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Revisión de 16:49 21 oct 2014
- CAPÍTULO 10 El P. Superior de San Pantaleón Privado del Cargo [1645]
El P. Fernando [Gemmellari] de San Jerónimo -siciliano, de la ciudad de Catania (me parece), Sacerdote nuestro Profeso, muy amiguísimo del P. Esteban [Cherubini], muy vago como persona, en medio de estas turbulencias nuestras- fue elegido por el P. Esteban como Ministro, que así se llaman en nuestras Constituciones los Superiores de las Casas, de San Pantaleón de Roma. La gobernó algunos meses como le pareció, y según el parecer del P. Esteban. Aquél, para gastarlo en otras cosas, sobre todo en donativos, hacía sufrir de todo lo necesario, de comida y vestido, a todos los Religiosos de la comunidad; por eso, ésta se lamentaba mucho, y él le respondía: “La Casa es pobre, no se puede más; quien no tenga, que lo busque”; y palabras parecidas. Debido a estas respuestas, y porque lo veían dependiente en todo del P. Esteban, toda la comunidad de San Pantaleón lo miraba con malísimos ojos, y lo observaba todo para liberarse de él. Les vino la ocasión como el anillo al dedo, como se suele decir, y se la jugaron según su deseo. Es decir, el P. Fernando, Superior, se olvidó de ordenar leer a su debido tiempo no sé qué decretos, que se acostumbran a leer por orden del Papa Urbano VIII, de feliz memoria. Dicho Pontífice declara que los Superiores que no manden leerlos a su tiempo, quedan privados de la dignidad que tienen.
Con esto, los Padres de casa, unidos, dieron parte, por ello, de la falta cometida por el Superior, al Emmo. Sr. Cardenal Ginetti, Vicario de Nuestro Señor; denegaron la obediencia al P. Fernando, y se la dieron al P. Francisco [Baldi?] de la Anunciación, el Sacerdote más antiguo de aquella comunidad, según la antigua costumbre de nuestra pobre Orden, donde, si falta el Superior de la Casa por cualquier causa, aquél hace de Vice-Superior local, hasta que los Superiores Mayores ordenen otra cosa.
El P. Pietrasanta, Visitador jesuita, y el P. Esteban, se disgustaron mucho por esto; pero, como la cosa estaba en mano del Emmo. Vicario, no pudieron hacer otra cosa, sino atribuirlo a temeridad y desobediencia; pero acudieron a los Superiores Supremos, como si lo hubieran hecho en deshonor de la Sagrada Congregación de los Emmos. Sres. Cardenales delegados, y, con ello, de la Santa Sede Apostólica; pues lo que querían era sacar veneno de todo para atosigar a N. V. P. Fundador y destruir la Orden, como más adelante veremos claramente.
Quiero añadir aquí el final que tuvo dicho P. Fernando, para que se sepa a qué tipo hombres elegían para los gobiernos el Remo. P. Pietrasanta, jesuita, y el P. Esteban [Cherubini].
Este P. Fernando, después del Breve de Inocencio X, de gloriosa memoria de nuestra reducción, habiendo obtenido, creo, otro [Breve] con licencia de cambiar de hábito, se fue adonde los hebreos del gueto, y les vendió nuestro santo hábito por poco más de dos escudos; y, con otro dinero que ya tenía, se vistió el hábito de Cura secular; fue el primero que hizo este cambio. Volvió a San Pantaleón, creyendo encontrar allí habitación, como antes, pero le dijeron los Padres: “Nescio te”; y fue rechazado como merecía. Esto me lo ha contado uno que estaba presente, y me lo confirmó el mismo Fernando, que después se hizo Capellán de la Orden de Jerusalén.