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CAPÍTULO 35 Suceso en el mar, Por los cabellos de N. V. P. Fundador [1635]

Del mes de mayo de 1635 N. V. P. José de la Madre de Dios, General y Fundador, envió a algunos de nuestros Religiosos desde Roma a Nápoles, entre los que fue el P. Ricardo [Antoni] de San Felipe Neri, y el P. Vicente [Berro] de la Concepción, escritor de ésta.

Salimos de Fiumicino en una chalupa, con mediano viento favorable. Llegamos a Netuno, donde cambió el tiempo, del todo contrario a nuestro viaje, por lo que nos vimos forzados a detenernos allí dos o tres días.

Después partimos; y navegando muy lentamente, con apuro llegamos a Terracina. Partimos a la mañana siguiente bandeados por los vientos contrarios a nosotros; pero llegamos a puerto o playa, que se llamaba L´Angelo di Paola, si bien recuerdo, donde, como la tempestad del mar continuaba, no guarecimos algunos días en las ruinas de un edificio, en que estuvo lloviendo casi todo el tiempo. Dado que los pasajeros y los marineros estaban reventados, como se dice, de estar parados en aquellas antiguallas, se decidieron a salir, y proseguir el viaje hacia Nápoles.

Pero, alejados algunas millas de tierra, y no muy lejos del Monte Cercello (creo que es así), se levantó una tempestad tan feroz, que nos aterrorizaba. Las demás chalupas que venían detrás de nosotros, y que pudieron, viraron y retornaron a puerto.

Pero nuestra chalupa, que se encontraba ya en las crestas de las olas que se rompían contra dicho Monte, no sólo no podía girar y volver atrás, sino que iba muy veloz a estrellarse en los escollos del Monte.

El patrón y los marineros, todos juntos, viendo el gran peligro y vecina la muerte, comenzaron a gritar y ha hacer todos los esfuerzos, pero nada podían. Los pobres estaban calados y asustados (como cada uno se puede imaginar), viéndose en tan evidente peligro de muerte; con el corazón invocando a la piedad divina, haciendo muchos actos de contrición, y con la lengua clamando al cielo.

Recuerdo en esto dicho al P. Ricardo, que tenía algunos cabellos de N. V. P. General y Fundador; pero como él no era aún sacerdote, me dio a mí, Vicente [Berro], escritos de ésta, unos pocos, para que, como sacerdote los pusiera en el mar; y, encomendándose antes de nada al corazón de N. V. Padre José, de quien eran los cabellos, haciendo con ellos sobre las aguas del mar la santa Cruz, los dejé allí.

¡Providencia y bondad del Gran Dios! En cuanto hice esto, enseguida cesó la tempestad, y se tranquilizó el mar. Y, trocándose el viento a nuestro favor, pasamos dicho Monte, y proseguimos el viaje felizmente, llegando a Mola di Gaeta con el sol bastante alto; y al día siguiente, a Nápoles felizmente.

Nosotros lo consideramos como gracia especial, y como milagro obrado por S. D. M. y los méritos de N. V. P. Fundador y General José, de quien eran loa cabellos que yo eché al mar. Porque el tranquilizarse la tempestad fue al mismo tiempo que la oración y la Cruz trazada por mí con aquellos cabellos, que mantenía entre los dedos pulgar e índice en las mismas olas del mar, que tocaba sin moverme de sentado, porque las olas eran muy altas.

Aquí lo pongo para gloria de S. D. M. y de su siervo José. Y por ser verdad, lo he escrito yo, Vicente de la Concepción, sacerdote Profeso de las Escuelas Pías, a quien le sucedió, estando allí el P. Ricardo y otros Religiosos nuestros, aunque no recuerdo sus nombres.

Ten en cuenta esto, lector:

Si al elogiar a las personas ilustres, que en estos libros y en este tomo he recogido, toco de refilón algunas cosas, a las que atribuyo santidad, o brevemente, algunas cosas hechas por ellos, que, como superan las fuerzas humanas, pueden parecer milagros, presagios de cosas futuras, manifestaciones de secretos, revelaciones, iluminaciones, y otras cosas parecidas; más aún, beneficios hechos por Dios a míseros mortales por su intercesión, y finalmente, parece que atribuyo a otros el nombre de Santidad; sin embargo, propongo a mis lectores todas estas cosas de tal manera, que no pretendo sean consideradas como probadas y examinadas por la Sede Apostólica, sino como cosas tienen su valor a partir del testimonio de sus autores; por lo que, al final, no son más que historia humana. Así pues, sepan todos que observo entera e inviolablemente el Decreto apostólico de la Sagrada Congregación de la Santa Romana y Universal Inquisición, hecho el año 1625, y confirmado el año 1634, conforme a la Declaración del mismo Decreto, hecha el año 1631 por Su Santidad Nuestro Señor el Papa Urbano VIII. Y que, por medio de estas narraciones, no intento atribuir ningún culto, ni veneración; ni inducir, o acrecentar la fama y opinión de santidad; ni añadir nada a su estima; ni señalar, cuándo pueda ser, la Beatificación o Canonización, o aprobación de milagros de ninguna persona. Sino que dejo las cosas como las he recibido, y como deben quedar, sin este trabajo mío, a pesar de haber pasado un larguísimo tiempo.

Esto profeso, con la piedad que conviene a quien desea conservarse obedientísimo hijo de la santa Sede Apostólica, a la que me someto en todos mis escritos y actuaciones.

Yo, Vicente [Berro] de la Concepción, de Savona, Sacerdote de las Escuelas Pías, de propia mano.

Notas