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Cap. 7. José es constituido por el Obispo de Urgel Juez y Gobernador del valle de Tremp

Terminada la visita general, la gente de los montes Pirineos que se encontraban en el sumo de su contento se enteraron de la inesperada partida de su visitador, y, todos llenos de llanto y dolor, no podían soportar el privarse de tanto bien, que les parecía perder a su padre, que como a tal lo consideraban todos. José, al escuchar los gemidos y lamentos que hacían, con toda delicadeza les dio a entender que él debía obedecer el mandato de su pastor, que era conveniente conformarse a la divina voluntad y que fue siempre un digno sentimiento de auténtica caridad agradecer su servicio y obra en los demás, y que él reconocía que con la santa disposición de todos había valido la pena el esfuerzo hecho, y que Dios no les abandonaría nunca, y la vigilancia y solicitud del obispo por verles bien sería beneficiosa y provechosa, y él se comprometía a ayudarles con una persona de mayor satisfacción de lo que lo había sido la suya. Y que procurasen que no se deteriorara su fervor en servir y amar a Dios, asegurándoles que siempre estaría en ellos, si conservaban aquella pronta y sincera voluntad con santas y justas obras, con el único anhelo y deseo de gozarlo en la patria bienaventurada. Al oír estas afectuosas palabras y exhortaciones suyas se quedaron conformes con la divina voluntad, y conservaron impresa en sus pechos la memoria de José, con cuanto habían aprendido en sus mentes con el firme propósito de imitar y seguir un tan digno ministro del Señor.

Todo alegre y contento el visitador partió hacia Urgel, para reverenciar a Monseñor y darle cuenta de todo lo que se había hecho de bien en los montes Pirineos. Él ya estaba informado de aquellos felices progresos, y le estaba esperando, y cuando lo vio no se puede creer la alegría que recibió, y el afecto con el que le acogió. Todos los de la ciudad, por la cual se había extendido la fama de aquellos óptimos progresos tendían los ojos y la mirada con gran fama y alabanza hacia el fiel siervo de Dios.

Quiso el obispo que José, después de unos cuantos días, continuase con la carga del gobierno en la provincia de Tremp y su distrito, en la cual lo constituyó juez y gobernador con absoluta potestad en las causas tanto civiles como criminales, queriendo elevarlo después a cosas mayores, como se dirá más tarde.

El dominio de Tremp con su distrito comprende sesenta lugares, muy digno por el concurso de forasteros y por sus habitantes. En este otro cometido se conoció también la liberalísima mano del Señor para con su siervo, quien por servirle a él y por el bien del prójimo no se excusó de servir a su obispo, con aquel deseo que tenía de hacer siempre la voluntad de Dios para que dispusiera siempre su Divina Majestad de él como fuera su gusto, y se sirviese de su persona como quisiera. Con estos firmes deseos se volvía fuerte y valiente su ánimo, y vencía cualquier dificultad y cansancio.

Constituido juez, deseaba por amor de su Señor complacer y satisfacer a todos, teniendo como su último fin el servicio de Dios y la observancia de su divina ley y la de la Santa Madre Iglesia, y todo lo que viene establecido por la ley natural y humana. Lo llamaban juez, pero él creía su deber ser un padre para ellos. Apoyó su administración del gobierno en la prudencia con la justicia, y en su natural destreza, que Dios le había dado. Se servía de la clemencia con los buenos para apartarlos del pecado, y con arte mayor corregía las culpas con el perdón, sabiendo que esta manera de obrar aprovechaba más que castigarlos, pero consistiendo el bien y la tranquilidad de los hombres en castigar los delitos, no dejaba pasar las culpas sin las debidas penas, y para no dañar a los buenos no perdonaba a los malos. Ponía todo cuidado en hacerse amar por todos, y en no ser odiado por nadie. Vigilaba a sus oficiales y ministros de gobierno, a fin de que no los desviaran de la rectitud los respetos humanos o la mira de los intereses. Así que era amado como bienhechor público, y no temido ni odiado como juez severo. Quería que se diese tiempo a la verdad y no se corriese tras la primera relación, y que se tuviese cuidado para acertar con lo justo con la consideración del ingenio maduro y reposado, más que con la especulación. Nunca permitió que sus ministros se sustentasen con el producto derivado de su oficio, diciendo que de personas venales no puede esperarse nunca nada bueno ni justo. Y, por fin, así como procuraba ser fiel en todo a su Dios, también se esforzaba en ser justo con el prójimo, hacia el cual estaba lleno de caridad. Ahora le servía en sus necesidades, ahora lo sujetaba para que no cayese, ahora lo consolaba para no afligirse y le dilataba el corazón para encaminarlo a la adquisición del verdadero bien. Hacía todo esto con tal afecto y agrado que venía a ser amado y recibido teniéndolo no como su juez, sino como protector, defensor, guía, proveedor y padre de todos. Tal era la voz y la estima que corría, y el concepto que se divulgaba por todas partes de aquel país sobre su persona, de donde vino que en la ciudad de Urgel era grande el nombre de José de Calasanz.

Notas