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Cap. 11. El P. José con otros comienza las Escuelas Pías

Porque la providencia de Dios había elegido al P. José para fundar una nueva obra en su Iglesia, con la cual muchos ignorantes en las cosas de la salud eterna serían instruidos, solamente en él entre muchos otros encendió el deseo de encontrarla. No le parecía bastante el tiempo de las fiestas, en el que se enseña la Doctrina Cristiana, para conseguir el intento; el siervo de Dios hubiera querido tener ocasión de hacerlo cada día, suplicando con ardientes oraciones a la Divina misericordia que le abriera el camino. Y Dios no dejó de ayudarle dándole la ayuda oportuna. Porque encontró algunos que se pusieron fácilmente de acuerdo con él, y particularmente el párroco de Santa Dorotea en el Trastévere, llamado D. Antonio Brendani, que aún vivía entonces, y comenzó las Escuelas Pías. Corría el año 1597, bajo Clemente VIII, en el quinto año de su pontificado.

Comenzaron primero en la sacristía y en algunos locales de dicha parroquia a reunir niños pobres, y a enseñarles a leer, escribir, hacer cuentas y la lengua latina, para tenerlos con esta atracción cada día bajo su control, e instruirles más fácilmente en el santo temor de Dios, y para atraerlos mejor les proveía, pagándolo él, de papel, plumas, tintero y libros, y todo lo que necesitaban los pobrecillos, y con su ejemplo movía a otros a ayudar en la misma caridad. Esta costumbre de proveer de materiales a los escolares pobres la mantuvo durante todo el tiempo que tuvo en sus manos el gobierno de las Escuelas Pías.

Pronto creció el número de escolares, hasta el punto de que fue menester añadir a los locales de Santa Dorotea otros cercanos, y mientras tanto, habiéndole abandonado los amigos con quienes había decidido comenzar la obra, unos por una razón, otros por otra, se vio en apuros; pero con su habitual confianza en Dios no se desanimó, sino que procuró encontrar maestros pagándoles de su propio bolsillo, hasta que Dios proveyera, como hizo y hará siempre con quienes en Él confían, haciendo que acudieran sujetos, y otras ayudas según la necesidad. El Padre no dejaba de insistir en que se trabajara bien en las escuelas. Entre los que vinieron estaba el Padre Gaspar Dragonetti de Lentino, siciliano, persona de grandes méritos, que murió a los 125 años de edad en San Pantaleo, el año 1628, pero de él se escribe en otro lugar más extensamente.

Creció tanto el número de escolares que, no siendo suficiente ni siquiera con los locales citados más arriba que se añadieron, hizo falta encontrar otra casa, cosa que se logró cerca de S. Carlos de Catinari, y de este modo las escuelas fueron trasladadas del Trastévere a esta casa.

En esta casa ocurrió que habiendo subido el P. José a un cierto lugar elevado para colgar una campana para dar los toques del horario de las escuelas, mientras estaba allá arriba se sintió como empujado por una mano violenta, y cayó al patio, donde se rompió una pierna, que le atormentó durante toda la vida, y se cree que fue persecución del demonio para impedir el gran bien que veía iba a producirse por medio del P. José quien desde niño se había declarado enemigo suyo.

Se curó, y recuperada la salud primera se dedicó con mayor ardor que nunca a las fatigas acostumbradas, para vengarse santamente de la injuria recibida del Demonio, entregándose completamente al servicio de los pobres de Cristo mediante el establecimiento de la obra que continuaba creciendo prósperamente gracias a su diligencia.

Para esto había abandonado la casa de los Señores Colonna, los cuales no se consideraron ofendidos viendo al Padre empeñado en una obra de tanto esfuerzo, tan caritativa y humilde. Más aún, lo tuvieron bien en cuenta con su cristiana bondad, procurando ayudarle en lo que él quisiera, y no pedían otra cosa sino que rogara a Dios por ellos y sus necesidades, cosa que él hacía.

Además de su propia clase, ayudaba también a los otros maestros escribiendo muestras o modelos para escribir, las lecciones de ábaco, revisando y preparando las composiciones para los maestros de la lengua latina y dando a todos reglas fáciles para enseñar, de modo que los jóvenes aprendieran deprisa, y no perdieran tiempo en la escuela.

A los trabajos mencionados añadía el levantarse temprano por la mañana para barrer y limpiar las clases, la suya y las de los demás, antes de que se levantaran ellos, lo que le servía a él como ejercicio de humildad y mortificación, y a los suyos de ejemplo, para que le imitaran. Sus ocupaciones le llevaban tanto tiempo que le quedaba muy poco para dormir, por lo que cuando se vería obligado por la necesidad apoyaba la cabeza sobre una mesita, y allí se reposaba un poco. Durante mucho tiempo practicó ese estilo de vida, y Dios le daba fuerza y complexión para resistir tantas fatigas sin detrimento de la salud, por lo cual confesaba que se lo debía absolutamente todo a su Majestad. No omitiré decir que muchísimas veces por la mañana se iba a las siete iglesias, volviendo en ayunas a la hora de comenzar las clases.

Notas