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Revisión de 16:48 21 oct 2014
LIBRO PRIMERO
Lector
El día 13 de marzo de 1625, Su Santidad Urbano VIII dio un decreto en la Congregación de la Santa Inquisición General Romana, y él mismo lo confirmó el día 5 de julio del año 1634. En él prohibió que, sin el conocimiento y aprobación del Ordinario, no se imprimieran libros de aquellas personas que, célebres por la santidad o por fama de martirio, se fueron de esta vida, y en los que se pudieran encontrar hechos, milagros, revelaciones, o cualesquiera beneficios, como recibidos de Dios por intercesión de ellas. Por eso, los que hasta aquí se han imprimido sin esa aprobación, no quiere decir de ninguna manera que se consideren aprobados.
Y el día 5 de junio de 1631, declaró también que los elogios de Santo o de Beato, que se refieran a una persona, no sean admitidos en absoluto, sino sólo los que se refieren a las costumbres y opinión, -a no ser que al principio, se asegure que en ellos no interviene ninguna autoridad de la Iglesia Romana, sino sólo la afirmación del autor-. Yo acepto, ciertamente, aquel decreto, y su confirmación y declaración, con la acatamiento y reverencia que se le debe.
Y confieso que, en todo lo que en este libro afirmo, no pretendo ni quiero que nadie lo tome en otro sentido de como suelen tomarse las cosas que se fundan solamente en la autoridad humana, y no en la autoridad divina de la Iglesia Romana, o de la Santa Sede Apostólica, exceptuando sólo a los que la Santa Sede tenga ya en el catálogo de Santos, de Beatos o de Mártires.
Vicente [Berro] de la Concepción, Sacerdote Profeso En la Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios De las Escuelas Pías.
A LOS RELIGIOSOS DE LAS ESCUELAS PÍAS
Mis queridísimos y amadísimos Padres, Hermanos, e Hijos en Cristo:
Aseguro a VV. RR. que -al escribir estos libros de los infortunios, disgustos, calamidades y persecuciones de nuestra pobre y amadísima Orden, dirigidas todas por el demonio y sus secuaces, para atemorizar aquella estable y fortísima roca del invencible ánimo de nuestro General y Venerable Padre Fundador y General, José de la Madre de Dios, en el siglo D. José Calasanz, -yo debería prorrumpir con más sentimiento del que tuvo el Patriarca Jacob ante la pérdida de su amadísimo hijo José, y más del que tuvo David en la muerte de Saúl y Jonatán.
Más que éstos debería yo lamentarme y llorar. Pero todo sería poco, si no os incluyo conmigo a todos vosotros. Llorando exclamo: -“¡Ay! ¡Ay! Derramad también vosotros como un torrente de lágrimas durante el día y la noche, durante años y lustros. No os deis descanso, no cese la pupila de vuestros ojos, porque cayó la flor de nuestra corona, y luz de nuestra madre”.
Os confieso ciertamente que muchas, muchas han sido las que he derramado en medio de las desgracias ocurridas; y creo que aún serán muchísimas las que saldrán de mi corazón y de mis ojos al recordarlas. Porque grandísimos, muchísimos, han sido los daños; horribilísimas las persecuciones; fortísimos y sutilísimos los perseguidores. Por eso, suplico a La Majestad de Nuestro Sumo Dios que me dé gracia para saberlos describir con el sentimiento que deseo y debo, para su mayor gloria, y utilidad espiritual mía y de los venideros.
Prometo no alejarme nunca de la verdad bajo ninguna motivo, sino describir el ciento por ciento, como cosa vista por mí u oída de persona digna de fe. Y lo que no pueda asegurar, lo contaré como dudoso.
Y aunque algunas cosas parezcan fábulas, no lo son, sino sucedidas de verdad; y créanme, que, si no, no las escribiré. Lo que sí temo es olvidarme de muchas cosas, por haber pasado tantos años. Y además, como las notas y escritos principales conservados por mí en las persecuciones, han sido después quemados por los nuestros en tiempo de paz, algunos, diría, con poco miramiento, pero algún otro con mucha malicia al quemarlos, -poco amigo de nuestro público honor, y de la grandeza de N. V. P. Fundador y General- Dios le perdone, y VV. RR. rueguen por él.
Vicente [Berro] de la Concepción, Sacerdote profeso de las Escuelas Pías