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- CAPÍTULO 13 Cuánto hizo a favor de las Escuelas Pías El Excmo. Duque Ossolinski [1647]
Este Ilmo. y Excmo. Señor fue tan santo y prudente político, que en su tiempo fue estimado como el más prudente de Europa, por lo que fue enviado en obediencia por el Serenísimo y Potentísimo Rey de Polonia y Suecia, Vladislao IV, al Sumo Pontífice Urbano VIII como embajador, en cuyo cargo maravilló a Roma, y en ella, a todo el mundo, así que muchos pintaron su retrato.
Elegido Gran Canciller de aquella serenísima República y Poderosísimo Reino, lo guió de tal modo, que siempre fue fidelísimo y afortunadísimo. La Majestad del Rey y el poder de la República fueron el uno para el otro un fidelísimo Aquiles y Director de todo bien. Como estaba adornado de tanta política mundana, un potentado pudo decir de él: ´Con más gusto elegiría la prudencia y política del Duque Ossolinski, Gran Canciller de Polonia, que el poder de los turcos´. Otro dijo: ´Siento más envidia por la política del Duque Ossolinski, que por la grandeza del Rey de España´.
A pesar de todo, era tan amante de la Orden de las Escuelas Pías y de su V. P. José de la Madre de Dios, que, para salvarla y ampliarla, no ahorró nunca empresa alguna, aunque fuera dificilísima y casi imposible; como fue el procurar y obtener que en la Dieta General del vastísimo Reino de Polonia, tanto el brazo eclesiástico, como el ecuestre, suplicaron al Sumo Pontífice a favor de la reintegración de las Escuelas Pías como Orden.
Y como vio que el Excmo. Embajador había sido en esto menos fogoso de lo que él deseaba, eligió ir particularmente a Roma para obtener del Sumo Pontífice esta gracia. Se puso en disposición para hacer el viaje. Despidiéndose de todos los suyos, y también del Reino y del Rey, se pudo en camino, saliendo con mucha pompa y acompañamiento de Varsovia hacia su delicioso lugar llamado Italia. Pero, al vestirse por la mañana, para proseguir viaje de Roma, fue atacado por una apoplejía; y en pocas horas, después de recibir los Santos Sacramentos, pasó a la eternidad, y, lo creo piadosamente, también a la vida eterna. Qué agradecidos están los Religiosos de las Escuelas Pías a Su Excelencia, se puede colegir de sus cartas adjuntas.
Carta de Su Excelencia al Cardenal Panziroli
“Emmo., Revmo. Y Excmo. Señor mío
Los Padres Onofre [Conti] del Smo. Sacramento y Jacinto [Orselli] de San Gregorio, de los Padres de las Escuelas Pías en Polonia, considerando la firmeza de Su Santidad en querer que su Orden quede extinguida por falta de observancia y obediencia a la Sede Apostólica, el día 11 de abril indicaron a Su Majestad, por medio del Sr. Secretario Fantoni, que, abandonaban estas casas suyas, y se disponían a salir de este Reino, encomendando a la clemencia de Su Majestad a los jóvenes profesos de esta Orden, ya constituidos in sacris. Desesperan que en estas tierras sea posible la Congregación pretendida por Su Santidad con la extinción de su Orden. Por lo que, prosiguiendo la despedida comenzada, no sin horror de Su Majestad y de muchos, el día 12 de dicho mes vinieron a mi casa para despedirse también de mí.
Confieso a Vuestra Eminencia que yo también me horroricé; y retardándolos, hablé de esto con Su Majestad y con muchos Senadores que se encontraban en la Corte, quienes juzgaron este caso era tan grave, que se debía redactar una proposición pública a toda la Dieta; como así se hizo. El sentido de la cual lo conocerá Vuestra Eminencia por las cartas dirigidas a Su Santidad, tanto del Estado Eclesiástico de los Obispos, como del público de la Dieta recién reunida.
Y como de mi cargo dependen todas las expediciones de esta República, me encuentro obligado a pedir a Vuestra Eminencia quiera tener a bien comunicar a Su Santidad algunas cosas que no he juzgado conveniente insertar en dichas cartas:
-Primeramente, corre por este Reino un escrito, que ya ha sido llevado a Su Santidad por orden de Su Majestad Real, en el que se exponen las razones de subrepción halladas en la valoración de esta Sagrada Orden. Este escrito contiene argumentos conocidos, creídos por el mundo, y eficaces, para persuadir, como sucede, que no hay nadie que comprenda esta decisión. En este Reino las Órdenes observantes que viven con sincera pobreza y con austeridad ejemplar son veneradas hasta entre los herejes, quienes no llegan a comprender que en Roma se estudie la reforma de esta pobreza y rigor de vida, para convertirla en una Congregación, liberada del voto de pobreza y de la obligación de vivir con aquel rigor que es conforme con los ejemplos Apostólicos y de los Santos de la primera Iglesia.
Si de verdad estos Padres abandonaran estas casas Religiosas suyas, quedaría, sin duda, abandonada una abundante juventud, educada religiosamente; y desconcertada, además, la piedad y la devoción que los católicos más devotos profesan a esa Santa Sede.
-La erección de la pretendida Congregación, que abrazaría a esta juventud, es impracticable en estas tierras; y en nuestro caso sería detestada; casi como un nuevo parto, surgido de las reliquias de una Sagrada Orden destruida, como se ha insinuado. ¿De qué vivirían estos jóvenes, que por el voto solemne de pobreza, hecho bajo la Autoridad Apostólica, han abandonado lo que tenían? ¡Qué monstruosa será la situación de los que, a título de pobreza Apostólica, están ordenados como subdiáconos, diáconos y sacerdotes! ¿De qué les servirá a ellos un poco de humanidades, aprendidas en pocos años, mientras a algunos les hubiera bastado cualquier otra aptitud?
Dejo considerar el resto a la clemencia y piedad de V. E. y de Su Santidad, quien, siendo Vicario de Cristo en la tierra sabrá, según su prudencia, y con el ejemplo de S. D. M., cambiar su decreto como quiera, forzado por las humildes súplicas de los Fieles; lo que conlleva aprobación y agradecimiento de filial benevolencia a Su Santidad y a la Sede Apostólica. Con semejante piedad el Gran Dios se atrae la observancia y amor de sus criaturas.
Por eso, he puesto toda esperanza en que Su Santidad, según el ejemplo de los otros Pontífices en semejante caso, y a instancia y consejo de persona privadas, dará acogida a las instancias de Su Majestad y de toda la República, la cual, no sólo se sentirá satisfecha de que la Sagrada Orden de las Escuelas Pías sea restablecida, sino mucho más de que no sea pospuesta la humilde petición del Pueblo de esta Nación.
Y como sabemos cuánto estima Su Santidad el Consejo de Vuestra Eminencia, le envío la carta de Su Majestad, del Clero y del resto de la República, con la esperanza segura de que el motivo de una intercesión tan grande e insólita justifique, ante Dios y ante el mundo, el cambio del decreto Pontificio, cambio deseado por muchos, distinguidos por la verdadera prudencia y equidad.
Esté Vuestra Excelencia convencido de que conseguirá el inmenso agradecimiento que le profesará todo este Reino. Y yo en particular, que me declaro devotísimo servidor, le auguro felicidad, y con ello sinceramente le beso las manos.
Varsovia a 15 de junio de 1647
De Vuestra Eminencia Revma.
Devotísimo y agradecidísimo servidor
El Duque Ossolinski, Gran Canciller del Reino de Polonia
La carta fue escrita de propia mano de Su Eminencia.