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'''Ephemerides Calasactianae III (1934, 161-165)
 
'''Ephemerides Calasactianae III (1934, 161-165)

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Año 1613 de Cristo. Décimo séptimo de las Escuelas Pías. Noveno de Paulo V.

Ephemerides Calasactianae III (1934, 161-165)

Una vez que se llevó a cabo la mudanza de las Escuelas Pías a la casa comprada recientemente vecina a San Pantaleo y quedó asegurada su estabilidad, José dedicó su atención a que del mismo modo que ya se había provisto un lugar estable para las Escuelas Pías, igualmente debía crearse un nuevo instituto estable para perpetuar la educación de la juventud, pues si faltaban operarios a esta obra que había promovido con tanto esfuerzo hasta ahora, se desmoronaría totalmente y se quedaría en nada. Ciertamente la experiencia mostraba hasta ahora que este instituto tan pío no podría durar con la inconstancia de unos operarios que hoy vienen y mañana se van.

Muchas veces había hablado con el P. Domingo, carmelita, y con el protector, exponiéndoles con confianza lo anterior, y sugiriendo que tal vez sería una buena cosa que esta congregación de las Escuelas Pías se pudiera unir con el Instituto ya erecto y confirmado de los Clérigos Seculares de Luca. José esperaba que con toda seguridad, como un injerto puesto en una planta bien arraigada, el Instituto de las Escuelas Pías, unido al otro ya establecido, produciría el fruto deseado en la Iglesia de Dios. A ninguno de los dos les pareció mal la sugerencia de José, que al mismo tiempo representaba una inesperada oportunidad para los otros. Pues los padres luqueses pedían a su protector, que era común para ellos y nosotros, el cardenal Giustiniani, que pidiera a la Sede Apostólica para su congregación la gracia y el privilegio de que, como hasta ahora sus sacerdotes eran ordenados a título de patrimonio, y todos no estaban suficientemente provistos a ese título, cambiaran las condiciones para que en lo sucesivo pudieran ser promovidos a las sagradas órdenes a título de pobreza. Al cardenal le pareció justa la pretensión de la congregación, y pensó que podían lograrse fácilmente los deseos de esta congregación; sin embargo les persuadió con este motivo a que quisieran unirse a la congregación de las Escuelas Pías, que era tan grata a Su Santidad, para poder obtener más fácilmente la gracia pedida y otras prerrogativas. Esto por parte del Cardenal Protector.

Por parte suya, José no descuidó de tratar este negocio con el mismo Rvmo. General de la congregación luquesa, y de recomendarle con entusiasmo el Instituto de toda la congregación de las Escuelas Pías, que era semejante al suyo. Aunque no tuviera esplendor ni pompa, llevaba a cabo lo que el Divino Maestro, que siendo rico se hizo pobre por nosotros, y contó como milagro el que los pobres fueran evangelizados. En recuerdo de lo cual muchos santos y grandes varones se sintieron estimulados a emular ese servicio humilde y esforzado. Así San Zotico, de eximia nobleza y alabado por sus virtudes que floreciendo en la Ciudad Santa fue llevado por Constantino Magno a Bizancio para obedecer en el servicio de importantes asuntos del imperio; también allí se hizo cargo lo primero del cuidado de los pobres, y creó una escuela para que pudieran ganarse la vida. Semejante a este en piedad y alabanza fue S. Clemente, obispo de Ancira. En el mismo mérito de piedad destacó S. Adelardo, sobrino de Pipino Magno y consobrino de Carlomagno. Y Casiano, siendo obispo de Alemania, dejó su sede para venir a Italia, y se estableció en Imola, donde abrió un centro literario, por lo que recibió el mérito eterno de Minerva, porque los que se dedican a educar a los niños hacen algo parecido al martirio.

Pues como muestra la antigua tradición de los Padres, este ministerio no es indecoroso, sino sumamente adecuado y compatible con el estado eclesiástico. Lo que fue apoyado y aprobado por padres gravísimos y santísimos, ¿cómo podría ser considerado indecente? ¿Y humilde? Si es humilde curar enfermos, lavar los pies de los huéspedes, mostrar solicitud por liberar a los cautivos, cosa que hacen otros religiosos, y hay religiosos que se dedican en la Iglesia y estos y otros oficios más humildes, ¿por qué no deberían dedicarse también a esta obra de educar a los niños pobres?

José no negaba que se trataba de una obra dura. Y mostraba además muchos argumentos para mostrar que era útil y necesaria para la cristiandad. En las provincias donde se conserva pura la fe de los católicos, no sólo las costumbres de los niños, sino la de todos los habitantes de los estados se instauran y se reforman las costumbres mediante este remedio, pues de este modo de los niños bien educados e instruidos salen muchos buenos clérigos y eclesiásticos religiosos, y también gobernadores para las cosas públicas. Porque los niños de tierna edad aprenden fácilmente el temor de Dios y se habitúan a las cosas divinas. Retienen el buen olor y se demuestra que cuando los adolescentes han caminado por el buen camino, no lo abandonan al envejecer. Mientras que en la regiones infectas por los herejes, por medio de la educación de los niños no sólo los hijos, sino también los padres son preservados de las herejías, pues leemos que en otro tiempo los promotores de la herejía dedicaron mucho cuidado y atención a la obra de empapar a los niños en los errores de la fe mediante los principios de la educación. Así los patrones y propagadores de nuestra fe común están de acuerdo y recomiendan que los niños sean acostumbrados desde la tierna edad a comprender los rudimentos de la fe.

De ahí que tan a menudo los Sagrados Cánones establezcan que en cada iglesia haya un Preceptor que instruya a los niños desde las disciplinas inferiores hasta la gramática; y debe ser elegido uno tal que pueda serles provechoso por su vida ejemplar y sus costumbres; que los maneje ordinariamente de modo tal que como el maestro, igual sean educados los discípulos, pues estos quedan impresos como la blanda cera por un sello, siendo saludables en la disciplina, honrados en las costumbres, como deben ser los hombres eclesiásticos. Estas razones, y otras similares, pudo fácilmente nuestro José aducir en su recomendación de las escuelas al P. General de la congregación luquesa. Puede que recibiera algunas opiniones en contra, principalmente porque este trabajo no sólo es duro, sino que crea gran inquietud en las almas dedicadas a la tranquilidad religiosa; puede impedir el provecho espiritual propio, además de los ministerios más vistosos que se producen en la Iglesia de Dios, y además los religiosos se exponen a muchos peligros. Sin embargo, cuál fue el resultado que siguió a este tipo de razonamientos de este modo u otro parecido, lo sacaremos a la luz en el año siguiente.

Para terminar este año me parece interesante copiar el siguiente instrumento confeccionado por mano de notario público, por el cual el Abad Glicerio hizo una donación de dos mil escudos para la nueva casa de las Escuelas Pías. Dice como sigue.

“En el año 1613 del nacimiento del Señor, undécimo dela indicción, en el pontificado del Santísimo en Cristo, y por la Divina Providencia del Señor, Pablo V, el día 8 de junio de ese año, el Ilmo. y Rvmo. Abad Glicerio Landriani, noble milanés, que habita de continuo y en el momento presente en la casa de las Escuelas Pías de la ciudad, conocido por mí el Notario etc. Presente delante de mí y de los testigos abajo firmantes se expresó espontáneamente y de manera clara y declaró que en la compra de la casa de Dña. Victoria Cincia de Torres, romana, en el mes de octubre de 1612, por un precio de 12.000 escudos, según consta en instrumento presentado ante mí para que conste en acta, prometió ante D. Antonio Palmerio, notario A C que llevaría a cabo una obra de caridad por amor de Dios disminuyendo por sus propios medios el precio de la Ilma. Dña. Victoria en dos mil escudos, y que dicha suma sería pagada por el Ilmo. y Rvmo. D. Fabricio Landriani, Abad Gobernador del Camarín de la Ciudad, como consta por recibo entre ambos, para cualquier efecto. Y para que tal obra sea realizada, donó a la venerable congregación de las Escuelas Pías la caridad señalada más arriba, y la dona estando yo el notario presente. Y esa donación la considera definitiva, rata y firme, etc. Y que contra ella no dirá, hará ni procederá en modo alguno por cualquier causa conocida o desconocida. Bajo este pretexto y razón ruega a su Ilmo. hermano carnal D. Fabricio le entregue la cantidad de dos mil escudos para la obra pía citada más arriba, y si no los puede entregar al momento, acepte pagar el 6% de interés que debe pagar la dicha Congregación a la Ilma. Dña. Victoria. Hecha esta promesa y acuerdo, como dicho más arriba, el Ilmo. Sr. Glicerio declaró que por el pago de esos dos mil escudos, como figura en el recibo, y según todo lo contenido en él, con permiso del Ilmo. D. Fabricio, ausente, y en lugar suyo yo, el notario presente, y aceptante, de ningún modo podrá hacer ninguna reclamación, y declara que el recibo no tiene valor, y que por el presente instrumento lo rompió y lo rompe.
Prometió observar y respetar todas las cosas siempre y en todo momento, y no hacer, ni decir ni venir en contra bajo ningún pretexto o razón, etc. Juró observar todos y cada uno de los puntos de lo anterior y observarlo de manera inviolable, y se obligó a sí mismo en buena forma según la Cámara Apostólica etc., que lo hizo así porque le plugo etc., y a la manera de los Prelados lo juró con la mano en el pecho. De todo lo dicho y de cada cosa se me pidió a mí, el notario público abajo firmante, que estableciera el instrumento presente.
Hecho en Roma en mi oficina, estando presentes y oyendo el Rvdo. D. Tomás D. Marcos, en otro tiempo de Ancio Pacino de Veneto, y D. Antonio Magniano, siciliano, testigos.
Yo, el Abad Glicerio Landriani doy, prometo y me obligo como está escrito más arriba.
Yo Tomás de S. María, sevillano, estuve presente cuando se hizo todo lo dicho. Yo, Antonio Magniardo Jacobo siciliano estuve presente en todo lo anterior. Yo Marco Pacino, veneciano, estuve presente en todo lo que se contiene.
Por lo cual yo, Francisco Contini de la Curia de la ciudad de Sabelles y Notario y Secretario del célebre colegio de los Ilmos. y Excmos. Médicos, e inscrito en el Archivo de la Curia Romana, rogado por todos para establecer lo anterior, firmo con mi nombre, y confirmo lo anterior, para hacerlo público, en fe de lo cual, etc.”

Así consta en el instrumento de donación de dos mil escudos por la generosidad del Abad Glicerio Landriani.

De este modo termino este espacio de casi 17 años de vida común de las Escuelas Pías. He tenido que hacerlo breve, ya que no hay muchos documentos. Creo que no hicieron favor a las grandes cosas antiguas de nuestros padres los que no quisieron escribir más. Los años que siguen darán mayores cosas, pues son fecundos en hechos. De momento deseo que disfrutes de este poco que te doy, benévolo lector, esperando satisfacer más adelante tu deseo con muchas cosas a las que voy a pasar.

Notas