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CAPÍTULO 33 Muerte accidental De uno de los Nuestros [1646]

En Turi

Nuestro H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, profeso de votos solemnes, vistió el hábito de nuestro Santo Instituto en 1622 en Roma. Era jardinero del Ilmo. Sr. Mellini; era hombre famoso en laberintos y en todo lo relacionado con semejante oficio. En es siglo se llamaba Marco Antonio Corcioni, de Lauro, en el Reino de Nápoles.

Después de recibir nuestro hábito, se mostró diligentísimo en todo. Hombre de gran trabajo, nunca estaba ocioso. Siendo Hermano Operario laico, era por ello muy estimado de N. V. P. Fundador, porque era observante de nuestras Constituciones en todas partes, solícito en todos los ejercicios espirituales, exacto en las mortificaciones del cuerpo, pronto siempre en la santa obediencia, aun en las cosas repugnantes a los sentidos o de propia humillación, de mucha actividad, y ejemplo para los demás.

Recuerdo en particular que una vez, durmiendo yo delante de su celda en el noviciado de Monte Cavallo, donde descansaba N. V. P. Fundador y General, fue una noche dicho H. Marco Antonio (cuando ya estábamos en la cama) a llamar a la puerta de N. V. P.. Y como –creo yo- el Padre ya descansaba, volvió a llamar; y a la segunda vez, desde dentro se oyó una voz que decía: “Espere”; y después no se oyó más. El H. Marco Antonio permaneció allí toda la noche sin marcharse; sólo por haber oído aquella voz: “Espere”; señal de una perfecta obediencia religiosa. Y, para concluir, era un verdadero Religioso observante. Pero, para que se vean los secretos de S. D. M., y cómo se verifican aquellas palabras del Evangelio: “Coelum et terra transibunt, verba autem mea non transibunt” (Mt 24,35).

Ocurrió que este Hermano nuestro, que también era secular, es decir, Marco Antonio Corcioni, joven impetuoso en su pueblo, y bastante colérico por naturaleza, -no sé verdaderamente cómo- encontró un borrico en su propiedad, cargado de leña y a un hombre que cargaba al asno con leña suya. El hecho es que, por un asno y no sé qué leña, nuestro Marco Antonio Corcioni mató a un pobre hombre, por la cólera que cogió contra quien llevaba el asno y la leña; realmente, lo mató.

Y, finalmente, se cumplió lo que, en sus justos secretos, dice la Divina Majestad, en San Mateo 26,52: “Los que maten a espada, a espada morirán”. Pues bien, pasados más de treinta años, aunque nuestro H. Marco Antonio de la Cruz había vivido con tanta perfección religiosa, fue matado con ocasión de un asno.

En efecto, estaba nuestro Hermano Marco Antonio, como se ha dicho, en nuestra casa de Turi, en Puglia, en el Reino de Nápoles; una vez, como tantas otras, cuidaba en el campo a un asno que pastaba. En esto que vio a algunos guardias de la campiña, o mejor, como se dice, Guardianes del Reino, que se habían adueñado de su borrico o asno. Nuestro Marco Antonio corrió hacia ellos para liberar al asno de sus manos. Llegó, cogió el asno, hizo todo lo posible para quitárselo de las manos, diciéndoles que era cosa de iglesia y que quedarían excomulgados. Pero como los guardias se preocupan poco de estas cosas, más aún, lio amenazaban más, y él continuaba resistiéndose lo más que podía, sin querer dejárselo, los indignó de tal modo que el guardia que llevaba consigo las armas lo deshizo de tal manera la cabeza, que lo mató. Y aunque corrieron nuestros campesinos, y otros del mismo escuadrón de guardias, o sea, Guardianes, para librarlo, ya no llegaron a tiempo. Con esto, nuestro H. Marco Antonio quedó casi muerto, y en poco tiempo entregó el alma al Creador.

Monseñor Obispo excomulgó al delincuente, y el juez secular procedió a la encarcelación, pero nuestro Hermano murió.

Verdaderamente, en esto hubo algo de imprudencia, pero en lo demás era óptimo Religioso. “Qui in gladio occiderit, oportet eum gladio occidi” (Ap 13,14).

Notas