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Capítulo 63º. De qué modo el P. Provincial Jeremías Saudny de la Virgen de los Dolores salió de Nikolsburg hace 162 años y sobre la vida del P. Guido Nicht de los Ángeles.

Creo que será bueno para los lectores, y útil para conocer mejor la historia, describir el viaje que hizo el P. Provincial Jeremías Saudny de la Virgen de los Dolores cuando salió de Nikolsburg hacia Roma. De este modo se comprenderán las dificultades y sacrificios que sufrían los vocales ultramontanos cuando iban al Capítulo General, y al mismo tiempo la importancia de la fraternidad y amistad que encontraban por el camino.

“Dispuestas las cosas de casa, y encomendados algunos de los asuntos de la Provincia al cuidado de otros por lo que pudieran ocurrir en mi ausencia, salí de Nikolsburg hacia Roma por orden de los superiores y pidiendo la ayuda de Dios, preparado para el sacrificio a causa de la gran dificultad que representaba la enfermedad corporal, el día 23 de marzo del año 1766, en compañía del P. Calasanz, mi secretario; al día siguiente recuperé un poco las fuerzas, y luego noté como iba convaleciendo con el paso de los días.

“El 26 por la mañana presenté con la debida cortesía mis obsequios al Ilustrísimo y Excelentísimo Sr. Conde de Blümegen, primer ministro de la Corte, y frecuente visitador de nuestra iglesia josefina, y le encomendé nuestra provincia para que la favoreciera con sus favores de siempre. Luego, equipados con cartas para el itinerario habitual, salí hacia Viena en un cómodo carro con techo, tirado por tres mulas, guiadas por el napolitano Josafat Mano, vulgarmente Vitorino, y su hijo Antonio.

“El día 27 celebré la misa en Neustadt en casa de los PP. Jesuitas que residen en las afueras, y como era el día de la Cena del Señor, di la comunión al P. Secretario. Luego siguiendo el camino por Leobium, Idunum (Judenburg), Frisacum, Claudiam (Klagenfurt), Nauportum (Villach), Pontevam, Venzonem, Rosettum, Fontana Fredda, Travisium y Mestram Terra el 8 de abril llegamos a Venecia en una barca o “góndola mayor” llevada por cuatro remeros contra el viento proceloso.

En Venecia recibí la gracia de que, el Serenísimo jefe de la República, vulgarmente llamado Dogo, Luis Mocenigo, después de oír misa en su capilla de palacio, antes de volver a su reunión nos mostró su reverencia al P. Secretario y a mí, y después de hablar amablemente un rato en latín sobre nuestra Orden, sobre nuestros padres, sobre la tempestad marítima, después de besarnos las manos se encomendó gentilmente a nuestras oraciones.

“De Venecia salimos en una especie de barcaza hacia Padua, y de allí por Bolonia, Loreto y Civita Castellana llegamos por fin el 25 de abril hacia las 11 de la mañana a Roma, sanos y salvos por singular beneficio de Dios, donde después de pasar por la oficina de impuestos, vulgarmente aduana, llegamos a nuestra casa de San Pantaleo. Después de saludar al P. General y darle un abrazo, sus primeras palabras fueron: “Me alegro de ver a nuestros observantes padres de Bohemia”. El mismo P. General esperaba que llegáramos a Roma el 24, y en su benevolencia había previsto tener una conversación particular sobre nuestra provincia; nos llevó fuera de la Puerta del Pueblo aquel día con el P. Guido su asistente, y me repitió la cosa una y otra vez.

“Por la tarde comenzó el capítulo sexenal. Terminada la reunión, los PP. Asistentes generales y algunos padres capitulares vinieron a saludarme como es la costumbre; luego yo fui a sus habitaciones a devolverles la visita con mi secretario. Cuando llegó el momento oportuno, por razones de cortesía fui a visitar con el P. Asistente general Guido al reverendísimo y excelentísimo conde Juan de Pergen, canónigo de Olomuc y a la sazón auditor de la Sagrada Rota en Roma, y también al Reverendísimo P. Gaspar Zintner, jesuita, asistente general, de la provincia de Bohemia, al que conocía de otro tiempo, el cual poco después vino otro día a San Pantaleo devolviendo la cortesía. El citado Sr. Conde de Pergen quiso invitarnos a comer a mí y al P. Asistente Guido.

“El 1 de mayo, nuestro P. General con otros de los nuestros, sin yo merecerlo, vino a mi habitación y se dignó felicitarme por el día de mi santo, y luego estuvo hablando familiarmente conmigo durante más de una hora.

“El 16 de mayo el Conde de Pergen, del que hablamos antes, como iba a salir de Roma al campo al día siguiente, vino a San Pantaleo y nos deseó un feliz viaje de vuelta a Germania.

“El mismo día asistimos a la beatificación del Beato Simón de Roxas, de la Orden de los Trinitarios, en la iglesia de San Pedro.

“El día 20, con ocasión de que algunos de los nuestros de la provincia de Bohemia que al principio se habían incardinado en la viceprovincia de Suiza por propia elección, ahora querían volver a la provincia, entregué al Padre General un escrito para memoria, además de algunos documentos.

“Después de despedirnos de nuestros romanos, el día 23 de mayo salimos de Roma con nuestro Padre Guido, ex asistente, con el mismo carro con que vinimos y los mismos conductores, pero ahora con cuatro mulas.

“Volvimos por Florencia, Bolonia, Módena, Guastalla, Mantua, Trento, Brescia, Draburg, Villach, Klagenfurt, Leobium, Neustadt, Viena, hasta Moravia.

“El 28 fuimos recibidos en Florencia con toda amabilidad por nuestros padres en la casa provincial fuera de la ciudad. Comimos en la casa profesa; luego por la tarde en el tiempo que se nos acordó fuimos al palacio del Gran Duque Leopoldo de Austria con el P. Provincial de Austria y su secretario, y nos demostró su veneración besándonos la mano. Como en aquel momento salió de una reunión en la que se encontraba para vernos, preguntó quién era el provincial de Bohemia.

“El día 23 de junio con la gracia de Dios llegamos sanos y salvos a Viena, y fuimos a casa de nuestros padres del colegio josefino. Como el P. Provincial estuvo enfermo durante cuatro días, al final salimos el 27 hacia Viena y al día siguiente, con la ayuda de Dios volvimos sanos y salvos a Nikolsburg”[Notas 1].

El compañero del P. Jeremías Saudny, el Padre Guido, es el autor de una obra que apreciamos mucho: Textos espirituales extraídos de las Cartas de S. José de Calasanz de la Madre de Dios, Fundador de la Orden de los CC. RR. PP. De la Madre de Dios de las Escuelas Pías, y traducidos del italiano al latín (Nikolsburg, 1772). De sus escritos extraje muchas noticias que consideré dignas de fe y las copié en este Esbozo. Por lo tanto vale la pena contar con ánimo agradecido lo que hizo el P. Guido no sólo porque fue un magnífico ejemplo de vida religiosa, sino también porque de él nos llegan muchas noticias que ilustran admirablemente nuestra historia.

Este hombre, notable por su gran erudición y por su santidad nació en Oschice el 17 de diciembre de 1709; fue admitido a nuestra Orden de las Escuelas Pías por el mismo P. General Adolfo Groll de S. Jorge el 14 de octubre de 1726.

Siendo un hombre de gran ingenio y muy trabajador, no nos sorprenderá saber que conocía muy bien el latín, el griego y el hebreo, y que además sabía italiano y francés. Con suma caridad enseñó a los párvulos primero en Viena y luego en otros colegios de la Provincia, y luego enseñó durante varios años en las clases inferiores y de humanidades con gran provecho de sus alumnos, dando siempre la prioridad a las virtudes, tratando con amor a los suyos, auténtico ejemplo de segundo Santo Patriarca nuestro para los profesos de las Escuelas Pías. Luego fue enviado a enseñar filosofía en Litomysl, teología en Nikolsburg y Derecho Canónico en Kremsier, y formó a los nuestros y a los de fuera en esas ciencias superiores, dejando fama en todas partes de su conocimiento y erudición.

Más lleno de mérito que de días, fue promovido a desempeñar cargos más elevados en la Orden. Fue hecho prefecto, vicerrector, maestro de novicios, rector, consultor y asistente provincial, vicario provincial, dos veces provincial y además estuvo seis años enteros en Roma (1760-1766) como asistente general, ejerciendo los cargos de con integridad y con el aplauso y cariño de los buenos. Principalmente se esforzó con la mejor voluntad por eliminar la hipocresía; cumplió los deberes de un buen padre para con sus súbditos; salvaguardó la disciplina regular con mucha humanidad; invitó a los suyos a las virtudes con su propio ejemplo; con gran paciencia corrigió a los que erraban, haciéndose todo para todos según las palabras y el ejemplo del Apóstol.

Durante su sexenio como Asistente General preparó nuestro Padre Guido los citados Textos espirituales con mucho trabajo y afecto filial, cuyo prefacio considero que vale la pena copiar, y que dice lo siguiente:

“La concordia es cosa del corazón y la lengua, a la que no sin razón se dice que es una imagen de ánimo y de la vida. Pues nada refleja mejor la figura del cuerpo que la imagen que se refiere al pecho. Esto lo vemos también en las palabras de Jesús: ‘El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de la abundancia de su corazón habla su boca’ (Lc 6, 45). Lo que se dice de las palabras habladas, con más razón puede decirse de las palabras escritas, puesto que han sido más meditadas. Porque si quieres escribir, de algún modo manifiestas tu ánimo, tus esfuerzos, tus afectos; lo mismo que al hablar, ocurre al escribir. Hablamos y escribimos sobre lo que amamos; de aquello de lo que, en cierto modo, estamos llenos.

“Tenemos un magnífico ejemplo de ello en las cartas escritas por S. José de Calasanz. Aunque la mayor parte de ellas traten de temas comunitarios, y se refieran a asuntos particulares de las casas fundadas por él y a asuntos de sus alumnos, en algunas de ellas se leen ejemplos de consejos para formar las costumbres de los religiosos, o magníficas invitaciones a esforzarse para alcanzar la perfección de la virtud. Ciertamente aquella sagrada unción del Espíritu que movía por dentro a José aparecía en las palabras, y su divina luz que iluminaba su pecho emitía fulgores y destellos también en sus escritos.

“Por esta razón y por la eximia santidad de José sus cartas fueron tenidas en toda parte en gran honor y estima, y fueron conservadas como reliquias santas, pues ¿no obtuvieron la recuperación inmediata de la salud de muchos enfermos, poniéndolas sobre la cabeza, el pecho u otras partes enfermas del cuerpo?

“Después que se añadió a José a la lista de los Beatos las cartas de José, o sus copias auténticas, fueron enviadas de todas partes a Roma, bajo gravísimas amenazas por parte de la Sagrada Congregación de Ritos.

“Con ello se logró que hoy en Roma, en la casa de S. Pantaleo, que es la cabeza de la Orden de las Escuelas Pías, en la que José vivió santamente más de treinta y seis años, y murió lleno de méritos, se conserven cerca de tres mil cartas encuadernadas en seis volúmenes. Sin embargo parece que aún se conservan muchas en varias casas y provincias nuestras; en el archivo del colegio de Litomysl hay veinticinco, y en el archivo de nuestra provincia de Bohemia hay también doscientas cartas. De ellas, veintidós son dirigidas al Cardenal Francisco Dietrichstein, obispo de Olomuc, al cual con razón llamamos nuestro padre, pues así lo llama José en sus cartas, que fue el primero que fundó las Escuelas Pías en estas tierras, concretamente en Nikolsburg y Lipnik en Moravia, y que a partir de entonces, y con la gracia de Dios, desde allí se han extendido hasta dar lugar a las cinco provincias actuales, concretamente Polonia, Hungría, Lituania, Austria y la viceprovincia Renano-suiza.

“Debe decirse que la mayor parte de las cartas de nuestro santo fundador son hológrafas, y que sólo algunas las escribió su secretario cuando ya él era muy anciano. Cuando le dictaba a éste algunas cartas, firmaba con su nombre, sin embargo él seguía escribiendo muchas en este tiempo por sí mismo.

“Creo que puedo felicitarme porque en el tiempo que estuve en Roma pude ver tantas cartas autógrafas de nuestro Santo Fundador, y tomar algunos consejos espirituales de ellas. Pues ¿qué puede resultar más agradable a un hijo que leer las cartas de su querido y santo padre, y verlo como si estuviera delante, y oír sus exhortaciones como si estuviera hablando? Ciertamente para mí fue más motivo de alegría que si hubiera encontrado un gran tesoro.

“Y para que mis hermanos, tantos hijos del mismo Padre, pudieran participar de este gozo, primero seleccioné algunos textos y consejos más significativos de sus cartas; luego los traduje del italiano en que estaban escritos al latín, y ahora los presento reunidos y por títulos según el orden alfabético para ayudar a la memoria.

“Aquí y allá añadí algunas notas, que aunque parezcan algo largas, me pareció que serían interesantes, especialmente para aquellos que conocen menos bien nuestra historia y nuestros hechos. Y añado este breve prefacio para que quienquiera que lea estos documentos de S. José de Calasanz pueda sacar más fruto de ellos”.

Para distenderse de sus duras labores, cada día, mientras tuvo fuerzas y salud, dedicaba horas a enseñar a los párvulos, en una clase o en otra, de preferencia en la de los más pequeños, y el piadoso anciano solía animar a los niños a la piedad, y él mismo profesor, animaba a los profesores a trabajar con diligencia. Es este tipo de trabajo fue un egregio imitador del Santo Padre.

En lo que se refiere a las letras sagradas, escribió una larga y excelente obra, titulada Polysema Sacrae Scipturae, que quedó manuscrita. Le puso ese nombre no sólo porque es un vocabulario de los dos Testamentos, en el que aparecen las palabras usadas con su significado, sino por algo más importante: porque suele explicar su significado en relación con los axiomas usados por los filósofos. Añadió además varias figuras frases y giros o modo de hablar de los hebreos para explicar su significado. Explica también sus ritos antiguos y sus costumbres, y de ellos selecciona proverbios, comparaciones y parecidos. Cuando el lugar lo pide, aclara las dificultades teológicas que se presentan, y las aparentes contradicciones. Se esfuerza por confirmar los dogmas de la verdadera fe, y cuando tiene ocasión refuta los argumentos de los heterodoxos, y añade no pocas cosas que sirven para entender mejor los libros de las Sagradas Escrituras.

Fue dos veces a Capítulos Generales, y al volver a la provincia fue nombrado rector de Nikolsburg durante nueve años, y allí se dedicó a decorarla iglesia, pasar muchas oras al día en oración, acoger penitentes con mucho celo, ayudar a los pobres como si fuera su padre, hasta que llegó su último día. Y lo hizo de tal modo que se gano el amor no sólo de la gente del pueblo, sino que también de mucha gente importante de Bohemia y Moravia, e incluso de príncipes y obispos de la Iglesia, que acudían a él a pedir consejo o para dirección espiritual, convencidos de su santidad. Ciertamente el príncipe de Dietrichstein con su nobilísima prosapia, el obispo de Brno, el de Breslau, entre otros, tenían a nuestro Guido por un hombre integérrimo sin doblez, piadoso sin superstición, santo sin hipocresía.

A pesar de que lo era, su mayor preocupación era esconderlo en la medida de lo posible. Y así ocultaba con gran habilidad sus ayunos, sus oraciones, sus obras de piedad, sus conocimientos, el conocimiento de lenguas y otras cualidades personales, que armonizaba perfectamente con la humildad y la pobreza. Era rígido censor de sí mismo y benigno, dulce e indulgente con los demás. Cuando se fue haciendo mayor y renunció a los cargos que tenía, se dedicó por completo a la contemplación de las cosas divinas y a los actos de piedad, observando lo que le mandaban sus superiores, considerando preceptos sus consejos que seguía al pie de la letra, y no hacía nada sin conocimientos de ellos.

Después de cumplir los cincuenta años de sacerdocio, sufría mayor pérdida de fuerzas, dolores e incomodidades propias de las enfermedades, y todo lo sobrellevaba con gran paciencia y unión con Dios, sin quejarse nunca y totalmente resignado a la voluntad divina. Después de recibir el Viático, dar las gracias al Superior de la provincia y hacer la renovación de votos, le pidieron al anciano que, al ejemplo del Santo Patriarca, les diera la bendición, y que intercediera ante Dios por la Provincia. Él se consideraba indigno, pero con reluctancia se dejó convencer, y bendijo a los religiosos presentes, a los niños que venían desde el seminario al lecho del enfermo, y a algunos de la ciudad que estaban presentes. Después devolvió el alma piadosísima al Creador entre repetidos actos de fe, esperanza y caridad, en Nikolsburg, el 23 de febrero de 1789.

Notas

  1. De los Annalibus Provincia Bohemo-Moravo-Silesiae.