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Gracias a Dios, con la buena voluntad del mismo Sumo Pontífice Inocencio X, y el antiguo afecto hacia nuestro santo Instituto del Emmo. Sr. Cardenal Ginetti, Vicario de Nuestro Señor, y por la compasión que toda la Corte Romana tenía de todos nosotros, no sucedió nunca nada inquietante en el Estado Eclesiástico, a no ser lo que sembraban maliciosamente los nuestros, los secuaces de Mario [Sozzi] y Esteban [Cherubini], los destructores, para atemorizar los ánimos piadosos de pobres Religiosos nuestros; para que, dejando el hábito, se quedaran ellos más opulentos -así estaban de convencidos- con la distribución que pensaban iban hacer de los bienes inmuebles y muebles de la Orden de las Escuelas Pías. Pero todo les resultó inútil, porque S. D. M. infundió tal ánimo a muchos que, con las buenas esperanzas y santas exhortaciones que les daba y hacía N. V. P. Fundador, permanecieron en pie todas las cosas del Instituto. Hicieron unos pocos, lo que no podían hacer muchos; con gran satisfacción de la Ciudad y de la gente, porque, de hecho, veían que era la mano de Dios.
 
Gracias a Dios, con la buena voluntad del mismo Sumo Pontífice Inocencio X, y el antiguo afecto hacia nuestro santo Instituto del Emmo. Sr. Cardenal Ginetti, Vicario de Nuestro Señor, y por la compasión que toda la Corte Romana tenía de todos nosotros, no sucedió nunca nada inquietante en el Estado Eclesiástico, a no ser lo que sembraban maliciosamente los nuestros, los secuaces de Mario [Sozzi] y Esteban [Cherubini], los destructores, para atemorizar los ánimos piadosos de pobres Religiosos nuestros; para que, dejando el hábito, se quedaran ellos más opulentos -así estaban de convencidos- con la distribución que pensaban iban hacer de los bienes inmuebles y muebles de la Orden de las Escuelas Pías. Pero todo les resultó inútil, porque S. D. M. infundió tal ánimo a muchos que, con las buenas esperanzas y santas exhortaciones que les daba y hacía N. V. P. Fundador, permanecieron en pie todas las cosas del Instituto. Hicieron unos pocos, lo que no podían hacer muchos; con gran satisfacción de la Ciudad y de la gente, porque, de hecho, veían que era la mano de Dios.

Última revisión de 17:39 27 oct 2014

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CAPÍTULO 3 De lo sucedido en Roma y su Provincia Después del Breve [1646]

Gracias a Dios, con la buena voluntad del mismo Sumo Pontífice Inocencio X, y el antiguo afecto hacia nuestro santo Instituto del Emmo. Sr. Cardenal Ginetti, Vicario de Nuestro Señor, y por la compasión que toda la Corte Romana tenía de todos nosotros, no sucedió nunca nada inquietante en el Estado Eclesiástico, a no ser lo que sembraban maliciosamente los nuestros, los secuaces de Mario [Sozzi] y Esteban [Cherubini], los destructores, para atemorizar los ánimos piadosos de pobres Religiosos nuestros; para que, dejando el hábito, se quedaran ellos más opulentos -así estaban de convencidos- con la distribución que pensaban iban hacer de los bienes inmuebles y muebles de la Orden de las Escuelas Pías. Pero todo les resultó inútil, porque S. D. M. infundió tal ánimo a muchos que, con las buenas esperanzas y santas exhortaciones que les daba y hacía N. V. P. Fundador, permanecieron en pie todas las cosas del Instituto. Hicieron unos pocos, lo que no podían hacer muchos; con gran satisfacción de la Ciudad y de la gente, porque, de hecho, veían que era la mano de Dios.

Los deseosos, y antiguos cooperadores de la destrucción de la pobre Orden, publicaban muchos y grandes, más aún, horribles despropósitos, como que el Papa quería, a toda costa, que dejáramos de ejercitar las Escuelas Pías -por ser cosa nociva y dañina a la República Cristiana- mediante la educación de los pobres en las letras de Gramática y Humanidades; que Su Santidad quería fulminar con excomunión a quien no se fuera a su casa, o no cambiaba de Orden; que había dado orden al Emmo. Vicario suyo para retirar, aun por la fuerza y con violencia de los guardias, a quien anduviera por la Ciudad con el hábito acostumbrado de las Escuelas Pías.

Los mendicantes por la Ciudad oían mil disparates; los Padres que acompañaban a los alumnos a sus casas, como de ordinario, eran insultados y mortificados de muchas formas, sobre todo cuando se encontraban con otros jovencitos que salían de otras escuelas, que les decían en voz alta: ¡Mira los Padres de la ex Orden; mira las Escuelas Engreídas; son excomulgados, desobedientes al Sumo Pontífice, enseñan en las escuelas contra la voluntad del Papa; la semana que viene ya no habrá Escuelas Pías! Y otras cosas que no recuerdo. Así que se evitaba en lo posible salir de casa, para no tener que enrojecerse tanto.

Esto no era sólo en Roma, sino también en otras ciudades donde se ejercían las Escuelas Pías. Verdaderamente, se podía decir de los Pobres de la Madre de Dios lo que San Pablo decía de sí mismo, en la Carta Primera a los Corintios: “Factus sum ómnium perypsema”.

Pero otros Religiosos de cualquier otra Orden, así como los Príncipes, Prelados y Cardenales, nos compadecían, animaban y ayudaban con todo cariño; incluso el Sumo Pontífice Inocencio X, como se dirá más adelante.

Notas