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Prefacio para los religiosos
Desde los comienzos de la naciente iglesia, durante siglos interrumpidos y hasta llegar a nuestros días, el mundo ha visto tantas Congregaciones y Órdenes de hombres espirituales con leyes particulares, títulos e insignias diferentes, y tan numerosas que se podría decir, en opinión del obispo de Claraval<ref group='Notas'>Carta a Guillermo.</ref>, que viendo su número en la Iglesia, Reina de Dios a la que el vate coronado vio en un trono divino, con un vestido dorado decorado con gran variedad de adornos, podría pensarse que ya no hay sitio para otra nueva, Congregación u Orden, que pudiera dar más esplendor al vestido citado.
Sin embargo, admirando aquella sabiduría del Dios Omnipotente que introdujo en el orden de la naturaleza una variedad tan grande de cosas creadas<ref group='Notas'>S. Tomás, 22 q. 183. A. 2.</ref> para que comunicaran mejor su perfección y la hicieran brillar de manera más perfecta, estableciendo un orden en tan diversos oficios y multiplicación de grados y estados, también quiso que hubiera un lugar en esa variedad para la nuestra de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. Aunque algunos, casi con desprecio, dicen que nuestro puesto está en el margen del vestido de la Reina (ínfimo, pues según dice Titolman, los márgenes son inferiores), sin embargo nosotros no podemos sino felicitarnos por ello, teniéndolo por gran gloria y decoro, pues las antiguas Órdenes de los santos padres, Basilio, Agustín, Benito, Bernardo, y todas las demás, ínclitas y célebres, han sido creadas en este mundo como un beneficio del cielo, de modo que unas sean principales, otras secundarias, y otras sirvan para decorar otras partes de la Reina Iglesia. El que nuestra Orden se tenga que poner de rodillas y hacer una profunda inclinación por el hecho de ser novísima, en modo alguno nos parece ignominioso, y tampoco lo que viene detrás es siempre más ignominioso, como se muestra en el cielo, entre los ángeles y los hombres.
Ciertamente entiendo que el legislador Moisés en el Génesis<ref group='Notas'>Cap. 1.</ref> da el lugar principal al cielo en la creación, cuando dice “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”, pero veo claramente que el salmista real da la prioridad a la tierra, posponiendo el cielo, cuando le oigo cantar<ref group='Notas'>Sal 101.</ref>: “Al principio, Señor, creaste la tierra, y el cielo es la obra de tus manos”. Por lo que el cielo, siendo una obra de naturaleza superior, se pospone a la tierra vil. ¿Cómo es que el profeta quita indignamente la presidencia al cielo y se la da a la tierra, que no la merece? El V. Beda nos lo aclara cuando dice: “Las dos cosas fueron creadas al mismo tiempo, aunque Moisés no lo diga; pero al cielo le corresponde el lugar más elevado de todas las cosas, no porque es más antiguo que la tierra, sino porque precede a la tierra en mérito, y no importa que aquí en el salmo vaya pospuesto a la tierra”.
El ángel tiene una cualidad celeste. Y aunque tenga una naturaleza más sublime, y actúa como vicario de Dios con el hombre, sin embargo cuando cumple su tarea ministerial, aunque por derecho le corresponde ir delante de los hombres, en Éxodo 14 no se avergüenza de ocupar el último lugar. “Y poniéndose en marcha el Ángel del Señor (dice el texto) que precedía al ejército del Señor, pasó a retaguardia” Para que se vea qué poco le preocupa el lugar de superioridad y preeminencia.
Andrés, el discípulo querido de Cristo, se comporta como el cielo y como el ángel. Pues siendo de más edad, y llamado al oficio del apostolado mucho antes, no piensa que sea molesto ni considera ignominioso que, siendo el primero en la fe, es segundo en orden en cuanto a dignidad. No sin motivo. De la misma manera que, según dice Crisóstomo, no debe defender el primer puesto para sí el que ha nacido antes, tampoco debe considerar vergonzoso el ocupar el último, pues eso no corresponde a los hombres, sino que es solamente potestad del Creador de todas las cosas. Y así unas Órdenes han ido creadas antes y otras después, y pone a estas en un grado más alto, y a aquellas en uno más humilde; es necesario aceptar lo que la autoridad divina dispone según su beneplácito.
Puesto que no se le puede dar valor o estima por la prioridad en el tiempo ni por la superioridad de lugar, bástele a nuestra Orden resplandecer entre las ropas más ínfimas de la Santa iglesia de Dios, y desde este lugar crezca espiritualmente, como la hemorroísa del evangelio que tocando la orla del vestido de Cristo vio que la herida de su cuerpo se secaba.
No deja de ser extraña esta historia de Mateo<ref group='Notas'>Cap. 9.</ref>, y en particular la manera como esta mujer se acercó a pedir al Médico Celestial la curación de su cuerpo. Pues ciertamente no se lanzó a tocar los lazos que rodeaban el cuello de Jesús; no rozó el paño sagrado sobre su espalda; no se lanzó a las ropas que pendían de su bendita diestra (que tiene el poder de obrar); no se atrevió a tocar los pliegues de su pecho, sino que considerando que sus partes inferiores tenían tanta eficacia y poder como las medias y superiores, se decía entre sí: “Si toco la orla…” Y ¿qué ocurrió? Obtuvo felizmente lo que buscaba con fe: pues la mujer quedó curada a partir de aquel momento.
Con la misma confianza, mínima Orden de las Escuelas Pías, no consideres ningún lugar vil, ni abyecto, ni supremo, ni inferior; más bien procura considerar honorífico cualquier lugar en la Iglesia de Dios; sea para ti cualquier pago reciente un premio igual al de otras superiores en orden y anteriores en el tiempo.
Confirma lo que digo la parábola de Mateo 20. Los obreros son llamados a trabajar en la viña a diferentes horas. Algunos fueron a la aurora, otros a mediodía, y a la hora de ser pagados no se siguió ese orden, y aunque todos recibieron el mismo salario, pues el patrón decidió que los últimos fueran pagados antes que los primeros, y sin prejuicio, pues nadie fue defraudado en el precio acordado. ¿Por qué crees que lo hizo así? El bueno del patrón no alteró el orden cuando consideró que los últimos merecían ser pagados antes, pues viéndoles trabajar con tanto ardor para equipararse con los primeros, mostró su reconocimiento dándoles la prioridad no por el privilegio del tiempo, sino en virtud del mérito. Aquí el Doctor Áureo dice que los últimos son los primeros y los primeros los últimos no porque los últimos sean más dignos que los primeros, sino para que los últimos puedan confiar en poder obtener el mismo premio y honor que los primeros, de modo que no se consideren últimos.
Así, puesto que no es la precedencia en el tiempo lo que cuenta, sino el cúmulo de méritos, consolaos, queridos, con estas palabras: creced con el aumento de méritos para recibir la prioridad de las venerables Órdenes antiguas, de modo que trabajando como ellas, recibamos el mismo pago. Roma, en la casa de S. Pantaleo.