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Cap. 31. De la castidad del venerable Padre José de la Madre de Dios

En el Proemio que hemos puesto al principio de la Vida del venerable Padre José de la Madre de Dios que hemos escrito, con ocasión de insinuar el parecido que tiene su patria con la Jarán de Mesopotamia por la similitud de nuestro José el Piadoso con José el Justo, no nos parece lejos de la verdad la competición y comparación que hay entre uno y otro por lo que se dice en la sagrada escritura del Justo, y lo que hemos visto en la vida del Piadoso, si consideramos las disposiciones de la divina providencia en ellos, puesto que fueron hechos por las bendiciones del cielo proveedores y benefactores de la gente para suministrar el grano a la gente de Egipto uno, y el otro porque creó graneros para los pobres, y no satisfecho con ello, se sirvió de ellos para dispensar los pastos de la vida de sus almas, con los que alimenta y educa a toda la juventud y niñez en todo tiempo para el goce de la patria bienaventurada. Se parecen también José el Justo y José el Piadoso en la pureza y candidez de ánimo. El primero fue casto; el segundo fue virgen y esposo de la Madre de las vírgenes, a la cual se consagró de pequeño. Y fueron gloriosos por los asaltos de mujeres pecadoras e impuras, huyendo de las cuales ganaron sus trofeos en la tierra, y se sentaron coronados de la aureola virginal en el cielo.

Este venerable Padre fue verdaderamente guardado con particular protección por la Gran Madre, y se comportó de modo tan cuidadoso desde sus primeros años que era un espejo de pureza, de modo que todos decían que había descendido sobre él aquella bendición de Dios que Jacob dio a su hijo José: “El Dios Sadday te bendecirá con bendiciones desde arriba, bendiciones del abismo que yace abajo, bendiciones de los pechos y del seno”[Notas 1]. Y esto se puede ver claramente en lo que hemos escrito en su Vida cuando vino al mundo, y por verdad de su virginal castidad el mismo compañero, su cuerpo, gozó de la candidez del alma, que lo vistió de tan hermoso olor y candor de ángel celestial después de su muerte, lo cual sucedió como una demostración de lo que había sido su espíritu y su vida.

Y para confirmar eso, lo que un obispo contó a nuestros religiosos cuando nuestro venerable Padre volvía de la visita que había hecho a la santa casa de Loreto a Roma. Dijo este prelado que encontró al Padre José que ya volvía de la Santísima Virgen de Loreto, y por la confianza que tenían entre ellos, el Padre le contó cómo al salir de aquel santuario se le aparecieron tres bellísimas doncellas llenas de esplendor, las cuales le saludaron una tras otra, y le dijo la primera: “Bienvenida la señora Obediencia”. Luego dijo otra: “Bienvenida la señora Pobreza”. Y la tercera añadió: “Bienvenida la señora Castidad. Nosotras somos sus queridas y amadas esposas”. Y entonces desaparecieron. Él le contó también que estando en aquella santa casa, Dios le había hecho saber que de tantos millares de personas que habían entrado en aquel santo lugar, sólo cinco habían gozado de la indulgencia. Todo esto nos lo contó el obispo como signo de la estima y buena opinión que tenía de nuestro Padre.

Notas

  1. Gen 49, 25