Diferencia entre revisiones de «BerroAnotaciones/Tomo1/Libro3/Cap07»
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=BerroAnotaciones|anterior=Tomo1/Libro3/Cap06|siguiente=Tomo1/Libro3/Cap08}} :'''CAPÍTULO 7 De la segunda ida de los Nuestros A Sicilia [1633] El...») |
m |
||
Línea 1: | Línea 1: | ||
{{Navegar índice|libro=BerroAnotaciones|anterior=Tomo1/Libro3/Cap06|siguiente=Tomo1/Libro3/Cap08}} | {{Navegar índice|libro=BerroAnotaciones|anterior=Tomo1/Libro3/Cap06|siguiente=Tomo1/Libro3/Cap08}} | ||
+ | |||
+ | [[BerroAnnotazioni/Tomo1/Libro3/Cap07|Ver original en Italiano]] | ||
:'''CAPÍTULO 7 De la segunda ida de los Nuestros A Sicilia [1633] | :'''CAPÍTULO 7 De la segunda ida de los Nuestros A Sicilia [1633] |
Revisión de 19:17 23 oct 2014
Ver original en Italiano- CAPÍTULO 7 De la segunda ida de los Nuestros A Sicilia [1633]
El Excmo. Sr. Duque de Alcalá estaba de Virrey de Nápoles algunos años antes de que la Serenísima Princesa de España, hermana del regente Felipe IV, Rey Católico, fuera enviada a Germania para esposa del Rey de Hungría, que luego fue elegido Rey de Romanos, y poco después sucedió en el Imperio a su padre. Estaba, pues, este Ilmo. y Excmo. Sr. Duque de Alcalá con mucho aplauso en el gobierno del Reino de Nápoles, cuando pasó por Italia dicha Serenísima Infanta, a quien servía como Hayo el Ilmo. y Excmo. Sr. Duque de Alba. Surgió entre estos dos Excmos. Señores un desacuerdo grande por la precedencia de lugar en el recibimiento que en la ciudad de Nápoles se hizo al Serenísimo Infante, por lo que, después de algunas dificultades, Su Majestad el Rey Católico envió a Sicilia para el gobierno de aquel Reino al Excmo. Duque de Alcalá, manteniendo, sin embargo, el título de Virrey de Nápoles, aunque para esto había sido enviado el Excmo. Señor Conde de Monterrey, que se encontraba en Roma como Embajador del Rey Católico ante el Sumo Pontífice.
Llegó a Palermo el Excmo. Duque de Alcalá con toda su nobilísima Corte, y entre ellos el Secretario, D. Miguel de la Lana, y el Ilmo. Señor D. Alonso de Cárdenas. Estos Señores, como también el Excmo. Señor Duque de Alcalá, eran devotísimos de nuestro Instituto, y afectuosísimos con N. V. P. Fundador y General.
Por eso, llegados a aquella nobilísima ciudad de Palermo, quisieron y trabajaron por todos los medios para que las Escuelas Pías fueran allí, cuidándose de todo lo que fuera necesario, ayudando, no sólo a las Órdenes y al Emmo. Y Revmo. Sr. Cardenal Doria, Arzobispo de Palermo, sino a nuestros Padres.
Llegaron los Padres y se ubicaron en la Calle Maqueda, arriba de la Parroquia de la Santa Cruz, hacia la puerta de la ciudad que va al Monte del Peregrino; precisamente en el lugar donde aquel hombre, favorecido del Cielo, puso el sagrado Cuerpo de Santa Rosalía, la primera vez que se detuvo en la ciudad (Así me lo ha contado en Palermo cuando yo estaba en aquella ciudad). Por eso, yo considero fue una gracia singular del Señor, que quiso, desde entonces, elegir para él aquel sitio, para dárselo a las Escuelas Pías.
Los Padres abrieron en aquel lugar una iglesita, y en la función estuvo presente el Excmo. Señor Duque de Alcalá, Virrey de las dos Sicilias, con los susodichos Señores y toda su Corte. Y mientras que el Emmo. Y Revmo. Señor Carlos, Cardenal Arzobispo Doria, celebraba la Santa Misa, la primera que se dijo en aquella iglesita, o al menos en la que estuvo presente el Excmo. Virrey; y con esta función quedaron fundadas las Escuelas Pías en Palermo, con satisfacción u gusto de dicha ciudad, que siempre ha estimado a nuestro Instituto con todo afecto.
Aquel Ilmo. y Excmo. Virrey donó en diversas ocasiones muchos miles de escudos para la compra de algunas casas, y para la construcción de la casa y las escuelas, como también de una iglesia de mucha mayor capacidad, titulada de San Fernando, que después, en tiempo de nuestros trabajos, los Padres que allí quedaron la dedicaron a San Silvestre Papa, porque del primero no podían estar seguros, ya que el Emmo. Arzobispo ponía dificultad a tal título.
Hubo una gran oposición para comprar una casa de no sé qué señora, en el cantón hacia la Santa Cruz; y fue necesaria toda la prudencia y autoridad del Excmo. Virrey, porque la dueña no la quería vender aunque se le pagaba mucho más de lo que valía; hasta que fue necesario quitarla por fuerza. Muchas otras cosas sucedieron, de las que quizá en aquella casa haya memoria.
Una sola cosa diré. Se encontra[ba] el P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos en aquel principio en la ciudad de Palermo, con necesidad grande de escribir a N. V. P. Fundador y General y obtener de él pronta respuesta. Escribió la carta, y se la dio a un caballero, para que la hiciera llegar a Roma, y obtener respuesta segura. El caballero cogió la carta, y la pudo sobre su mesita o escriño, para enviarla con las suyas. Se olvidó, y, pasado no sé qué tiempo, el P. Melchor fue adonde aquel caballero, no por la respuesta de la carta, sino para otra cosa, y en la conversación dijo: “-Se habrá acordado Vuestra Señoría de enviar la mía a Roma a mi Padre General y Fundador. Entonces aquel señor se acordó de que no la había enviado, por lo que pidió excusa al Padre; prometió y aseguró enviarla por el siguiente correo. Se despidió de él el Padre; y buscando la carta que iba a Roma, nunca la pudo encontrar. Pero, en su lugar, encontró una carta que venía al P. Melchor de Todos los Santos, de las Escuelas Pías, en Palermo. Estupefacto por ello, sin saber cómo se había perdido la primera, y de dónde había venido la segunda, llamó a un sacerdote de su casa, y le ordenó fuera adonde el P. Melchor a pedirle le excusara por la carta perdida, diciéndole que escribiera otra, asegurándole que enseguida la mandaría, y entregándole la que le había sido dirigida a él.
Recibida la excusa, el P. Melchor, no sólo abrió la carta que venía para él, sino que, al leerla, vio que estaba escrita y firmada por N. V. P. Fundador y General, y era la respuesta a la carta que se decía y creía se había perdido; y la fecha era del mismo día de la que había escrito el P. Melchor. Por lo que, extrañado, contó y mostró la carta a dicho sacerdote. Después, ambos atónitos, fueron con la carta al caballero, el cual, asegurando con certeza que él no había enviado la carta, y que, aunque la hubiera enviado, no hubiera podido llegar por el camino recto, y que él no la había recibido de ninguna persona viva, todos la consideraron como cosa del cielo. Y tanto más, cuando se vio que la propuesta y la respuesta eran ambas el mismo día. Recuerdo haber oído contar esto a una persona digna de crédito, y dicho sacerdote lo afirmó con juramento en su indagación, aunque yo no lo he leído.
Yo mismo me encontraba en Sicilia, en Mesina, cuando fue llevado el P. Melchor vivo, pero dentro de una caja, a Palermo, por haber llegado de España con un cáncer de pecho, y luego llevado a Roma a caballo. Fue descendido antes de entrar en el Tíber, por estar indispuesto. Un poco antes de la puerta de San Juan de Letrán, yendo a caballo, éste, a causa del disparo de no sé qué artilugio, se espantó, y tiró por tierra al P. Melchor, en cuya caída se rompió una cadera de tal forma, que nunca se curó. Por eso llegó a Palermo en una caja llevada en una chalupa.
Estando yo en Mesina, dicho Padre me llamó a Palermo, por orden de N. V. P. Fundador y General. Cuando llegué allí, vi el mal estado corporal en que se encontraba; tanto los médicos como los cirujanos me dijeron que le quedaba poco de vida. Por eso, le administré los Santos Sacramentos, que los recibió con mucha devoción, y en mis manos rindió el alma al Señor.
Le hizo una solemne oración fúnebre un P. Teatino, muy amigo del P. Melchor y de nuestra pobre Orden, tomando como tema el llanto del Rey David en la muerte de Jonás, hijo del Rey Saúl. “Doleo super Jonata”.
Lo que yo más admiré y me asombró, fue que, habiendo decorado de luto toda nuestra iglesia, en el mismo momento de quererlo cubrir de tierra estando ya en la fosa, de los dispositivos negros que lo cubrían, se desprendió con admiración de todos, el retrato del titular, San Francisco, Arzobispo, como si quisiera dar la bendición antes de cubrirlo, ya que dicho Padre había hecho la iglesia.