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CAPÍTULO 31 De la enfermedad y muerte Del Revmo. P. Muzzarelli Inquisidor de Florencia [1643]

No estará fuera de lugar ampliar aquí contar lo que sucedió al Revmo. P. Maestro Juan Muzzarelli, que, siendo Inquisidor, tanto favoreció al P. Mario de San Francisco, cuya enfermedad y muerte hemos descrito brevemente en los capítulos anteriores. Yo, para mayor seguridad de la verdad, diré lo que a mí me ha escrito estos días uno de nuestros Padres, sacerdote, paisano y conocedor de dicho Revmo. P. Muzzarelli, y testigo de vista de lo que hizo. Así se lo he pedido yo, Superior suyo; ahora, indignamente, Provincial Romano. Dice, pues, así:

“Yo, N. de N., con toda verdad y sinceridad, y de la mejor manera que puedo, digo que he conocido y tratado familiarmente al P. Maestro Juan Muzzarelli, llamado el P. Fanano, pues nació en un pueblo de la zona de Fanano, Estado de Módena. Esta villa dista de aquel pueblo cerca de una milla, y se llama Sartazzone. He conocido también a su madre, a su tía, y a una hermana, que se hizo monja en el Monasterio de la Anunciación de Fanano.

El P. Maestro Juan tuvo un tío, también Maestro, en la misma Orden de los Conventuales de San Francisco, llamado igualmente Maestro Juan Muzzarelli, que fue Guardián en su convento de Módena, durante los años 30. Era teólogo de aquel Seminario, y creo que murió en el año 1635.

Este Fray Juan 2º, de quien hablo, fue nombrado Inquisidor de Florencia al año siguiente de 1636, según creo recordar, cuando estaba como Guardián en Bolonia.

Yo fui enviado a Florencia, el 15 de enero de 1641, y allí tuve nueva ocasión de hablar con él por varios incidentes. El 26 de junio de 1642 el P. Provincial de Toscana me envió de Comunidad a Fanano. Antes de salir para este lugar, fui muchas veces a ver a dicho Remo. P. Inquisidor, que estaba en cama con un gravísimo cáncer en la oreja izquierda, si no me equivoco. Era tan grande que llegaba casi al hombro; tenía la forma y grosor de una longaniza.

El Revmo. Padre ordenó lo trasladaran de Florencia a Lucca, donde había un habilísimo cirujano, con la esperanza de que lo curara. Pero, en cuanto los Señores supieron que el Inquisidor iba a su ciudad con un cáncer tan grande, le dieron expresamente orden de que no siguiera adelante; pero luego, como un favor, le concedieron que llegara hasta la puerta de la ciudad, y que, allí fuera, lo visitara el cirujano. Éste, al ver un cáncer tan pestífero, le dijo: “Padre, piense que se muere; pida ayuda a Nuestro Señor, pues que no hay modo de curarlo; y V. P. quede dispuesto. Oído lo cual, se giró a la derecha, y por la calle de Pescia y Pistoia, ordenó que lo volvieran a Florencia.

Yo, que estaba en Florencia, fui a visitarlo después de volver, y lo consolé en tan grave enfermedad. Él mismo me contó, de que no tenía remedio, me añadió: “Padre carísimo, creo que todos los amigos sienten mi mal; temo me lo he ganado por la protección que di a aquel malvado del P. Mario, pues sé muy bien era un perverso; pero me lo habían recomendado personajes importantes, y de capelos rojos; así que no podía hacer otra cosa. Que Dios le perdone; y a usted también, Padre, a quien tantas veces le he pedí me enviara un oficio, mediante vuestro Padre General, para que me enviara una información “de vita et moribus” de dicho P. Mario, y nunca pude ver tal información, para haberla podido mostrar a quien me recomendaba con tanta interés a aquel desgraciado”. Yo, verdaderamente le insistí a N. V. P. Fundador, pero él me respondió: “Dejemos hacer a Dios bendito”.

No estará fuera lugar que yo añada algo más. Dicho Inquisidor me decía muchas veces: “No puedo aguantar verme en torno a este Mariazo, gran maligno, cegado por la pasión, que se tomó demasiada libertad. Que Dios perdone a quien creyó a ese hipocritazo y grosero, con fisonomía de traidor. Y, sin embargo…, sin embargo, escuchado y creído en cuanto decía. Incluso este arzobispo de Florencia se lo ha tragado como un confite”. Cosas parecidas me ha contado en cantidad, siempre que iba adonde él.

Murió, finalmente, a causa de aquel cáncer, siendo Inquisidor, en las estancias superiores de la audiencia del Inquisidor de Florencia, en agosto de 1643. Quiera Su Divina Majestad haberle dado, como penitencia saludable, tan grave y dolorosa enfermedad de cáncer, y el pesar que tuvo de haber favorecido y ensalzado a una persona indigna. No sé, sin embargo, si escribió alguna vez al Santo Tribunal de Roma algo de esta verdad que conocía, porque estaba obligado a ello.

Dios, por su misericordia, conceda a todos nosotros su santa gracia.

FIN DEL 1º LIBRO DEL 2º TOMO

Notas