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Cap. 23. De la fe y del gran deseo de su exaltación y propagación que tuvo el venerable Padre José de la Madre de Dios

El amor que tenía este venerable siervo de Dios en su alma a su divina majestad era más que divino, de donde nacía el ardor de su gran deseo que tenía siempre de la exaltación y propagación de nuestra fe católica por todo el mundo, que si hubiera podido habría corrido a las partes más remotas de la tierra para dilatarla, de lo que daba signos manifiestos en todas las obras y discursos que hacía. Y por ello le pidieron que enviara el instituto de sus escuelas de piedad a Moravia, Hungría y Polonia. A pesar de que muchos personajes intentaron disuadirlo de ello, quiso a toda costa enviar a sus obreros diciendo que sentía mucho no haber podido ir él mismo a aquellos reinos. Se ve también este celo suyo de manera muy clara en lo que hemos escrito en su vida, desde sus más tiernos años, que lo tenía de su nombre cristiano, que anhelaba que todos los niños de su edad compartieran su deseo de amar y servir a Dios. No se conformaba con querer ser fiel a su Señor, sino que teniendo la fe en las manos se volvía justo y santo. Todos sus fines estaban basados en la observancia de sus santos mandamientos, que le movían a tener odio por el infernal enemigo de nuestra santa fe. Este santo ardor creció más con los años, mientras él se disponía en la misma adolescencia y juventud a encender a los otros con sus palabras en las conversaciones, no tratando de otras cosas sino las correspondientes con su condición de cristianos en el amor de Dios con la observancia de sus santos preceptos. Terminado el curso de sus estudios, dio a conocer aquella llama suya en la que estaba encendido, pues estaba dedicado plenamente a enseñar a los pobres y niños pequeños de las escuelas las cosas que deben saberse sobre nuestra santa fe, sirviéndose de las obras de piedad de los montes que había creado para ayudar a vivir a aquellos, permaneciendo fiel en este objetivo por la gran necesidad de ello que existía y él conocía. Destinado siempre al mismo como a su fin, respirando se veía su espíritu al cumplir con aquellos cargos honrosos a los que fue expuesto por sus obispos en los reinos de España, a los cuales se dedicó para conducir aquella gente al nombre de Cristo. Y finalmente, movido por la interna moción del Espíritu Santo por aquella visión que tuvo, se decidió a ir a Roma, donde de hecho se dedicó a instruir en las iglesias y en las plazas a los ignorantes en la doctrina cristiana. Por esos principios vino empujado por la divina providencia a fundar una Orden en la cual sus religiosos operarios profesan con voto el instituto tan útil y necesario de las Escuelas Pías en la Iglesia de Dios. Y para conservarlo y aumentarlo se volvió fuerte y constante contra todas las furias del infierno, que nunca dejaron de hacerle guerra, y si hubieran podido, lo habrían perdido y vencido, como hemos dicho.

Animado siempre por este gran deseo que tenía de propagar nuestra santa fe, decretó en sus Constituciones que se hiciera oración continua durante todo el tiempo que duran las clases, mañana y tarde, con la asistencia de uno de nuestros religiosos encargado de ello, para que se ruegue a Dios por la exaltación de nuestra santa fe, lo que quiso que se hiciera también por todos los padres y escolares al final de las clases, y en particular en nuestra habitación, por las necesidades de la Santa Iglesia, la conversión de los herejes e infieles, y la victoria de los cristianos frente a los enemigos de nuestra fe, lo cual, cuando solía hacerlo en cada charla y pública función, siempre movía las almas de todos con un extraordinario afecto y sentimiento que le salía del corazón.

En la parte de las Constituciones de la Orden que trata sobre la manera de enseñar a los escolares, ordena que se les explique el librito de la doctrina cristiana cada día, y que se haga este ejercicio los domingos en nuestras iglesias después de comer. Para ello hizo imprimir un librito en el cual están compendiados los misterios de nuestra santa fe, la vida pasión y muerte de Cristo Nuestro Señor, con otros actos de virtud, fe, esperanza y caridad; de contrición, de la cruz y del ofrecimiento de sí mismo a la gran Madre de Dios, para que se encaminen los niños al conocimiento del Creador, amándole y sirviéndole. Su obrar al educarlos era tan ejemplar que los mismos judíos enviaron a sus hijos a nuestras escuelas, teniéndole grandísima reverencia por el concepto que ellos tenían del Padre, y hubieran continuado si algunos rabinos, dándose cuenta del cambio que hacían hacia nuestra fe, en la dureza de su perfidia no se hubieran interpuesto impidiéndoselo, con gran disgusto del Padre, no habiendo podido resultar ningún artificio ni diligencia que intentó para lo contrario, que todo nacía de aquel amor que tenía hacia nuestra santa fe, para aumentarla, de modo que todos vivieran en conformidad con el nombre que profesan, que parecía que sólo había venido al mundo para esto, en lo que se hizo tan digno a los ojos de todos por sus palabras y obras inflamadas de la fe, que lo llamaban el fiel y el piadoso, pues no decía otra cosa sino: “Tengamos fe; tengamos fe, y no dudar; si no tenéis fe, no haréis nada”. Así pensaba el piadoso fiel, que sólo vivía de la fe y por la fe murió a su Dios, del que ahora goza para siempre en el cielo.

Notas