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CAPÍTULO 4 De otro suceso y proceso Hecho por el Revmo. Muzzarelli A favor del P. Mario

La inquietud del P. Mario era tanta, pues se la inspiraba el enemigo de la caridad fraterna y de la unión religiosa, que hasta lo había hecho adusto. Por eso, todo le olía a mala intención, cualquier palabra la tomaba a mal, y la más mínima brizna que nuestros Padres y Hermanos hacían o decían con sencillez religiosa en nuestra casa de Florencia, él la veía como una gruesa viga y sacrilegio, tal como se puede ver en el siguiente caso.

Una mañana de carnaval (se cree que fue el jueves “grasso”)<ref group='Notas'>Jueves “Grasso”, es decir, el jueves después de antigua Sexagésima.</ref>, al toque de la comida, por no sé qué causa urgente, el P. Ministro o Superior de la Casa no pudo acudir para dar la bendición, aunque los Padres esperaron un rato, por buena educación, dado el día que era. Finalmente, se decidieron a dar la bendición, que dio el P. Juan José [Bugelli] de San Carlos, cuya voz, por tener muy mala salud, apenas se oía; por lo que algunos de los asistentes se pusieron a reír, al no saber qué responderle, tan bajo hablaba, dada su indisposición. Se pusieron a la mesa, se comió, se dio gracias, y salieron fuera del refectorio como de ordinario.

Hablando fuera del refectorio, uno dijo al P. Ambrosio [Ambrosi] de la Concepción: -“V. R. se ha reído en la bendición”. Él respondió algo así como esto: -“¡Hombre! ¿Quién no se hubiera reído? Reírse en el refectorio no es cosa para el Santo Oficio”.

El P. Mario que estaba presente, se volvió al P. Ambrosio, y le dijo con furia: -“¡Yo soy educado! ¡Soy educado!” Le respondió el P. Ambrosio: -“V. R. es educado, ¿y habla de esta forma?” Y se fue de allí con los demás, al sitio acostumbrado de la recreación. Pero Mario continuaba discutiendo con las mismas o parecidas palabras.

Al llegar a un galería, el P. Clemente [Settimi] de San Carlos dijo:-“P. Mario, por favor, tranquilícese, es día de recreación, no nos enfademos. Al oír el P. Mario estas amorosas palabras, se enfrentó como un tigre al P. Clemente, al mismo tiempo que la deba un puñetazo en la cara, diciendo: -“Hombre ¿también tú me contradices?” El pobre P. Clemente, cruzando los brazos, dijo, dirigiéndose a los Padres y Hermanos:-“Sois mis testigos, este Padre está excomulgado”.

El P. Mario quiso reiterar otros golpes contra el P. Clemente, pero se interpuso y lo detuvo uno de nuestros Hermanos, llamado Cesario [Landucci], a quien el P. Mario le dio también no sé cuántos golpes. En su dolor, el Hermano, como joven que era, se le enfrentó, para devolvérselos, pero lo contuvo el P. Ángel [Diloenzo] de Santo Domingo y otros, de tal forma que al P. Mario ya no lo tocó más nadie. Pero, como el joven ofendido se resistía a los Padres que lo sujetaban, diciendo que a toda costa quería vengarse, el P. Mario, sin herreruelo ni chancletas, salió de casa, y fue a la del Revmo. Inquisidor, ante quien se presentó todo furioso, diciendo: -“Reverendísimo ¡Mire cómo me han tratado los Padres, por haber denunciado al Santo Oficio a la Sra. Faustina! ¡Todos se me han echado encima y me han maltratado, como ve V. P. Revma.!

El Reverendísimo envió al instante a nuestra casa a su P. Vicario, y dio orden de que nadie saliera de casa, bajo gravísimas penas.

A la mañana siguiente el Revmo. P. Inquisidor vino él en persona, y colocó al P. Mario en el confesionario, aunque estaba excomulgado, en contra de lo que dice el canon “si quis suadente diabolo percusserit”. El Reverendísimo no dijo ni una palabra sobre esta excomunión, aunque era público y notorio, a favor nuestro, el doble puñetazo a dos Religiosos, sin ninguna razón.

Al contrario, admitida la querella, formó un proceso contra los Padres que habían recibido y afrontado la ofensa, poniendo de reo y paciente al P. Mario; y a los pacientes, reos. Comenzó el examen, y cuando el testigo decía la verdad del hecho, sólo se anotaba lo que decía a favor del P. Mario, y no lo demás.

Volvió a casa el P. Silvestre [Bellei] de Santa María Magdalena y el P. Martín, muy disgustados y preocupados por todo. Informados y consultados sobre el hecho los Padres de casa, una parte de ellos se presentaron al Reverendísimo, le entregaron el susodicho escrito, y luego, el P. Ambrosio de la Concepción se fue a Roma. Éste informó del hecho a Monseñor Asesor, al Revmo. Comisario, y a los Emmos. de la Sagrada Inquisición, y de la falsedad al escribir las deposiciones de los testigos. Ellos comunicaron al Revmo. P. Muzzarelli que, si tenía algo, transmitiera las actas a Roma, y enviara a aquel supremo Tribunal aquellas en las que figuraba la acusación.

Por eso, fueron a Roma el P. Ángel [Diloenzo] de Santo Domingo, el P. Clemente [Settimi] de San Carlos, y el H. Ricardo [Antoni] de San Felipe Neri, que comparecieron en Roma ante el sagrado Tribunal, y ante los Eminentísimos, de quienes recibieron orden de no salir de Roma. Pero, viendo que no había nada, y que el P. Mario era el culpable, los liberaron, diciéndoles que no había en ello culpa alguna, ni nada en contra ellos.

Notas