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Revisión de 16:48 21 oct 2014
- CAPÍTULO 21 De las cosas vistas Al comulgar de Nuestros Religiosos [1626]
Igual que en el Sagrado Colegio Apostólico hubo un traidor, Judas, que se condenó, y otros que, siendo pecadores se convirtieron y se salvaron, así en la Órdenes puede suceder lo mismo, tal como dicen los Santos Padres.
Por eso, N. V. P. Fundador y General dejó escrito en el Capítulo 7, de la primera parte de nuestras Constituciones, que: “Orationis assiduitate et praesentia Dei, quoad fieri poterit, in exercitationibus quitidianis adhibita, efficacius Religioso disponentur ad sacramenta pie et frequenter suscipienda”. Y en un escrito: “Tutus in Religione vivit, non qui sibi, sed qui Deo vivit ».
Con este fundamento, ordena en el mismo capítulo la frecuencia de la Santa Comunión a todos los nuestros que no son sacerdotes dos veces a la semana y todas las fiestas de primera y segunda clase; la santa confesión semanalmente y cada vez que tengan necesidad; y les exhorta a que tengan gran cuidado de las culpar ligeras, para no caer en las graves. Decía: “Vae, vae illi, qui inter bonos, malus est!”.
A este propósito, pues, a mayor gloria de Dios y nuestro documento, por consiguiente, ha aquí dos casos ocurridos entre los nuestros en el momento de la Comunión.
Era costumbre, como en otra parte he escrito, que Monseñor Bernardino Panicola, ahora Obispo de Scala y Ravello, confesara y diera la comunión a los nuestros al principio de nuestra Orden, porque al principio no había bastantes sacerdotes de los nuestros. Él mismo me ha contado de su propia boca más de una vez, con ocasión de alguna cosa a propósito, que una vez, en San Pantaleón, cuando estaban comulgando nuestros Religiosos, al dar a un novicio la Partícula, sintió en su interior que alguien le reprendía, y le decía estas precisas palabras: “-¡Eh, mira dónde lo pones! ¡Ay, que me metes en una cloaca maloliente!” Él quedó muy asustado por ello; y, como era en público, le dio la comunión; pero, observando después su actitud, vio que estaba muy distraído. Monseñor llamó adonde él al joven, y le contó todo; él prorrumpió en llanto, confesó su culpa, prometió enmendarse, como hizo, confesándose de verdad, lo que no había hecho aquella vez. Así me lo ha confirmado Monseñor, en este año 1664.
En la ciudad de Nursia, había una devota virgen, de la Casa…, que frecuentaba nuestra iglesia, porque en ella se confesaba con los nuestros, y con su guía se encaminaba por la vía de la perfección Cristiana; de tal manera, que la mitad de la mañana la pasaba santamente en nuestra iglesia.
Esta buena virgencita tuvo una gracia particular del Señor; la de ver muchas veces a santos Ángeles acompañar a nuestros Religiosos en el altar, cuando iban a alimentarse con el Pan de los Ángeles, quiero decir, cuando iban a recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Pero una vez, con gran terror suyo, vio la siguiente visión:
Salían de nuestra sacristía dos ángeles con una majestad celestial, o sea, devoción; y detrás seguían dos de nuestros Religiosos; después, otros dos ángeles delante de dos de los nuestros; después vio salir una cuadrilla de demonios, que bailando y saltando, iban delante de uno de nuestros Religiosos, que también iba con los demás a comulgar; y, habiendo recibido de éste las sacratísima Hostia, se volvió deforme, y feo a más no poder, cuando la cara de los otros resplandecía, y parecía bellísima. El ángel de éste, iba todo triste detrás de nuestro mísero Religiosos.
De aquel relato, el Padre confesor, en cuanto encontró una buena ocasión, llamó adonde él al pobre Religioso, le contó lo sucedido, y con paternales consejos consiguió que se examinara, se arrepintiera y se confesara de su pecado; lo que hizo de corazón, de tal modo que, aquella virgencita y buena sierva del Señor, en la siguiente comunión que hicieron nuestros Religiosos, no vio ya a los demonios hacer jolgorio y fiesta, sino a los santos Ángeles, que iban delante de nuestros Religiosos con la misma devoción, alegría y majestad que antes.
Esto me lo ha contado uno de nuestros sacerdotes digno de fe, creo que aquél al que la virgencita se lo había descrito; y creo también que es verdad, porque sé que es digno de crédito, y no me acuerdo haberle oído una mentira de su boca. Estas cosas han sucedido no en estos años, sino muchos años antes de esta serie de mis annotazzioni, aunque estos días me han venido a la memoria. Me parece que fue por los años 1628 o 1629.