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Revisión de 16:49 21 oct 2014
- CAPÍTULO 24 Fortaleza de ánimo y confianza en Dios De N. V. P. Fundador General [1646]
Las olas furiosas de mar de los disgustos, persecuciones y calumnias, no derrumbaban el fuerte y bien cimentado rompiente del corazón de N. V. P. José, Fundador y General. Y no era porque no fuera de carne, y sujeto a las pasiones naturales, ni porque no amara apasionadamente a las Escuelas Pías, obra suya, formada y engrandecida con su propia sangre de los ojos del corazón. Era, más bien, porque, habiendo obrado en todo por pura gloria de Dios y utilidad del prójimo, y nada para sí mismo, veía seguro y evidente que no podía perder nada de lo suyo, como si no lo conociera; que, como cosa de S. D. M., era Dios quien las dirigía y guiaba a su modo; que en esto consistía la mayor gloria de Dios, lo que él deseaba y procuraba solamente; y que lo propio suyo era cuidar de los pobres; y de esto estaba seguro.
Como Padre y Fundador, él nos había alimentado a todos nosotros con la leche de sus paternos consejos y caritativas amonestaciones; y al vernos ahora no muy sólidos, ante tan gran golpe de desazón, andaba siempre consolándonos con sus cartas y preparándonos, al mismo tiempo, a recibir con alegría lo que había sido determinado en el sacrosanto consistorio de la Santísima Trinidad, la única en quien él había puesto su esperanza, y ante quien quería que también nosotros nos sometiéramos, y esperáramos.
Pondré aquí las cartas suyas que tengo, sobre este particular y tiempo.
Carta
Fuera
“Al P. Vicente [Berro] de la Concepción, Sacerdote de las Escuelas Pías. Nápoles.
Dentro
Pax Christi
He recibido la carta de V. R. del 17 del corriente; y le digo que aún no ha salido nada a la luz, acerca de la resolución de nuestras cosas; lo que, sin embargo, esperamos de día en día de la Santa Sede. Y, aunque algunos andan escribiendo ciertos malos pronósticos, espero, no obstante, en Dios Bendito que la Orden permanezca pie, crezca mucho aún, para utilidad del prójimo.
Mientras tanto, no dejen de hacer ahí oración al Señor, para que tenga a bien hacer lo que sea para mayor gloria suya.
Hemos visto la carta del P. Pietrasanta, a la que los Padres han dado respuesta; creo que la hayan enviado también ahí. Es cuanto recuerdo. El Señor nos bendiga a todos.
Roma, a 24 de febrero de 1646.
Servidor en el señor,
José de la Madre de Dios”.
Nuestro fortísimo santo Viejo veía que le rodeaban cada vez más los dolores de la muerte; pero, a pesar de todo, nunca perdía la esperanza en Dios.
Veía que el demonio con sus secuaces habían enfrentado a todos contra él para derribarlo. Veía después que de Palacio no podía saber nada, a pesar de los medios poderosos que empleaba. Veía cómo cada vez más adversarios, tanto suyos, como de la pobre Orden suya, triunfaban y disfrutaban. Pero, a pesar de todo, el santo Viejo, y fortísimo soldado del Señor, tanto él mismo, como con sus cartas a nosotros, vigorizaba y acrecentaba nuestra esperanza en Dios.
Escucha esta carta suya, y confúndete:
Carta
“Al P. Vicente [Berro de la Concepción, Sacerdote de las Escuelas Pías. Nápoles.
Pax Christi
Se han hecho tantas gestiones para averiguar algo de nuestras cosas, cuantas secretamente han ordenado los que desean la ruina de nuestro Instituto. Ayer por la tarde una persona, segura, nos dijo que el Breve está expedido, pero no publicado. Dicen que en él hay orden de que los que han hecho los votos solemnes, sigan con ellos, pero que en el futuro no se puedan hacer ya tales votos. Se dice también que estamos sujetos al Ordinario, y otras cosas que no nos han querido aclarar.
Yo espero que todo lo que han hecho y hagan estos nuestros adversarios, todo se deshaga con la ayuda de Dios; y pueda más la verdad que la envidia. Por eso, V. R. esté con buen ánimo, lo mismo que todos los que aman al Instituto; pues, sin duda, volverá a ser más glorioso que antes.
Salude de parte mía al P. Juan Lucas [di Rosa] y al P. Marcos [Manzella], los cuales en estas circunstancias deberían aumentar más el espíritu del Instituto, y dejar aparte otros pensamientos y tentaciones inútiles; y estar alegres, porque “dabit Deus his quoque finem”.
Roma, a 3 de marzo de 1646.
Servidor en el Señor,
José de la Madre de Dios”.
Después añade de su propia mano estas preciosas palabras: “En aquello en que los hombre fallen, Dios suplirá con seguridad”.