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Ver original en ItalianoCap. 12. Clemente VIII es informado de la bondad del P. José
y del progreso de las escuelas, y lo que sigue
Corría ya el año 1600 de nuestra salvación y el octavo del mencionado Clemente, y habiendo alquilado nuestro Padre para uso de las escuelas otra casa cercana a S. Andrea della Valle que estaba donde hoy tienen su portería los padres teatinos o un poco más lejos, un tal Monseñor Octaviano Vestri de la familia Cunei, secretario de los bienes del Papa Clemente, le dio tales informaciones a Clemente VIII sobre la bondad del Padre José y del provecho de las escuelas, que Su Santidad se alegró mucho, y quiso ver y conocer al Padre fundador de ellas.
El día señalado el sobredicho monseñor lo presentó a Su Santidad, quien le acogió con su habitual benevolencia, tratándolo con familiaridad, preguntándole acerca de lo que había oído a otros acerca de la obra de las escuelas y de su persona, a lo que el Padre José dio completa satisfacción.
Viendo el Papa que en el Padre estaba el Espíritu de Dios, y un celo auténtico por su gloria, se alegró, y antes de despedirlo le dijo que se alegraba mucho de que hubiera comenzado la obra de las Escuelas Pías, que él también había pensado llevar a cabo, pero por culpa de las ocupaciones de la guerra de Hungría no había podido realizar lo que quería, y añadió: “Dios le ha llamado a usted, y nos alegramos mucho; queremos ir a visitar las escuelas. Mirad de qué tenéis necesidad, y con gusto lo haremos”.
El siervo de Dios salió de la audiencia muy contento, y con la aprobación del Vicario de Cristo consideró que las Escuelas Pías habían sido aprobadas por el mismo Cristo, tomando ánimo de ello y dándoselo a los compañeros para seguir con mayor seguridad la obra, creciendo mucho más su fervor cuando supieron que Su Santidad había dado orden de que se pagaran de la Cámara papal doscientos escudos de oro para el alquiler de la casa cada año, como se hizo hasta los tiempos de Urbano VIII.
La piadosa liberalidad del mencionado Clemente dio un crédito extraordinario a la obra, e hizo que se sintieran motivados a ayudarla benefactores de calidad, que con limosnas considerables habrían querido promover y agrandar el instituto de las escuelas, pero el padre fundador no quería recurrir a las riquezas humanas, porque se sentía inspirado por Dios a la humildad y a la pobreza apostólica, como lo demostró al entregar lo suyo liberalmente, confiando en que la Divina Providencia no le iba a fallar.