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CAPÍTULO 21 De cómo renunciaron Tres de los Asistentes

Quisiera ampliar este capítulo, de tanta importancia, pero sé muy bien que me faltan las escrituras que en dos cajas dejé en Roma, al partir para Génova en 1659. ¡Y creía las dejaba en puerto seguro! Pero, (deplorandum facinus, non solitis, sed sanguinis lacrimis)<ref group='Notas'>Hay que lamentar el crimen, no con lágrimas ordinarias, sino con lágrimas de sangra.</ref>. La mayor parte las quemó uno que pagarlas con la propia sangre.

Ahora, diré sólo todo lo que recuerde; después, prometo hacer, con todo interés, una investigación exhausta.

Poco tiempo estuvieron de acuerdo los 4 Asistentes con el Revmo. P. Visitador Apostólico Pietrasanta; porque cuando Mario quería una cosa, la que fuera, la quería también el P. Visitador. Y si alguien le contradecía, -con cualquier razón que adujeran los otros tres Padres Asistentes, aunque fuera buenísima y santísima, y como tal juzgada-, no se movían de su sitio ni de su determinación. Así que era inútil aducir razones y autoridades de quien fuera, porque ni se las escuchaba ni se las apreciaba.

Pondré aquí solo algunas líneas, de una carta firmada por dos de aquellos Padres Asistentes, en la que testifican sobre este particular.

Dice así:

“Nosotros los abajo firmantes, Asistentes de la Orden de los Padres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, elegidos por Breve Apostólico de Su Santidad N. S. el Papa Urbano VIII, declaramos con la presente, y comunicamos a todos, mediante nuestro juramento, cómo, -después de haber tomado posesión de nuestro Oficio, y gobernado por espacio de un mes-, forzados por los malos comportamientos del P. Mario de San Francisco, y para no respaldar a tal hombre, -en detrimento y amenaza de toda la Orden-, viendo que no podemos plegarlo a una forma razonable de gobernar, ni hacer nada con él, -por el apoyo y la defensa que recibe de Monseñor Asesor del Santo Oficio, quien nos amenaza con el Santo Oficio ante cada cosa que nosotros tratamos o proponemos, que no sea conforme con sus deseos y caprichos-, hemos resuelto renunciar al Asistentado, como de hecho renunciamos.

Pero el P. Pietrasanta,--sabiendo muy bien que nosotros tenemos razón, la que él mismo nos daba en todo, en presencia del mismo P. Mario, antes de ser imbuido en otro sentido por Monseñor Asesor [Albizzi]--, no sólo dijo siempre que no aceptaba semejante renuncia, sino que, actuando a su manera, hace unos días nos forzó de nuevo a tomar el cargo, como así hicimos y así continuamos. Llevamos ejerciéndolo otro mes, tenemos casi diariamente Congregación, firmando cartas y patentes, y hacemos otros actos de Superioridad pertenecientes a dicho Oficio.

Lo que después ha sucedido, es que, por una circunstancia frívola, es decir, por haber dicho el P. Santino [Lunardi] de San Leonardo, y sólo él, que el P. Mario se había apropiado la potestad de ofrecer por sí solo el Provincialato y el Superiorato de Roma a un Padre, es decir, al P. Pietrasanta, sin hacer caso de nosotros,

-informado antes, como siempre- se levantó con tanto enfado, -no sólo contra el P. Santino, Asistente, sino también contra nosotros, inocentes, que estábamos callados-, que nos trató a todos de rebeldes y refractarios del Santo Oficio, sin haber recibido, ni de nosotros ni del P. Santino, motivo alguno para hacer aquello, diciendo que no quería ya ir a tener Congregación, etc. Y, de hecho, se fue, y nunca más nos ha congregado, o comunicado nada sobre el gobierno.

Yo, Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, afirmo cuanto dice arriba, y lo firmo con mi propia mano.

Yo, Juan Francisco [Bafici] de la Asunción, afirmo cuanto dice arriba, y lo firmo con mi propia mano.

Después de esto, ¿quién no ve que la violencia usada contra estos tres Padres Asistentes fue una política finísima del Revmo. P. Pietrasanta, jesuita, para conseguir que los tres Padres Asistentes renunciaran, para poder él dar incienso de superioridad al P. Mario, Asistente, y lanzar a su plena voluntad contra los escollos a nuestra pobre Orden, y cumplir la primera parte de su discurso: Evellere et destruere?<ref group='Notas'>Arrancar y destruir.</ref> Se daba cuenta de que el P. Mario era incapaz de descubrir su política, y sólo estaba lleno de ambición, soberbia y pasión contra N. V. P. Fundador General, contra quien también se dirigía su ambición.

Notas