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Cap. 15. La obra de las Escuelas Pías se apoya en la Congregación de los Padres de Santa María in Pórtico

El Sr. Cardenal consideró seriamente lo que hemos señalado antes, y lo trató muchas veces con le Padre José, y finalmente lo trató con Su Santidad. Consideraron que sería oportuno que la obra de las Escuelas Pías se apoyase en la Congregación de los padres de Lucca de Santa María in Pórtico, con los cuales se convino que todo el gobierno y cuidado de las escuelas dependiese de Calasanz, y que él las rigiese con el título de Prefecto, y que aquellos religiosos ayudasen en la obra. El humilde siervo de Dios aceptó la proposición, como quien sabía que todo lo que ocurre viene de la mano de Dios, y no tenía ninguna estima por su persona. No pensaba otra cosa sino que Dios quería ahora que se encaminara la obra, quien era el que daba la forma al bien, pues no era él quien la había creado, sino el autor de todas las cosas, con la protección de la Santísima Virgen, de quien era el instituto, con asombro de su poco y nulo valer, al ver que Dios se servía de su persona en aquello que era su gusto que se hiciera, sintiendo mucho gozo por el bien que iba a venir con los demás, a los cuales tenía por mejores que él mismo, para seguirlos e imitarlos. Estaba tan firme y verdaderamente fundado en la fe y en la caridad que no sentía pena ni adversidad, ni deseo alguno de consolación humana, sino sólo del servicio de Dios y del bien del prójimo, por el provecho que reconocía agradarle al Señor en esta obra a la cual lo seguía empujando. Por lo que se sometió de buena gana a cuanto decretó el Vicario de Cristo con el consejo del protector en conformidad con el Breve que se dio el 4 de enero de 1614.

Al aplicarse el mencionado decreto, algunos de la Congregación de Santa María in Pórtico comenzaron a dedicarse al ejercicio de las Escuelas Pías, por propia voluntad, junto con los que tenía el Prefecto. La obra era ya reconocida en Roma, y comenzó a desearse en otras ciudades vecinas. La primera que presentó una instancia fue la de Frascati dos años después del Breve mencionado. Por orden del Papa se transfirió José con su bendición a aquella ciudad con su Dragonetti para abrir allí las Escuelas Pías. Ahora bien, mientras el Prefecto estaba dedicado a esta nueva fundación de la casa de las Escuelas Pías en Frascati, el Abad Glicerio Landriani le informó que el instituto de las Escuelas Pías en Roma iba perdiendo el fervor en el que las había dejado, pues faltando el ojo del agricultor en su campo, seguramente se haría estéril e infecundo.

Estos buenos padres no estaban inclinados a otra vocación sino a la primera en la que profesaron, por lo que pronto se retiraron a otros quehaceres, comenzando a dar clase con cierta tibieza, pues estaban más inclinados a su vocación que a la extraña, según indica en los motivos y sus razones el mismo Vicario de Cristo en el segundo Breve que hizo publicar a favor de las Escuelas Pías con estas palabras: “Vimos que los clérigos regulares no querían abdicar a la posesión de sus bienes estables, y además sentían que los ejercicios y tareas ajenas amenazaban con impedir lo que es propio de su instituto, aprobado por la autoridad apostólica, por lo que no quieren entregarse a los ejercicios de las escuelas citadas, etc.” Como dice el Apóstol, son en verdad muchas las inspiraciones del Espíritu Santo, y por eso se ve en la Iglesia que hay muchos ministerios en las órdenes religiosas, aunque todas obran en el mismo espíritu del Señor, del cual derivan el servicio y la gloria del mismo, para lo que son destinados a gozarlo en el cielo. Por lo que nadie debe sorprenderse de que también en su cuerpo existan muchas maneras de obrar los diferentes miembros para su conservación, y así son todas las órdenes y los demás fieles miembros del cuerpo místico de su Santa Iglesia, y su cabeza en la tierra es el Vicario de Cristo, y su vida y alma ese Señor nuestro Redentor, al cual todos sirven, “uno de un modo, otro de otro modo”, como dice el Apóstol.

Avisado el Prefecto de lo que ocurría en Roma, dispuso las cosas de aquella nueva casa de la mejor forma posible según convenía, y se volvió a Roma, donde con toda humildad y prudencia, dirigido solamente por la caridad, evitando todo aquello que el buen obrero podía a poco costo, otra cosa no quería sino el gusto y placer de Dios en el provecho de los escolares, entregados por Él para que los guiase al cielo, pidiéndole se dignara ayudarle en aquello que resultara para su mayor servicio a beneficio del instituto. Estando cierto de que Dios no necesita de los hombres en modo alguno, no se perturbaba; dejaba que Él obrase, teniendo dispuesta su voluntad para aquello hacia lo que lo destinaba su divina providencia, y no estuvo lejana la ayuda del cielo.

Notas