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Ver original en ItalianoCap. 16. Cómo erigió el Sumo Pontífice el instituto de las Escuelas Pías en Congregación Seglar
Habiendo oído el Sumo Pontífice Pablo V de feliz memoria al Sr. Cardenal protector que no había resultado bien el apoyo a la obra de las Escuelas Pías, para que no sufrieran detrimento, con un motu proprio y según ciencia cierta fundó la nueva Congregación de votos simples de los Clérigos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, con el título de Congregación Paulina por su nombre, con el Breve expedido el 6 de marzo de 1617, con los privilegios y gracias que se contienen en él, y dando facultad al Prefecto para escribir sus estatutos que deberán ser aprobados por la Santa Sede Apostólica, anulando el que había dado antes con los padres de Santa María in Pórtico.
Aquel mismo año, el 25 de marzo, día de la Santísima Anunciación, por orden del mismo Sumo Pontífice y de su parte, el Emmº. Sr. Card. Giustiniani, protector, dio en su capilla del palacio el hábito que debían llevar los de la congregación paulina de la Madre de Dios de las Escuelas Pías al Padre Prefecto, que se puso el nombre de Padre José de la Madre de Dios, quien también hizo en manos del Sr. Cardenal sus votos de obediencia, suma pobreza y castidad, y del especial cuidado de enseñar a los niños pobres, que profesan todos los del instituto, y cuanto se contiene en la forma de la profesión expresado en sus constituciones. El hábito era de paño negro rudo y basto; la sotana larga hasta los pies, y el manteo del mismo paño pero hasta las rodillas, con sandalias en los pies, con su bonete y sombrero como se usa hasta el día de hoy. Regresó a su casa de San Pantaleo el Padre José de la Madre de Dios, Prefecto de la nueva congregación, y en el oratorio de los padres dio también el hábito a sus compañeros de la misma manera. El primero fue el P. Pedro Casani, que se llamó Pedro de la Anunciación, y el abad Landriani, que quiso llamarse Glicerio de Cristo, y otros nueve de los que quisieron quedarse con el citado P. Pedro en nuestra casa de aquellos de Sta. María in Pórtico.
Dispuso Dios que en el día en el que quiso hacerse hijo de su Santa Madre para la salvación del mundo se le dedicaran sus electos de la vocación del pío instituto, en el que debían educarse los hijos de los fieles, de los cuales era Madre en su Hijo, que en aquel día concibió en sus purísimas entrañas por obra del Espíritu Santo, y el fundador suplicó que la Madre de Dios llevase el nombre de su fundación, de quien era el instituto y fundadora. Lo dijo el Vicario de Cristo: Congregación Paulina, como movido por el Espíritu Santo, que le asistía, y siguió la divina orden en lo que quería la Virgen Madre nuestra señora. Hizo conocer a toda la cristiandad su sumo gozo por el favor y gracia que Dios le había hecho, al servirse durante el tiempo de su sumo pontificado para erigir y establecer la obra de la piedad divina, por intercesión de la gran Madre de Dios, cuyo nombre quiso también que llevara el fundador de la misma, además e ser honrado con el de su esposo virgen S. José con la vocación de la fuente de la gracia bautismal, para militar en este mundo bajo su enseña contra sus enemigos para gozar en su servicio de la dirección y cuidado de los niños, del mérito de su gracia y protección ante su queridísimo hijo.
No es de sorprender que el P. José, ayo y educador de niños de cristianos, estimado padre de ellos, fuera también verdadero seguidor y discípulo del hijo primogénito, verdadero y único, de la Virgen Madre, Jesucristo, que tanto amó la pobreza. Mientras el maestro estuvo con nosotros, estando ellos en la escuela, quiso imitarlo, y siguió el siervo a su señor y redentor, abrazando con verdadero afecto el estado y profesión de ser pobre, quien afirmó su congregación e instituto en la profesión y voto de suma pobreza, en la que basó todo su ser y crecimiento, alejándose de la cual, decía, ya no seríamos pobres de la Madre de Dios, y se perdería el fervor del instituto de las Escuelas Pías, todo lo cual se ve claramente en sus Constituciones, las cuales después de un largo retiro suyo hizo en la ciudad de Narni, en la cual ya se habían erigido las Escuelas Pías, y estando en ejercicios de oración y penitencia totalmente centrado, le enseñó el Espíritu Santo con la ayuda de la Virgen Santísima, por lo que él se dejó decir que en las Constituciones él no había puesto nada propio.
De la misma manera ocurrió también cuando el Papa erigió la congregación: él estaba convencido de que Dios quería encaminar de aquella manera el instituto y sus seguidores que debían profesar en conformidad con el nombre y título que les dio el Vicario de Cristo, el cual, conociendo que este admirable siervo del Señor era guiado por su Espíritu divino, quiso servirse de él en muchos asuntos de consideración, y también en hacerle examinar y conocer de qué bondad y espíritu eran algunas siervas de Dios, y quiso que fuera al monasterio de S. Silvestre en Campo de Marzo, para reducir aquellas monjas a la debida observancia de lo que profesaban con la enmienda de muchas cosas, para que se enfrentaran, lo que hizo con tanta caridad y prudencia que fue de gran provecho para ellas su dirección y ayuda al formarlas en su decoro y recomendación de la vida digna. Siguieron su recomendación luego con satisfacción y contento del Sumo Pontífice, el cual mostraba que sentía un gran placer en tenerle consigo para conversar con él, lo cual no ocurría sólo en el palacio, sino también cuando lo veía por casualidad en la calle, como ocurrió muchas veces en Frascati, y se entretenía hablando con él, caminando a pie juntos durante un largo espacio de tiempo. Y en Roma en la Redonda, mientras el P. José andaba acompañando a los escolares en filas, lo vio el Papa, e hizo parar la litera y se puso a hablar con él durante mucho rato, y le mostraba tal afecto que todos los que lo vieron sintieron una gran admiración por la estima y el concepto que veían que tenía el Vicario de Cristo por este siervo suyo. Y ciertamente era grande, porque se supo como cosa cierta que había puesto su nombre en la lista para hacerlo cardenal de la Santa Iglesia, lo que muchas veces afirmó el Sr. Cardenal Montalto. Este Emmº. incluso se alegró y felicitó a muchos de nuestros religiosos por ello, y por toda Roma se extendió la noticia, y si no lo publicó Su Santidad en la promoción de cardenales que hizo es por que el P. José lo rechazó con su gran humildad, pues se tenía por merecedor de toda humillación, y sin ningún fingimiento se humillaba juzgándose la más vil de todas las criaturas, gloriándose solamente con el Apóstol en la cruz de su Cristo. Pudo ser orador eficaz para persuadirlo de que cambiara su idea en aquella promoción que quería hacer de su persona, para dejarlo estar en aquella tarea en la que Dios le quería solamente. Con el mismo despego de las grandezas humanas cerró los oídos muchos años antes a las proposiciones que le hizo el embajador del Rey católico, D. Francisco de Castro, que en nombre de la Majestad le ofreció en España algunas dignidades de las más ricas que podía presentar, y dos obispados de los más importantes, que todo lo rechazó por el afecto que tenía al instituto de las Escuelas Pías, encomendadas a él por la Santísima Virgen y su Hijo bendito, las cuales por su vigilancia y caridad siempre mejoraban, y aumentaban frecuentándolas además de los hijos de la gente de todo tipo, también los de los nobles y titulados romanos y forasteros, y además el vinieron los hijos de los judíos durante algún tiempo.