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CAPÍTULO 19 Carta del P. Mario [1643]

Pongo aquí, al pie de la letra, la misiva que me escribió este Padre a mí, estando en Nápoles, en el comienzo del Revmo. P. Pietrasanta. En ella se puede ver cuán ciego tenía el demonio al P. Mario; pues da a entender que puede hacer más, o reformar lo que había hecho o determinado N. V. P. Fundador General, mediante su confirmación por la Santa Sede Apostólica, con el voto de la Sagrada Congregación de Religiosos, donde hay tantos Cardenales.

Carta misiva

Fuera: Al P. Vicente [Berro] de la Concepción, de las Escuelas Pías. Nápoles.

Dentro: Pax Christi

Desde hace mucho tiempo hasta hoy, he mantenido el deseo de que nuestra Orden se vea libre de todas sus inquietudes, que impiden el servicio de Dios, de la misma Orden, y del prójimo. Lo que más me abrumaba el corazón, era ver cuán poco espíritu reinaba, en común y en particular. Oprimía los ánimos de tal manera, que se deducía la necesidad de sacarla del mundo, pues no actuaba a favor de la Santa Iglesia, a pesar de que el Instituto haya sido y sea santo y bueno; pero no estaba bien dirigido. Ahora, con muchas fatigas mías, espero se cumplan mis deseos, que son los de dar forma a la Orden, -porque nunca se le ha sido dado- y conseguir lo que no se ha podido conseguir, en veinte años de gobierno que lleva la fundación en la Orden. Con ocasión de esta Visita se pondrá orden (mediante la misericordia de Dios) y se arreglará todo.

Estoy contento de que ahí, usted y los demás hayan quedado contentos de la provisión hecha por Su Santidad por medio mío. Quiero hacer que se pueda tocar con la mano que pospongo mis intereses al bien común de la Orden; y que serviré de intermediario para su arreglo y no para la destrucción, como algunos espíritus angélicos han corrido la voz. El final corona la obra<ref group='Notas'>Finis coronat opus. Es un dicho latino, que Mario parece cita como propio.</ref>.

Esté seguro de que la Orden está tan desorganizada, que lo que se haga será casi un milagro; porque, en efecto, no encontramos ni principio, ni medio, ni fin; sobre todo en estas benditas pretensiones y Profesiones, queremos encontrar términos medios para contentar a todos.

Agradezco a V. R. el recuerdo que conserva de mí, y le quedo obligado; le aseguro que ha cambiado muchísimo. Yo no puedo ni quiero [cambiar]; sin embargo, en lo que pueda servirle, siempre me encontrará dispuesto a servirle en todo momento.

Le conviene, por ahora, estar ahí, o como Superior, o como Maestro de novicios, como verá; porque entre usted y el P. Marcos [Manzella] –salúdelo de mi parte- se repartirán estos dos cargos; que después todo se arreglara. Se necesita tiempo y paciencia en todo.

Pida por mí, lo mismo yo lo encomiendo. Deo gratias. Roma, a 23 de mayo de 1643.

De V. R.

Servidor afmo., Mario [Sozzi].

Ya lo veis, queridísimos lectores. Si hubiera sido doctísimo cronista, legislador, filósofo y teólogo ¿el P. Mario de San Francisco hubiera podido el pretender más esto, es decir, haber gobernado durante muchos lustros a un pueblo tan numeroso, a una Orden tan diseminada y extendida por todo el mundo?

Y, sin embargo, el pobrecito, no sabía medianamente la gramática, ni tenía ninguna experiencia de gobierno; no había estado más que unos pocos días de Vice Superior en nuestra casa de Poli, mientras yo fui a Nápoles; y fue necesario quitarlo muy pronto para no dar ocasión de algún escándalo; por eso todos los de aquella casa insistían muchísimo ante N. V. P. Fundador General acerca de su imprudencia y soberbia, para que lo quitara. De lo contrario, escribían resueltamente, lo dejarían solo en casa, y se irían todos a Roma. N. V. P. Fundador General nunca jamás le confió un gobierno; pues el Provincialato de Toscana se lo buscó él en la Sagrada Congregación de la Santa Inquisición; y si N. V. P. Fundador General firmó y selló la patente, lo hizo para obedecer a dicho sagrado Tribunal; no por otra cosa.

Yo ahora no me acuerdo de más acerca de este particular. Se bien que de sus cartas y palabras se recuerda su hipocresía, y la ambición que el demonio le había metido en la cabeza, sin ningún fundamento.

Sus aliados y consejeros, mientras él vivió, fueron los más disolutos y relajados que se pudieran encontrar, por cuanto recuerdo, y a su tiempo se dirá más adelante.

Notas