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Capítulo 52º. Sobre el Rvmo. e Ilmo. P. Adolfo Groll de S. Jorge, y sobre Antonio Bajtay de la Madre de Dios.

Adolfo Groll de S. Jorge, gran honra de nuestra Orden y de la demarcación húngara, nació en Kremsier el 16 de abril de 1682, e ingresó en la Orden el 4 de octubre de 1696. Este hombre fue elevado a las dignidades que gestionó, incluso al episcopado, no por el brillo de sus orígenes, ni por otros dones volubles de la fortuna, sino sólo por una vida irreprensible, una prudencia singular, adornada con una exquisita y amplia erudición. Al terminar su niñez en las Escuelas Pías, fue admitido a la familia de los Clérigos de las Escuelas Pías. Dotado con un agudo ingenio, fácil para aprender cualquier tipo de cosas, hizo grandes progresos en todo tipo de letras. Así era experto en latín, griego, hebreo y otras lenguas orientales y casi todas las europeas, y también estaba muy preparado en las disciplinas divinas y humanas. Cuando tenía dieciocho años (según su propio testimonio) no sólo entendía perfectamente el texto hebreo de la biblia, sino que también leía e interpretaba el Talmud, la Ghemara, el Zohar, el Schephat-Thall, el Targum jerosolomitano y otros muchos libros judíos eruditos como si estuviesen escritos en su lengua nativa.

Enseñó letras humanas, que le encantaban, en varios colegios de la Orden, con gran aplauso y utilidad durante varios años, y aunque fue destinado por decisión de los superiores a enseñar filosofía, él prefería el campo de la predicación divina. Mientras él se dedicaba a esto, alcanzó gran fama en Viena, hasta el punto de que llegó a los oídos de Fernando Rumeli, obispo de Viena, quien, conocida y probada la virtud y ciencia del hombre, lo nombró su director espiritual y consejero para cuestiones secretas. Pero aunque Adolfo cumplió dignamente su papel de acompañante y gozó de una familiaridad íntima con él, la vida se lo llevó pronto. Muerto el obispo, nuestro Groll volvió al colegio, y fue nombrado rector. La primera tarea que se propuso fue construir la iglesia, de que carecía el colegio. Y realmente logró en poco tiempo lo que había pensado, con la ayuda económica de mucha gente piadosa, principalmente magnates, no sin admiración de todos, y con su esfuerzo infatigable consiguió edificar un templo notable por la amplitud y la magnificencia, que hoy es un ejemplo insigne de arte arquitectónico, entre los más hermosos de Viena. Luego con su destreza logró que este mismo templo fuera declarado parroquia. Fue el primer párroco, y ejerció todas las tareas de pastor cristiano con gran alabanza y gozo de la grey confiada a él, pues frecuentemente decía sermones en él, administraba los sacramentos y daba catequesis a los niños y niñas ignorantes.

Conmovido el Emmo. Cardenal y Arzobispo de Viena Segismundo de Kolonitsch por la habilidad y religión de nuestro Adolfo, lo nombró su teólogo y consejero en cuestiones espirituales. Y no defraudó la opinión del sapientísimo príncipe, pues decía a menudo que Groll le había sido utilísimo en asuntos gravísimos y dificilísimos. Fue al Capítulo General de la Orden celebrado en Roma el año 1724 en nombre de su provincia, y fue elegido el primer Superior General transalpino. Sería largo enumerar cómo en este cargo se esforzó con gran cuidado en la observancia exacta de las leyes y estatutos y con cuánto ardor promovió el aumento de la piedad y las letras entre los suyos.

La virtud de Adolfo lo tenía destinado a un campo más amplio en el que ella pudiera mostrarse más claramente y fuera mejor conocida. Mientras estaba en Viena, Carlos VI, emperador de augusta memoria, movido principalmente por las alabanzas y recomendación del Cardenal Kolonitsch, lo vio, descubrió y probó. Se dignó tener frecuentes diálogos con él, y le consultó asuntos variados y difíciles. Así, como llevaba mal que estuviera durante tanto tiempo en Roma como Prepósito General, y para tenerlo a su lado, lo nombró obispo de Neustadt. Vuelto de Italia, fue destinado a un ministerio más amplio, al episcopado de Györ en Hungría, donde fue nombrado supremo gobernador del condado. Después viajaba frecuentemente a Viena para promover la religión católica en su reino, y estudió y juzgó de manera destacada y apta los más diversos negocios con los disidentes.

En la cima de su carga episcopal su preocupación primera y principal fue que las ovejas fueran confiadas a pastores idóneos. Por lo cual no sólo visitó frecuentemente cada parroquia, sino que aumentó generosamente su número y su dotación económica. De los libros de cuentas se deduce que gastó en ello más de noventa mil florines renanos. No se olvidó de su instituto, en el que había sido tan glorioso; les confió la instrucción en las letras humanas y divinas de los alumnos de su seminario, fundado por sus antecesores y confirmado y generosamente dotado por él. Siguiendo los pasos de los antiguos pastores, predicaba a menudo al pueblo para llevarlo hacia Dios, e incluso aprendió con enorme esfuerzo la lengua húngara, tan difícil, en poco tiempo cuando fue nombrado obispo de Györ, de modo que era capaz de expresarse en ella con elegancia y sentido. La usaba en los sermones eclesiásticos, y hablaba con tal suavidad que encendía el fervor apostólico, hasta el punto de que venía mucha gente a escucharle, tanto católicos como disidentes.

Sintiendo que se le acababa la vida a causa de una fiebre alta, confesó sus pecados con gran dolor, y se preparó a recibir piadosamente el viático en presencia de todo el clero de la diócesis y de los hombres nobles de la ciudad y poco después, provisto de todos los sacramentos cristianos para la última lucha, descansó en el Señor. Se tuvieron sus exequias en la catedral en húngaro, y acudió mucha gente, celebrando Juan Stehenits, canónigo Vicario General de la catedral y prepósito mayor. También se hizo un discurso de alabanza en alemán a cargo del P. Jaroslao Kepeller Sch. P., profesor de teología y cánones sagrados en el seminario episcopal de Györ. El funeral fue muy pomposo, con asistencia de hombres nobilísimos que había venerado la sabiduría, cortesía, el esfuerzo por favorecer a todos, la gran generosidad y la santa vida de Adolfo Groll.

Demostró claramente que tiene más fuerza para ganar almas para Cristo (pues él atrajo una gran cantidad de ellas al ovil de la Iglesia) la mansedumbre suave y afable para hablar y obrar que la austeridad severa, tétrica y vehemente.

Antonio Bajtay de la Madre de Dios es una gloria brillante de las Escuelas Pías y del episcopado húngaro. Nació en Zsibó el 10 de diciembre de 1717. Tomó el hábito escolapio el 21 de septiembre de 1733. Hombre instruido en todas las cosas de la doctrina y de la naturaleza. Como al entrar en la Orden se vio que podía esperarse de él mucho ingenio y una virtud nada vulgar, fue enviado a estudiar a Roma, y en breve tiempo aventajó a sus compañeros, no sólo en el esfuerzo por la vida religiosa, sino en las bellas artes y en todas las ciencias, para las cuales parecía nacido, y brillaba por todo lo alto. Tan bien trabajó en Roma que por su prudencia singular, rectitud de costumbres y doctrina atrajo la admiración y la benevolencia, entre otras personas nobilísimas, de los príncipes Barberinis, de modo que no sólo le confiaron su biblioteca, célebre en toda Roma, sino que lo hicieron prefecto y maestro de los niños príncipes, y desarrolló su trabajo con gran amor y benevolencia durante cuatro años, y lo habrían retenido durante más tiempo si no hubiera decidido regresar a la patria.

Una vez allí, viendo los superiores mayores su deseo de ver y conocer a las grandes glorias literarias francesas y belgas, le dieron permiso para ir a Francia y Bélgica, y después de dos años de recorrer las ciudades más importantes de esas regiones, regresó a Hungría. Y aquí se puso a enseñar las materias filosóficas y matemáticas en la casa de Pest tanto a los nuestros como a los adolescentes nobles, de los cuales fue nombrado además prefecto y director; y las enseñó en público, y no se puede decir nada mejor sino que cuando enseñaba no sólo se veían claramente sus virtudes y el esplendor de su doctrina, sino que influía en los ánimos de los discípulos sin ninguna asperidad, sin ninguna violencia, y en ellos se percibía la pulcritud y suavidad como algo natural, no extraño. Fue versadísimo en filosofía, y excelente en elocuencia latina, y se podía comparar con el escritor más elegante. Dio un ejemplo de ello el 13 de mayo de 1749, en el discurso que pronunció en Buda, metrópoli del Reino, ante el conjunto de los Nobles Húngaros, reunidos para celebrar solemnemente el rito de poner la primera piedra del palacio real, en el cual alabó a la emperatriz María Teresa, y recibió alabanzas por el brillante discurso como hombre de arte también de los hombres de letras reunidos.

Entre todos los estudios prefería la historia, a la que tenía tal inclinación que incluso cuando estaba muy ocupado en otras tareas encontraba tiempo para ella. Para darle más importancia y para emularla dedicó especialmente un bienio dando clases en la Academia Saboyana de Viena, con ayuda de lo que habían escrito autores muy leídos, sirviéndose de varias lenguas, incluso el griego que conocía muy bien. Después de un tiempo, concretamente en el año 1651, fue llamado para servir como teólogo del Rvmo. Obispo de Cinco Iglesias, cargo que ejerció fielmente durante tres años, con satisfacción no sólo del Obispo, sino también del clero diocesano por sus virtudes y su buen criterio doctrinal. En el año 1754 fue como vocal de su Provincia al Capítulo General. De vuelta de allí fue nombrado Provincial y comenzó a trabajar con la mejor voluntad. Poco después, como su celebridad se había extendido, estando la Emperatriz en Viena quiso que enseñara la historia de Hungría al serenísimo príncipe de la corona y archiduque, que luego sería el emperador José II. Delegando su autoridad de provincial a otro se fue a Viena, donde dio muestras claras de su valer, y durante dos años llevó a cabo con ingenio la obra que se le había encomendado, que si se publicara traería gran gloria para él y para nosotros. A pesar de que gozaba de mucha fama y de la estima de la emperatriz, consideró que ya había terminado el trabajo de enseñar la historia a José, y que después de haber servido a la Orden con gran alabanza durante cuatro años, y aunque lo único que le importaba era la gloria de las cosas bien hechas, deseó volver a la provincia. Pero la generosidad de la emperatriz se opuso a este loable deseo, y dio a entender claramente cuál era en su opinión el lugar de Bajtay cuando el 7 de octubre de 1760, día en el que el Archiduque José se unió a Isabel, infanta de España, primogénita del Duque Felipe de Parma, con tantos beneficios y honores que no sólo le dio, sino que los amontonó sobre él. Pues no sólo le hizo príncipe de Transilvania y obispo de Alba, sino que además le hizo prelado de la colegiata de S. Martín en Bratislava. La emperatriz añadió al título de príncipe el de barón, y consejero mayor real de Transilvania, con grado y dignidad de gobernador, comparable al título de ministro de estado.

Cambiando su deseo al verse abrumado con tantos y tales honores, puesto que así lo disponía Dios, se consideró llamado a negocios más elevados y más difíciles, y dedicó a ello todo su cuidado, para que el pueblo confiado a su cuidado pastoral conservara en lo religioso el crédito hacia Dios, y la fidelidad hacia el príncipe. Puesto que aquella provincia había sufrido en el esplendor de la fe primitiva a causa a causa de los errores de muchas sectas, nada le pareció más importante, durante los doce años en los que estuvo santamente al frente de la diócesis de Transilvania que tener disponibles fieles obreros que, armados con el celo y espíritu de Dios, llevaran a muchos al conocimiento de la verdad en aquella viña del Señor, que estaba devastada por las fieras salvajes. Consiguió, con la ayuda de Dios, y con mucho esfuerzo, el éxito feliz, una vez que la secta de los anabaptistas en Transilvania estuvo totalmente extinta, y otras muchas disminuidas, de recuperar muchos templos que en parte habían sido tomados por la fuerza y estaban dañados por el tiempo, y en parte porque muchos miles de sus partidarios volvieron al seno de la Iglesia. Seiscientos miembros de la Orden de los magnates, y un gran número de nobles, no pocos de los cuales ministros protestantes, le atribuyeron a él después de Dios la felicidad de conocer la verdad. Pero aunque sería largo contar todo lo que hizo por Dios, por la Iglesia y por la Patria, al menos no se puede pasar por alto de ningún modo para gloria eterna suya lo siguiente. Aunque gozaba de gran autoridad y gracia ante los príncipes imperiales de la tierra, nunca se sirvió de ello en beneficio propio, sino que cada uno de los beneficios y prerrogativas que obtuvo los puso generosamente al servicio de la Iglesia que presidía y del clero, de modo que vivieran una vida digna, y al servicio de los pobres y para el bien de la patria, de modo que se veía que vivía completamente al servicio de los demás.

Mientras tanto, a causa la debilidad y el desgaste de la edad, con tantos trabajos penosos para sus años, se dio cuenta de que perdía las fuerzas y que languidecía, así que decidió despedirse de la Iglesia su esposa abdicando al episcopado en aquellos tiempos difíciles, y retirarse a su prelatura de San Martín. Así que en agosto de 1772, obtenido con dificultad el permiso de la Santa Sede y el de la Emperatriz, se preparó para abdicar, con gran tristeza de todos los que le habían visto esforzarse siempre tanto, y se preparó para irse, cuando fue atacado por una fuerte fiebre que ponía en peligro su vida. Cuatro semanas antes de su muerte se veía ya que era difícil encontrar cura, y cuando se vio claramente su gravedad a principios del año 1773, dispuso todas las cosas adecuadamente, y se despidió de la Iglesia y del clero y de toda la gente, y abandonó Transilvania. Al cuarto día de viaje la enfermedad se agravó, y se vio obligado a detenerse en Arad, una ciudad de Hungría en los límites con Transilvania. Comprendió que se encontraba ante una situación extrema, y sin perturbarse se dispuso a arreglar los negocios del alma. Hizo venir a dos religiosos nuestros de una casa vecina, que le aplicaron santamente todos los ritos sagrados, y encomendaron su alma según los ritos canónicos, y rodeado de su familia doméstica, entre muchos actos de virtud y besos al crucifijo, con gran dolor de todos los buenos, falleció el 15 de enero. Su cadáver, tal como lo había dispuesto, fue llevado a Alba, y allí fue enterrado, después de celebrarse solemnemente las obsequias, con gran asistencia de de gente de todos los estados y órdenes. Hizo heredero suyo al cabildo de Alba. Su selecta biblioteca con libros muy valiosos la legó a la provincia de Hungría al arbitrio del P. Provincial, quien la distribuyó entre las casas de la provincia.

Notas