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El P. Ricardo [di Carli] de San Felipe Neri, Sacerdote Profeso nuestro, me ha contado y testificado con toda verdad que en los años 1634 ó 1633, estando entonces de residencia en San Pantaleón de Roma, y encontrándose cerca de la cocina con otros de nuestros Religiosos, de los que no recuerda el nombre, se acercó adonde ellos el H. Juan Martín de San Miguel, de la Ciudad de Cava, en el Reino de Nápoles, , que entonces era sacristán de la Casa de San Pantaleón, con gran admiración, y casi aterrorizado dijo a todos: ´Acabo de venir ahora de la celda de Nuestro padre General. Oíd lo que me ha pasado, ahora, ahora. Habiendo dado yo esta mañana al H. N., para las necesidades de la casa, lo que había en la cajita, y girándola arriba y abajo, como hago siempre (con la caja en la mano, no quedaba nada. Hace poco el P. General me ha enviado a decir que diera tantos julios a tal; pero, como yo sabía que se habían cogido todos, y que se le había puesto nada, me dije que ya no había nada que coger. El P. General volvió a repetirme que le diera lo que me había dicho antes. Así que le llevé a la celda la cajita, para que viera que no había nada; cuando llegó adonde el P. General le dijo: ¨Padre, no hay nada´. Y le contestó como siempre: “A la buena hora, ábralos y dele lo que le he dicho¨. Abrí para obedecer, pero sabiendo que no había nada de dinero. A pesar de eso, cuando abría la cajita, se encontró precisamente lo que me había mandado a decir la primera vez que se lo dije. | El P. Ricardo [di Carli] de San Felipe Neri, Sacerdote Profeso nuestro, me ha contado y testificado con toda verdad que en los años 1634 ó 1633, estando entonces de residencia en San Pantaleón de Roma, y encontrándose cerca de la cocina con otros de nuestros Religiosos, de los que no recuerda el nombre, se acercó adonde ellos el H. Juan Martín de San Miguel, de la Ciudad de Cava, en el Reino de Nápoles, , que entonces era sacristán de la Casa de San Pantaleón, con gran admiración, y casi aterrorizado dijo a todos: ´Acabo de venir ahora de la celda de Nuestro padre General. Oíd lo que me ha pasado, ahora, ahora. Habiendo dado yo esta mañana al H. N., para las necesidades de la casa, lo que había en la cajita, y girándola arriba y abajo, como hago siempre (con la caja en la mano, no quedaba nada. Hace poco el P. General me ha enviado a decir que diera tantos julios a tal; pero, como yo sabía que se habían cogido todos, y que se le había puesto nada, me dije que ya no había nada que coger. El P. General volvió a repetirme que le diera lo que me había dicho antes. Así que le llevé a la celda la cajita, para que viera que no había nada; cuando llegó adonde el P. General le dijo: ¨Padre, no hay nada´. Y le contestó como siempre: “A la buena hora, ábralos y dele lo que le he dicho¨. Abrí para obedecer, pero sabiendo que no había nada de dinero. A pesar de eso, cuando abría la cajita, se encontró precisamente lo que me había mandado a decir la primera vez que se lo dije. |
Última revisión de 17:39 27 oct 2014
Ver original en ItalianoCAPÍTULO 34 De los Relatos admirables En N. V. P. José de la Madre de Dios, Fundador y General [1633-1634]
El P. Ricardo [di Carli] de San Felipe Neri, Sacerdote Profeso nuestro, me ha contado y testificado con toda verdad que en los años 1634 ó 1633, estando entonces de residencia en San Pantaleón de Roma, y encontrándose cerca de la cocina con otros de nuestros Religiosos, de los que no recuerda el nombre, se acercó adonde ellos el H. Juan Martín de San Miguel, de la Ciudad de Cava, en el Reino de Nápoles, , que entonces era sacristán de la Casa de San Pantaleón, con gran admiración, y casi aterrorizado dijo a todos: ´Acabo de venir ahora de la celda de Nuestro padre General. Oíd lo que me ha pasado, ahora, ahora. Habiendo dado yo esta mañana al H. N., para las necesidades de la casa, lo que había en la cajita, y girándola arriba y abajo, como hago siempre (con la caja en la mano, no quedaba nada. Hace poco el P. General me ha enviado a decir que diera tantos julios a tal; pero, como yo sabía que se habían cogido todos, y que se le había puesto nada, me dije que ya no había nada que coger. El P. General volvió a repetirme que le diera lo que me había dicho antes. Así que le llevé a la celda la cajita, para que viera que no había nada; cuando llegó adonde el P. General le dijo: ¨Padre, no hay nada´. Y le contestó como siempre: “A la buena hora, ábralos y dele lo que le he dicho¨. Abrí para obedecer, pero sabiendo que no había nada de dinero. A pesar de eso, cuando abría la cajita, se encontró precisamente lo que me había mandado a decir la primera vez que se lo dije.
Yo lo considero milagro, porque poco antes habían vaciado del todo la cajita, y no habían repuesto nada, ni otros habían mandado meterlo, que yo supiera, ni mientras llevaba la cajita adonde el P. General había oído en ella ningún sonido de dinero o de otra cosa. En resumen, todo esto dijo el H. Juan Martín, sacristán de San Pantaleón; a mí me lo contó el mes de octubre de 1664 el P. Ricardo, que estuvo presente y lo oyó de su boca, precisamente en el lavamanos del refectorio, cerca de la cocina.
Tomás [Carretti] de la Virgen de las Gracias, hijo legítimo y natural del Ilmo. Sr. Coronel Carretti, Señor de Gorcegni, etc, forzado por el afecto de la Ilma. Sra. su Madre, procuró salir de la Orden “per vim et metum”. Pero como eso era falso, y su Ilmo. Padre veía lo contrario, sufrió mucho por esto, pero quedó también vencido.
N. V. P. Fundador hizo todo el esfuerzo para hacer que superara esta tentación, dándole también la facilidad de consultarlo con un Padre jesuita. En 1634 enfermó; desahuciado por los médicos, y no quiso confesarse más que con un Padre jesuita, que fue buscado con toda celeridad. Pero dicho Padre no llegó sino a la mañana siguiente, y se encontró en el patio con nuestro V. P. Fundador, que le dijo: “Hermano Tomás, hay que confesarse”. El moribundo respondió: ´Sí, Padre´. Y recobrando la palabra se confesó con nuestro P. Castilla, llamado Juan [García del Castillo] de Jesús María, con toda tranquilidad. Recibió la Sagrada Eucaristía, y la Extremaunción mucha devoción y admiración de toda nuestra Casa; y después de un cuarto de hora, entregó su alma al Señor, el día 8 de noviembre de 1634, con gran esperanza de la salvación eterna. Así me lo ha contado quien estuvo presente.