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CAPÍTULO 25 De otros rumores para la Orden De los Laicos o hermanos Operarios [1640]

Las efectos que tuvo dicho Breve Apostólico para la ordenación de Laicos, es decir, hermanos Operarios, -levantados en pie contra nosotros con el nombre de Clérigos menores, bajo pretexto de que, por honor, querían clases de lectura, escritura y Ábaco, que habitualmente las desempeñaban dichos hermanos Operarios, por lo que [decían] convenía que llevaran el birrete clerical-, fueron tan contrarios al bien público de nuestra pobre Congregación, y a la paz de nuestros Religiosos, -que vivían dedicados con todo cariño al santo Instituto de las Escuelas Pía, y atendían con toda humildad a la profesión religiosa-, que no sólo comprobaron que no había sido aquella la voluntad de Su Divina Majestad, sino que también sufrió un fin siniestro el que lo consiguió.

Porque nuestra Orden en aquellos tiempos caminaba verdaderamente a velas desplegadas, extendiéndose por toda Europa, en la cual –gracias al buen nombre de N. V. P. Fundador y General, y por la diligencia y caridad con que se ejercitaba nuestro Instituto-, éste era muy aplaudido, deseado, y solicitado con el mayor empeño por regiones, ciudades y reinos. Era rica en individuos, todos cualificados, especialmente en la virtud y en las ciencias necesarias para nuestro Santo Instituto.

De tal modo, que en Roma, sólo en la Casa de San Pantaleón llegaron hasta setenta de Comunidad, y en el Noviciado a más de cuarenta. Sin exageración, entre todos.

En Roma, -contando también el Colegio Nazareno y las escuelas del Borgo, llegaron a ciento cincuenta de los nuestros. Además, en las casas cercanas a Roma, contando Moricone, eran todas comunidades completísimas, de más de doce por casa.

En las dos Casas de Nápoles pasaban de sesenta. En Campi eran más de quince; y así, todas las casas del Reino estaban llenas; y lo mismo en Sicilia.

En Génova, entre las escuelas y el noviciado eran unos cuarenta; en Savona siempre más de dieciséis, como también en Carcare.

En Florencia, Pisa, Fanano, y Pieve, eran comunidades numerosísimas.

En Germania y Polonia, no soy capaz de contar cómo florecían en todas las casas.

Caminaba, pues, la pobre Orden de la Escuelas Pías felicísimamente, con toda alabanza y estima de todos. Más todavía; los Ilmos. Prelados presentes en el Capítulo General de 1637, en presencia del P. Francisco Negri, capuchino, predicador de Urbano VIII, oyeron dijeron: -“No sé qué Orden se pueda encontrar más austera que las Escuelas Pías, para poder pasar desde ésta sin dispensa del Papa. Yo la considero más estricta que la de los ´capuanos´”. Y vueltos hacia N. V. P. Fundador y General, le dijeron que se lo suplicara al Sumo Pontífice para la declaración, quien ordenó extender un Decreto sobre esto. Esto afirmo, porque estaba presente.

Caminaba, digo, tan próspera nuestra Orden, cuando he aquí que el demonio puso este prurito de soberbia entre nuestros hermanos Laicos. Y, con tantos apoyos, se ordenaron algunos. Y aquí, en efecto, comenzó nuestra ruina.

Publicado en nuestras Casas por nuestro Emmo. Protector, Alejandro Cardenal Cesarini, el Breve hecho sobre esto por el Sumo Pontífice, -y al cabo de dos meses a los hermanos Reclamantes, para que fueran a Roma a someterse a un examen; y al enterarse después de que habían aprobado para clérigos, y ordenados ya antes algunos-, no se puede contar, si no es con lágrimas de sangre, la inquietud y confusión que surgió en nuestras casas. Porque cada hermano se ponía en la lista de los Reclamantes, o de los que habían hecho la Profesión antes de los 21 años de edad. Encontraban incluso falsos testimonios para entrar en dicho número.

Y los que nunca habían pensado, sin saber leer ni escribir, también ellos se sublevaron, diciendo que, por haber sido obedientes a su Superiores, y por haber servido a la Orden con toda caridad y diligencia en los trabajos, cuando aquellos otros fingían estar enfermos para estudiar, no se les debía hacer una injusticia, sino darles facilidad para estudiar también ellos, y capacitarse para las Órdenes.

De tal manera que ya no había nadie que quisiera hace de cocinero, ni cuestaciones, ni otros oficios ordinarios de los Laicos. Por lo que los Superiores y todas las casas carecían de todo, y la inquietud de las casas era deplorable y propia del infierno. Los Superiores se veían forzados a hacer ellos la cocina la mayor parte de las veces para poder comer.

Yo conozco a muchos que, no sólo no sabían latinidad, sino que nunca les pudo entrar en la cabeza; y, siendo profesos, casi tuvieron que comenzar también a aprender la Señal de la Cruz, o sea el alfabeto. Uno, no pudiendo aprender de memoria ni siquiera “Hic Dominus, etc.”, dijo, muy gracioso: “¡Para qué tantos Dómines y Señores!, ¿si no hay más que un Señor? Habría que meter el Evangelio en la Inquisición”. Pues, incluso este se ha ordenado sacerdote.

De aquí deduzco yo que no era voluntad de Dios, sino un abuso, el parecer del P. De Cupis, jesuita, que se tuvo en cuanta para ordenar a estos hermanos; pues los aprobaba a todos para las órdenes, con tal de que se presentaran con la más mínima recomendación.

Notas