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Revisión de 16:50 21 oct 2014
- CAPÍTULO 16 De otros desórdenes causados En las Escuelas Pías de Savona [1646]
Después de la publicación en Roma del Breve de nuestra reducción a Congregación sometida a los Ordinarios, Monseñor Ilmo. y Revmo. Francisco María Spinola, Obispo de Savona, fijó el pensamiento en nosotros, y quería poner en nuestra casa de la ciudad su seminario, para tenerlo todo en dicha casa,
- comer y dormir- bajo la dirección de nuestros Padres, igual que antes nos la había dado para las escuelas. Nuestros Padres pensaron que era un peso muy duro y de mucha responsabilidad, por los incidentes que podían ocurrir; y escribieron a Roma a los nuestros, pidiendo consejo y ayuda. Allí pensaron que no era bueno, y que se podían temer disgustos. Se habló con Monseñor Albizzi y Monseñor Farnese, ahora cardenales ambos, con los que se intercambiaron cartas de mucho peso, en las cuales se hacía saber a Monseñor Ilmo. Obispo que no podía obligar a nuestros Padres a esta carga. Y además, como Monseñor Obispo pretendía ser dueño absoluto de nuestra casa y Superior de nuestros Padres en todo, se le comunicó de parte de la Sagrada Congregación y del Sumo Pontífice que no podía impedir a los padres ejercer su Instituto, ni mandarles más de lo que se contenía en sus Constituciones; que no debían inquietarlos con otras cosas, mientras en lo demás vivieran religiosamente.
Disgustó a Monseñor aquella advertencia, y siempre que podía los mortificaba y humillaba. Retiró a los seminaristas de sus escuelas, y cien escudos anuales que les daba para dicha escuela; escribió a Roma que los Padres no podían vivir allí, porque la ciudad estaba decaída; que no eran necesarios porque estaban allí los Padres jesuitas; e indujo a otros a actuar contra los Padres. Y, como había allí algunos ciudadanos apasionados, hizo que también ellos escribieran con mucho ardor. Incitaron a otros Religiosos para inquietar a nuestros Padres, comprando en frente de nuestra iglesia y casa, diciendo que, no manteniendo ya el estado de Orden, no se oponía tampoco a las bulas pontificias. Y de otras formas parecidas se valieron para molestar a nuestro Padres. Pero en Roma, gracias a Dios, se superó todo.