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Era costumbre en nuestra casa de San Pantaleón llevar procesionalmente a todos nuestros alumnos a la Procesión de las Palmas con palmas en las manos. Salían de la puerta pequeña de la iglesia, que da a la Plaza de los Señores Massimi, pasando por la callejuela de los Señores Torres, girando toda la plaza grande de la misma iglesia. Como los alumnos iban con orden y tranquilidad, y entre ellos se introducían nuestros Religiosos, era una bellísima vista; pero el celebrante iba con poco acompañamiento de nuestros Religiosos. Se lo advirtieron al P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, entonces Superior de dicha Casa, quien ordenó a todos nosotros, que, dejando cualquiera otra cosa durante aquel tiempo, fuéramos a la Procesión; y que enviaría la lista de los que iban a N. V. P. Fundador y General, que estaba enfermo en el lecho. Se hizo la procesión con todo decoro, y acudieron a ella nuestros Padres en número de treinta o más.
 
Era costumbre en nuestra casa de San Pantaleón llevar procesionalmente a todos nuestros alumnos a la Procesión de las Palmas con palmas en las manos. Salían de la puerta pequeña de la iglesia, que da a la Plaza de los Señores Massimi, pasando por la callejuela de los Señores Torres, girando toda la plaza grande de la misma iglesia. Como los alumnos iban con orden y tranquilidad, y entre ellos se introducían nuestros Religiosos, era una bellísima vista; pero el celebrante iba con poco acompañamiento de nuestros Religiosos. Se lo advirtieron al P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, entonces Superior de dicha Casa, quien ordenó a todos nosotros, que, dejando cualquiera otra cosa durante aquel tiempo, fuéramos a la Procesión; y que enviaría la lista de los que iban a N. V. P. Fundador y General, que estaba enfermo en el lecho. Se hizo la procesión con todo decoro, y acudieron a ella nuestros Padres en número de treinta o más.

Última revisión de 17:37 27 oct 2014

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CAPÍTULO 28 De un suceso En la Procesión de las palmas [1626]

Era costumbre en nuestra casa de San Pantaleón llevar procesionalmente a todos nuestros alumnos a la Procesión de las Palmas con palmas en las manos. Salían de la puerta pequeña de la iglesia, que da a la Plaza de los Señores Massimi, pasando por la callejuela de los Señores Torres, girando toda la plaza grande de la misma iglesia. Como los alumnos iban con orden y tranquilidad, y entre ellos se introducían nuestros Religiosos, era una bellísima vista; pero el celebrante iba con poco acompañamiento de nuestros Religiosos. Se lo advirtieron al P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, entonces Superior de dicha Casa, quien ordenó a todos nosotros, que, dejando cualquiera otra cosa durante aquel tiempo, fuéramos a la Procesión; y que enviaría la lista de los que iban a N. V. P. Fundador y General, que estaba enfermo en el lecho. Se hizo la procesión con todo decoro, y acudieron a ella nuestros Padres en número de treinta o más.

Yo mismo llevé la lista de todos individualmente a N. V. P. Fundador, el cual quiso que se la leyera toda. Y como el título de la lista decía: “Nombres de los que han estado en la Procesión esta mañana, y han entrado en Jerusalén en compañía del Señor”, tal como el mismo P. Melchor había ordenado poner, cuando terminé de leerla, N. V. P. me respondió: “Me alegro de la hermosa Procesión; pero diga al P. Melchor que lo siento por aquellos que no han asistido a ella; y que de entre todos los que han entrado en la santa Jerusalén con el Señor, este año no morirá ninguno”.

Le llevé la respuesta, que dicho Superior leyó en público para alegría de todos. Y como dio por segura la gracia, cantamos entre todos el “Te Deum laudamus, te… etc.”. La cosa sucedió verdaderamente como N. V. P. Fundador nos había predicho. Porque, si bien es cierto que algunos de nosotros enfermamos gravemente, y con peligro, sin embargo, todos curaron siempre. Y era seguro que cuando alguno tenía que ir enfermo a la cama, enseguida le preguntaban si había estado en la Procesión de las Palmas de aquel año. Porque se veían señales evidentes, y se tenía por infalible que el que había estado no moriría aquel año.

De entre los que no asistieron, se fueron a la otra vida más de uno. Además, en cuanto éstos enfermaban, enseguida se temía. Pero, de hecho, no todos murieron, aunque no habían ido a la Procesión; en cambio, de los que fueron, no murió ninguno, aunque sí enfermaron algunos.

En este tiempo murió un joven, hermano Operario, en la casa de San Pantaleón, que había venido enfermo de una de las Casas cercanas. Estuvo muchos días en la enfermería, y, finalmente, con todos los santos Sacramentos, paso a la eternidad. Después de su muerte y sepultura, encontrándome yo en la celda de N. V. P. Fundador y General, vino un hermano, no sé si era el enfermero o el guardarropa, a quien el muerto había entregado una bolsa de tela turquesa con muchos instrumentos, pertenecientes al ejercicio de la escritura y de aritmética. Dicho oficial había echado las cosas de bolsa en la punta de la faja del herreruelo que llevaba él mismo encima para aquel acto; y abriendo la faja dijo: -Padre, estas cosas me las entregó el hermano que ha muerto cuando se acostó en la cama, dígame Vuestra Paternidad lo que debo hacer. N. V. P. Fundador se le quedó mirando, y los palpaba; después levantó los ojos al cielo, y, transcurrido el tiempo de un Avemaría, volviéndose hacia dicho oficial, con gran sentimiento dijo: -¡Arrójelo todo a la basura! Y como el oficial quería no sé qué de aquello, y se lo pidió. N. V. Padre replicó con mayor energía: -¡Quítemelo delante, y tírelo todo a la basura! Luego se dio la vuelta para ponerse en oración. Yo me fui muy extrañado, porque no había visto más que cosas para el trabajo; aunque pensé que lo diría por ser más cosas de las necesarias, dado que había 3 ó 4 cortaplumas de varias clases; otros tantos compases; una seis secantes para poner sobre el papel cuando se escribe; dos o tres vasos de polvo y colorante blanco, para el caso de incidencias de manchas cuando se escribe, y cosas semejantes. Lo sucedido causó gran terror a todos.

Notas