diciendo que la negociación no había sido seria, y que al abandonar la fundación se había tirado pródigamente el dinero. Eran sagaces para mostrar estas cosas en los demás, pero como un cegato Endimión en las suyas. En la siguiente carta se ve lo que pensaban en Roma:

“Juan Francisco de S. Pedro, Prepósito General de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
Como ha llegado a nuestros oídos que en el Comisariado de Hungría algunos siembran ciertas ideas discordantes sobre nuestras cosas y toda la Orden, acerca de que nuestro colegio que está comenzando, y debe seguir creciendo, en la ciudad de San Jorge situada en el Apostólico Reino de Hungría, debe ser abandonado por nosotros dentro de algún tiempo, y transferir e incorporar sus ingresos a alguno de nuestros colegios, en la misma o en otra Provincia, nosotros queriendo salir al encuentro de esos criterios, en cuanto nos es posibles, y no buscando sino que en todas partes se promueva por nosotros el aumento de la fe católica, para mayor incremento de la piedad, tanto por idea propia como por consejo y deseo de todos y cada uno de nuestros asistentes, pedimos a todos nuestros superiores de Hungría que hagan todo lo posible por suprimir ese tipo de comentarios del mejor modo posible; y además prohibimos que por sí mismos y por los demás traten el asunto. Y deseando que ese colegio crezca de día en día por el bien espiritual del prójimo, pensamos constituirlo como rectorado, con tantos religiosos como sus réditos puedan mantener. En fe de lo cual firmamos la presente y le damos fuerza con nuestro sello.
En Roma, en nuestra casa de San Pantaleo, 26 de julio de 1694.
Juan Francisco de San Pedro, Prepósito General (f)
Pedro Francisco de la Concepción, Secretario (f) Reg. Fol. 127.”

El año 1695 era ya el décimo desde nuestra llegada a San Jorge, a cuyo feliz comienzo no sólo llegamos en un estado más favorable, sino que además llegaron el beneplácito apostólico y el instrumento aprobatorio de nuestra residencia, expedido por la curia civil, con lo que resuelto el laberinto de las preocupaciones y apuros, podríamos cumplir nuestro deseo de dedicarnos al servicio de Dios y del prójimo, según la práctica de nuestro instituto, y como se habían resuelto todos los litigios previos, nuestros ojos podrían centrarse en el culto de la iglesia, y las manos se preparaban para ello.

Ya se ha descrito de una manera bastante prolija de qué modo obtuvimos en el año 1686 la iglesia, que si bien había sido edificada por los herejes, para quienes la consagración de una iglesia era una burla y una superstición judía, a nosotros, como durante aquellos años estábamos ocupados con las labores económicas, no se nos presentó ninguna ocasión de hacerlo, e incluso no tenía ni un altar sobre pilares capacitado para las ceremonias. Así, pues, el primero de enero se erigieron para este fin el altar mayor que existía y otro de la Santa Cruz, con limosnas de algunos matrimonios piadosos, y dorados por otro bienhechor, con sagrario y altar de piedra, y el P. Superior procuró que fueran bendecidos con la generosidad y singular liberalidad del citado Magnífico y Respetable Barón D. Juan Maholany, por el Ilmo. y Rvmo. D. Blas Jaklin, obispo de Nitra, y Canciller Áulico de Hungría, con el permiso para realizar el presente acto concedido por escrito por el Arzobispo Metropolitano. El domingo segundo después de la fiesta de los Tres Reyes, es decir el 16 de enero, fueron ungidos con el Santo Crisma y dedicados a Dios en un solemne rito los dos altares con las tres campanas puestas en lo más alto de la torre de la iglesia, con gran afluencia de fieles y de magnates del reino que habían sido invitados con esta ocasión, según figura en las testimoniales apostólicas siguiente:

“Año 1695, 10 de enero. Yo, Blas Jaklin, Obispo de Nitra, Conde supremo y perpetuo del lugar y su condado, Canciller y Consejero Áulico de la Sacra, Cesárea y Real Majestad, por este mismo hecho, al Excmo. y Rvmo. Príncipe D. Jorge Szecheny, arzobispo plenipotenciario y sufragáneo de Esztergom: consagré una iglesia en la libre y real ciudad de San Jorge de las Escuelas Pías a título de pobreza, bajo el título de la Santísima Trinidad. El altar mayor está erigido en honor y bajo el patrocinio de S. Juan Bautista, y tiene incluidas reliquias de los santos mártires Columbano, Inocencio, Pío y otros 40 Mártires, y también de Sta. Veneranda, virgen y mártir, con cera papal.
También el altar menor en el lado de la epístola, en honor de la Exaltación de la Santa Cruz, y también de Sta. Veneranda, virgen y mártir, con cera papal. A cada fiel cristiano que lo visite el día del aniversario de la consagración, concedí 40 días de indulgencia en la forma habitual en que la Iglesia las concede.
Consagré también tres campanas en la torre que se encuentra junto a la iglesia de la Santísima Trinidad de las Escuelas Pías, a las que puse nombre: a la primera, Santísima Trinidad; a la segunda, Santísima V. María; a la tercera, más pequeña, San José.
Blas Jaklin, obispo de Nitra (f)”.

[Apariciones de un espíritu]

Después que entramos en nuestra casa, se decía por todas partes que nuestros predecesores habían sido molestados por fantasmas, y parecía admirable que a nosotros nos dejaran en paz. Pero cuando éramos ya muchos viviendo la disciplina religiosa con el rigor acostumbrado, y las demás cosas de acuerdo con nuestro instituto, comenzaron a aparecer algunos signos de ruidos externos, y se comentaba entre nosotros que se oían algunos ruidos, o estrépitos, en la fuente que había en medio de la casa. Más tarde observaron que en medio de la noche alguien sacaba agua, y como esto lo habían notado a menudo, quisieron saber quién iba allí a hacerlo a altas horas de la noche. Así que fueron a la fuente, viendo que salía agua, sin ver a nadie junto a la fuente. Veían con horror un odre vacío precipitándose con ímpetu por sí mismo hacia abajo, no sin admiración y sospecha de fantasmas. Contaban esto y otras cosas entre sí, y luego se referían en la comunidad, y los más ligeros se reían de ello, y les tomaban el pelo. Sin embargo esto sólo era el preludio de lo que luego todos íbamos a experimentar.

No decían nada porque por ahora gozaban todos de tranquilidad, hasta el 30 de enero, en el que caía el Domingo de Septuagésima, cuando después de la acostumbrada bendición nocturna, después de decir las oraciones acostumbradas, de la manera acostumbrada se retiró cada cual en gran silencio a sus habitaciones a descansar, sin sospechar que iba a ocurrir nada insólito. Una vez retirados a sus habitaciones, este lee el oficio, el otro se dedica a la piedad, mientras el P. Lucas de Jesús María, después de quitarse la ropa exterior, estaba sentado en la cama leyendo un libro para distraerse (eran alrededor de las diez de la noche), y he aquí que de pronto oye llamar por fuera a su puerta, golpeando suavemente con los dedos, y creyendo que es alguno de casa, responde según la costumbre de la Orden: “Deo gratias”. A lo cual ninguno responde ni entra, sino que siguen llamando fuera más fuerte, quizás unas siete veces, y como llamaban sin cesar, el padre volvió a decir: “Deo gratias”. Como no paraban de llamar, empezó a cansarse y enfadarse, y entonces dijo: “¡Basta, ya he respondido! ¿Quién es? ¡Adelante!” Pero de nuevo siguen golpeando la puerta, y sin embargo nadie responde, y nadie entra, sino que cada vez llaman más fuerte. El padre, ya indignado, no quiere responder más. El molestador, dejando de golpear la puerta, produce un roce como si limpiara el horno, y luego como si arañara la puerta con las uñas, y al final golpea con ambos puños la pared, como si fuera un tambor, haciendo un gran estrépito. Al oír estos y otros similares ruidos y golpes, tomando consigo un candelabro con una vela encendida, sale fuera para ver quién cometía esas insolencias y gastaba estas bromas, pero mirando por todos los lados no vio a nadie. Llegó a la habitación vecina del H. José de San Gabriel , y después de llamar religiosamente a la puerta, y oír la respuesta “Deo gratias” preguntó a dicho hermano si era él quien había llamado a su puerta. Él negó que hubiera salido (de hecho tenía la luz apagada). Le preguntó si había oído llamara a su puerta, y había oído ruidos como de horno y golpes en la pared. El hermano respondió que lo había oído todo, y rogó al P. Lucas que esperara un poco fuera mientras se vestía, hecho lo cual abrió la puerta y encendió la vela, y se pusieron a hablar entre ellos, y se pusieron de acuerdo para ver si podían sorprender al hombre o espíritu bromista en acción. Una vez puestos de acuerdo en lo que tenían que hacer, cada cual se retiró a su habitación a esperar. Vecino al P. Wenceslao de S. Lorenzo, que descansaba, sólo el H. Cristiano de S. Bruno había oído los previos golpes, estrépitos y tamborileos, y sospechando que no eran cosa de hombres, fue a ayudar, y llegó en silencio delante de la puerta del P. Lucas, y después de mirar por todas partes, sin ver a nadie, miró por el agujero de la llave y vio la luz en el cuarto del P. Lucas, y llamó a la puerta. Después de oír el “Deo gratias” entró en la habitación vestido con ropa interior negra. El pobre P. Lucas, asustado aún por las llamadas anteriores, cuando vio que entraba uno vestido de negro pensó que se trataba de un espectro, o de un ladrón, y se asustó, casi hasta desmayarse, y de golpe saltó de la cama gritando “¡Jesús, María! ¿Quién es?” Y se echa a correr con las dos manos extendidas hacia el citado Hno. Cristiano, tomándolo por un espectro, o un ladrón. El hermano, temiendo no tanto su ímpetu como su furia, pues estaba terriblemente enfadado, se pone a gritar: “¡Padre Lucas, padre Lucas! ¿No me conoce? Yo soy el hermano Cristiano, no tenga miedo Vuestra Paternidad”. Al oír esto, el padre se tranquilizó un poco, y reconoció al hermano. Y dijo: “¡Oh, buen Dios! Estaba tan fuera de mí que creía que era algún espectro de la cripta de la iglesia que venía hacia mí”. Se contaron mutuamente lo que había ocurrido, y llamaron al H. José que estaba en la habitación vecina. Este, oyendo voces a través de la pared vecina en la habitación del padre, e ignorando quién hablaba, pensaba que se trataba de un espíritu que le estaba molestando, y no dejaba que entraran en su habitación, y temblando se agarraba a la puerta, y de ninguna manera se dejaba convencer por lo que llamaban, hasta que llegó en su ayuda el hermano Cristiano, al que conoció por la voz. Se pusieron de acuerdo en quedarse los tres juntos, y siguieron así hasta más de las 11, esperando para ver si alguien intentaría hacer lo mismo que antes. Pero todo estaba silencioso. Temiendo que ocurriera algo malo, incluso peor que antes, se pusieron de acuerdo, por consejo del Hno. Cristiano, en abandonar sus habitaciones e ir los tres juntos en silencio al comedor, donde se echaron sobre el desnudo suelo, donde pasaron tranquila y pacíficamente la noche, aunque pasándola de una manera miserable. Este era el comienzo de futuras molestias, muy duras y pesadas.

Cuando el P. superior se enteró de lo ocurrido a la mañana siguiente, mandó que guardaran silencio sobre la cosa, pues seguramente se trataba de alguna broma de uno de los nuestros, que quería divertirse así durante las fiestas bacanales (carnaval), pero que le avisaran si volvían a oír el mismo estrépito otra vez. Tanto más convencido estaba de ello cuanto que los días siguientes, 31 de enero y 1 de febrero, no ocurrió nada. Sin embargo, para averiguar algo más preguntó a cada uno de sus religiosos si les había ocurrido algo parecido, y les dijo que le avisaran si algo ocurría.

El día 2 de febrero era miércoles, fiesta de la Purificación de la Virgen, y después de cumplir todas las cosas que se cumplen en la Orden según la manera habitual, cada uno se retiró a su habitación, y se disponían a entregarse al descanso necesario cuando llegó el mismo ingrato huésped de unos días antes, y se atrevió a repetir lo mismo, y se puso a llamar ya en una, ya en otra puerta, comenzando con la puerta del P. Lucas. Se repitieron otras dos veces los golpes en sus puertas (sospechaban que alguno de los nuestros, por sí mismo o por medio de alguien era quien lo hacía), cuando aquel genio comenzó a hacer gran estrépito con algunas maderas que había cogido, que parecían los horrores del infierno. Llenos de miedo, no sabiendo a quién acudir, fueron a ver al P. Superior, como les había mandado. Cuando estuvieron ante él le narraron horrorizados lo que había ocurrido, cómo habían oído llamar tres veces. Deseando el superior conocer la verdad para tomar las medidas oportunas, se apresuró para ir a escuchar los golpes, pero todo estaba silencioso. Por si acaso se metió en una de sus habitaciones, pero en presencia suya no se oyó nada. Se quedó allí por espacio de una media hora, y nada. Después de tranquilizarlos, les dijo que si oyesen llamara a una u otra puerta, que exclamaran “¡Todo espíritu alabe al Señor!”, y entonces se separó de ellos y volvió a su habitación. De pronto el P. Lucas volvió a oír los golpes en las puertas, y al preguntar quién era no oyó ninguna respuesta, con lo cual estaba más aterrorizado, y de nuevo volvió a llamara al P. Superior, y este volvió al lugar durante un buen rato, pero ante él todo era silencio y paz. Vinieron también otros padres, que se marcharon al mismo tiempo que el superior. Y de nuevo se volvieron a oír los golpes del espíritu, también en presencia de los otros, quienes no siendo capaces de resistir el miedo, fueron a pasar otra noche al refectorio, acostándose en el suelo, desechando la posibilidad de que se tratase de una broma de uno de los nuestros.

Al día siguiente, 3 de febrero, se trató sobre cambiar las personas de habitación, para ver si las molestias estaban relacionadas con el lugar o con las personas. El P. Lucas pasó a la habitación del H. Cristiano, que hasta entonces no había sido molestado, y el H. Cristiano, que no había sido molestado, pasó a la habitación del P. Lucas, el primero en ser molestado, que estaba al lado de la habitación del H. José, que había sido molestado, y a la habitación del H. José pasó el P. Atanasio, que estaba libre de toda molestia. Después de hacer estos cambios, hubo tranquilidad en la casa durante tres días seguidos por la noche. Pero pensar que con los cambios habíamos encontrado la paz resultó peligroso, pues ocurrió lo contrario. En efecto, el domingo de Sexagésima, es decir el 6 de febrero, después de las oraciones habituales de la noche, el P. Lucas fue el primero en llegar a su habitación, e intentó abrir su habitación con la llave como de costumbre, pero la puerta se le resistía. No podía abrirla, hasta que empujó con todas sus fuerzas, y se oyó un gran ruido. Y ¿qué vio al entrar en su habitación? Todo estaba patas arriba, vio que habían puesto la silla contra la puerta para que no pudiera entrar; la cama estaba patas arriba; por el suelo andaban los libros, la ropa y todas sus pertenencias, esparcidas por toda la habitación. Pensando que alguno de los nuestros lo había hecho, se inflamó de horror y de ira, y fue corriendo a ver al P. Superior, profiriendo amenazas, y le pidió que viniera a ver su habitación, lleno de rabia y de impaciencia. Y a pesar de que el superior le aconsejaba tener paciencia hasta que se aclararan las cosas, él no quería calmarse hasta que no se castigara al culpable, y pedía venganza. Considerando luego que los nuestros habían estado juntos antes, no era posible que alguno de ellos lo hubiera hecho, así con un juicio más maduro y tras madura reflexión, tras contemplar cómo estaban esparcidas las cosas en la habitación, nos preguntamos si tal vez el espíritu no quería transmitirnos algún mensaje, por lo que se decidió observar la habitación del hermano José, que también estaba infestada, y allí fuimos inmediatamente. Cuando entramos vimos la cama volcada, los papeles, libros, la ropa, la mesita… todo disperso y volcado, por lo que sospechamos que la cosa no había sido hecha por alguien, sino por un ser de otro lugar, concretamente por un espíritu que quería dejar signos de su presencia. Lo más admirable era el espectáculo ofrecido por la cama, los libros y el tintero que había en la habitación. En cuanto a la cama, estaba tumbada de lado, con dos patas inclinadas hacia el suelo, sosteniéndose en el aire. Parecía que todo su peso descansaba en el aire. Había tres libros, puestos uno sobre otro, en la cama volcada, de modo que se inclinaban hacia el suelo, sin caer. Finalmente, el tintero estaba lleno de tinta, y aunque estaba volcado, ni una gota salía fuera. Todo lo demás estaba esparcido por la habitación, sin embargo sin que los libros hubieran sufrido daño, ni los papeles estuvieran desordenados.

Lo mismo ocurría en la habitación del Hno. José, en cuanto a la cama, los libros y el tintero; además la mesa estaba totalmente invertida fuera de su lugar en el centro de la habitación; sobre la parte inferior de la mesa volcada esta puesto el escabel, y sobre él la cortina que separaba la cama y la mesa del citado hermano de los demás habitantes. Sobre el escabel se había puesto la mesilla, y observando todas estas cosas, estaban dispuestas de tal modo que impedían el paso del hermano hacia la cama, y todas las cosas pequeñas estaban intactas, excepto una llave, que cuando el Hno. José llegó ante las escaleras de su habitación afirmó con toda seguridad que se encontraba sobre la mesa, cuando en realidad se conservaba en el archivo de la casa, sin que nadie se la hubiera pedido. A la mañana siguiente, cuando el H. José arreglaba sus cosas, mientras estaba ocupado primero con la mesa, para confirmar lo de la llave vio que las cosas que estaban junto al escabel estaban esparcidas por los cuatro rincones de la habitación, todo lo cual era un claro signo y presagio del malvado genio. Por tercera vez, se vieron obligados a pasar la noche en el comedor, consolándose mutuamente y diciéndose que si algo malo ocurría, no cederían ante el maligno, sino que irían audazmente contra él.


A causa de esto, cada noche antes de entrar en la habitación, el padre Rector y un compañero miraban para ver si estaban infestadas cada habitación de los padres, para ver si descubrían algún signo de horror repentino. Los días séptimo y octavo no vieron nada; pero el día 9º, tras visitar primero la habitación del P. Lucas, y viendo que todas las cosas estaban intactas y en su lugar, subieron a la habitación del H. José, donde encontraron todo en orden. Pero por el suelo estaban dispuestas las partituras musicales de la misa de Requiem, en orden. En medio se encontraba el libro de preces del H. José, abierto en la página del oficio de difuntos, lo que se designa con A. Al ver de qué manera estaba todo dispuesto, se sentía al mismo tiempo horror y risa. Dejando las cosas tal como estaban, sin tocarlas, volvieron a la comunidad en silencio, apesadumbrados. Después de decir las oraciones de la manera acostumbrada, con la disciplina, pues era miércoles, se retuvo un momento ala comunidad. En presencia de todos examinaron a H. José. Le preguntaron si entre las partituras del coro tenía las de la misa de Réquiem, y dónde. También si tenía el libro de preces en el que está el oficio de difuntos, y dónde. Respondió de buena fe, con la conciencia recta. Dijo que tenía la misa de Réquiem con todas sus partituras bien ordenadas encima de la mesa. En cuanto a lo segundo, dijo que tenía el libro de preces que se llama Oficio de la B.V.M., que también tiene el oficio de difuntos, y lo había dejado cerrado después de decir las oraciones en el cajón de la mesa, separado de las partituras musicales. Después de haber examinado con cuidado a dicho hermano, todos fueron en orden a su habitación, que el P. superior abrió en presencia de todos con la llave común, y mandó entrar a todos, y les mostró las partituras musicales que estaban puestas en orden en el suelo, por lo que se acusó al hermano de no haber dicho la verdad. Y como su colega el Hno. Cristiano confirmaba que había dicho la verdad, de nuevo en aquel lugar, en presencia de todos, se le preguntó bajo juramento si había hecho aquello él mismo o lo había mandado hacer a otro. También le preguntaron si era cierto lo que decía que las partituras de aquella mesa las tenía en la mesa debajo de otras. A todo respondía como antes. Por lo que se llegó a la conclusión, con horror, de que era el genio el que removía todas las cosas y las cambiaba de lugar cuando no había nadie en la habitación. Considerando cuidadosamente las cosas, se preguntaban si esto no sería el preludio de cosas peores que ocurrirían en el futuro, y todos se fueron al comedor llenos de temor a causa de los últimos signos.

Finalmente se concluyó que quizás se trataba de un genio bueno que se manifestaba de este modo, queriendo mostrarnos lo que deseaba de nosotros: concretamente que se cantara esa precisa misa a la mañana siguiente, y se dijera el oficio de difuntos. Llegados a este acuerdo, tres se retiraron a la habitación del P. Lucas, y los demás a la del P. Wenceslao de S. Lorenzo, para ayudarse mutuamente si ocurría algo malo, y gracias a Dios tuvieron una noche tranquila. Al día siguiente, durante la oración mental de la mañana, el H. José que estaba de rodillas vio algo como una sombra de hombre se acercaba hacia él con la cabeza inclinada, llorando, y cuando ya estaba cerca vio con horror que quería arrodillarse. Aterrorizado, no queriendo molestar a los vecinos ni gritar, se acercó en silencio al P. superior y le dijo: “no puedo arrodillarme”, y como no dijo nada más el superior pensó que era a causa de la debilidad, y le mando que se sentara, hasta que terminó la oración, y una vez terminada le refirió su visión, con lo cual se veía que todo eran signos de un genio bueno, que pedía nuestros sufragios por su alma. Entonces se recitó con toda la devoción y fervor posible el oficio de difuntos íntegro, y después de tocar la campana tres veces, se cantó solemnemente la misa de Réquiem, que el día anterior había sido leída, y los demás celebraron misa a esa intención.

Después de realizarse estas devociones, hubo paz y silencio durante tres días, por lo que creíamos que ya habíamos alcanzado un final feliz. Sin embargo la misma esperanza que sustenta, falla; los que esperan se engañan, y la paz se convierte en agitación. Pues el domingo de Quincuagésima, que era el 13 de febrero, estando enfermo el P. Superior, después que todos hubieran dicho sus oraciones y fuese tiempo de silencio, se oyó llamar primero en la puerta del refectorio, donde solía pernoctar el P. Agustín de Sta. María Magdalena a causa del mucho frío que hacía, y que una vez oída la llamada, pensando que era uno de los nuestros (hasta entonces no habían sido infectados el comedor ni los lugares cercanos), que venía a pedir refugio a causa de la infestación, preguntó. “¿Quién es?”, pero cuando más levantaba la voz diciendo “¿quién es?”, con mayor vehemencia llamaban fuera, sin que nadie respondiera a la pregunta. En la habitación inmediatamente vecina estaba acostado el P. Superior enfermo y vigilante, quien había oído bien las llamadas anteriores, y pensando que quizás alguien pedía que uno de los nuestros fuera a visitar a un enfermo, llamó al P. Agustín, su vecino, quien al oír que la voz decía su nombre, pensó que le estaba llamando algún espíritu, no se puede decir cuánto se aterrorizó y sorprendió cuando llegó el P. Superior y le contó que había oído los golpes y llamadas. Mientras tanto comenzaron a golpear la puerta de la casa que da a la plaza, y le mandó el Padre que mirara por la ventana de la habitación del P. Superior y preguntara quién era y qué quería. Hizo como le habían mandado. Mientras tanto se repetían las llamadas en la puerta del refectorio, cada vez con mayor ímpetu, y de fuera no respondía nadie. Tampoco aquí servía de nada preguntar; siempre respondían los golpes en la puerta, por lo que cada vez estaban más asustados, y como veían que el genio respondía con mayor insolencia y estrépito cada vez que le preguntaban, dedujeron que se trataba de un genio malo, que había recibido permiso de Dios para molestarles, pues ni un cabello de tu cabeza se caerá sin que Dios lo permita. Mientras tanto se interrumpieron las molestias, y después de sonar la primera hora de la noche tuvieron media hora de descanso. Y entonces de repente llegó hasta la puerta de la habitación del P. Superior, en la cual se encontraba también el citado P. Agustín, y se puso a golpear fuertemente con ambos puños. Le preguntaron, y gritaron “¡Todos los espíritus alaben a Dios!”, pero no obtuvieron ninguna respuesta, sino que cada vez golpeaba con más fuerza la puerta cuanto más fervientemente le preguntaban, y era tan fuerte el fragor, que creían que iba a hacer pedazos la puerta. Los infestados dejaron de preguntar, y el infestador dejó también de golpear.

Pero no tuvieron descanso durante mucho rato, pues poco después el espíritu alborotador volvió, y comenzó a golpear las puertas interiores de la casa con gran estruendo, y luego se puso a hacer ruido como con hierros, como una lima estruendosa, y luego se oye como si estuvieran golpeando tablones con bastones. Se pone a golpear ahora en esta habitación, ahora en la vecina, y de este modo siembra el terror y la locura. Como por otra parte el espíritu no responde, ni reacciona a las increpaciones del P. Superior, sino que cada vez es más insolente, el P. Superior se atreve a llamarlo espíritu sordo y mudo, criatura vilísima, perteneciente al número de los condenados, noctívago, turbador de los siervos de Dios, y le manda que vuelva a su sitio en el infierno, a donde Dios le envió. A estas voces, como tocado por un rayo, inmediatamente desapareció en el aire como un silbido vehemente, para ir a molestar a otros. Eran ya casi la segunda hora después de la media noche, y para no cesar en la persecución, continuó haciendo lo mismo que antes, primero al Padre Lucas de Jesús María, en cuya habitación solían dormir tres a causa del miedo, llamando en su puerta; luego golpea otras puertas, y se insolenta con todo tipo de terrores. El P. Wenceslao de S. Lorenzo fue corriendo a donde el P. Superior que estaba enfermo, y le contó sus infestaciones y las de los demás, y luego fueron llegando otros quejándose de las molestias, y como cada vez se repiten los anuncios de lo que estaba ocurriendo, el P. Superior no permaneció inmune. Al final, como no se veía de qué manera se podría resistir, y que de nada servían los consejos, ni se podía conseguir ayuda, fue persuadido por los padres a que o bien se quedaran todos juntos, o bien volviera cada cual a su habitación y se pusieran a rezar fervientemente a Dios para que con su gracia poderosa se dignara librarnos de tanto mal. Estaban estos en la habitación del P. Superior, mientras otros estaban en la que solía habitar el P. Lucas, que estaba vacía después de las molestias, y de pronto comenzó a oírse un viento terrible, estrépito de carros, estruendo de ruedas, como si estuvieran rozando y devastándolo todo. En estas y similares aflicciones nos vimos obligados todos a pasar la noche.

Después de esta insólita nube de persecuciones parece que llegaba la deseada calma, pues durante toda una semana no se observó nada malo, por lo cual se suponía que este Genio de insolencias había sido expulsado por los ayunos y oraciones y había huido, y aún tuvimos otra semana de calma, la de Cuaresma, por lo que todos pensamos que ya habíamos superado las dificultades. Pero mientras tanto entre los hermanos comenzó a decirse que no existía tal paz, pues en la habitación del H. José, que ahora estaba vacía, se escuchaban algunos pasos durante el silencio, y otros movimientos diversos, y en el horno se oían ruidos como hechos por uñas de gatos, (…) las paredes se movían como si hubiera terremotos, y había choques, y colisiones. Estos signos y otros similares duraron hasta el tercer domingo de Cuaresma, que cayó en 6 de marzo, y después había mayores indicios de genios presentes en la habitación del P. Atanasio, en la que ahora vivía el H. José. Había allí un rosario colgado de un clavo en la pared que se movía, cosa que era vista con admiración, y se preguntaban si tal vez el genio deseaba que le hicieran esa oración. Así que lo hicieron, y terminado el rosario lo volvieron a colgar en el mismo lugar, y se quedó inmóvil como una piedra. Cuando el P. Wenceslao de S. Lorenzo estaba allí con el hermano José (a menudo se quedaba en su habitación, con el pretexto de que tenía miedo a las persecuciones), dijo que había visto una especie de lucecita como una llama brillante que salía del vasito de agua lustral, que subía hacia arriba y que luego volvía al mismo lugar, como si se estuviera bañando y moviéndose allí, hasta que después de subir por tercera vez hacia arriba, se desvaneció. El P. Lucas de Jesús María también declaró bajo juramento que había visto una especie de hombre de fuego, cuya luz llenaba como una llama casi toda la habitación, y que movido por el horror, despertó a gritos del sueño a los dos que estaban con él en su habitación, el P. Atanasio de la Stma. Trinidad y al habitual H. José, y que después de ver dos veces el mismo prodigio, lo dejó escrito bajo juramento. Por lo demás, antes de que fueran las 4 de la mañana oyó que llamaban a la oración en alemán. El P. Lucas sintió un tirón; también un sonido como si una ruedecilla fuera corriendo por la habitación desde la mesa hacia la cama. Oyó que la silla se movió dos veces, y también una vez un choque bastante fuerte en la pata de la cama, y a menudo había observado temblores de las paredes.

En los días que siguieron al rosario dicho, el P. Atanasio con el H. José encontraron delante de la puerta de sus cuartos algunos caracteres en el polvo del suelo, y leña que había estado ardiendo en el hogar y había sido arrojada fuera, apagada. El tercer día encontraron en el mismo polvo dibujada una figura que parecía una calavera humana, que borró sin pensárselo mucho creyendo que era algún signo maléfico. Después fueron observados otros signos en el refectorio en el que solían tener lugar nuestras reuniones. Después de la bendición nocturna solía el P. Agustín de Sta. María Magdalena (que a causa del miedo se había retirado siempre a pasar la noche en la habitación del P. Superior desde el domingo de quincuagésima) dejar sobre la mesa un candelabro con una vela encendida, hasta después de hacer sus necesidades. Cuando volvió vio con gran admiración que la vela estaba apagada, sacada del candelabro y puesta sobre la mesa. La segunda noche encontró la puerta del refectorio, que había dejado cerrada, la encontró abierta de par en par, y de nuevo la vela estaba apagada sobre la mesa, y el candelabro en medio del refectorio, en el suelo. Y todo volvió a ocurrir una tercera vez.

Todo esto ocurría en silencio, sin ningún ruido, y aparecieron otros muchos signos del Genio, hasta el domingo Laetare, que cayó en 13 de marzo. De nuevo volvieron a aparecer los signos anteriores: estrépito y golpes en las puertas y otras molestias, a los que añadió nuevos modos de infestar. Después de la bendición acostumbrada, cuando se disponían a retirarse para descansar, oyeron llamar a la puerta del P. Lucas de manera insolente, y a su llamada acudieron inmediatamente desde la habitación vecina el P. Wenceslao con el H. José, y la cosa no se repite, pero mientras están esperando oyen ruido en la fuente y ven uno de los niños de la casa que está sacando agua. No queriendo salir de la casa y de las oficinas, de improviso, al volver les arrojan piedras, nieve, leña de sarmientos y otras cosas desde diversos lugares, causando mucho ruido, hasta que una de las piedras pegó en la viga de la puerta de la casa causando un fragor admirable.

Habiendo comenzado de nuevo las persecuciones, llegó una nueva consternación, y a los afligidos les vino una nueva aflicción, por lo que inmediatamente fueron a avisar al P. Superior, enfermo, a cuya habitación van a contarle, horrorizados, todo lo que está ocurriendo. Van, vienen, y como no son capaces de vencer al maligno, se ven obligados a volver a sus habitaciones, y se dedican a rezar, y en el recorrido no sólo les caen piedras, sino toda una lluvia de objetos diversos, y apenas cruzan el dintel inmediatamente llaman a la puerta, y salen, esperando ver al genio fuera, pero no viendo a nadie vuelven a entrar en la habitación. Sale el H. José de la habitación e inmediatamente es saludado con un lanzamiento de piedras. Se retira, y sale otro, a veces uno, a veces dos; el genio les deja salir tranquilamente, únicamente al H. José, cada vez que pone un pie fuera del cuarto le empiezan a llover piedras. Por lo cual llegan a la conclusión de que le Genio la tiene tomada sólo con él, y por causa suya está turbando toda la casa, por lo cual, sumamente afligido, era aún más consumido por el miedo. Mientras están teniendo estas discusiones entre ellos, se oyeron tres golpes fortísimos en su puerta, como si la golpearan con un martillo, y el ruido se oye en toda la casa; luego también en la vecina, y finalmente en la de la capilla, cerca del portón se oyen golpes, y todos estaban inquietos. José, extremamente afligido, golpeado por el horror, se echó en la cama, y sudaba profusamente, se desmayó y parecía medio muerto, por lo que el P. Wenceslao, temblando del mismo modo a causa del miedo, procuraba darle un bálsamo y algunas otras cosas que tenía para intentar reanimarlo en un caso tan lamentable, de modo que pasó toda la noche sin dormir.

El P. Wenceslao cogió como recuerdo las piedras que les tiraban y las conservó en su habitación; qué se hizo con ellas después de lo ocurrido, se dice luego, el 17 de ese mes. Hasta entonces el espíritu respetaba un orden, y es que sólo molestaba los domingos y los miércoles, pero a partir de entonces cada día se insinuaba causando diversas molestias.

El H. José, estaba afectado por el horror previo, estaba muy decidido a superar paciente y heroicamente todas las formas de mal sufrido, considerando que todos los recursos anteriores eran superfluos, y que lo único útil era cambiar de lugar, por lo que no dejaba de aconsejar que se cambiara de lugar. Mientras tanto el día 14 los estudiantes cantaron de nuevo el oficio de difuntos, y esa noche sólo llamaron una vez en la puerta del H. José y una vez en la del P. Lucas. Pero el día 15 pronto después de la oración de la noche, cuando se fueron a sus habitaciones, comenzaron a golpear con mucha fuerza en las puertas de la habitación del H. José y del P. Wenceslao, de modo que se oía en toda la casa, y oyendo aquel golpear insólito, cinco de los nuestros acudieron a aquel lugar para ver si podían ayudar a los afligidos, y en presencia de todos por dos veces golpearon con horrendo ímpetu aquella puerta, y al final yéndose por toda la casa, infestaba y golpeaba todas las puertas, el techo de la casa y de la iglesia, y por todas partes producía terror, hasta el punto de que íbamos a volvernos locos, de modo que no pudimos dormir en toda la noche. El día 16 remitieron las insolencias, sin embargo se oyó llamar una vez a la puerta del H. José. El día 17 compensó por lo que había dejado de hacer. Ese día el P. Wenceslao fue a Bratislava para asistir a los funerales del Excmo. Príncipe Jorge Szecheny, arzobispo de Esztergom, y su ausencia creó no poca dificultad, pues cuando el afligidísimo H. José se iba a acostar en todas partes era perseguido por aquel espíritu, y todos temían sufrir persecuciones, y al final sólo el P. Lucas se animó a quedarse con él aquella noche. Y como al parecer el genio quería cogerlos a los dos juntos, aquella noche hizo más ruido que de costumbre. Eran las diez y media de la noche; primero empezó a golpear suavemente, y luego cada vez más fuerte en la puerta de los dos, hasta golpear con tanto estrépito y fragor aquella puerta que parecía que fueran grandes toneles unidos, y con aquel fragor y estrépito resonaba toda la casa, y acudieron algunos de los nuestros en ayuda de los dos afligidos, suponiendo que había llegado ya su última hora, por los gritos que lanzaban. Acabaron abrazándose, pues no veían otra manera de resistir a las persecuciones. Los que llegaban para consolarlos poco a poco comenzaron a llamar a la puerta, queriendo entrar para ver lo que pasaba, pero mientras hacían esto los de fuera, los de dentro oían golpear con gran estrépito a la puerta. Cuando los que estaban en la habitación oyeron a los de fuera y les dejaron entrar, de momento cesó un poco el estrépito, que de pronto se extendió por toda la casa, y golpeaba en las puertas, y como si se tratara de dos empelados, golpeaba y tamborileaba en todos los objetos, hasta que después de haber estado por un largo momento alborotando por toda la casa, volvió a los suyos de antes, llevando a cabo molestias mucho peores, pues golpeaba la puerta como con un martillo, y aquellas piedras que el P. Wenceslao había guardado en su habitación después que se las tiraran, y lo mismo unos ladrillos que había guardado, los convirtió en pequeñas partículas, casi polvo, a golpes. Hoy día se pueden ver señales profundamente marcadas tanto de las piedras por fuera como de los ladrillos por dentro, en la puerta. Esta persecución duró desde las diez y media hasta pasadas las dos de la noche.

Estos ruidos se repetían cada día, a veces de manera más intensa, a veces más moderada, lo mismo que el lanzamiento de piedras al P. Lucas y al H. José, de manera que el día 20 cinco se fueron a dormir con el P. Superior. A partir de esta vez el H. José siempre dormía en la habitación del P. Superior con el P. Agustín; los demás poco a poco fueron volviendo a sus habitaciones, de modo que hasta el día 22 no ocurrió nada más, excepto el tirarle piedras al H. José cuando salía a la zona de la casa, el cual fue herido dos veces en la cabeza. El día 24, mientras se hacía la disciplina acostumbrada, dos veces llamaron a la puerta de la habitación, y cada vez, mientras seguía la flagelación, a las palabras “Crea en mí un corazón limpio, Señor”, golpeaba las hojas de la puerta, o la mesa, y ninguno quería responder. El día 30 de ese mes, que era miércoles de la Semana Santa, ocurrió que mientras se recitaba el salmo Miserere molestó golpeando la mesa, las puertas de las habitaciones y el portón, con grandísimo ímpetu, como si intentara hacer huir a los disciplinantes del lugar en que estaban. El golpear parecía que era diferente, unos lo oían en las mesas del comedor, otros en las puertas, como si quisiera que estallara la controversia entre los hermanos. Durante el día continuaba el lanzamiento de piedras, y luego el golpear la puerta del refectorio.

El 5 de abril, martes de Pascua, después de la acostumbrada oración de la noche, y de que el P. Superior pasara por el refectorio, lanzó dos platos con sumo estrépito y fragor, y el H. José, que volvía de hacer sus necesidades, no se atrevió a pasar por dicho refectorio para ir a su habitación, temiendo una persecución mayor, hasta que el P. Superior salió de nuevo y encendió en un ángulo una pequeña luz, y entonces volvió todo consternado a su habitación. Allí, mientras se dedicaba a decir sus oraciones de rodillas antes de acostarse, y el P. Superior y el P. Agustín habían dejado abierta la puerta del comedor a la habitación en la que rezaba el hermano, oyeron llamar otra vez a la puerta de su habitación, y cuando el hermano oyó llamar, dijo: “¡Todo espíritu alabe al Señor!” y entonces se oyó una voz que decía: “¡Y yo alabo!”. El P. Superior había oído una voz, pero no sabía quién había hablado, así que preguntó al hermano qué conversación era aquella, pues él había oído una voz que decía “y yo alabo”. El P. Superior adjuraba al genio queriendo saber más cosas de él, pero tal vez Dios le había ordenado que no respondiera. Esa misma noche el P. Lucas observó que le había abierto la puerta, y que hacía algunos ruidos por la iglesia y por las escuelas. Como el genio daba tan frecuentes signos y no respondía a ninguna pregunta, invocación ni exorcismo, llegaron a la conclusión de que sólo quería hablar con el H. José. Como además se había manifestado como se ha dicho más arriba durante el tiempo de la disciplina, y lo hizo en la mesa, en el lugar en que suele sentarse el padre superior, pareció que quizás nos estaba pidiendo que ayunáramos, por lo que un sábado se observo ayuno estricto, y se repitieron los exorcismos y otros ejercicios extraordinarios de nuestro instituto. Después de esto ya no daba signos después del salmo Miserere, sino al final de las oraciones, al decir las palabras “Señor, oye mi oración”, y otras veces con las palabras “Desde lo hondo clamé”, al final de la disciplina, y también mientras se decía el salmo de la disciplina.

De este modo se repetían los signos al llegar a esas palabras, hasta el 19 de abril, en cuya noche el P. Lucas estaba diciendo una oración en alemán, y eran cerca de las 4 de la mañana. Esa noche, hacia las 9 de la noche, después de nuestras oraciones acostumbradas, en primer lugar se oyó lanzar un ladrillo con gran estruendo a la puerta del P. Superior (el H. José entonces solía dormir en el refectorio cerca de la habitación del P. Superior; otras veces estaba con el P. Agustín en la habitación del P. Superior intentando descansar). Hacia las diez empezaron golpes y ruidos mayores. El P. Superior y el H. José estaban ya durmiendo; sólo el P. Agustín se estaba dedicando a sus oraciones, el cual, oyendo los golpes, fue a despertar al P. Superior, y le contó lo que había ocurrido, y mientras tanto se despertó también el H. José, y de paso nos despertó a todos, y con una lámpara encendida en medio nuestro, llamaron a la puerta del refectorio en que solía dormir aquel hermano, quien inmediatamente dijo. “¡Todo espíritu alabe al Señor!” y pronto él oyó una respuesta que nosotros, los presentes, no oímos: “¡Y yo alabo!”. Después de oír esa voz, le preguntó: “Si alabas a Dios, ¿por qué nos fastidias a nosotros? ¿Qué quieres de nosotros?” A lo cual respondió: “El P. Lucas, y tú, José, debéis ir a María Cell (lo cierto es que a causa del terror no pudo entender bien si dijo Cell o Tal, aunque se inclinaba a que más bien había dicho Cell). Y allí celebraréis tres misas por mí, o de lo contrario no os dejaré en paz”.

Después de la oración de la mañana, cuando el hermano citado entró en su habitación encontró su libro de oraciones abierto en el oficio de difuntos. Con estrictísimo juramento ratificó lo que había oído. Aquella misma noche el P. Lucas oyó también cierto gemido, por lo que al día siguiente, tras tocar solemnemente las campanas, el P. Lucas cantó una misa de réquiem, con el H. José ayudándole y recibiendo la comunión, y los estudiantes dijeron el oficio de difuntos.

El día 20 se le dio al H. José la instrucción de que debería estar listo para tener una conversación y hacer las preguntas necesarias. El día 25, fiesta de San Marcos (durante ese tiempo el H. José había oído dos veces una voz que se lamentaba, como llorando, y lanzamiento de piedras, con gran estrépito), a la misma hora de la noche, en la que ya todos se habían acostado y estaban durmiendo, siendo el único que vigilaba el P. Superior, y apenas este acababa de apagar la luz, se oyó golpear con gran fragor, ya en las puertas plegables, ya en la puerta del comedor, y de nuevo volvieron a tirar ladrillos. Poco después se volvieron a oír las llamadas, por lo que el H. José, que las oyó y se despertó, dijo: “¡Deo gratias!” Mientras tanto el P. Superior le indicó que dijera “Todo espíritu, etc.” A lo cual él respondió como otras veces: “¡Y yo alabo!” Continuó entonces el interrogatorio, según las instrucciones recibidas, y le dijo: “Te adjuro por la fuerza del santísimo y obedientísimo nombre de Jesús, a que me digas cómo te llamas”. Respuesta: “Yo soy Juan Ramanzay”. Bajo la misma adjuración, siguió preguntándole: “¿Qué quieres de nosotros?” Respuesta: “El P. Lucas y tú debéis ira a María Cell, y mandar celebrar tres misas por mí”. El hermano dijo: “Dímelo otra vez, para que lo entienda bien”. El espíritu respondió lo mismo que antes. Por tercera vez le preguntó: “¿Cómo? No te entiendo bien”. Y por tercera vez le respondió, con voz clara e inteligible, casi como si fuera de una persona. A lo cual el hermano dijo: “Esto es duro y bastante difícil. Dime si no se podría hacer de otro modo”. Respuesta: “No puede ser de otro modo”. “¿Por qué?” Respuesta: “Porque así ha sido decidido”. Con estas expresiones mismas tuvo lugar el coloquio. Después de haber oído todo esto estaba consternado, y no quería hablar más, sin embargo con voz sumisa añadió. “¡Paciencia, y hazlo así!” Como al P. Superior notó que hablaba con una voz muy débil, y que no podía hablar más, le mandó que no continuara el interrogatorio y que fuera con él. Pero a causa del terror apenas podía ponerse de pie, y estaba temblando, y pálido, privado de fuerzas a causa de la conversación, parecía más muerto que vivo, y sudaba profusamente. Lo tomó de la mano y le hizo sentar en una silla para que descansara. Chorreando gruesas gotas de sudor, dijo primero el nombre y el apellido, y después las demás cosas que había oído, sílaba por sílaba, articulada, clara y distintamente. La misma mañana, después de la oración, en presencia de todos los padres especialmente convocados para ello, con rectitud de conciencia y estricto juramento corporal, lo confirmó.

Después de esta confesión, el P. Superior pensaba hacer una peregrinación a una iglesia mariana tal como lo había pedido el ánima, y pensaba hacerla como recreo a María Tal, un lugar cercanísimo, pero no es un buen consejo hacer lo contrario de lo que el Señor manda, que quiere que se hagan a su manera las cosas ordinarias y las extraordinarias, y cayó una abundantísima e inesperada lluvia. Así que se quedaron en casa, y el superior le dijo al hermano que volviera a preguntar al espíritu otra vez, en caso de que se le apareciera. El afligidísimo José prometió obediencia, temblando y temiendo, y no dijo nada a pesar de lo mal que lo había pasado la noche anterior con las cosas que le habían sido dichas. Sin embargo, aceptó cumplirlo.

El día 26, inmediatamente después de las 9 de la noche, con el P. Superior vigilándole y los demás durmiendo, comenzaron los golpes y ruidos acostumbrados, por lo que el H. José se despertó inmediatamente y oyendo llamar a la puerta dijo las palabras acostumbradas: “¡Todo espíritu alabe al Señor!”, a lo cual le respondió, como ayer y anteayer “Yo alabo”. A continuación, al preguntarle con temor: “¿Qué quieres”?, le respondió con cierta impaciencia: “Ya te lo he dicho. ¿Por qué me lo preguntas?” Aterrorizado, durante un tiempo quedó casi sin sentido, y al final, viendo que había una luz en el cuarto vecino del P. Superior, recobrando un poco el ánimo, le preguntó: “¿Por cuántos años, y por qué delito padeces?” Le respondió con una voz débil y piadosa: “Yo, Juan Ramanzay, en otro tiempo habitante de esta casa, y al mismo tiempo bautizado en la iglesia de San Jorge, encontré en un rincón de su iglesia dos florines en monedas pequeñas, que no mostré al párroco, sino que me los guardé para mí, y los gasté sin escrúpulo, por lo que por cada moneda recibí el castigo de un año, y ya han pasado cien años, por lo que me quedan cien años por el valor de un florín , que tú y el padre Lucas podéis hacer perdonar”. “Pero, ¿cómo?” “Yendo a Mariazell, y diciendo allí tres misas”. Entonces el hermano dijo: “Para confirmar estas cosas, haz un signo, dibujando una cruz en la puerta o en la mesa”. Respuesta: “No me está permitido hacer ningún signo hasta el tiempo de mi liberación”. Luego siguió interrogándole: “¿Eres tú el espíritu que infestabas a la gente que vivía antes aquí?” Respuesta: “Lo soy”. “¿Por qué?” Respuesta: “Porque esperaba que la casa fuera vuestra”.

A estas cosas escritas aquí, se añadió una visión, que contó y confirmó por la mañana en presencia de los padres convocados para ello, bajo estricto juramento. Durante el sueño le pareció oír un ruido, y cuando se despertó vio entrar a través de la puerta cerrada un hombre de venerada canicie, y vio que se iba acercando a su cama, y cuando ya estaba al lado comenzó a hablar: “Yo, Juan Romanzay, soy aquel con el cual ya has hablado tres veces, pero ya no podrás volver a hablar conmigo hasta el tiempo de la liberación. Me ves la mitad blanco y la mitad en llamas: la blancura significa los cien años que ya he purgado; el fuego significa los cien años por purgar. Por lo tanto, cuanto antes vayáis a Mariazell y cumpláis lo vuestro, antes me experimentaréis como intercesor vuestro y antes oraré a Dios por vosotros y por vuestra casa”.

Después de que esta visión fuera corroborada por juramento, el día 28 aún se retrasaba su ida a Mariazell que el espíritu les había urgido. Ese día, alrededor de las 9 de la noche, después de las letanías habituales. El P. Rector, con la luz encendida, trataba de cierto asunto de la casa con el P. Agustín, mientras el hermano José estaba empezando a dormir, cuando de pronto se oyeron unos fuertes golpes en la puerta del refectorio, y al oírlos el P. Superior inmediatamente fue a despertar al citado hermano, al que sacó de la somnolencia. Otra vez volvieron a llamar a la puerta, y al oírlo dijo: “¡Todo espíritu alabe al Señor!”, pero no hubo ninguna respuesta. Él explicó que la aparición le había dicho que ya no podría hablar más hasta el tiempo de la liberación. Esperábamos cumplir esta promesa en el futuro, y como siguió silencio, pensamos que ya había parado de hacer ruido, y nos íbamos a descansar, sin embargo al H. José se le mandó que vigilara durante un rato, por si ocurría algo, confiando en descubrir luego la verdad de las cosas. Apenas había pasado un cuarto de hora y el P. Superior, prometiéndose todo tipo de tranquilidad, apagó la vela, cuando de repente, en el mismo momento de apagarla se oyó ruido en el refectorio, de dos platos que había dejado allí el superior para comodidad suya, y habían sido arrojados al suelo bajo la mesa, y despertado el hermano por este ruido, exclama: “¡Todo espíritu alabe al Señor!”, pero igual que antes, no recibió ninguna respuesta. El hermano tan sólo percibió una especie de voz que se quejaba, diciendo como con temor, llorando y exclamando tres veces: “¡Tened compasión de mí!”, como llorando y lamentándose, por lo que el hermano, suspirando profundamente, prorrumpió en una exclamación: “¡Ay, Jesús y María! ¿Qué ocurre? ¿Qué más podemos hacer?” Oyéndolo exclamarse el P. Rector, le preguntó qué pasaba. Le respondió, asombrado con horror y compasión: “¿No lo ha oído vuestra Paternidad? Con una profunda exclamación y llanto ha dicho ‘Tened compasión de mí’ tres veces”. Entonces el P. Rector le mandó decirle: “tenemos compasión de ti, y tan pronto como podamos iremos a Mariazell”. Tan pronto como acabó de decirlo, cesaron las quejas y los sollozos. Aunque el P. Superior y el P. Agustín no habían oído nada articulado, sin embargo sí oyeron un ruido como de viento soplando a través de las grietas de la puerta.

Esta última molestia era la manera que tenía el ánima de suplicar, pues la conversación anterior no pudo oírla ninguno, aunque el P. Superior estaba presente con el P. Agustín. Así que sugirieron hacer una interrogación para conocer la verdad. Se decidió tener una reunión en la que todos lo confirmaran con juramento para eterna memoria de los venideros, y que todos firmaran lo escrito. Después de haber jurado todas las cosas como auténticas, los padres decidieron que cuanto antes alguno fuera a cumplir la citada peregrinación a Mariazell según la petición del ánima. El día 29 después del almuerzo salieron en nombre del Señor. Y a partir de ese día, por la gracia y la suma misericordia de Dios, toda la casa se quedó liberada y tranquila.

Los peregrinos volvieron el 21 de mayo, con gran consuelo suyo y nuestro, y previo juramento, dieron cuenta de las cosas y eventos sucedidos, según se narran a continuación.

1.Que en Kamperg, en una posada, el ánima cerca de la mesa hizo sonar un ruido como de una campanilla.
2.En Tirmitz hizo ruido parecido al de tirar piedras.
3.Que apareció al hermano José, blanco hasta la rodilla, y por debajo negro y con fuego, y él estaba bien despierto y atento, y le dijo: “Al final de la tercera misa me verás del todo blanco”.
4.Cuando allí le preguntó el H. José quién era el párroco en aquel tiempo en San Jorge, le respondió: “Philippowitz”.
5.Que al final de la tercera misa, después de las palabras “Descanse en paz”, apareció en el ángulo de la epístola, y estaba totalmente blanco, con su veneranda canicie, con rostro risueño, casi envuelto en luz, y allí al oír las palabras “Y el Verbo se hizo Carne” se quedó de pie. Al acabar la misa, como nadie le pedía una señal, ni le preguntaron nada más, tras hacer una inclinación hacia la imagen milagrosa, y flexionar la rodilla derecha, se le vio dar tres pasos atrás, y tras la cancela, donde había una gran multitud de gente y no poco tumulto, desapareció. Nuestros intercesores volvieron a casa en suma paz y tranquilidad.

Y para mayor fe y firmeza perpetua, nosotros los infrascritos lo firmamos con nuestra propia mano, corroborando todo lo que está escrito, bajo juramento. En San Jorge en nuestra casa szelepcheniana de la Santísima Trinidad, a 29 de mayo de 1695.

Andrés de la Conversión de San Pablo, Rector

P. Lucas de Jesús María, sacerdote profeso

P. Wenceslao de S. Lorenzo

P. Atanasio de la Sma. Trinidad

P. Agustín de Sta. María Magdalena

H. Cristiano de S. Bruno

H. José de S. Gabriel.

Copiado de las actas y del diario que se conserva en el archivo de esta casa para perpetua memoria. Por lo demás en este año no ocurrió ninguna otra cosa memorable, aparte de que se creó una Congregación con el título de la Anunciación de la B.V. María, tanto para los estudiantes como para seglares de uno y otro sexo, con gran provecho espiritual por gracia de Dios, y se hizo la primera procesión el día de la fiesta de la Natividad de la B. Virgen, acompañados por el P. Andrés de la Conversión de San Pablo, Rector, y el P. Atanasio de la Sma. Trinidad, presidente de esta santa cofradía, desde San Jorge hasta María Tal, con admiración de los ciudadanos herejes.

Terminado el último día de mayo, del año [juega con las letras latinas mayúsculas del escrito que sigue].

Yo, P. Juan Francisco de S. Pedro, Prepósito General, estaba haciendo la visita apostólica de Hungría.

Sacratísima Cesárea Real Majestad, Señor Clementísimo.

“Tengo la suma necesidad de exponer humildemente a Vuestra Majestad lo que he visto en nuestra fundación szelepchiana en la Ciudad Libre y Real de San Jorge, en el Reino de Hungría, que se encuentra en estado ruinoso, durante mi visita apostólica y general. A saber, que la citada fundación szelepchiana, fuer erigida con algunos bienes inmuebles, además de viñas y prados mayormente desolados, y además en la ciudad de San Jorge de Vuestra Scrma. Majestad se encontraron más de dos mil urnas de vino, resto del mencionado fundador Jorge Szelepcheny, Arzobispo de Esztegom, las cuales sin niguna duda deberían ir a para a la citada fundación con toda justicia. Sin embargo antes de que los citados inmuebles nos fueran asignados por el Decreto clementísimo de Vuestra Majestad, y por la graciosa resolución de la Ínclita Cámara Húngara, las dos mil urnas de vino y todo el mobiliario fueron incautados por el Fisco Real, para pagar a la milicia acuartelada en el Reino de Hungría, y lo sinmuebles fueron vaciados por completo. Y a pesar, Augustísima Majestad, de que ya había otros legados para ayudar a dichas milicias durante el invierno, en bienes muebles que les dejadba el testador, y que les fueron entregados, a pesar de que existía el acuerdo por parte de Vtra. Scrma. Majestad para que se ejecutra todo tal como figuraba en el testamento, nosotros fuimos lamentablemente excluidos de la decisión de Vtra. Majestad. De manera que para que el pío legado y la fundación del mencionado Príncipe puedan tener el deseado progreso, es necesario que todas las cosas mencionadas vulevan a los edificios, única manera de que nuestro Instituto pueda promover la citada fundación del Reino de Hungría, que por las razones citadas esta cubierta de polvo actualmente, sin medios para sacudir el polvo.
Por lo cual, desde mi cargo de General suplico humildemente a Vtra. Mjtad. Sacrma. que se digne clementemente ordenar que se nos devuelvan los citados bienes muebles de la citada fundación szelepcheniana que fueron tomados para pagar los gastos de la Milicia de Vtra. Scrma. Mjtd., y si no que al menos se digne clementísimamente ordenar a la Ínclita Cámara de Hungría que cada año entregue algunos cientos de florines a dicha fundación szelepchiniana, para alivio de los gastos. Sulico además con insistencia a Vtra. Majestad Scrma. con gran sumisión religiosa que puesto que para erigir la disciplina regular de las Escuelas Pías nos hace falta un colegio, y en la actualidad sólo tenemos un local muy pequeño, vea que la citada comunidad de la ciudad de San Jorge nos entregue la casa contigua que está al lado de las escuelas,y cercana a la iglesia, para que con todo ello se pueda formar un solo cuerpo”.

Capilla desierta en un montículo

Parroquia de S. Jorge.

Notas