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Capítulo 14º. Sobre la vida del Ven. P. Onofre Conti del Stmo. Sacramento.

El P. Onofre venía de la nobilísima familia de los Conti. Napolitano, tomó nuestro hábito en nuestra casa napolitana de la Duchesca el 24 de mayo de 1629, donde hizo su profesión solemne en manos del P. Pedro Casani de la Natividad de la B.V.M. el 29 de mayo de 1631. Fue ordenado sacerdote fuera del tiempo ordinario el 4 de octubre de 1631. Fue un sacerdote espejo de todas las virtudes que adornan a los religiosos. Eran grandes su abstinencia y su pureza; pasaba día y noche en oración; observaba exactamente y y era un custodio de las Constituciones de la Orden; se le puede considerar experto en la expulsión de espíritus inmundos en su tiempo.

Nombrado primer rector de la casa de Palermo en Sicilia, en el año 1634, con su palabra y ejemplo iluminaba a todos como una luz puesta sobre un candelabro. Nombrado provincial romano, cumplió todo lo referente a su oficio para conservar floreciente la observancia regular. En el año 1638 fue nombrado tercer provincial de la provincia de Germania, y la gobernó de manera santísima y prudentísima, como se puede decir por lo que se verá después. Fue muy respetado por la augustísima emperatriz Leonor, la cual cuando fue informada por él sobre nuestro instituto se convirtió en protectora de nuestra Orden, y no sólo lo prometió de palabra, sino que lo probó con los hechos. Cuánto apreciaban las autoridades eclesiásticas a las Escuelas Pías durante el mandato del P. Onofre, lo muestra el mismo venerable padre en la carta escrita al P. General en Roma, desde Viena, el 21 de junio de 1642. Entre otras cosas cuenta lo que hizo el Ilmo. y Rvmo. D. Gaspar Mattei, Nuncio Apostólico ante el emperador a favor de nuestros religiosos que huían de Moravia ante el Sueco, y lo que dijo en elogio de las Escuelas Pías: “por nuestra Orden estaba dispuesto a dar su vida y su sangre”[Notas 1].

Mientras el P. Onofre promovía las Escuelas Pías en Germania y Polonia, en Roma el P. Mario Sozzi de S. Francisco, de Montepulciano, y sus compañeros de ambición y malicia perjudicaban a la ínclita familia de José manchándola. Dándose cuenta de ello el provincial Onofre del inminente peligro que amenazaba a los nuestros, no dejó de hacer nada de lo que era pertinente en aquella situación, y consiguió cartas de apoyo del Serenísimo Rey de Polonia, del mismo augustísimo Emperador y de otros próceres de Germania y Polonia para el Sumo Pontífice, la Sagrada Congregación y otros padres purpurados para que ayudaran tanto al padre General Calasanz como a toda la Orden, y le devolvieran su tranquilidad original.

Me complace insertar la respuesta del Emmo. Cardenal Barberini al Duque Ossolinski, Gran Canciller de Polonia, en la que promete que hará lo posible para recomendar la conservación de las Escuelas Pías:

“Ilustrísimo y Excmo. Señor.
Su respetuosa carta muestra tales sentimientos piadosos cuando Vuestra Excelencia me ruega que sea conservado el Instituto de las Escuelas Pías, que aunque Vuestra Excelencia pudiera persuadirme con otros motivos para intervenir en ese asunto por el afecto que siento hacia Vuestra Excelencia, ellos son ya merecedores de prestar una consideración singular hacia el deseo que en ella aparece a favor de las Escuelas Pías. No dude que en este asunto, como en cualquier otro, haré lo que pueda por Vuestra Excelencia, a quien beso las manos. Roma, 29 de septiembre de 1643. Siervo de Vuestra Excelencia, Cardenal Barberini”.[Notas 2]

Provisto con las recomendaciones de los patronos, encomendando mientras tanto la provincial al P. Alejandro Novari de S. Bernardo, se fue a Roma. Pero el Padre Visitador le privó del cargo, considerándolo jefe de de la facción que se oponía a él, y lo envió exiliado a Nursia. No satisfecho con ello, trató tan duramente a este celoso de la justicia que bajo mandato de santa obediencia y pena de excomunión ipso facto le prohibió que en el futuro escribiera por sí mismo o por mediación de otra persona, regular o secular, ninguna carta a Germania y Polonia, ni recibiera, abrir, leyera o se hiciera leer las que le enviaran. Onofre consideró este precepto inicuo e indiscreto, y aunque veía otros remedios para ayudar a su Orden, se refugió en el ancla santa de la oración.

Para precaver movimientos y disturbios y evitar escándalos que podrían ocasionar en algunos los cambios introducidos en ella por el Breve del Papa Inocencio X, el General Calasanz, después de pedir consejo a gente de fuera y de dentro, envió de vuelta a Germania y Polonia al Siervo de Dios Onofre, para que calmase las dificultades crecientes, y procurase la protección de nuestros fundadores para conservar a Orden. Y se vio que no fue en vano el viaje del Siervo de Dios, pues su presencia, que desde hacía dos años era grata allí en todas partes ante los magnates, hizo tal que no sólo mantuvo todas las casas fundadas, sino que además logró con su habilidad que no se publicara el breve apostólico. Recurrió para este fin en Moravia al Príncipe Maximiliano de Dietrichstein en Nikolsburg, al Príncipe Gundákero de Liechtenstein y al Conde Francisco de Magnis; en Bohemia al Príncipe Zobkowiz y al Arzobispo de Praga Cardenal Harrach; en Austria al Conde Kurz y al Rvmo. Abad Plagenti, entre otros muchos, que recomendaron el pío instituto en la corte imperial de Fernando III. Por medio de estos apoyos se logró que el Breve de reducción inocenciana nunca fuera publicado en Germania.

Dejamos la narración de los hechos del Siervo de Dios en Polonia, Austria y Bohemia para su lugar oportuno, diciendo ahora lo que ocurrió a su vuelta de Roma, donde no permaneció por mucho tiempo. En el año 1649 vino de nuevo a Polonia, y asistió a la coronación del rey Juan Casimiro, y pidió a aquel nuevo rey la protección que había tenido por parte de su Serenísimo padre Ladislao IV de buena memoria. Con cartas suplicatorias del rey y la reina Luisa Renata al Papa Alejandro VII, que había sucedido a Inocencio X, y a varios cardenales, volvió a Italia, y con gran éxito. Pues el Papa, viendo benévolamente los esfuerzos y apoyos de tantos príncipes cristianos a las Escuelas Pías, se dignó conceder tres votos simples con juramento de perseverancia. Devuelta así la tranquilidad a la Orden, y nombrado Juan García Prepósito General por un decreto pontificio, también nuestro Onofre fue enviado por cuarta vez a las provincias de Germania y Polonia con carácter de Provincial, y no omitió nada de lo que pudo para promover el instituto.

En el año 1659 volvió a Roma con ocasión del Capítulo General. Se lee que luego intervino en el capítulo General de 1671 como Provincial de Cerdeña, y en año 1677 como vocal de Nápoles. No creo que haya en nuestra Orden otro que merezca ser llamado Padre de Provincias y Propagador de las Escuelas Pías como él, excepto el P. Pedro Casani.

Cuánto poder tenía la oración del Venerable P. Onofre ante Dios, nos lo manifiesta claramente lo que sigue, que tomo del Archivo General.

“Doce de las Escuelas Pías de Cerdeña se habían ido al siglo.Quedaban dentro del claustro otros dos que habían sido de los principales perturbadores, a saber, los PP. Martín de S. Juan Bautista, ex provincial, y Juan Bautista de la Concepción. No querían ni hacer la profesión solemne, ni el estado de votos simples, ni seguir los pasos de los otros perturbadores. Por lo cual un día en el que nuestro venerable padre provincial estaba muy dolido por aquellos dos perturbadores molestos para la Orden, que no querían respetar la observancia, y se atrevían a todo tipo de audacias, ante sus asistentes y otros de los nuestros, elevó los ojos al cielo el venerable anciano y dijo esta oración: ‘Señor, que termina nuestra tormenta del todo; dígnate llamar a ti a uno y otro perturbador’.
Y la oración mostró ser muy eficaz. Pues pocos días después, cuando los dos citados PP. Martín y Juan Bautista se encontraban en la casa de un seglar, Bartolomé Riany, hermano del mismo P. Martín, cuando este se encontraba en la mesa con los demás de repente en el mismo banquete si sintió atacado de una elevada fiebre maligna, y después de recibir todos los sacramentos, al día siguiente falleció en la misma casa seglar, exhalando estas últimas palabras: ‘Dios perdone a aquel que fue la causa de que en mi última confesión, que no suficiente para mí, me absolviera rápidamente’. Del mismo modo su colega el P. Juan Bautista el mismo día después del banquete se retiró a nuestro noviciado, y de repente fue atacado de náusea y vómitos y sufrió una fiebre elevada durante 29 días, en cuyo espacio de tiempo, reconociendo su culpa, pidió religiosamente perdón al superior de aquellas cosas en las que había actuado de manera irreligiosa, y después emitió los votos solemnes, tarde pero de manera loable, en manos del Venerable P. Provincial, y después de recibir los sacramentos, falleció piadosamente entre las oraciones de los nuestros en el mismo noviciado”.

Salía de él un poder que sanaba a todos, pues le ungió Dios con el Espíritu Santo, dándole fuerza y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades. Restituía la salud a los enfermos, cuando él apenas tenía fuerzas suficientes a causa de la austeridad de su mortificación; daba paz a los moribundos, cuando él mismo a causa de las fatigas voluntarias de la penitencia ignoraba el consuelo; finalmente alguna vez devolvió la vida a los muertos, cuando él mismo se consideraba muerto para el mundo y para sí mismo mediante el olvido de los esplendores del cuerpo y del espíritu, lo cual hacían poderosos su palabra y su ejemplo para conmover los pechos de los pecadores, para abrir los oídos endurecidos. Instaba a tiempo y a destiempo arguyendo, y observando en todo paciencia y doctrina.

Fue un hombre de suma edificación, que admiraron los grandes y amaron los pequeños, y todos veneraron. Fue muy querido del rey Ladislao IV de Polonia, ante el cual mostró su espíritu de profecía, resistiéndose a que el príncipe Juan Casimiro, hermano carnal del rey, consiguiera su propósito de vestir el hábito de las Escuelas Pías, sabiendo de antemano que Casimiro había nacido para cosas mayores, para gloria de los sármatas, para suceder en el trono a Ladislao, lo que de hecho ocurrió. Pues habiendo salido Casimiro de peregrinación a Loreto, por medios desconocidos ocurrió que los padres de la Compañía de Jesús, conociendo su deseo y admirados de la gran necesidad que sentía, lo introdujeron en su Orden. Cuando se enteró de ello el rey Ladislao, hizo todo lo posible para que inmediatamente Inocencio X le diera la dignidad cardenalicia. Cuando según el deseo del rey se le dio a Casimiro la dignidad de purpurado, los Padres de la Sociedad mostraron la birreta roja en la que habían puesto su escudo con el de la Compañía. A Casimiro le sentó muy mal, y mandó quitar el de la Compañía, diciendo: “yo nunca fui verdaderamente un miembro de vuestra Compañía, pues mi intención y deseo habían sido de pertenecer a las Escuelas Pías”. Después de dos años renunció a la púrpura cardenalicia, y fue coronado rey de Polonia, y se comprobó que el vaticinio del P. Onofre había sido acertado.

Así el padre Onofre Conti, después de elegir ser abyecto en la casa del Señor, fue tan admirado por su constancia en el desprecio de los honores que fue admirado por el mismo Pontífice Inocencio XI, quien dijo: “nunca había ocurrido nada semejante en la corte pontificia”. Famoso por sus virtudes, lleno de años y de méritos, no murió, sino que de la vida fue a la vida, de la mortal a la inmortal, en Nápoles, el 4 de enero de 1686, a los 80 años de edad.[Notas 3]

Sería ingrato a los lectores si no les refiriera un episodio de la vida de este piadosísimo varón que cuenta el Excmo. D. Hertot:

“Vino en una ocasión, a causa de su devoción, al Loreto de Nikolsburg, cuando he aquí que vio a una mujer polaca poseída por el demonio que a las preguntas no respondía otra cosa sino “piasti”, que es una palabra polaca. Así, para comprobar que esta palabra procedía absolutamente de un espíritu maligno, el prudente padre quiso burlar al demonio, o al menos burlarse de él provocándole a hablar. Lo primero le preguntó si leía a Virgilio, y como el espíritu se había quedado mudo, inmediatamente continuó: ‘Me parece que eres un demonio bastante simple, que ni sabes latín ni sabes responder: dime, si alguna vez has leído a Virgilio, ¿cuál es su poema más hermoso? Si no, te lo diré yo a ti’. A lo cual el demonio, para no parecer ignorante dijo: ‘Aprended la justicia, y no temáis a los dioses’. Entonces dijo el padre: ‘¿A ese te refieres? Hasta los niños de la escuela saben recitar esa poesía. Si leíste a Virgilio, dime cuál es su poema más feo, y si no te lo diré yo, para mostrar tu ignorancia’. A lo cual respondió el demonio: ‘Si no puedo conmover a los dioses, me volveré al infierno’. Y el citado padre ya no pudo provocar a la poseída a decir nada más, sino aquel solemne ‘piasti, piasti’. Se ve aquí cuál es el método que hay que emplear para provocar a los demonios, pues como sin hijos de la soberbia, nada hay que les siente peor que la confusión”.[Notas 4]

Notas

  1. Archivo General de Roma, plut. I, 4-19.
  2. Archivo General de Roma, plut. I, 2-CXII.
  3. Ephem. Domest. Calasanct. Año IV, bim. 1 y Notitiae historicae del P. Juan Carlos Caputi de Sta. Bárbara, parte I, n. 364. Y P. Nicht. Se conserve un peine del P. Onofre en el Archivo General.
  4. Del Archivo General de Roma.