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Ver original en ItalianoCap 33. De los milagros obrados por Dios en vida y después de la muerte del venerable Padre José de la Madre de Dios
Sería demasiado larga nuestra empresa si quisiéramos describir los milagros que Dios obró por medio de este siervo suyo, mientras vivía y después de muerto, con los que de manera continua demostraba su Divina Majestad lo acepto que le era. Se presentan algunos para dar satisfacción a quienes desean conocerlos, siempre con la sumisión y reverencia en todo lo que se cuenta, lo mismo que en lo descrito sobre sus profecías y en otros capítulos de su vida, pues queremos someternos a la verdad en todo lo que reconozca la Santa Madre Iglesia, a cuya comprobación nos referimos en todo lo que hemos narrado, pues nuestro deseo es no separarnos nunca en cualquier cosa que ella ordene. La mayor parte se ha tomado de lo que ha sido depuesto en los procesos hechos sobre su vida y después de su muerte, tal como aparece en los siguientes y anteriores hechos narrados.
Dominga Vittoria tenía una hija llamada Jerónima Piantanidi que tenía una enfermedad en los ojos de modo que no veía la luz. La llevó al Padre y le rogó que la bendijese y le tocase los ojos con sus dedos, lo cual hizo el Padre e inmediatamente la niña vio, teniendo entonces unos siete años, y al llegar a los 15 todavía tenía buena vista. La misma dice que estando enfermo por retención de orina su marido Félix Piantanidi, ya habían ordenado que le dieran los santos sacramentos, y que hiciera testamento, y que se dispusiera a bien morir. Cuando ella vio eso, recurrió al Padre, y le pidió por caridad que le hiciera el favor de ir a ver a su marido moribundo. Fue al Padre, y puesto allí de rodillas ante el Padre, él le puso la mano sobre la cabeza diciendo: “Oremos a Dios, para que donde no llegamos nosotros nos ayude el Señor. Sé bueno en el futuro”. Inmediatamente el enfermo se sintió mejor, y de hecho curó, y eso que los médicos habían dicho que moriría aunque fuese capaz de orinar.
El padre Ignacio, de Génova, se cayó una vez por las escaleras de San Pantaleo, y a causa de fuerte golpe que se dio, el médico Cristóbal lo desahució. Esto ocurrió por la tarde; a la mañana siguiente, mientras el Padre general decía la misa en el oratorio aquél gritaba a causa de los fuertes dolores, de modo que se le oía en el oratorio. Se detuvo el Padre y preguntó qué era aquello. El hermano Lorenzo, que le ayudaba, le contó lo que había ocurrido y que nuestro religioso estaba moribundo. Entonces el Padre dio un gemido y alzó los ojos al cielo. En ese mismo momento el P. Ignacio dejó de gritar, y se acabaron sus dolores. Al cabo de media hora vino el médico y lo encontró sano, y se quedó sorprendidísimo, y se enteró de que lo había curado el Padre en el momento en que lo encomendó a Dios. El médico dijo que era un gran milagro.
Estando enfermo de fiebre maligna en 1642 el citado hermano Lorenzo, el médico Juan Bautista María Castellani ya lo había desahuciado, por lo que el enfermo se había puesto resignado en las manos de Dios. Fue a visitarle el Padre general, y él le pidió la bendición. El Padre le respondió: “Bendito sea, pero no morirá; yo quiero que se cure, y que venga a servirme, porque no tengo a nadie que me sirva”. Cuando oyó eso se sintió como si hubiera resucitado, y dos días después se levantó de la cama, y el médico, después de lo que había dicho el Padre cuando vino a curarlo, lo encontró sano de hecho, y le dijo: “Usted está curado”, con gran sorpresa suya, habiendo oído del enfermero lo que había dicho el Padre.
El padre Juan Castilla, que fue al morir el Padre el segundo general de la Orden, siendo superior en Frascati enfermó mortalmente y ya había sido desahuciado por el sr. Jerónimo Pullotto, médico de Pablo V de feliz memoria. Los padres informaron al Padre fundador sobre el estado del padre rector, para que se complaciese en venir a visitarlo. Respondió el Padre: “Digan al padre Castilla que me espere”. Pasaron dos días, y ellos volvieron a enviar mensajeros. El Padre dejó pasar otros dos días, y después de cuatro días fue a Frascati, y lo encontró que ya no podía hablar, y abrazándolo le dio: “Padre Castilla, no dude, que no morirá ahora”. Así fue, porque sintiéndose confortado por aquella voz, a los dos días se levantó de la cama.
Estando enfermo el señor Reinaldo de Sodi, maestro de la casa de monseñor Alejandro, en Borgo en 1624, el prelado rogó al Padre que fuera a ver al enfermo. Fue, y encontró allí reunidos a los médicos, que estaban haciendo una consulta colegial. El Padre fundador, tomándole el pulso, dijo que Reinaldo no tenía fiebre, lo cual al oírlo los médicos, dijeron: “¿Qué dice, Padre?” Y se acercaron de nuevo a observarlo, y vieron que ya no tenía fiebre, y dijeron: “¡Oh, se ha curado!” Cuando el enfermo conoció que estaba bien dio gracias a Dios que le había dado la salud por medio de su siervo.
A un niño de las escuelas de Frascati por desgracia le sacaron un ojo con un palo. El Padre fundador, que se encontraba entonces allí, cuando oyó el caso se acercó al niño, tomó el ojo y se lo volvió a poner dentro, y el niño se quedó sano, como si no le hubiera ocurrido nada, con asombro de todos los religiosos y escolares que estaban presentes.
La señora marquesa de Palmes en Cerdeña tenía una mano totalmente inmovilizada, que no la podía cerrar. Rogó a los padres que le dieran alguna cosa del Padre general que todavía vivía, y ellos, no teniendo otra cosa más que una carta suya, el padre Pedro Francisco de la Madre de Dios, que era novicio cuando presenció el milagro contado arriba, se la dio, y en cuanto la puso sobre su mano comenzó a cerrarla y moverla, gritando todos los de su casa “¡Milagro, milagro!”, y se curó.
Una criada del señor Félix de Totis estaba poseída por un espíritu. El Padre general fue a casa de este señor porque le había hecho llamar. El espíritu maligno de la criada comenzó a gritar que aquella mañana venía a casa el mayor enemigo que tenía en el mundo, y cuando llegó arriba el Padre, el enemigo continuó con la misma querella, y en cuanto lo vio se fue, y ella quedó sana.
El señor Tomás Corchetti fue a nuestra casa en San Pantaleo y vio al Padre general que estaba rezando al lado de la cama donde yacía un novicio enfermo, que parecía un cadáver. Con un gran susto del señor Corchetti el Padre tomó luego el brazo izquierdo del enfermo y lo hizo sentar sobre la cama, y le dio de comer, estando él presente. Y al día siguiente el médico le dijo que lo había encontrado sin fiebre, y de hecho curado, y luego se levantó de la cama, atestando el médico que naturalmente no podía haber vivido. Esto ocurrió en tiempos de Gregorio XV.
La señora Francisca Toschi testifica que su hija Mónica había perdido ya la vista del ojo izquierdo en el que tenía una mancha. A sus ruegos el P. Vicente de la Concepción la tocó con el bonete del venerable Padre fundador. Inmediatamente comenzó a ver, y a los pocos días se desvaneció aquella mancha del ojo. Lo mismo confirma su marido Valeriano.
En el año 1629 enfermó mortalmente el señor Bernardino Biscia, sobrino de la señora Laurea Gaetani, al cual atendían los médicos Bernardino Missonio y Clemente Landi, y ya lo daban por desahuciado a causa de la fiebre maligna, con petequias y pulso intermitente, diciendo con toda seguridad: “no puede vivir”. Entonces aquella señora, desesperada de las ayudas humanas, mandó llamar al Padre general. Cuando vino se encontró con la señora Hortensia su hija, quien postrándose a sus pies le rogó que no la abandonase en aquella necesidad. El Padre la hizo levantar y le dijo que lo llevase hasta el enfermo, y cuando lo vio lo signó con la señal de la santa cruz y le dijo: “En el principio la Palabra existía”[Notas 1], etc. Y poco después le tomó el pulso y dijo a aquellos señores: “No tiene fiebre”. Asombrados por lo que decía el Padre, le respondieron: “El médico nos ha dicho que tenía fiebre muy alta”. Dijo el Padre: “Y denle de comer”. Hacía ya muchos días que no había comido nada, y sólo se mantenía con algunos líquidos. Preguntándole él mismo al enfermo si quería comer, este respondió que quería un poco de huevos revueltos en caldo, cosa que le llevaron, y se lo comió todo por sí mismo. Después de comer y de darle la bendición, el Padre les dijo que lo dejaran reposar porque ya no tenía fiebre. Esto ocurrió hacia las 10 en el mes de julio. Se durmió inmediatamente, y cuando llegaron los médicos lo despertaron, y vieron que no tenía fiebre, y que estaba totalmente curado. El médico Missorio se quedó muy asombrado, y preguntándose cómo podía haberse producido una curación tan repentina, le contaron lo que había ocurrido con el Padre fundador de las Escuelas Pías. Entonces el señor Bernardino dijo: “Ese Padre general es un gran siervo de Dios, y yo considero esta salud recobrada como un gran milagro”.
El padre Ángel de Santo Domingo, de nuestra Orden, enfermó, y el Padre general fue a verlo. Le leyó el evangelio, y a leer las palabras que dicen “imponen sus manos sobre ellos” etc., lo tocó diciéndole: “Eh, no dude, que ya no tendrá más fiebre”. Y así fue, porque inmediatamente se curó y se levantó de la cama.
Eugenia, esposa de Pablo Humiltá, viendo que había abortado muchas veces, dijo al Padre que estaba muy afligida porque no podía llevar a término ningún hijo. El Padre general la signó con la cruz y le dijo: “Alégrese, que de ahora en adelante no perderá los hijos”. Y así ocurrió.
Cuando se encontraba el Padre cerca de la muerte, Pablo se cayó y se dañó una rodilla y estaba en cama con grandes dolores, pero oyendo el estado del Padre, con gran esfuerzo se hizo llevar arriba al cuarto del Padre, y el padre Castilla le dijo: “Padre, aquí viene nuestro Pablo”. Él añadió: “No he podido venir a verle porque me he dado un fuerte golpe y tengo que estar en la cama. Hágame la caridad de bendecirme”. El Padre extendió la mano; el enfermó se acercó y se la besó, y de pronto sintió que le desaparecían los dolores, y comenzó a andar, y bajó las escaleras por sí mismo, y se fue a casa llevándose una taza del Padre que estaba allí, muy alegre, como si nunca hubiera estado enfermo. Cuando lo vieron sus vecinos se quedaron asombrados, viéndole volver tan contento, y les contó todo lo que le había ocurrido en presencia de los padres que se encontraban allí.
El padre Silvestre de Santa María Magdalena, de Fanano, estando gravemente enfermo en 1629 en la casa de San Pantaleo, llegado el día del Beato Luis pidió la gracia de recibir la comunión. Cuando lo oyó el Padre general le dijo: “No debe hacer venir al Señor a la habitación cuando usted no está enfermo. Mañana es la fiesta del Corpus Domini, y usted irá a comulgar a la iglesia”. Quedó atónito el enfermo oyéndolo, porque se sentía muy enfermo. Añadió el siervo de Dios: “¿Conoce usted al Padre Landriani?”. Respondió el enfermo: “No”. Entonces el Padre dijo: “Diga al hermano Vicente que venga, y traiga el corazón del P. Landriani”. Lo llevaron, y tomándolo el Padre se lo hizo besar, y signándole con él, se lo puso sobre el pecho, y el enfermo de repente se durmió. Le desapareció la fiebre ardiente, y curado a la mañana siguiente fue a comulgar a la iglesia.
El padre Arcángel de San Carlos, estando en San Pantaleo ya desesperado de los médicos, fue a verlo el Padre general, y tocándolo le dijo que no moriría. Al día siguiente se levantó sano de la cama.
Marta, esposa de Bernardo Sacco, mercader, estaba enferma y a punto de morir; se le apareció el Padre visiblemente y la tomó por el brazo diciéndole: “Levántate; esta vez no morirás”. Y he aquí que de pronto se levantó curada, y cuenta muchos otros milagros.
El señor duque de Vale, D. Apio Conti, afirma como cosa cierta que sabe que en el monasterio de San Pablo de Roma había una monja enferma de un apostema en el pecho, y que tocando una reliquia de nuestro venerable Padre inmediatamente curó, y dice que conoce otros muchos milagros de los cuales no se acuerda específicamente.
Catalina Anastasi, de Ancona, que recibió el milagro del delantal, contaba el milagro de una señora vecina de su casa que estaba con un fuerte dolor de cabeza, y fue a rogarle que les llevase el delantal bendecido por el Padre venerable, y cuando se lo pusieron sobre la cabeza dijo la enferma un padrenuestro y un avemaría con sus hijos en oración y de pronto sanó y envió a San Pantaleo una cabeza de plata como signo del milagro hecho.
La señora doña Teodora de Ancona tenía al marido en el hospital del Espíritu Santo enfermo. Rogó a la mencionada Catalina Anastasi que hiciera el favor de ir con el delantal a ver al enfermo. Cuando llegaron encontraron que ya estaba moribundo. Comenzaron a llamarle. Le dijeron los del hospital: “¿No ven que está muriendo? ¿Cómo les va a oír?” Catalina le puso el delantal sobre la cabeza. Entonces Baltasar, que así se llamaba el moribundo, cuando le tocó aquel, gritó diciendo: “¡Jesús! ¿Qué me habéis hecho? ¡Oh, qué esplendor!” Y se levantó de la cama y se marchó del hospital.
Otra señora, oyendo aquellos milagros, le hizo ver a un hijo al cual lo curó el Padre de un brazo que no podía mover en modo alguno en aquellos días en que su cuerpo estaba expuesto en San Pantaleo. Otra señora, al mismo tiempo que todos contaban los milagros que Dios obraba en el venerable Padre en aquella ocasión, que no acabaríamos de contar todo lo que decían, dijo que cuando aún vivía el siervo de Dios le curó un hijo suyo con sólo tocarlo con sus dedos, cuando él estaba en la cama gravemente enfermo.
Me avisaron que le mandara lo que debía enviar, y aquí van los 20 milagros que pude obtener en Roma de los procesos, que me dio el P. Onofre. Que Dios les bendiga.
Notas
- ↑ Jn 1, 1