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Última revisión de 16:06 15 jun 2015
Capítulo 2º. Sobre las principales sectas que corrompen a los pueblos de Germania
Cuando creció la hierba, dice la parábola de Jesucristo nuestro Maestro, y produjo fruto, apareció también la cizaña. Llegando los siervos al dueño le dijeron: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que hay cizaña?” Y él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”[Notas 1]. El enemigo que la siembra es el diablo[Notas 2]. La historia nos enseña claramente que el diablo emplea obreros para sembrar la cizaña de los errores y los vicios, no sólo con los estímulos de la soberbia y la desobediencia, sino también atraídos por las halagadoras charlatanerías de los tiempos. De ellos escribió acertadamente san Ignacio Mártir: “pues no todos estos son plantación de Dios Padre, sino hijos del maldito”. Y la progenie del maldito irrumpió con gran virulencia entre la progenie bendita, y la primera de esas sectas es la creada por Juan Hus.
Tomo los datos de las Memorias que escribí con ocasión de la visita a nuestra casa de Praga, a finales de octubre del año 1919. Al mismo tiempo que se proclamó la república de Checoslovaquia, cuyo espíritu era contrario a la religión católica, la turba, como un rebaño, arrasó el monumento que había sido erigido en una amplia plaza de Praga por la piedad filial de sus abuelos, dejando allí el monumento dedicado a Juan Hus cuatro años antes, de singular magnificencia. Las imágenes de Jesucristo crucificado que había en las escuelas fueron tratadas a patadas (el P. Ambrosio Muller fue atacado a puñetazos porque intentaba impedir que se quitaran las imágenes del crucifijo en nuestro colegio Nepomuceno). Las lámparas que solían arder ante la imagen de S. Juan Nepomuceno en el puente de Carlos IV sobre el Moldava fueron destrozadas. Se suprimió la explicación de la doctrina cristiana que se venía haciendo en liceos y universidades… ¿Quién fue este Juan Hus, cuyo hálito enciende en el presente a las turbas a cometer estos y otros crímenes?
La hierática y severa majestad de Juan en el citado monumento, su boca y su vestido lo presentan como un profeta, no diferente de la descripción de su persona que hizo Eneas Silvio en su Historia Bohemica, diciendo de él: “poderoso en el hablar, considerado ejemplar por su vida pura”. Había nacido en 1369 en el pueblo de Hussenitz. Estudió en la universidad de Praga, y luego fue nombrado profesor, y más tarde rector de la misma. Fue predicador en la iglesia llamada de Belén, y director espiritual de la reina Sofía. Su compañero Jerónimo de Praga le hizo adherir a los errores de Wyclif, de la parroquia de Lutterworth, de la diócesis de Lincoln en Inglaterra, llevados de Inglaterra a Bohemia por un cierto noble cuyo nombre era Pez Podrido, los cuales profesó sin rubor, y su veneno se proyectó con fuerza, cuando fueron expulsados de la universidad de Praga los doctores de Sajonia, Baviera y Polonia que allí enseñaban, cuyas cátedras después ocuparon solamente bohemos. A causa de la diseminación de los errores, Sbinkonen (Sbynek), arzobispo de Praga, hombre brillante, que había mandado echar al fuego más de doscientos libros de Wyclif, prohibió predicar en público a Juan Hus, y este se rió de buena gana de él, y en su temeridad y desvergüenza llegó “a burlarse y poner en ridículo a Sbinkonen por medio de cancioncillas compuestas por él mismo en lengua bohema y cantadas en público” (P. Alber). Se diría que era émulo de Arrio, que según escribe Thaliam se atrevió a insultar a la religión y al mismo Jesucristo nuestro Señor con una canción burlesca.
Otro hombre nefasto fue Jerónimo, discípulo de Hus. Difundió sus errores por Polonia y Hungría. Instigó a la plebe contra el clero y contra los templos, y los excitó contra las cosas santas, para que tirando al suelo las reliquias de los santos las pisotearan. Él mismo manchó con estiércol humano una imagen de Cristo, y en su lugar daba a venerar a los seguidores suyos y de Hus una imagen de Wyclif, adornada con rayos que salían de él.
Vale la pena anotar sus errores, tomados de la impía secta valdense. Según Eneas Silvio, en la Historia Bohemica: “El obispo romano es igual que los demás obispos. Entre los sacerdotes no hay ninguna diferencia; no importa la dignidad de los presbíteros, sino el mérito de su vida. Cuando las almas salen de los cuerpos, van al lugar de las penas eternas, o al del gozo eterno. Nadie va al fuego del purgatorio. De nada sirve rezar por los muertos; eso es un invento de la avaricia de los sacerdotes. Hay que destruir las imágenes de Dios y de los santos. Bendecir el agua y los ramos es algo ridículo. Las órdenes de los mendicantes han puesto de manifiesto a los demonios malos. Los sacerdotes deberían ser pobres, contentándose con las limosnas, de este modo su predicación de la Palabra de Dios sería libre. No debe tolerarse ningún pecado capital, aunque con la gracia puede evitarse un mal mayor. El que sea culpable de una culpa mortal, no puede ejercer una dignidad ni civil ni eclesiástica, ni debe ser obedecido. La confirmación, que los obispos practican con el crisma, y la Extremaunción, no deben contarse entre los sacramentos de la Iglesia. La confesión auricular es superflua: basta con confesar a Dios los pecados en su propia habitación. El bautismo debe recibirse en un río, sin mezcla de óleo sagrado. El uso de los cementerios no tiene sentido; se han creado por motivos de lucro, pues nada quedará de los tejidos que forman el cuerpo humano. El auténtico templo de Dios es el mundo mismo: quienes construyen iglesias, monasterios y oratorios limitan su majestad, pues en el mundo se encuentra mejor su divina bondad. Los vestidos sacerdotales, adornos de los altares, manteles, corporales, cálices, patenas y todo tipo de vasos no sirven para nada. El sacerdote puede producir el santo cuerpo de Cristo en cualquier lugar, en cualquier momento, y administrarlo a quienes se lo pidan: basta con que diga las palabras sacramentales. Es inútil invocar la ayuda de los santos que reinan en el cielo con Cristo, pues no nos pueden ayudar. Cantando y recitando las horas canónicas se pierde el tiempo en vano. Ningún día debe dejarse de trabajar, ni siquiera el llamado domingo. Deben desecharse las celebraciones de los santos. Los ayunos instituidos por la Iglesia no tienen ningún mérito”.
¿Qué podía esperarse de tantos y tales errores? Nada sino perturbaciones y guerras, que a causa de tales hombres malvados sufrieron todos los pueblos de Germania; la destrucción de templos y monasterios; el asesinato de monjes y sacerdotes; la violación de los objetos sagrados. De ahí el espíritu que mueve los ánimos de muchos hasta nuestros días en rebelión contra la Iglesia Católica y la potestad de su Pastor Supremo. La prueba, la iglesia nacional de Checoslovaquia, fundada por Frasky, cuyos constitución y dogmas han sido recientemente expuestos por Gustavo Prochazka, y que intenta reproducir en Praga la obra de Juan Hus y Jerónimo de Praga. Estos fueron condenados en el concilio de Constanza, y enviados a la hoguera como herejes contumaces. Entre los bohemos han merecido ser honrados como mártires, no menos que lo fueron Pedro y Pablo entre los romanos.
Copiaré aquí algunos de los errores de los husitas: “La Eucaristía es el cuerpo de Cristo y verdadero pan; el cuerpo de Cristo en imagen, auténtico pan en su naturaleza, pues en este sacramento no están presentes el mismo cuerpo y sangre de Cristo”. Y este: “A todos los fieles de Bohemia y Moravia se les debe administrar la Eucaristía bajo las dos especies, pues hacerlo de este modo es necesario para obtener la salvación”. Esta nueva peste contagió a Pedro de Dresde; la propagó Jacobo de Meissen, llamado Jacobelo, predicador en la iglesia de S. Miguel; y la apoyó Álbico, sucesor de Sbinkone en la sede de Praga, hombre vil, ignorante, “despreciable por su extrema avaricia. No confiaba a nadie las llaves de la bodega del vino… y cuando se enteró de que los cocineros gastaban demasiado, nombró a una abyecta vieja encargada de sus cosas. Ciertamente fue el obispo idóneo para favorecer la herejía que estaba apareciendo” (Eneas Silvio). Se podían ver en el monte Hardsten, a cuarenta millas, las turbas de los husitas convocadas por Nicolás Husinecz, recibiendo la comunión bajo las dos especies; se podían ver las casas marcadas con la pintura de un cáliz, signo de la secta, cuyos secuaces eran llamados calixtinos, a los cuales describe un poema muy acertado: “Hay tantos cálices pintados en las ciudades de Bohemia, que se creería que sólo adoran al dios Baco”.
El guía acérrimo de esta secta fue Juan Ziska de Trocnow, quien congregaba a os hermanos Taboritas, llamados así por el monte próximo a Praga, llamado Tabor, lugar en el que para él resplandecía la luz de la verdadera fe; le sucedió Procopio Holy. De estos surgieron los Huérfanos, de los cuales el jefe era Procopio el Menor. Y también los Horebitas, nombre que viene del monte Horeb, como si ellos fueran los únicos en seguir la ley divina, cuyo líder fue Hynkus Crussina, y después Bedrzich. Y los Filisteos, y los Morabitas, y los Idumeos, de los cuales el jefe fue el mismo Bedrzich, sacerdote apóstata de Strasnize. Y los Adamitas, dispuestos a la lujuria pública, cuyo corifeo fue Picardo. Y los Fosarios, que eran igual que los anteriores, pero en lugares ocultos.
Resulta difícil decir cuántos males infligieron a la religión y a la ciudad las sectas citadas. Pues, aunque es cierto que después de la muerte de Ziska, al que Eneas Silvio llama monstruo detestable, cruel, horrendo, inoportuno, y después de la victoria de los fieles contra los Huérfanos y Taboritas, y de que los restos suyos (varios millares) fueran quemados en graneros, y después que se terminara en Praga con el influjo de Rohacio y sus secuaces, la gente volvió a la verdadera religión de Cristo que habían tenido sus mayores; sin embargo bajo las cenizas continuaba encendido el fuego que en años posteriores fue encendido por la tormenta luterana.
León X P.M. propuso la promulgación de las indulgencias para obtener dinero para continuar la fábrica de la Basílica Vaticana, que había comenzado a edificarse con Julio II, y fue confiada a los frailes de la Orden de los Predicadores, lo cual sentó bastante mal a los eremitas de San Agustín. Martín Lutero (nacido en Eisleben el 10 de noviembre de 1483, y fallecido en el mismo lugar el 18 de febrero de 1546) era uno de ellos, a quien el disgusto le llevó infelizmente hasta la prevaricación, y escribió una serie de proposiciones acerca de las indulgencias que en su opinión eran erróneas. Y de la mima manera que el abismo llama al abismo, y la corrupción de los mejores es pésima, se atrevió con sus escritos a impugnar la doctrina católica, por lo que las autoridades eclesiales y civiles convocaron reuniones para estudiarlos y condenarlos. El 20 de junio de 1530 se reunió la Dieta en Augsburgo, que sintetizó la confesión de los innovadores. “Está formada por 21 artículos que ellos profesan, y por siete abusos que denuncian en la Iglesia Romana, a saber: la comunión bajo una especie; el celibato de los sacerdotes; la misa; la confesión; la distinción de alimentos; los votos de los monjes, y la potestad eclesiástica. En esto consiste la Confesión de Augsburgo, propuesta por los protestantes casi como su norma de fe” (P. Alber).
Los efectos de la reforma luterana se propagaron perniciosamente por aquellos pueblos cuyos príncipes se mostraron inclinados y luego favorables a ella. En la Dieta de Spira, celebrada en 1529, en la cual apareció el nombre “protestantes”, Federico, Elector de Sajonia; Felipe, Landgrave de Hesse; Ernesto y Francisco, Duques de Luneburg; Wolfgang, Príncipe de Anhalt; Luis, Conde Palatino; Jorge, Marqués de Brandeburgo, y catorce delegados de ciudades libres se mostraron favorables a la defensa de la doctrina luterana.
Seguidores y propagadores famosos de la pestífera doctrina fueron Andrés Rodenstein (Karlstadt), Felipe Schwarzerd (Melanchton), Martín Bucer, Thomas Münzer, Ulrico de Hutten; Evardo Schnepf; Nicolás Storki; Escolampadio; Ulrico Zwinglio; Juan Calvino. Algunos de los cuales fueron fundadores de sectas que no estaban de acuerdo con la doctrina de Lutero, y en especial los dos últimos se convirtieron en auténticos patriarcas. Seguramente no podía esperarse que los crímenes nefandos de estos hombres pudieran llegar a tanta demencia e impiedad, hasta el punto de decir que los votos religiosos y el celibato eclesiástico repugnaban y eran contrarios a la libertad cristiana, por lo cual tomaron esposa, rompieron procaz e impudentemente los recintos de clausura, y profanaron la santidad virginal. Con razón pudo escribir de ellos Lutero: “no tienen en cuenta para nada la vida futura; tal como creen, así viven; son y siguen siendo cerdos, y morirán como cerdos”.