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Revisión de 19:19 23 oct 2014
Ver original en Italiano- CAPÍTULO 13 De lo que sucedió en Frascati A uno de nuestros Maestros [1646]
Como no hay rosa sin espinas, sería igualmente raro que, en esta Provincia Romana y en alguna de nuestras cosas, no hubiera sucedido ningún infortunio especial digno de recuerdo para quienes nos sucedan.
De Roma ya se ha dicho que nuestros Religiosos siempre fueron queridos por los Superiores.
En Poli también hemos visto los sentimientos que guardaba el Emmo. Roma, Arzobispo de Tivoli.
De Moricone, en Sabina, no hay nada que señalar, dado que Monseñor Sufragáneo y el Emmo. Obispo dejaba a nuestros Religiosos como los había encontrado, aunque eran pocos; y el Emmo. Barberini les había dado licencia para que dieran escuela en Monte Rotondo; y uno de los nuestros fue nombrado confesor de las Monjas de Magliano, donde reside Monseñor Sufragáneo.
Del Ilmo. y Revmo. Monseñor Bocciarelli, Obispo de Narni, los nuestros no pueden decir en todo momento más que mil y mil alabanzas, porque los amó y estimó siempre muchísimo, confiándoles cargos honrosos, sin impedirles el Instituto de las escuelas, ni ingerirse en las cosas de casa, dejándoles vivir con toda tranquilidad.
En Ancona, Monseñor Ilmo. y Revmo. Galli, Obispo de aquel tiempo, los encargaba de casi todos sus Conventos de Monjas, y de todo su justo deseo justo y honroso, con tal de que las escuelas no sufrieran, dejándoles en todo lo demás con toda tranquilidad en la vida religiosa.
De Monseñor Ilmo. y Revmo. Castrucci, de Lucca, Obispo de Espoleto, en relación con las Escuelas Pías de Nursia, que pertenecían a su jurisdicción, no podemos sino felicitarnos en todo; aunque uno de los nuestros, llamado Bernardino [Balzanetti] de Jesús María, de Cascia, con otro, llamado Pierdomenico Pierdomenici, de Nursia, más dado a la predicación que al Instituto de las Escuelas Pías, procuraron formar la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri; aunque, al saberlo nosotros, los que vivíamos en Roma, con cartas y por miedo, se contuvieron. El último cambió de hábito; pero causando antes no poco miedo -por medio de seculares armados y al anochecer- al P. Juan Esteban de la Concepción, de Lucca, sacerdote de aquella Casa, porque era contrario a sus deseos disparatados; pero no hubo sangre, ni ningún otro percance, fuera del terror.
Sólo me queda hablar de las Escuelas Pías de la ciudad de Frascati, en cuya casa en estos años hubo cambio de Superiores dos veces o tres. Al principio, esta casa fue nido de ordenación de muchos de los nuestros, laicos ignorantísimos, y de pocos de buenas costumbres; ni desde Roma se podía remediar esto por nuestra parte, porque, como allí estaba como Vicario General y Arcipreste el Ilmo. Sr. Juan Antonio Pallotto, éste nos respondía que era él el Superior, y que podía hacerlo. De nada valió que le hiciéramos saber que el Sumo Pontífice le había dicho expresamente a Monseñor Vitrice, Vicegerente, que no se debía hacer, y que fuera de Roma lo dejara a la conciencia de los Ordinarios; a pesar de esto, no desistió, sino continuó ordenándolos de sacerdotes con sus dimisorias. De estos ordenados hemos obtenido poco honor; al contrario, con ellos hemos tenido muchos disgustos e inconvenientes. No se sabe por qué razón dicho Revmo. Vicario General se atrevió a esto, a no ser para dar gusto a otros, o por estar él mismo deseoso las atenciones que aquéllos mismos le hacían, asistiéndoles en la Catedral a las funciones eclesiásticas, o por otro interés suyo, que nosotros no hemos averiguado.
Estando, pues, este Revmo. Vicario General en dicho oficio, enviaba a nuestras Escuelas, y precisamente a la 1ª de Gramática, a un clérigo que le servía en casa, bastante libre y soberbio por tener tal patrón. El Maestro de esta clase era el P. [Marcos] de Santa Ana, sacerdote nuestro napolitano, virtuoso y muy inteligente, diligente y espiritual, amado y estimado por la ciudad por su talento y modo de enseñar y actuar.
Ocurrió que, estando en clase, preguntó por él uno de los principales de Frascati. Lo acogió como convenía, y estando hablando con él fuera de la puerta de la misma clase, sintió que en ella había ruido. Se asomó y encargó a uno el cuidado del silencio, y si alguno hablaba que lo pusiera de rodillas en medio de la clase.
El clérigo del Revmo. Vicario General, sin tener en cuenta la orden dada por el Maestro, se hacia el insolente de muchas formas. Oyendo esto el Maestro, lo gritó y le dijo que se pusiera de rodillas. Ni obedeció ni dejó de hablar, diciendo que no tenía miedo, chuleándose más que nunca ante los demás alumnos. Cuando se despidió dicho gentilhombre, el Maestro llamó al clérigo en medio de la clase, y con el instrumento acostumbrado que empleaba para castigar a los alumnos le dio tres o cuatro golpes sobre las espaldas, sin más castigo o daño que el dolor, haciéndole continuar de rodillas.
Continuó el Maestro sus ejercicios de clase, y dicho clérigo, aprovechando la ocasión, sin licencia del Maestro, huyó de la escuela, y no volvió a ella en dos o tres días. Después de ese tiempo, apareció el Revmo. Sr. Vicario, muy enfadado. Obligando a reunirse a todos los Padres de casa, dirigiéndose a dicho P. Marcos [Agostini], el Maestro del clérigo servidor suyo, le dijo palabras de mucha afrenta y vilipendio, porque había castigado a dicho clérigo, diciéndole que estaba excomulgado, y también irregular, por haber celebrado en excomunión; y otras palabras indecentísimas. No quiso tranquilizarse con las palabras que el pobre Maestro le decía, para la verdad del hecho, y que no había ni sangre ni moratones, ni otro castigo excesivo; sino la insolencia del alumno, tal como podía atestiguar dicho gentilhombre, que había oído todo.
El Revmo. Vicario General se fue después, todo enfadado, ordenando al P. Marcos, Maestro, que no saliera de casa, y no sé qué otra mortificación más, lo que cumplió exactamente.
A la mañana siguiente volvió el Revmo. Vicario General a nuestra casa con su Canciller, y llamando a todos nuestros Religiosos a la sacristía, ordenando ponerse de rodillas al P. Marcos, sacerdote y Maestro, le echó otra perorata, llamándolo excomulgado e irregular, y quiso absolverlo públicamente allí mismo como excomulgado, haciendo que su Canciller hiciera acta, en medio de tanto vilipendio de nuestro hábito, del Instituto y de un sacerdote. Éste, llorando, dijo que si iba a apelar a Roma. Y en efecto, el mismo día fue a San Pantaleón, donde, después de contar el hecho al P. Juan Castilla, Superior, y a nosotros, se determinó hablar con el Emmo. Sr. Cardenal Julio Sacchetti, entonces Obispo de Frascati. Su Eminencia, oída la injusticia, mandó llamar al clérigo, y viendo que no había ningún exceso en el castigo, escribió con enfado a su Vicario General. Pero como la cosas ya estaba hecha, no se pudo hacer más. Sólo que, retenido el P. Marcos dos o tres días en Frascati, en su misma clase, para su buena reputación, se le ordenó ir a Roma, donde permaneció algunos años, y ha muerto en Nápoles de peste.
Conté el hecho al Emmo. Chigi, ahora Papa, que se extrañó mucho de la imprudencia del Vicario, y de la paciencia de los nuestros soportando aquellas injusticias.