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Algunos de nuestros Religiosos navegaban de Roma a Nápoles con la bendición de N. V. P. Fundador y General; entre ellos había un clérigo nuestro, llamado el H. José [Apa] de San Nicolás de Tolentino, de la casa Apa, napolitano. Navegaban sobre una chalupa napolitana con otros pasajeros. Hicieron gran parte de su viaje con mucha tranquilidad. Pero un día, habiéndose los marineros, creo que por los vientos, internado demasiado en alta mar, contra lo que creían, se les volcó contra una fiera y borrascosa tempestad, tan cruel, que en breve se vieron todos en peligro de ahogarse, dado que a cada golpe de mar se les llenaba la chalupa. Los mismos marineros dijeron abiertamente que estaban perdidos, que cada uno se preparara para la muerte, que estaba cerca. | Algunos de nuestros Religiosos navegaban de Roma a Nápoles con la bendición de N. V. P. Fundador y General; entre ellos había un clérigo nuestro, llamado el H. José [Apa] de San Nicolás de Tolentino, de la casa Apa, napolitano. Navegaban sobre una chalupa napolitana con otros pasajeros. Hicieron gran parte de su viaje con mucha tranquilidad. Pero un día, habiéndose los marineros, creo que por los vientos, internado demasiado en alta mar, contra lo que creían, se les volcó contra una fiera y borrascosa tempestad, tan cruel, que en breve se vieron todos en peligro de ahogarse, dado que a cada golpe de mar se les llenaba la chalupa. Los mismos marineros dijeron abiertamente que estaban perdidos, que cada uno se preparara para la muerte, que estaba cerca. |
Última revisión de 17:37 27 oct 2014
Ver original en ItalianoCAPÍTULO 9 De un Jesucristo milagroso en el mar
Algunos de nuestros Religiosos navegaban de Roma a Nápoles con la bendición de N. V. P. Fundador y General; entre ellos había un clérigo nuestro, llamado el H. José [Apa] de San Nicolás de Tolentino, de la casa Apa, napolitano. Navegaban sobre una chalupa napolitana con otros pasajeros. Hicieron gran parte de su viaje con mucha tranquilidad. Pero un día, habiéndose los marineros, creo que por los vientos, internado demasiado en alta mar, contra lo que creían, se les volcó contra una fiera y borrascosa tempestad, tan cruel, que en breve se vieron todos en peligro de ahogarse, dado que a cada golpe de mar se les llenaba la chalupa. Los mismos marineros dijeron abiertamente que estaban perdidos, que cada uno se preparara para la muerte, que estaba cerca.
Ante tal aviso, cada uno puede imaginarse cuántas fueron las lágrimas y los suspiros de los pobres pasajeros, viendo perdido al mismo Patrón de la chalupa. Cada uno imploraba a su Santo devoto; quién lanzaba un suspiro y gritos a los hijos, quién a la mujer, quién a la madre. Hablo de los seglares y de los mismos marineros.
Pero nuestro clérigo José, puesto en pie, y cogidas las manos a una Cruz de madera, que cada uno de nosotros solía llevar cuando viajábamos, alzando la voz dijo: -“¡Eh, Patrón, ánimo, un dudes! Acudamos todos a Dios, que es Padre de misericordia, y no dudamos. Hagamos un acto de contrición”. Y él, profiriendo en voz alta y repitiéndolo a todos los demás con el afecto que se puede creer, terminado el acto de contrición, de pie con la Santa Cruz en la mano, exclamó hacia las olas y el viento con gran fe: -“Per signum Crucis de inimicis nostris libera nos Deus noster. Christus regnat, Christus imperat, Christus vincit, Christus ab amni malo nos defendat”.
Con estas palabras, haciendo con la misma Cruz el signo de la santa Cruz al aire y al mar, arrojó su Cruz al mar, con grandísima esperanza en Dios y en la Santa Obediencia que le había dado N. V. P. Fundador y General, que lo enviaba a aquel viaje. Maravilla y estupor. Apenas la Santa Cruz tocó el mar, cuando se tranquilizó la tempestad, y el viento quedó próspero y favorable para su viaje. Y todos juntos, como resucitados y salidos de las fauces voraces del mar, rindieron con mucha alegría las debidas gracias a Dios lo mejor que pudieron y supieron, por la misericordia recibida, salvando la vida y las cosas por gracia especial del Señor.
No cesaron las gracias y favores de tan piadoso Dios (dives et potens in omnia). Prosiguieron todos después su viaje con próspero viento, durante muchas millas y días felizmente. Al anochecer, cuando los marineros de la chalupa descendían a tierra, junto a una playa, para llevar a tierra a los pasajeros, vieron la Santa Cruz -arrojada al mar muchas horas antes y a tantas millas en alta mar-, en la proa de la misma chalupa, con grandísimo estupor de todos los presentes y de cuantos oyeron el suceso. Pues, no siendo de más de un palmo y un cuarto de larga y de simple madera, y sin otro peso, no hubiera podido de ninguna manera natural hacer con la misma chalupa aquel viaje tan largo, y de muchas horas, sin tener nada donde poder sujetarse.
La Majestad de Nuestro piadosísimo Señor quiso demostrar con esto que aquella Santa Cruz arrojada en mar, signo de nuestra Redención, había sido la que los había salvado de aquella tempestad, y conducido a salvamento en tierra.
No creo sea temeridad si digo que, con esto, Su Divina Majestad quiso demostrar cuán seguros caminan los Religiosos cuando van de viaje enviados por la Santa Obediencia. O también, cuánto apreciaba Su Majestad a N. V. P. Fundador y General, que dio la Santa Cruz a aquel clérigo nuestro, José de San Nicolás de Tolentino, al ponerse en viaje. Recuerdo mucho cómo me contaron esto aquellos días en que ocurrió lo que he narrado. Yo lo escribo come muy verdadero en lo esencial.
Vicente [Berro] de la Concepción.
De propia mano.