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Revisión de 16:49 21 oct 2014
- CAPÍTULO 29 De la gravedad De la enfermedad del P. Mario
La fortaleza de complexión de un buey, su fisonomía, y la costumbre que siempre tenía de rumiar como un animal, mantuvieron con mucha robustez al P. Mario de San Francisco, durante los meses de septiembre y octubre, en los que no cesaba de dar vueltas, insistiendo cada vez más en perseguir, mortificar y maltratar a N. V. P. General y a sus Asistentes y Religiosos; pero tomando también remedios para sortear su enfermedad de lepra.
Los Señores médicos en un principio lo cuidaban y medicaban como si fuera un supremo y absoluto Príncipe, sin escatimar gasto alguno, aunque fuera grandísimo, de lo que nunca se echó atrás la Orden.
Le ordenaron, primero, una comida costosísima, pollos bien cebados, y alimentos especiales, como víboras, y pastas compuestas de diversos ingredientes de mucho coste, e infusiones de vino generoso, bien envuelto entre víboras, después de haberlas hecho morir en él, y que, para conseguirlas vivas costaban muy caras. Sin hablar de otras pócimas.
Viendo los Señores médicos que iba de mal en peor, ordenaron algunos baños de aceite, con ingredientes preciosos; para hacer éstos, se retiró a nuestro noviciado. Era la primera vez que entraba, después de hacer las purgas convenientes, y otros preparativos, y permaneciendo el tiempo prescrito. De allí salió mondo y lirondo, dejando todas sus costras en el baño, por lo que él y los suyos se animaron y andaban alegres. El mismo P. Mario me escribió a mí, informándome de la salud recuperada, como esperaba, pero con un aire verdaderamente altivo, de cuya carta no recuerdo ahora lo que hice.
Fue, sin embargo, breve esta salud y alegría suya, porque al tercer día, a lo más, se encontró de nuevo lleno de costra, peor que antes.
Repitieron de nuevo el baño de la misma manera, con las preparaciones necesarias. Se llenaba tanta costra, que no se podía mover. La costra que quedaba el baño, parecían como si fueran escamas de peces. Salía de aquél hermoso y limpio, ágil de miembros, con alegría y consuelo de enfermo; los médicos, y los demás que le servía, con gran esperanza.
Pero quiso Dios que, al día siguiente, o al otro, a lo más, se levantara de la cama todo cubierto de la cabeza a los pies, hecho una llaga, que aterrorizaba a todos.
Continuaron muchas veces aquello baños, y los efectos se veían siempre igual, por lo que se decidió que no ayudaban, y eran inútiles.
No cejaron los Señores médicos en su interés y ciencia, para encontrar otros ¡remedios fuertes! Así que, poniendo primero los remedios necesarios y oportunos, ordenaron hender vivos algunos grandes castrados; y así, calientes, aplicarlos al cuerpo desnudo del P. Mario; y, envuelto en ellos, mantenerlo un buen espacio de tiempo. Pero tampoco este remedio sirvió de nada.
Consideraron más oportuno ponerlo dentro de un buey hendido vivo. Llevaron al Colegio Nazareno un buey grande, vivo, comprado para tal efecto, igual que los castrados, y, abierto vivo, sin desollar, en él cerraron el cuerpo desnudo del P. Mario, que estuvo el tiempo determinado por los Señores médicos. Parece que salió con cierto alivio, y presentaba esperanza de mejoría. Después repitieron el remedio, con la muerte de otro buey, cerrando dentro de él al P. Mario, como antes. Pasado el tiempo, salió; pero no se vio ninguna mejoría, porque todo esto no sirve de nada contra la voluntad divina.
¡Qué gastos! ¡Qué despilfarro de cosas, -dadas, por amor a Dios, a los Religiosos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, para la expiación de los pecados de los pueblos-!
Y, aunque los pobres Padres, comieron aquellas carnes infectas, no hubo nadie que enfermara, pues fueron preservados por Su Divina Majestad.