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Capítulo 1º. Sobre la conversión de los pueblos de Germania a la fe en Cristo
Austria, poblada por los avaros, se convirtió a la fe de Cristo hacia finales del siglo VIII, llevada por la predicación de Anón, obispo de Salzburgo, a cuya obra contribuyeron los predicadores sagrados enviados por Alcuino, egregio defensor de los dogmas católicos, insigne defensor de las instituciones monásticas. Parte de esta cosecha o anexión la reivindica Paulino, patriarca de Aquilea, cuyo trabajo comentan alabándolo los anales eclesiásticos.
La religión cristiana entró en Bohemia desde la frontera de Moravia, donde Svatopluc, penúltimo rey de Moravia, fue bautizado por Cirilo, el santo hermano de Metodio. Su hijo Svatoboy fue derrotado y expulsado, y Moravia se la repartieron entre Borzivoj, los húngaros y los teutones.
En el año 895 después de Cristo el estandarte sagrado fue abrazado por Borziboj, hijo de Nostirico, décimo jefe de Bohemia, y su esposa Luzmila, hija del conde Slambor de Bizancio, mujer brillante, a los cuales los condujo a la fe San Metodio, y luego ellos la propagaron de palabra y con su ejemplo de manera admirable entre los bohemos.
Hijos suyos fueron Spitigneo y Wratislao. Este, habiendo fallecido su hermano sin sucesión, recibió el principado, tomó como esposa a Drahomira, una mujer muy malvada, que le dio dos hijos, Wenceslao y Boleslao. “El primero se lo entregó a Luzmila para que lo educara, y del segundo se encargó ella misma. Cada alumno aprendió las costumbres de su nutricia: Wenceslao a cultivar la piedad, a comportarse con mansedumbre, a venerar las cosas santas cristianas, a ser generoso con los pobres, a no molestar a nadie; Boleslao siguió el culto de los ídolos, buscó ambiciosamente los honores, era inclinado al adulterio, la violencia, el robo y todo tipo de crímenes”[Notas 1].
Al igual que ocurrió en los primeros tiempos de la Iglesia, en los cuales según palabras de San Agustín “se vertió una gran cantidad de sangre de mártires, que luego produjo una fértil cosecha para la Iglesia, y que ocupó todo el mundo, como hemos visto”, del mismo modo la semilla de la doctrina evangélica en Bohemia y Moravia fue regada por la sangre de muchos mártires, por lo que produjo un cosecha fertilísima de virtudes. Cuando murió Wratisalo, dispuso en su testamento que fuera regente del reino Luzmila, hasta que fueran mayores sus hijos. Lo cual provocó la ira de su esposa Drahomira, la cual hizo asesinar a Luzmila en su castillo de Thetim por medio de los criminales Thimas y Limon, y luego hizo asesinar a Wenceslao por medio su hermano Boleslao, que lo había invitado a una fiesta.
La fe cristiana paso de Bohemia a Polonia con ocasión del matrimonio de Dobrava con Micislao, príncipe de Polonia. El P. Alber cuenta así la cosa: “Micislao (Miesko, o Miesce), rey de los polacos, tenía siete amantes y ningún hijo. Como tenía un gran deseo de tener hijos, fue persuadido a tomar en matrimonio alguna mujer cristiana, de la vecina Bohemia o de algún otro lugar. Se casó entonces con Dobrava, o como la llaman otros, Dambronuca, hija del rey Boleslao I de Bohemia, y luego se hizo cristiano”[Notas 2]. Y así, pues, fue bautizado en la fe cristiana por Bohunidio, sacerdote bohemo, junto con mucha gente principal polaca.
La iniciación cristiana de sus gentes fue consagrada por la sangre de un heroico mártir. Ocurrió en el templo de los paulinos de Cracovia, un lugar que se llama Skalka. En este lugar, el impío rey Boleslao, “llevado por la ira (son palabras del breviario romano) envió soldados para que asesinaran al santo obispo Estanislao, quienes después de intentarlo tres veces sin conseguirlo a causa de una fuerza oculta, fueron expulsados por Dios. Al final el impío rey asesinó con su propia mano al sacerdote de Dios, mientras ofrecía la hostia inmaculada en el altar”[Notas 3]. En las gradas del altar en el que el pastor invicto se entregó como víctima de la fe, se ofrece a la veneración de los fieles un poema que lo recuerda de este modo: Sube la grada: el santo guía me tiñó con su sangre.
La luz de Cristo iluminó a los húngaros, que moraban junto al Bósforo, alrededor del año 529, pues según cuenta el P. Alber, animados por Teófanes y Procopio, el rey de las hordas húngaras fue convertido y bautizado en Constantinopla bajo Justiniano I, con muchos otros de su gente. Después de diversas campañas y guerras, Geza llevó a los húngaros a Panonia y Transilvania. El obispo Bruno de Varda consiguió que se hiciera la paz entre Geza y Otón I, y que se diera permiso para predicar el evangelio a los que fueran a Hungría con ese santo propósito. Y así llegó san Peregrino, obispo de Passau; vino también san Adalberto, arzobispo de Praga; vino Radla, discípulo de Adalberto, y otros varones famosísimos por su rectitud de vida y su celo por la fe.
Geza tuvo un hijo llamado Vajk con Sarolta, que bautizada por Hieroteo, había convertido a la fe de Cristo a su padre, Gyula el viejo. Al hijo en el bautismo le dieron el nombre de Esteban. “Su padre Geza decidió darle como esposa a Gisela, hermana de Enrique II, cosa de la que no cabe duda, pues contaba también con el consejo de Sarolta. Cuando fue a pedirla por medio de embajadores, San Enrique, hermano de la joven y su aliado Otón III, dijeron que accederían si el esposo se hacía cristiano. Esteban recibió el bautismo junto con su hermano Miguel. Esteban continuó con tanto ardor el tema de propagar la religión, comenzado en tiempos de su padre, que mereció ser llamado Apóstol de Hungría por Silvestre II” (P. Alber).
Y no faltó un héroe cristiano que diera su vida para mantener la fe en el reino de Hungría: Gerardo. Este varón había nacido en Venecia en el siglo X. Se hizo monje de la Orden de San Benito. Cuando pensaba dirigirse hacia los santos lugares de Palestina, tomó el camino de Hungría, y fue huésped del obispo de Cinco Iglesias (Pécs). Cuando vio su santidad, el obispo le rogó que se estableciera en Hungría, pues su celo y su ciencia podrían ser de gran utilidad al entonces rey Esteban, y a toda la gente. Gerardo hizo como le habían pedido. Un día dijo un sermón sobre Sta. María Virgen ante el Rey, en un lugar llamado Székesfehérvár, y de tal modo conmovió el ánimo del Rey, que le nombró preceptor de su hijo Emérico. Después de pasar ocho años educando al joven, el rey Esteban para conservarlo lo hizo obispo de Csanad, donde Gerardo fundó la primera escuela de Hungría, bajo la dirección de un germano llamado Walther, buen conocedor de la lengua húngara. Durante el gobierno de Andrés, tercer rey de Hungría, los húngaros intentaron volver al culto de los ídolos, y para ello expulsaron a su patria a todos los extranjeros que trabajaban por la religión católica. A Gerardo, que había venido a prestar sus respetos al rey en el monte Buda, lo agarraron y lo tiraron al Danubio, a causa de lo cual el monte se llama ahora de San Gerardo (Szent Géllert-hegy)[Notas 4].
Como suele ocurrir en las cosas humanas, ocurrieron acontecimientos entre las gentes germanas después de abrazar la fe católica que tanto en lo civil como en lo religioso cambiaron la naturaleza de las mismas. Las plantas y las flores que el campo renueva la primavera caundo llega, y que producen abundantes frutos, de pronto son devastadas por una inundación que llega de repente. La historia del pueblo elegido es una prueba muy clara de esto. A un príncipe insigne por su piedad hacia Dios, le sucede un príncipe prevaricador, irritando el cetro del reino que ostenta: por ejemplo, a Ezequías, después del cual no hubo otro semejante entre los reyes de Judá, ni tampoco entre los que le precedieron, le sucedió Manasés, que sedujo al pueblo para que hicieran el mal, más que los paganos a los que había aplastado el Señor ante los hijos de Israel. Y, del mismo modo que mientras tanto no faltaron en el pueblo hombres santísimos que se mostraron fieles siervos de Dios cumpliendo la ley, y que opusieron un muro contra la depravación para defender la ley, del mismo modo entre los pueblos germanos hubo atletas invictos que conservaron encendida la llama de la fe, cuya vida ejemplar en defensa de la fe a veces fue coronada con el triunfo de la efusión de su sangre. No me molesta citar algunos de estos. Juan Nepomuceno, adornado con la corona del martirio a causa del silencio sacramental; Juan de Capistrano, famoso por su vida de santidad, acérrimo animador en la lucha contra los turcos, y con él Juan Humiades, rey de Hungría, que tomó las armas por la fe; Casimiro, el mayor de los reyes de Polonia, joya preciosa de penitencia y castidad; Ladislao, piadosísimo durante la vida y durante la muerte, tomado joven por la muerte; Juan de Kety, sacerdote de admirable austeridad, profesor y doctor de la academia de Cracovia; Inés, hermana de Wenceslao, sexto rey de Bohemia, abadesa del monasterio de S. Francisco, que ella misma había fundado en Praga, después de morir Rodolfo, hijo del emperador Rodolfo, con el que se había casado; Marcos Esteban Crisino, canónigo de Esztergom, y los PP. Esteban Pongracz y Melchor Grodziecki, de la Compañía de Jesús, que dieron gloriosamente la vida por la fe de Cristo; y otros muchos que brillan entre los hermanos de nuestra Orden, a los cuales quiero recordar luego.
Notas
- ↑ Eneas Silvio de Siena, Cardenal de la S. I. Romana con el título de Santa Sabina, en De Bohemorum et ex his Imperatorum aliquot origine ac gestis Historia. Fráncfort y Spira, 1687.
- ↑ Juan Nep. Alber de las Escuelas Pías, Institutiones Historiae Ecclesiaticae, tom. V, Agriae, 1825.
- ↑ Oficio del 7 de mayo.
- ↑ Francisco José, rey de Hungría, mandó erigir un monumento en honor del mártir Gerardo, a cuya labor se debe la primera escuela de Hungría y el culto de la Virgen María, que se mantiene hasta nuestros días, y se ha propagado admirablemente. El monumento fue erigido en el año 1902, obra magnífica de Julio Jankovitz.