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Ver original en ItalianoCap. 5. Recibe las órdenes sagradas, y hecho sacerdote tiene diversas ocupaciones
Cuando llegó el tiempo en que Dios lo llamaba al sacerdocio, y después de tener la debida preparación para ser recibido dignamente a la dignidad, en el plazo de un año recibió las órdenes del subdiaconado y del diaconado, y se hizo sacerdote. El 16 de diciembre de 1582 recibió el subdiaconado de D. Pedro Frago, obispo de Huesca; el 9 de abril de 1583 fue ordenado diácono por D. Gaspar de la Figuera; el 23 de diciembre de ese mismo año recibió el sacerdocio de manos de Fray Hugo Ambrosio de Moncada, obispo de Urgel, bajo el pontificado de Gregorio XIII, teniendo 28 años de edad.
Cuando José se vio llegado a ese grado, deliberó llevar una vida nueva y digna del sacerdocio, y aspirando siempre a mayor perfección, tenía la intención de retirarse y vivir privadamente, pero extendiéndose cada vez más la fama de su voluntad, fue promovido a diversas ocupaciones.
Primero lo quiso en su casa el obispo de Lérida, y lo hizo su confesor, teólogo, secretario y examinador público. Poco después se fue por orden de Felipe II, rey de España, con el mismo obispo a hacer la visita de Montserrat, en la cual por haber enfermado el obispo, las obligaciones de tan ardua empresa cayeron en su mayor parte en D. José, el cual actuaba con prudencia y a satisfacción de todos aquellos con los que trataba. Después de seis meses murió el obispo, por lo que José se volvió a su retiro en su patria, pero no llevaba allí mucho tiempo cuando Pedro Calasanz, su padre, pasó a mejor vida, después de que él pudo asistirle y ayudarle a bien morir.
No había pasado mucho tiempo cuando su obispo de Urgel, hombre insigne en piedad y doctrina, habiendo sabido de él, lo hizo llamar, y viendo que en su juventud era viejo en sensatez, lo nombró Visitador General suyo.
D. José obedeció a su buen prelado con humildad y de buena gana, porque iba a tener que esforzarse mucho para gloria de Dios y beneficio de las almas. Recibidas, pues, las debidas comisiones, se fue a visitar los lugares asignados en los montes Pirineos, donde con una amargura más allá de lo imaginable encontró corruptas las costumbres de aquella cristiandad, y más deterioradas aún entre los eclesiásticos que entre los seglares. Tuvo que hacer frente, además de las fatigas, a peligros grandes para su vida, al erradicar y purgar aquel campo del poco cuidado de ministros que lo habían dejado prácticamente abandonado; pero con la ayuda divina venció con maravillosa destreza la casi insuperable barbarie de muchos, y de tal manera los formó que habiendo felizmente terminado la visita con mucho fruto, regresó junto a su obispo para dar cuenta de lo realizado.
Habiendo crecido por ello mucho la fama de D. José de Calasanz, también el nuevo obispo de Lérida tuvo ganas de probar su valer, y lo constituyó Juez de las causas tanto civiles como criminales en todo el territorio de Tremp, que comprende sesenta lugares y castillos. A esta nueva misión se entregó, y Dios favoreció tanto a su siervo que no les pareció a aquellas gentes haber recibido un juez, sino un maestro, un protector y un padre amoroso que les había enviado la divina misericordia.
Finalmente, el obispo de Urgel, su superior, queriendo a Calasanz al servicio de su diócesis, lo hizo vicario general de toda su extenso terrirorio. Y porque aquel campo por falta de obreros había estado inculto durante mucho tiempo, el celoso vicario tuvo mucho trabajo para arrancar las espinas de los vicios, que se había propagado enormemente. Encontró grandes abusos por negligencia en el ministerio de las cosas sagradas, y poco saber de los eclesiásticos, concubinatos, enemistades arraigadas, y mil otros males, para remediar los cuales trabajó sin descanso movido por su deseo de servir fielmente a Dios y la Iglesia. Protegiéndolo la mano de Dios, redujo gran parte a buen estado, con maravillosas conversiones de muchos eclesiásticos y seglares, poniendo paz en muchas discordias, y eliminando con todo su poder los desórdenes, sin aprovecharse de sus bienes, antes bien haciendo muchas limosnas con lo suyo. Dejó bastante bien cultivada aquella viña del Señor con su valor, por lo que el buen obispo quedó muy satisfecho, y todos los buenos edificados, y el demonio confundido.