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Revisión de 16:47 21 oct 2014
- CAPÍTULO 21 De cómo los Padres de Lucca Dejaron de dedicarse a las Escuelas Pías [1617]
Los Padres de la Congregación de Lucca estuvieron tres años, dos meses, y dos días, ayudando a las Escuelas Pías en Roma; pero después se enfriaron y resolvieron dejar la Obra por todo lo dicho; y también, por lo que el mismo Sumo Pontífice Paulo V, Borghese, romano, dice en su Breve Apostólico, con estas palabras: “Como, según nos han dicho, (los Clérigos seculares aludidos), esto es, de la Congregación de la Beata Virgen, que no quieren renunciar a la posesión de los bienes inmuebles, etc.”. Quisieron, digo, retornar de nuevo a sus observancias antiguas, y dejar la Obra de las Escuelas Pías (como en efecto hicieron, para no obligarse a tan estrecha pobreza), quedándose con el Noviciado y con los novicios que no quisieron seguir, por temor a la pobreza que Dios quería en esta Obra de las Escuelas Pías. Bien se puede colegir de los dos casos siguientes ocurridos en aquel tiempo. Pero se quedaron algunos más fervorosos y de santísima intención.
Estaba una vez, entre otras, el susodicho P. Pedro Casani elogiando justamente esta evangélica virtud de la santa pobreza en presencia de los novicios, para inflamarlos en ella, cuando uno de ellos, borbotando, respondió: “¡Qué tanta pobreza, tanta pobreza!” Era este el más ferviente y devoto entre todos los novicios; tenía tal presencia de Dios, que casi siempre andaba fuera de sí y en éxtasis; cuando comulgaba permanecía inmóvil como una piedra; y para poder darle la comunión, había que despertarlo, empleando todo el cuidado que suele usar un devoto religioso para recogerse. Y como, no sé por qué enfermedad, era conveniente hacerle una cauterización muy profunda, pidió al P. Pedro, su Maestro, si le parecía bien se distrajera un poco para sentir el dolor del fuego, en memoria de la Pasión del Señor, por lo que le reprendió llamándole soberbio, diciéndole: -“delCómo” San Francisco de Asís y Santo Tomás de Aquino pidieron al Señor que el fuego fuera suave para ellos en una ocasión parecida, ¿y usted quiere saber más que estos santos?” Calló el novicio, y le hicieron una cauterización profundísima. Le mantenía la cabeza el Padre Maestro, quien me afirmó que ya no la movió, como si fuera de piedra. Después que fue medicado dijo: -“¿Cuándo me harán la cura?” Y cuando le advirtieron que ya estaba hecha, echó la mano al cuello, diciendo: -“¡Ay, ay!” Cuando antes no lo había sentido en absoluto. Con todo esto, y después de haber respondido de aquel modo acerca de la Santa pobreza, fue, evidentemente, decayendo tanto en su gran fervor y espíritu, que, finalmente, hubo que echarlo de la Congregación como incorregible. Y luego se puso en Nápoles a servir a una de las más infames y conocidas cortesanas de aquella ciudad.
El otro fue que, nuestro D. José Calasanz dudaba, por una parte, de si, introduciendo en Congregación una tan estricta pobreza como se deseaba, causaría algún daño al Instituto de las Escuelas; pero como, por otra, deseaba mucho verse del todo apoyado por la Divina Providencia, y apartado de todo interés, para poder ayudar mejor a los pobres de tan santo Instituto, recurrió a Dios con mucha oración y mucho afecto, en esta perplejidad. Y encontrándose un día orando en la iglesia de San Andrés della Valle, o en San Lorenzo in Damaso, (según recuerdo me dijo una persona digna de fe; y me parece casi seguro fue el mismo P. Pedro, o el P. Pablo Ottonelli -de la Asunción entre nosotros-) o, por mejor decir, en contemplación, sobre esta duda, vio acercarse a él a una venerable Matrona de bellísima forma corporal, pero con un hábito convenientemente vestida, la cual, con familiar compostura, se puso a reflexionar con nuestro Calasanz, diciéndole que quería ser su esposa. A lo que él respondió que nunca había tenido pensamiento de casarse; y que, además, siendo sacerdote, no le era lícito hacer tal cosa. –“Al contrario -añadió dicha Señora- soy digna Esposa de los Sacerdote; porque yo soy la Pobreza Evangélica, y me quiero desposar con ella a toda costa”.
Vuelto en sí nuestro D. José, conoció con esto lo que de él quería el gran Dios, y se decidió a obedecer, y a aceptar el más estricto camino de la santa pobreza que le fuera posible, para dar mayor gusto y gloria al Señor, quien de aquella manera le había hecho conocer su santa voluntad. Por eso, en el Capítulo de la Santa Pobreza le da tan gloriosos títulos y encomios.