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Cap. 25. Se anotan algunas cosas que sucedieron después de la muerte del venerable Padre

Después del paso del venerable Padre al Paraíso, su rostro quedó increíblemente jovial y alegre, y sus hijos estaban llenos de íntimo gozo, hasta el punto de que impresionados por tal novedad, quedaron estupefactos; y aunque dudaban primero si deberían estar afligidos por el dolor, sorprendentemente quedaron sobrecogidos de extraordinario júbilo de corazón, en lugar de sentir pena. Cuando quisieron lavar el cuerpo muerto, como suele hacerse, lo encontraron limpio y blanco como la nieve, y aunque no había necesidad de lavarlo, no dejaron de hacer el piadoso oficio por obedecer a nuestras Constituciones que lo mandan así. Del mismo modo se encontraron con gran sorpresa las sábanas de la cama limpias y sin mancha, a pesar de que las había usado durante muchos días. Además observaron que mientras lo lavaban se cubría con las manos las partes pudendas, y lavándole una mano se cubría con la otra, como se lee de S. Felipe Neri, lo cual fue un gran signo de su angélica pureza. Así lo atestigua el P. Vicente de la Concepción que estaba presente.

Por orden de los superiores los cirujanos abrieron su cuerpo, sacaron sus vísceras con mucha reverencia y las guardaron en una cajita, y un notario público, que levantó un atestado, selló la cajita y la cerró con dos o tres llaves, que conservaros los superiores y se van pasando de mano en mano.

Cuando los cirujanos abrieron el cuerpo, el que podía empapaba pañuelos, trapos o cualquier otro tipo de tejidos en la bendita sangre del Padre muerto. Ocurrió entonces que al hermano José de la Purificación, antiguo encargado de la ropa de esta casa de San Pantaleo, mientras mojaba también él algunos paños en el cráneo, y los empapaba de aquel humor, le entró la duda de que aquel olor podría ser desagradable y causarle náuseas, y queriendo asegurarse dicho hermano, acercó a la nariz el mencionado paño empapado y percibió que no sólo no emitía hedor, sino más bien un grato y suave olor. Esto me lo ha contado a mí muchas veces, y hoy, vigilia de Santiago Apóstol de 1664 que es cuando escribo esto, me lo confirma, y dice que en caso de necesidad lo afirmaría bajo juramento, habiendo experimentado él mismo esta verdad.

Después de la fiesta de San Bartolomé fue llevado el cadáver por los padres y expuesto en la iglesia, a donde comenzó a llegar tal multitud de gente que no sólo la iglesia, sino también las calles y plazas que la rodean estaban tan ocupadas y llenas que apenas cabían los que se apresuraban ávidos de ver y reverenciar las reliquias de aquel venerable Padre al que tenían en concepto de gran amigo de Dios. Sólo se dieron unos pocos toques de campana, mientras llevaban el cuerpo desde el oratorio a la iglesia. La causa fue que se encontraba gravemente enfermo el señor duque Orsini, y rogaron a los padres que no tocaran las campanas para no molestarle, cosa que hicieron. Incluso pareció bien no avisar a ninguno de los señores amigos suyos de Roma, y sólo se comunicó el fallecimiento al Emmo. Vicario, lo cual fue algo de lo que muchos que hubieron querido saberlo se lamentaron más tarde.

Se hizo un funeral sencillo, de acuerdo con la pobreza, cantando nuestros padres todo el Oficio al modo de los capuchinos, y también la misa de Réquiem, y procuraron no dar ningún signo de ostentación o pompa, también por consejo y orden del Emmo. Cardenal Vicario.

Mientras tanto iba acudiendo mucha gente, no sólo del pueblo llano, sino también de personas nobles, prelados, príncipes, princesas y otros señores titulados, que iban aumentando hora tras hora. Incluso se encontraban los que habían perseguido impíamente al siervo de Dios en vida, y como el verlo tan honrado tras la muerte era una callada acusación de su maldad, no pudieron aguantar el no seguir persiguiendo incluso el cadáver, procurando impedir los honores que la multitud de personas devotas le ofrecía, por lo que escribieron un memorial con aparentes protestas a Monseñor Rivaldi, Vicerregente en aquel tiempo, para que ordenase que fuera apartado el cuerpo de la vista de la gente. Y en efecto llegó un notario con guardias y lo hicieron encerrar en un cuartito cercano a la sacristía, del cual después de un rato fue de nuevo sacado y puesto en la iglesia por orden del Emmo. Cardenal Ginetti, vicario de Nuestro Señor, y allí estuvo hasta el veintisiete con innumerable asistencia de gente de toda calidad. En ese espacio de tiempo obró Dios maravillas a quien quiso, de las cuales se escribe en otro lugar, y se cuenta todo.

Acabado el tiempo que el Emmo. Vicario había concedido para que fuera expuesto, con grandísima dificultad fue quitado de la vista de la multitud, y en presencia de los monseñores Juan Francisco Ziventilli, Vicente Totis y Oreggi, venidos con un notario llamado Francisco Meula, quien hizo atestado público de cuanto convenía, fue puesto el cuerpo dentro de una caja de plomo, que fue sellada, y después en otra de madera, y se enterró en la capilla mayor del lado del evangelio junto a las gradas del altar bajo ladrillos y sin lápida, sin inscripción ni señal externa alguna por la que se pueda conocer que allí hay alguien enterrado, siendo hecho así por orden de lo superiores.

Cuando la multitud era mayor, vino también el padre Pedro Garavita, religioso de la Compañía de Jesús, hombre de conocida bondad a todo el mundo, y no sólo en Roma, el cual no pudiendo entrar en la iglesia a ver el muerto, subió sobre un banco de piedra que está junto a la pared fuera de la casa de los señores Massimi, y allí se dirigió a la multitud que llenaba la plaza, y dijo grandes cosas con mucho espíritu sobre las virtudes y méritos de nuestro venerable Padre, con las que tanto más se inflamaba la devoción de la gente.

Sería demasiado prolijo y cosa de nunca acabar el querer referir todas las cosas admirables que ocurrieron durante aquel tiempo, además que la brevedad pide que se remitan a otro lugar las narraciones más detalladas, cuando se escribe un compendio. Pero en cualquier caso me tomo la libertad de añadir algunas otras cosas que considero deben ser de grata y útil curiosidad al que lee.

Notas