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CAPÍTULO 31 De un cambio de uno de los Nuestros Motivo de grandes disturbios [1641]

No está fuera de sitio, entes bien es muy conveniente y necesario, conocer el cambio de Roma a Nursia que tuvo que hacer, por orden expresa de Nuestro Emmo. Protector, el P. Pero Andrés [Taccioni] de Jesús María, sacerdote de los primeros de nuestra antigua Congregación, llamada Paulina. La razón se debe a las cosas que sucedieron después, como se escribirá en otro lugar.

Así pues, estaba confesando este nuestro P. Pedro Andrés en S. Pantaleón hacia los años 1640 ó 1641; y entre otras penitentes suyas estaba la Ilma. Señora Olimpia Maidalchini, que había sido mujer del Ilmo. Sr. Panfilio, y por eso cuñada del Emmo. Sr. Cardenal Juan Bautista Panfilio, que, al subir al Pontificado, se llamó Inocencio X.

No sé seguro por qué razón nuestro Emmo. Protector Alejandro Cardenal Cesarini quiso, a toda costa, que el P. Pedro Andrés fuera como Superior a Nursia. Cuando lo supo dicha Ilma. Señora, como acostumbran las señoras, se disgustó muchísimo por ello; y no queriendo perder a su confesor, pidió al Emmo. Cardenal, su cuñado, que tomara medidas para hacer que se quedara en Roma. Este Emmo. Señor mandó llamar a N. V. P. General y Fundador, y le explicó el deseo grande que su cuñada tenía de su confesor; que por eso, en atención a ella, la complaciera, no privándola de él, haciendo que el P. Pedro Andrés se quedara en Roma.

N. V. P. General demostró, con toda sumisión y afecto, que estaba muy dispuesto a atender a Su Eminencia, y a dar gusto a la Ilma. Señora Olimpia; y que él mismo se lo suplicaría al Emmo. Cesarini, nuestro Protector, que era quien había dado la orden por la cual el P. Pedro Andrés era destinado como Superior de las Escuelas Pías de Nursia.

Cuando el Emmo. Cardenal Panfili oyó nombrar al Emmo. Cesarini, dijo: -“No, Padre General, yo quiero precisamente de usted este favor; si no, no quiero que nos compliquemos con el Sr. Cardenal Cesarini”.

N. V. P. General le replicó: -“La salida de Roma del P. Pedro Andrés es orden absoluta de nuestro Emmo. Protector; pero déjeme hacer a mí, que se lo pediré, y estoy seguro de que obtendré la gracia, y la Señora quedará contenta”.

El Emmo. Panfili añadió: -“P. General, si usted no me la puede hacer por sí mismo, mi cuñada encontrará a otros que la confiesan; de ninguna manera quiero que se hable de ello con el Emmo. Cesarini. Y manifestando que quedaba satisfecho de la buena voluntad de N. V. P. General y Fundador, cambió de discurso, y al poco tiempo, acompañándolo como de costumbre, lo despidió. Y aquella Señora no volvió más a la iglesia de San Pantaleón.

Después de algunos años se supo que entre aquellos dos Emmos. Cardenales no había buenas relaciones en aquel tiempo.

Conversando yo de este mismo suceso con nuestro mismo V. P. Fundador, él me aseguró que la salida del P. Pedro Andrés de Roma había sido orden expresa y particular del Emmo. Cesarini, nuestro Protector, y que, si hubiera sabido que entre ellos dos no había buena relación en aquel tiempo, no lo habría nombrado, sino habría puesto todo el interés para que, sin duda, se hubiera quedado. Que él no tenía ninguna culpa en aquel cambio de Roma a Nursia. Y no creía que el Emmo. Cesarini lo hubiera hecho para disgustar, ni a la Ilma. Señora Olimpia, ni mucho menos al Emmo. Panfili, sino por otras consideraciones dignas.

FIN DEL LIBRO TERCERO

ADVERTENCIA

Lector, ten en cuenta que en los elogios de personajes ilustres, que en este libro, o libros, he recogido, toco a la ligera algunas cosas que parece se les atribuye santidad, o brevemente algunas cosas hecha por ellos, que, como parece exceden las fuerzas humanas, pueden parecer también milagros, presagios de cosas futuras, manifestaciones de secretos, revelaciones, iluminaciones, y otras cosas parecidas; más aún, favores hechos divinamente a míseros mortales por su intercesión. Y, finalmente, parece igualmente que atribuyo a otros el nombre de santidad.

Todas estas cosas, sin embargo, las cuento a mis lectores de tal manera, que se ve no pretendo se la considere como aprobadas y examinadas por la Sede Apostólica, sino como cosas que reciben su valor de la fe de sus autores; y, finalmente, que no es otra cosa, sino Historia humana.

Por eso, sepan todos que yo completa e inviolablemente observo el Decreto Apostólico de la Sagrada Congregación de su santa y universal Inquisición, hecho el año 1625, confirmado el año 1634, conforma a la declaración del mismo Decreto, hecha el año 1631 por Su Santidad N. S. el Papa Urbano VIII. Y sepan además que, mediante estas narraciones mías no pretendo incitar a ningún culto, o veneración alguna; ni inducir o acrecentar fama u opinión de Santidad, ni añadir cosa alguna a la estima de su estima; ni de apuntar, cuando sea, a la futura Beatificación o Canonización, o aprobación de milagros de persona alguna. Todas esas cosas yo las dejo en el estado en que estarían sin este trabajo mío, a pesar de haber transcurrido tantísimo tiempo. Profeso esto con la piedad que conviene a quien desea conservarse como obedientísimo hijo de la Santa Sede Apostólica. Y a ella, en todos sus escritos y atestaciones me remito, etc.

Yo, Vicente [Berro] de la Concepción, sacerdote profeso en la Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.

Notas