Diferencia entre revisiones de «CaputiNoticias01/351-400»
(Página creada con «{{Navegar índice|libro=CaputiNoticias01|anterior=301-350|siguiente=401-450}} Ver original en Italiano =[351-400]= 351.- Abierta la carpeta,...») |
(Sin diferencias)
|
Última revisión de 21:51 9 mar 2016
Ver original en Italiano[351-400]
351.- Abierta la carpeta, había en ella muchas cartas del P. Antonio [Boscarelli] a algunos Padres y Seculares, donde les daba noticias de nuestras desgracias, y que si querían salirse, escribieran al P. Nicolás María [Gavotti], que les obtendría el Breve, con mucha ventaja para ellos.
En la tercera carpeta no había cosas de importancia, la mayor parte eran cartas particulares de Cagliari, que escribían a sus parientes.
Después de otras indagaciones, encontraron la patente hecha por el P. Esteban [Cherubini], según la cual el H. Lucifer era declarado Clérigo, podía ascender a la primera Tonsura, y después a las órdenes sagradas. Recogidas estas escrituras y llevadas aparte, se vieron las cosas que llevaba, y no había nada más de importancia; se metió todo dentro del equipaje, y se ajustó de tal manera, que era imposible darse cuenta de que había sido abierto.
Con esto, se vio cuánto querían influir dichas cartas. Todo iba contra el P. Pedro Francisco, para desacreditarlo, por no haber podido conseguirlo tantas veces, cuando le habían obligado ir a Roma a la Santísima Inquisición, como se ha dicho; pero, por la integridad e inocencia del Padre, fue benignamente liberado de ella; pero eta era la pena que le deseaban, siendo hombre de grandísimo talento para ayuda de la Orden. Tenían miedo de él, no fuera que emprendiera alguna actuación que les pudiera dar gran disgusto.
352.- Arreglado el equipaje, el P. Pedro Francisco quería guardar él las cartas, los Breves y las escrituras para llevarlas consigo. Esto no pareció bien, por miedo a que surgiera algún incidente, fuera descubierto todo, y tuvieran algún disgusto. Se decidió, en cambio, que se arrojara todo a los servicios comunes, y así no se sabría nada. Fuimos juntos a dichos lugares, echamos allí todas las escrituras, y el P. Pedro Francisco, todo contento, se fue a descansar.
Por la mañana, el H. Lucifer empezó a pasear, esperando que se levantara el P. Pedro Francisco, para ir a buscar el dinero del Comerciante; pero no se levantó hasta que sonó la primera misa; decía que se había encontrado mal y no había podido dormir; que, después de comer, intentaría conseguir el dinero, y ver si había embarque para Cerdeña.
353.- Terminada la comida, el P. Pedro Francisco dijo al H. Lucifer que se fuera al Puerto a ver lo del embarco, para no perder tiempo; que él iría en busca del dinero con otro compañero, para agilizarlo cuanto antes, y que hiciera la lista de compras, que le daría el dinero necesario. Con estas palabras le iba entreteniendo muy suavemente.
354.- Cuando por la noche llegaron a Casa, el P. Pedro Francisco le preguntó si había encontrado alguna facilidad; le respondió que había un bajel, pero que los entretendría demasiado, pues no había terminado aún la carga que llevaba, queso y atún, que enviaba al Sr. Brunenghi, y volvería a Sassari. Le preguntó cuánto podría tardar, porque sería bueno salir lo antes posible; que hiciera nuevas gestiones; que el comerciante ya había aceptado le letra de cambio que estaba en uso -no quería darle el dinero si no salían antes de quince días- pero que se lo podría dar antes; y que mañana irían juntos al puerto para ver si había alguna ocasión a propósito.
A la mañana siguiente salieron juntos, y el P. Pedro Francisco compró algunas bagatelas de regalo; pero, como no tenía dinero, le dijo al H. Lucifer que se lo prestara, que se había olvidado la bolsa sobre la mesita. Cuando sacó su bolsita, vio que Lucifer no tenía más que tres doblones, que poco a poco las fue gastando, porque también a él le entraron ganas de comprar muchas cosas elegantes, de forma que se quedó si un céntimo. Cargados con las cosas compradas, se volvieron a casa todo contentos, diciéndole que durante el día irían a ver el bajel.
355.- Al llegar a casa, el P. Pedro Francisco entró en la habitación, buscó la bolsa y no pudo encontrarla; se miró bien en la ropa, y no encontrando más que el lazo, dijo que se le había roto y la había perdido por el camino. Fingió enfadarse, y el H. Lucifer lo consolaba, diciéndole que, si recibía cien escudos del comerciante, éstos bastaban para los gastos, y el viaje se podía pagar en Cagliari, o dejarlo a deber a algún mercante, que en Nápoles siempre había negociantes de Cerdeña; y así quería consolando lo mejor que podía.
356.- El P. Pedro Francisco le dijo que el dinero que había perdido era de la Marquesa de Chirra, que se lo había dado para comprar muchas cosas; y que dentro de la bolsa estaba la lista, que era lo que más sentía. Fingía querer recordar dónde habían estado por la mañana; preguntaron si habían encontrado una bolsa y una lista, y todos les respondían que no habían visto nada. El pobre Lucifer seguía siempre consolándolo; le decía que la Marquesa era una Señora comprensiva, y no pasaría lo que él se imaginaba; bastaría con decirle que, por desgracia, había perdido la bolsa con la lista, que vería cómo si le hablaba.
Al cabo de ocho días, el P. Pedro Francisco dijo al H. Lucifer que era necesario partir e ir a Procida, que allí había una chalupa que salía para Cagliari, pilotada por el comerciante que debía darle el dinero, al que había girado la letra de cambio; que lo preparara todo, que mañana irían a Procida, cogerían el dinero, y verían cuándo iba a partir, para no perder aquella ocasión tan buena; le dijo también el nombre del Patrón de la chalupa, al que conocía porque había estado muchas veces en Cagliari. Puestos de acuerdo, a la mañana siguiente salieron hacia Procida.
357.- Encontraron pronto el embarque, y el Patrón le dijo que ya estaba listo, pero que, de Nápoles, estaba esperando a un caballero de Cagliari, que había ido por negocios, y partirían dentro de dos días, todo lo más taede, que ya había llegado la carga y la había embarcado; y que daría al P. P. Pedro Francisco el dinero que necesitara, tal como lo había previsto el P. Pedro Francisco en Nápoles. Después de encontrar alojamiento y llevar las cosas a la chalupa, a la segunda mañana se prepararon para la salida. Ya embarcados, el H. Lucifer pidió el equipaje al Patrón de la chalupa, porque quería coger un pañuelo; pero, cuando la abrió, no la encontró las cosas en el orden como las había colocado. Sospechando algo, buscó las carpetas y no las encontró. Entonces comenzó a arremeter como una bestia contra el P. Pedro Francisco, acusándole de que le había quitado las escrituras; sin que faltara otra cosa, más que el Breve que enviaba Monseñor Asesor a Monseñor Arzobispo de Cagliari, por lo que quería descender a tierra a toda costa, y no seguir ya el viaje; y volver a Roma para pedir justicia, porque aquella había sido una clara traición, que le había hecho gastar el dinero que tenía para el viaje, y luego le había quitado todas las escrituras. Gritaba continuamente al Patrón que lo dejara bajar a tierra, de lo contrario se arrojaría al mar.
358.- Le dijo entonces el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado]: “¿Qué escrituras? ¿Qué Breve?” El Patrón creía que éste está loco. Le trató por las buenas, y le preguntó qué cartas tenía; que viera adónde las había puesto, y a quién iban; y, en cuanto al Breve, él le daría Breves impresos los que quisiera, porque también llevaba en su bagaje; que al momento se los daría. Y cogiendo el equipaje le mostró cuatro auténticos, firmados por el Cardenal Ginetti; que, si quería, le daba todos; que estuviera tranquilo y no escandalizara más a la gente; y en cuanto al dinero que había gastado para él, era dinero de la Casa de Cagliari, a la que él mismo daría cuenta. Al poco tiempo, el Patrón de la chalupa, puso proa mar adentro, y en dos días llegaron a Cagliari, hacia las dos de la noche.
Cuando llegaron a Casa, dio orden de que el H. Lucifer fuera encerrado en una habitación; que sólo le dieran pan y agua; que nadie le pudiera hablar sin orden suya, más que el que le servía; y que dos sacerdotes hicieran un inventario de las cosas que llevaba, porque había escandalizado la Casa; primero, la de San Pantaleón, y después, la de Nápoles; y por haberse puesto el Bonete de Cura, él que no había hecho nunca más que la cocina. Y que se le incoara un proceso; si era condenado, lo quería enviar a galera; y si aún negaba la verdad ordenaría, le haría cantar. Dio orden de hacer todo esto en presencia del mismo pobre Lucifer, que quería responder, pero no se lo permitía.
359.- Fue metido en prisión; y, como le habían visto el bonete, resultó odioso a todos. Estuvo dos meses en prisión, y luego pidió al P. Pedro Francisco que le permitiera pasar a otra Orden, que sería lo mejor, para no dar fastidio a nadie, a quien tuviera que.
Lo aceptó el P. Pedro Francisco y todos los Padres, y pasó a la Orden de los Menores de San Francisco; fue a Jerusalén, y después de algún tiempo, a Roma, como Procurador de los Misioneros. Vino a hablar conmigo muchas veces, y me contó muchas cosas que le habían sucedido desde que había entrado en aquella Orden; y que pensaba volver de nuevo, cuanto antes, a Jerusalén, donde había sido nombrado limosnero.
Cuando el P. Pedro Francisco fue a Roma, al año siguiente, me contó todo lo que le había pasado al H. Lucifer, tanto en Procida, como en el viaje y en Cagliari. Se cambió el nombre de Lucifer por el de Fray Francisco de Cagliari. De esta forma, de cocinero se convirtió en operario importante en las Misiones, y creo que aún vive. Sobre el P. Pedro Francisco hablaremos en otro lugar.
360.- He hecho una larga digresión, poniendo alguna cosa fuera de orden, porque es necesario ver los sucesos antes y después de la publicación del Breve, a fin de que se entienda mejor de dónde nacieron los incidentes de la ida a Roma del P. Onofre [Conti] del Santísimo Sacramento, napolitano, enviado expresamente para ello por el Rey de Polonia, por dos motivos: El primero, a favor de la Orden misma, que sufría persecuciones de parte de Mario, que ya había sido nombrado Vicario General, y había sido suspendido del cargo el P. Fundador; el otro, porque el Príncipe Casimiro, hermano del Rey, se hizo jesuita, con grandísimo disgusto suyo, para tratar una y otra causa con el Cardenal Savelli, Protector del Reino de Polonia, y con el Abad Orsi, natural de Parma, Agente del Rey de Polonia, Venceslao IV, y que el Papa mandara al P. Mucio Vitalleschi, General de los jesuitas, que el P. Casimiro, su hermano, no fuera ordenado sacerdote. Por estas dos razones, el P. Onofre partió de Polonia y fue a Roma, el año 1642.
361.-Mientras tanto, el P. Alejandro [Novari] de San Bernardo, genovés, había comenzado ya la fundación de las Escuelas Pías, introducidas en Polonia por el Rey Vladislao IV, que se habían introducido en su nombre con grandísimo ejemplo y devoción. Todos aquellos Grandes del Reino procuraban ayudarlo, pues el mismo Rey había hecho muchas veces gestiones al Padre Fundador, por medio de un Obispo, que fue a Roma por negocios del Reino; y, después, cuando mandó al Duque Ossolinski, como Embajador suyo, a prestar obediencia al Papa Urbano VIII, con cuya ocasión hizo en Roma aquella cabalgata tan célebre y rica, y tan famosa en todo el mundo. Este Duque era Secretario del Rey de Polonia, y el P. General le prometió hacerla a su tiempo; además el mismo Embajador quiso ir muchas veces a visitar a las Escuelas Pías, donde se enamoró más aún del Instituto, con lo que también él tuvo interés por hacer la fundación en una ciudad suya, prometiendo al Padre que tomar tomaba bajo su protección la Orden, como hizo después mientras vivió.
362.-El P. General prometió enviarlo a hacer la fundación, a su tiempo, como después sucedió, casualmente, lo que se dirá en otro lugar, para seguir ahora lo que hemos comenzado.
Era Provincial de las Escuelas Pías en Germania el P. Onofre [Conti] del Ssmo. Sacramento, y, por el cargo que ocupaba, fue a visitar la nueva fundación de Varsovia, donde el P. Alejandro era Superior de la nueva Casa. Cuando llegó, fue enseguida a visitar al Rey. Lo introdujo a su presencia el Duque Ossolinski, Secretario del Reino. El Rey lo acogió con extraordinaria amabilidad, dándole la mano para que se la besara, lo que es un favor especial, que no se concede más que a las personas importantes. Conversó largo rato con él, tanto sobre el Instituto, como sobra las cosas de Italia, y en particular de la Ciudad y Reino de Nápoles, su Patria, con la modestia religiosa, prestancia y modo habitual suyo de trato.
363.- El Rey, y el Príncipe Casimiro, hermano suyo, le cogieron muchísimo afecto, hasta entretenerse juntos, muchas veces, en largas conversaciones familiares. Por eso, ante la familia y la Nobleza del Reino adquirió muchísimo crédito; y no sólo el P. Onofre, sino también todo el Instituto; porque trataban sus cosas no solamente con modestia y devoción, sino, además, el P. Alejandro, Superior de la Casa, con grandísima sencillez. Siendo los Señores polacos verdaderos Católicos y devotos, fácilmente quedó grabado en ellos el buen nombre de nuestros Padres, aunque no faltaban otros Religiosos envidiosos que introducían cierta cizaña entre medio, pues les parecía demasiada familiaridad el que todo fuera cortado a la medida del Duque Ossolinski, y del Príncipe Casimiro, e incluso del Abad Orsi, muy bien visto por el Rey, porque, como era italiano, de Parma, con frecuencia hablaba con el P. Onofre, a quien lo ensalzaba más. Y con mayor razón todavía, porque el Rey dio por mujer al Palatino del Reino a una hermana carnal suya; y quien la condujo al marido fue el Príncipe, quien, además, se alojó en los confines de Hungría, en un convento nuestro, mandado construir por Dicho Palatino de Cracovia, Lubominski, después Gran Mariscal del Reino; con lo cual, el Príncipe Casimiro se aficionó más a la devoción de los Padres, viendo la modestia y observancia de aquellos Novicios y Estudiantes, dirigidos por el P. Juan Domingo [Franco] de la Cruz, italiano, nacido en Roma. Así que iba creciendo cada día el amor del Príncipe hacia nuestro Instituto.
364.- Un día, el Príncipe Casimiro fue a encontrarse con el P. Onofre adonde el Abad Orsi, y le dijo que quería hablar con él un rato en el jardín, para ver ciertas plantas que el Padre había traído de Moravia, que en Polonia no habían podido nunca cultivar, a causa del frío. Entraron en el jardín, y, en secreto, le dijo que él tenía intención de hacerse Religioso de las Escuelas Pías; que lo aceptara, porque aquella era su intención; y que quería ir al Noviciado; pero sin que lo supiera nadie, porque, con seguridad, intentarían impedírselo, y su deseo no se cumpliría.
365.- El P. Provincial quedó muy confuso; le preguntó si lo sabía el Rey, pues no era justo tomar esta resolución sin su beneplácito; y , además, encontraría una grandísima persecución, tanto Su Alteza, como toda nuestra Orden, y él en particular.
Le respondió que el Rey no sabía nada, y, de seguro, no le gustaría; que viera la manera de encontrar algún término medio; y que se pasaría secretamente a Italia, si encontraba una persona confidente que lo condujera allí con cartas suyas.
366.- El P. Onofre replicó que, si le parecía bien que é se lo dijera al Rey, atendería de forma respetuosa su intención; porque, de lo contrario, no debía ni quería hacerlo; que le dejara actuar a él, y no se preocupara; se tranquilizara, e hiciera devociones a la Santísima Virgen y a San Casimiro, para que Su Divina Majestad dispusiera lo mejor para su mayor gloria. Decidieron que hablara solamente al Rey, y cuanto antes; y no decir nada al Conde Abad Orsi, que luego vendría con su contestación, cuando supiera que había estado hablando con Su Majestad.
El P. Onofre No encontraba una ocasión fácil de poder tratar esto con el Rey, pues, aunque iba adonde él con frecuencia, no veía el momento de tratar la petición del Príncipe, quien no pasaba día sin ir a visitarlo.
Finalmente, un día, hablando con el Rey, le vino como anillo al dedo, el poder hablar del Príncipe, al que el Rey veía muy cambiado de costumbres, sabía que iba a verlo con frecuencia, y conversaba largo y tendido con él, lo que no hacía antes, cuando se le veía más atento a las Causas.
367.- El P. Onofre le respondió claramente que el Príncipe le había confesado deseaba hacerse Religioso de los nuestros, pero no quería que nadie lo supiera; que él no había querido seguir adelante, si antes no lo sabía Su Majestad; que esta era la razón por la cual con tanta frecuencia iba a verlo; y se había atrevido a decírselo a Su Majestad, para no disgustarlo, y nuestra Orden no cayera en desgracia suya.
Cuando el Rey oyó esto, le dijo: -“Cuídese V. P. de hacer esto, porque me daría un disgusto tal, que nunca más seríamos amigos; el Príncipe Casimiro debe suceder en el Reino, después de mi muerte. Por lo tanto, es necesario desviarlo de este pensamiento suyo mediante otras cosas. Puede decirle que me ha hablado, y que he montado en cólera; lo demás ya lo haré yo en alguna otra ocasión”.
368.- En cuanto el P. Provincial volvió a Casa, fue adonde el Príncipe Casimiro para comunicarle la respuesta que le había dado el Rey. El P. Onofre le dijo claramente que Su Majestad había levantado en cólera malamente, porque no quería, de ninguna manera, ya que, a su muerte, debía sucederlo en el Reino; que también le dijo tuviera cuenta que, si no, se lo arrebataría otro. –“Así que –le dijo el Padre- Vuestra Alteza confórmese con dejar la empresa, y cumpla la voluntad del Rey; será mejor que hacerse Religioso, porque Dios no lo ha llamado a éste, sino a otro estado”.
Quedó el Príncipe un poco sorprendido. Por eso, esperando que el Rey le hablara y le dijera algo sobre sus pensamientos, que dejaba ver con mucha frecuencia. No encontrando ningún momento, confió su pensamiento al Conde, el Abad Orsi, italiano, quien le repitió que Su Majestad no quería que se hiciera Religioso, que viera a qué se podía dedicar, pues encontraría toda satisfacción.
Se le escapó al Príncipe, sin pensarlo: -“Ya que así es, vayamos a la guerra”. –“Mejor sería eso”, respondió el Conde; V. Alteza daría gusto a Su Majestad, y, con una gran empresa, su nombre sería célebre, y fácilmente sucedería en el Reino, cuando el Rey pase a la otra vida, pues no tiene hijos”. Y así se acabó el discurso.
369.- El Conde Abad Orsi, italiano, dio cuenta de todo esto al Rey, quien le dijo viera si quería dedicarse a la guerra, y con mucho gusto lo enviaría adonde él quisiera, y con el honor conveniente; pero que no se decidiera resueltamente por algo de donde no saldría bien.
Le replicó el Conde: - “Si a Vuestra Majestad le parece bien que vaya a Flandes, a servir al Rey de España, sería un buen mercenario, como Caballero privado; sería también bueno para quitarle ese capricho de la cabeza, y pueda, con el tiempo, valerse de las armas con la práctica que pueda aprender, lo que daría a V. M. mayor satisfacción, y a él, destreza, crédito y valor, lo mismo que a todo el Reino”. Tanto le convenció de que lo tratara con el Príncipe, que el Rey no lo consultó ya con el Duque Ossolinski, Secretario del Reino, y con ningún otro familiar del Consejo.
370.- En un momento oportuno, cuando el Príncipe quería ir de caza a Lituania, invitado por algunos Caballeros, dijo al Conde Abad Orsi, que tuviera a bien pedir a S. M. la licencia de poder ir allí, por quince o veinte días; y, si quería ir con él, lo vería con mucho gusto.
Aprovechando esta ocasión, el Abad le contó lo que había hablado con el Rey; que ya era hombre, debía mostrar al mundo su valor, y animar también al Reino, pues, si faltaba un Rey tan valeroso, “que ha hecho temblar y huir a los turcos con su intrépido guerrear, y los lo mató a caballo a los pies de la fortaleza de Smolesko”, de seguro que lo aclamarían Rey; tanto más, cuanto que el Príncipe Carlos, su hermano, había sido nombrado Arzobispo, y no tenía idea de dedicarse a las cosas del mundo.
371.- De esta manera, el Príncipe dijo que gustoso iría a Flandes a servir al Rey Católico, con una pica de mercenario a la espalda. Quería comunicar esto a algunos de sus amigos del Colegio Real, para oír su parecer.
El Conde Orsi transmitió la respuesta al Rey, y éste le respondió, que lo veía bien, a condición de que él lo acompañara hasta Flandes. La única instrucción que le daba era que no quería, de ninguna manera, que pasaran por Francia, para no comprometer a la Corona, como si enviara a un hermano suyo contra Corona de Francia. Y, aun así, que fueran como desconocidos, pues no faltaban espías que propagarían por todo el mundo que un hermano del Rey de Polonia había salido de incógnito y no se sabía adónde había ido. Esta fue la primera orden que el Rey dio al Abad Orsi. Le obligó a ir con él, y a que hiciera con toda fidelidad lo que le mandaba.
372.- Convenido el acuerdo con el Príncipe, éste habló con el Rey, quien le dio una orden absoluta de que no pasara por Francia, como le había prometido. Prepararon las cosas necesarias para el viaje, y les dio una cantidad de dinero para donde pasara, camino de Flandes. Después, se decidieron a salir para Italia. Cuando llegaron a Génova, el Conde ordenó que le dieran una librea modesta, y otros arneses; y así, ya desconocido, visitaron la Ciudad. El Conde se dio cuenta de que el Príncipe, en cuanto llegaba a algún lugar, andaba haciendo planos de la Ciudad y de las fortalezas, y de que, al llegar la noche, se retiraban a los albergues, y él mismo ordenaba los planos, pues era un excelente cartógrafo, y luego se los enseñaba al Conde, y a otros dos Caballeros compañeros suyos. El Conde le exhortaba de continuo a no hacer aquellos planos, porque los italianos fácilmente se ponen celosos, y no actúan con la sencillez de los ultramontanos; y si veían su modo de negociar a lo grande, y gastar a su gusto, como tirando su dinero, con seguridad lo descubrirían, él se vería obligado a abandonarlo, y el Rey se disgustaría, que es lo que debería tener en cuanta, más que otra cosa.
373.- El Príncipe le respondió que había nacido hijo de Rey, que quería hacer lo que bien le pareciera, pasar por Francia y ver todas aquellas ciudades en su paso para Flandes; que había dejado la patria para ver el mundo. Y no faltaban Caballeros que lo animaban, diciéndole que hacía bien, ya que estaban fuera de sus Casas; y que si el Conde Orsi lo abandonaba ellos eran valientes para andar sin él.
Además, el Príncipe dijo claramente al Conde Orsi que quería seguir su viaje por Francia; que se lo escribiría al Rey; y que nadie lo reconocería; que se conformara con acompañarlo hasta Flandes, como había ordenado el Rey.
374.- El Conde Orsi le respondió que siguiera, pues, tan alegre, que él se iría a su Patria, sin continuar el viaje, teniendo otras Comisiones del Rey para Italia; que debía tratar con el Cardenal Savelli y con el Papa sobre grandísimos asuntos para el Reino. Así que se separaron. El Príncipe partió para Francia, y el Conde para Roma, y hacer una visita a su Casa. De todo informó al Rey, acerca de Casimiro, para que luego no le echaran la culpa a él.
Cuando al Príncipe llegó a Turín, hizo sus devociones ante la Santísima Sábana de N. S. Jesucristo; sacó el plano de la Ciudad, pasó a Francia, y, en cada ciudad donde entraba, diseñaba su plano, y se lo llevaba consigo. Le descubrieron esto que hacía, y, cuando lo supieron los Ministros del Rey Cristianísimo, éste ordenó hacer las diligencias sobre quién era él; y, cuando se enteró que era el hermano del Rey de Polonia, que había llegado a Francia, que iba de paso hacia Flandes a servir a la Corona de España, y que recogía planos de Francia, ordenó los Ministros del Rey hacerle prisionero, y vieran lo que podía hacer con él.
375.- Cuando el Rey polaco se enteró de esto, enseguida expidió un correo a Roma, al Conde Orsi -pues ya sabía que había llegado allí- para que se viera con el Cardenal Savelli, Protector de su Reino; y que hiciera esto secretamente, para no verse comprometido. Esto mismo pensaba escribir al Cardenal Mazarino, diciéndole que, por favor, enviara a un Embajador a buscar al hermano; que esto no lo debería haberlo hecho nunca, pues había pasado por Francia contra su voluntad; y que recordara que éste había sido el primer Artículo de la Instrucción que le había dado, es decir, que no pasara por Francia; que no había podido hacer otra cosa; que podía morir por haber hecho esto contra su voluntad, que ni siquiera le había escrito una carta; que lo dejaran seguir, que hicieran ellos sus justificaciones desde Roma; y que le informaran bien, porque él había dicho palabras genéricas. Y para que la Corona de Francia no se sintiera suspicaz, pues que él le es contrario, si se metiera por medio la política del Cardenal Mazarino, le desestabilizaría el Reino.
376.- El Conde Orsi comenzó a negociar con el Cardenal Savelli; hablaron al Papa y al Cardenal Barberini sobre lo que había ocurrido, y dijeron que el Príncipe iba verdaderamente a Flandes, pero como soldado privado y desconocido; y, como era muy curioso de la cosmografía, cuando pasaba por alguna ciudad se tomaba el gusto de hacer el plano de ella, solo como entrenamiento; más aún, el Rey, su hermano, le había prohibido absolutamente que pasara por Francia, como se puede ver por las instrucciones que el mismo Conde llevaba consigo; y, para que no recayera sobre el Rey de Polonia suspicacia, había pensado no hablar de ello. Por eso, que dejaran correr su suerte adonde lo llevara; y pedían a Su Santidad y al Cardenal Barberini hicieran de intermediarios, para que dejaran seguir libre al Príncipe Casimiro, hermano del Rey de Polonia.
377.- Fue liberado secretamente, y dieron la noticia de que se había escapado de dentro de la fortaleza, y no se sabía adónde había huido.
Al cabo de unos diez y ocho meses, llegó a la Madonna de Loreto, para cumplir un voto que había hecho, si era liberado de aquella desgracia suya. Llegó allí con bastón de peregrino en la mano, como un Pobrecito peregrino, y nunca dijo a nadie quién era; pues se avergonzaba de su miseria y pobreza, y de tener que buscarse la comida por Caridad.
378.- Al llegar a la Madonna de Loreto, el Príncipe Casimiro fue con otros peregrinos al hospicio de la Santa Casa, y quiso hacer una Confesión General con el Padre Penitenciario. Éste, al darse cuenta de quién era, se quedó maravillado por el estado en que se encontraba; y, poco a poco, le fue tirando de la lengua, a ver lo que le había sucedido. Comenzó diciéndole que, si quería hacer los ejercicios espirituales, por parte suya los podía hacer con toda tranquilidad; e informaría de ello al Penitenciario Mayor, y Rector del Colegio, si así le parecía. Por otra parte, no descubriría quién era. Le contestó que con mucho gusto haría los ejercicios espirituales, pero que no dijera a nadie que era el hermano del Rey de Polonia, sino, sencillamente, un Caballero polaco.
De esta manera, quedaron de acuerdo en que hiciera los ejercicios espirituales. Le dijo el jesuita que tenía que cambiarse de ropa interior; y después comenzó a exhortarle, con una dulce retórica, que abandonara el Mundo, y se abrazara a la Crus de Cristo; que sería una gran acción imitara a otras muchas otras Coronas, que dejaron los cetros y las grandezas del Mundo, frágiles y locas, abrazando el estado Religioso, se hicieron santos, y, con su ejemplo, indujeron a otros a hacer lo mismo. Finalmente, fue tan grande la persuasión del jesuita, que lo instó a recibir su hábito, y a dar la noticia al Rey de Polonia; es decir, que él -el Príncipe Casimiro- inspirado por Dios, se había inscrito en la Compañía de Jesús; pero que, antes, se lo había comunicado al P. Mucio Vitelleschi, General de la Compañía de Jesús.
Al Príncipe Casimiro, hermano del Rey de Polonia, lo veían tan dispuesto, que era un ejemplo para todos los Padres jesuitas, y para todos los Novicios de la Compañía. Tanto que, al poco tiempo, la noticia se extendió por todo el mundo.
379.- Al enterarse de todo esto el Conde Orsi, informó de ello inmediatamente al Rey en Polonia, aunque no sabía cómo se había producido tal determinación. El P. Vitelleschi contó, también él, al Rey, la vocación que Señor había inspirado al P. Casimiro, pues lo había llamado a su Compañía y había seguido la Cruz de Jesucristo, con un espíritu tan profundo de humildad, que causaba estupor entre todos los suyos, porque parecía un Religioso consumado.
Entre tanto, el Conde Orsi puso todo el interés en saber la forma cómo se había llegado a esta resolución; y no encontraba respuestas ajustadas a lo que decían los Padres jesuitas; incluso le prohibieron el ingreso, cuando el Príncipe fue a Roma a hacer su Noviciado.
380.- Al saber esta noticia el Rey Vladislao, se puso tan furioso, que no podía tranquilizarse; y dio la orden de que los jesuitas fueran expulsados de todo su Reino: y nadie le podía cambiarle esta resolución. Como muchos grandes del Reino se negaban a hacerlo, quejándose de ello, él les decía que parecía mentira la estima que tenían por el Reino; y tampoco querían que les hablara su Agente, que estaba en Roma. A pesar de todo, el insistía en que en su Reino no hubiera ya jesuitas.
Cuando esta noticia llegó a Roma, el P. Vitelleschi, General, pidió al Papa que interviniera ante el Rey en este problema, y no se produjera un escándalo. Decía que, si lo deseaba, se lo llevara a su hermano, que la Compañía no estaba apegada a ningún hombre del mundo; pero que le hiciera el favor de diferirlo hasta la primera Dieta, porque de lo contrario, se daría un grandísimo escándalo a los herejes y a turcos, de los que toda Polonia está rodeada, y aquel Reino es la santimonia de la Cristiandad, sobre la que podría recaer algún mal.
El Papa escribió al Rey y le pidió que, por favor, suspendiera la orden; que se procure encontrar un término medio para la suspensión de la supresión. El Rey, como obedientísimo a la Santa Sede apostólica hizo lo que le mandaba.
Escribió al Conde Orsi y al Cardenal Savelli que procuraran una orden del Papa, de que el P. Vitelleschi no permitiera que el Príncipe, su hermano, fuera ordenado sacerdote, ni le permitieran hacer la Profesión sin orden especial del papa, lo que fue puntualmente cumplido.
381.- Comienzan en Roma los disturbios del P. Mario [Sozzi] de San Francisco, de los que tantas veces el P. Onofre [Conti] había hablado al Rey Vladislao, para que escribiera a Roma, como tantas veces hizo, pero sin ningún provecho; a pesar de que había decidido enviarlo a Roma, porque, personalmente y con sus cartas, pudiera hacer mucho, como asistir al Conde Orsi y al Príncipe Casimiro, para que les hablara de viva voz, y le indujeran a no ordenarse sacerdote sin que él lo ordenara; pero que no le dijera nada ni le paliara su pensamiento, porque quería hacer que saliera de la Compañía con buena reputación, para nombrarlo Cardenal, pues se encontraba en el primera promoción.
Así las cosas, el P. Onofre se preparó para el viaje a Italia. El Rey le dio dos cajas donde había una goleta, candeleros, una Cruz para un altar, redomas, cofres, bocales, un copón, todo de ámbar cincelado, para el servicio de un altar, para que se lo llevara de su parte al Cardenal Savelli, Protector de su Reino, lo que el P. Onofre cumplió puntualmente.
382.- Cuando el P. Onofre llegó a Roma, consignó las cartas y los regalos al Cardenal Savelli y al Conde Orsi; intentó hablar enseguida con Casimiro y con el Conde Orsi, con el que tuvo una larga conversación, informándole de cómo Su Majestad el Rey lo había enviado expresamente, que estuviera alegre….[Notas 1], que no había otro motivo; que nunca le consintiera recibir las órdenes sagradas, y que el Rey intentaría darle toda satisfacción. Cuando se lo dijo, Casimiro quedó muy satisfecho. Mientras tanto, el Cardenal Savelli comenzó a tratarlo con el Papa Urbano VIII, pidiéndole le hiciera Cardenal, pues ya era electo; y allí se concluyó que el la primera promoción le declararía Cardenal.
383.- (395)[Notas 2] Después, el Cardenal y el Conde Orsi comunicaron las respuestas al Rey; tanto de la llegada, como de lo negociado por el P. Onofre con el Príncipe Casimiro, quien le dijo que estaba contento y satisfecho de las proposiciones que se le habían hecho, quería depender de su Voluntad, y le pedía perdón; que todo lo que le había pasado era por no haber seguido sus órdenes.
Un domingo muy de mañana avisaron al Cardenal Savelli que al día siguiente se iba tener la promoción de Cardenales; que Nuestro Señor Papa Urbano VIII había dado al Maestro de la Casa Pontificia órdenes de preparar los alojamientos y suministrar la comida, lo que debía hacer el Cardenal Francisco Barberini. El Cardenal Savelli mandó llamar enseguida al Conde Orsi, y le dijo que preparara los vestidos para el Príncipe Casimiro, que el lunes tenía lugar la promoción. Aquél avisó al P. Onofre [Conti], y fueron enseguida al Noviciado de los Padres jesuitas, a visitar al P. Casimiro, llevando con ellos a un sastre, que parecía un Gentilhombre. Le anunciaron la embajada del Conde Orsi. Bajó, y comenzaron a conversar todos, informándole de que el Rey estaba bien y quería saber cómo estaba él; que se sentía muy contento de que se hubiera sometido a su voluntad, y que siempre tendría su recuerdo y protección. Mientras charlaban con él, el sastre le tomaba las medidas de los vestidos, y juego se despidieron. El Abad Orsi dio al sastre la orden de que comprara las cosas necesarias, y por la noche estuvieran preparados los vestidos Cardenalicios, lo que hicieron con toda diligencia; y a la mañana siguiente, lunes, es decir, el día de la promoción, se los llevaron a casa.
384.- (396). El Abad Orsi fue enseguida al Cortejo del Cardenal Savelli y, acompañándolo al Consistorio, se fue después al Noviciado de los Padres jesuitas; ordenó a su servidor que se quedara en la portería con los vestidos, con la orden de que no dijera ni mostrara nada a nadie; hasta que él mandara entrar; y ordenando que avisaran al P. Casimiro, comenzaron a pasear juntos bajo las logias, hablando de cosas baladíes, hasta que le llegó la noticia de un Padre jesuita, que le dijo: -“P. Casimiro, V. P. ha sido hecho Cardenal”; pero, fingiendo que no lo había oído, siguieron paseando, sin darle importancia. Llegaron otros jesuitas a felicitarle, y seguía sin responder a nadie, como si no aquello no fuera con él, una lección que le había dado el Conde Orsi, es decir, de esperar antes al Prelado que vendría a recogerlo.
385.- (397). Finalmente, llegó la carroza del Cardenal Barberini con su Maestro de Cámara, a decirle que Nuestro Señor le había hecho Cardenal, y lo enviaba a recogerlo, para darle el capelo. El Conde Orsi ordenó inmediatamente llamar a su servidor, y allí mismo le mandó ataviarlo con los vestidos cardenalicios; y, subidos a la carroza le sirvió de Maestro de Cámara, hasta la presencia del Papa. Éste le impuso el capelo en la cabeza, y después fue adonde los demás Cardenales nuevos, con quienes estuvo un poco, celebrándolo. Después pidió licencia de ir al Noviciado, hasta que, a su tiempo, lo llamaran para ir a San Pedro, según la costumbre, y dar las gracias al Papa, para comenzar a continuación las visitas, y ordenar preparar la servidumbre que necesitaba. No sabiendo qué más hacer, se encontraba confuso, viéndose en medio de tanto cortejo, que nunca pensó ver. Llegados al Noviciado, todos aquellos Reverendos padres fueron a felicitarlo por la nueva dignidad de Cardenal. Le enseñaron los Escudos que habían mandado hacer, para ponerlas a la puerta de su habitación, y viera si estaban bien, y a su gusto, donde estaban, tanto los del Reino de Polonia y Suecia, el de la Compañía de Jesús, en el centro. Él les dijo que todo estaba bien; pero que nunca había sido jesuita, y no quería que el escudo figurara allí; que lo quitaran; que quería sólo sus enseñas; que, en cambio: Sí tuvo mucha intención de ser de las Escuelas Pías.
386.- (398). Pensando que eran Dueños, los Padres jesuitas se vieron humillados, por lo que manifestaron cierta condolencia al Conde Orsi, quien les respondió que era una orden de Su Majestad.
387.- (383). Enseguida le dieron el Capelo. Preparaba el Palacio donde pensaba residir, mientras se encontrara en Roma, pero poco iba a durar ya allí. Al Cardenal Mattei le llegó una embajada, por medio de un Gentilhombre suyo, preguntando cómo estaba; le decía que Su Alteza el Cardenal de Polonia, su Señor, deseaba saberlo. El Cardenal Mattei respondió:- “Alteza, no todos somos Cardenales, pero todos tenemos el título de Eminencia, y es suficiente”; y contó esta respuesta al Cardenal Príncipe. Éste, después de hacer las visitas al Sacro Colegio y a los Príncipes, se fue a Frascati, hasta que vino la respuesta del Rey, su hermano, y no se le vio más en Roma; fue a Polonia, con la suntuosidad que comportaba su nacimiento. Cuando el P. Onofre vio que le faltaban los favores y la ayuda necesaria, tomó la resolución que he contado antes.
388.- (384). Todo esto me lo contó muchas veces el Sr. Abad Conde Orsi, mientras era Internuncio del Rey Vladislao de Polonia en Nápoles, cuando iba, con frecuencia, a consolarnos porque había salido el Breve de la reducción de la Orden; y en cada correo me enseñaba las cartas del Rey, acerca de su interés por nuestra Orden; en ellas decía también que, si pudiera, de seguro que elevaría a la Orden a su estado primitivo, aunque le supusiera perder el Reino. Esto lo he visto yo mismo, y testigo de ello es también Monseñor Domingo Panti, el Camarero secreto de nuestro Papa Clemente X, que en aquel tiempo era Secretario del mismo Abad Orsi, Internuncio en el Reino de Nápoles; y puedo dar razón de ello, porque muchas veces conversamos juntos en Roma, cuando era Secretario de Monseñor Altieri, hoy Pontífice. Las direcciones que le ponía el Rey Venceslao, decían: “Al Revmo. Monseñor, el Abad Conde Orsi, nuestro Internuncio. Nápoles”.
Tan pronto como el P. Onofre tuvo la noticia en Nursia, donde estaba, de que había salido el Breve, se fue a Polonia. El Rey le dijo que estuviera contento, que siempre ayudaría a la Orden, y enviaría cuanto antes un Embajador a los Príncipes de Italia; y que era amigo suyo, y muy afecto a su Orden. Y también:-“Si Dios quiere que salga bien lo que pienso, la primera fundación la haré en Constantinopla, pues ahora tengo la posibilidad hacerla fácilmente”. El P. Onofre quiso saber quién era el Embajador, pero el Rey no le respondió, pues le llegó la hora de asistir a la Dieta contra los turcos, que estaba a punto de empezar.
389.- (385). Entonces era Nuncio en Polonia Monseñor Torres, enviado por el Papa Inocencio X. Era muy favorable a nuestra Orden, y en particular al P. General, por haber sido su Confesor, y nuestro visitador en Roma, en la Casa de San Pantaleón. Este Prelado era hermano del Marqués Torres, del que hablamos cuando el P. General fue conducido al Santo Oficio; aquél que, en compañía de Pedro de Massimi, dijo a Monseñor Asesor [Albizzi] que, por favor le retirara los esbirros, y les entregara a ellos el P. General, que lo llevarían a Casa con toda fidelidad. Gracias, pues, a estos Señores retiró a los esbirros, y después él mismo lo condujo a Casa, como ya se ha dicho.
Secretario de Monseñor Torres en Polonia fue uno de los nuestros, que había dejado el hábito, y se llamaba D. Jerónimo Cosetti, entre nosotros P. Felipe del Ángel Custodio, de Arquento, cerca de Nursia. Él mostraba todas las cartas que llegaban de Roma, del Cardenal Panzirola, relacionadas con las Escuela Pías, pues dicho Panzirola era muy contrario a nuestro Instituto, y en particular al P. Fundador, y, en cambio, favorecía al P. Esteban, por haber sido ayudante de estudio del Doctor Laercio Cherubini, padre suyo, y eran grandes amigos de cuando era niño.
390.- (386). El Rey Venceslao habló fervorosamente muchas veces a al Nuncio, Monseñor Torres, pidiéndole que escribiera al Papa de su parte, que no estaba bien que una Orden tan ejemplar en su Reino fuera reducida a una simple Congregación de Curas Seculares, y que se la debía mantener y darle satisfacción, siendo Pobrísima, y sin ningún otro
Ingreso no podría subsistir. Por eso quería que este Breve no tuviera ningún valor en su Reino.
391.- (387). Cuando esto supo el P. Onofre, fue enseguida a encontrarse con el Conde Magni, y, después de felicitarle, comenzó encomendándole las cosas de las Escuelas Pías, pues el Rey le había dicho que enviaría a un Embajador a los Príncipes de Italia, contra los turcos; y que quería hacer nuestra primera fundación en Constantinopla; que él sabía el modo de poderlo hacer; que trataría este asunto, y se interesaría por nuestra Orden, para que fuera reintegrara, que era lo que más apremiaba al Su Majestad.
El Conde le respondió que se lo agradecía, que le dejara actuar a él; que se regularía según la Instrucción que le diera el Rey; y -en cuento dependiera de su parte- no dejaría de poner todo el interés, y con toda premura, “después de haber gastado tanto dinero en hacer la fundación en mi Ciudad, fundación que ahora veo en peligro; así que, me apremia lo que apremia a ustedes mismos, y más que a mí”.
394.- (390). Volvió de nuevo el P. Onofre a hablar al Rey, para saber de su boca lo que se debía hacer. Le respondió que no se preocupara, que, en cuento a las cosas de la Orden, mandaría al Conde Magni -su Embajador para los Príncipes de Italia- que lo tratara con el Papa, con Monseñor Asesor [Albizzi], y con quien hiciera falta; porque, siendo el Conde, en aquel momento, el primer diplomático de Europa, estaba seguro de que, todo lo que le decía lo haría, felizmente; tanto más, cuanto que la Dieta General ya había terminado; y que trataría, a toda costa, lo de la restauración de esta Orden, “a la cual han encomendado los Nobles –y yo no parezco apasionado- al Duque Ossolinski, Secretario del Reino; y éste la ha defendido con tantas razones, que, igual los eclesiásticos que todos los Caballeros, ha pedido que se arregle la Orden de las Escuelas Pías, pues todos han experimentado los frutos que con ella reciben las almas en este Reino; y que se extiendan las Escuelas. El mismo Gremio de los Académicos lo ha pedido –-mientras los jesuitas no han conseguido poder abrir al menos dos clases, y toda la Academia les ha sido contraria--esgrimiendo las razones que ya dieron en el pleito de Cracovia, incoado en la Sagrada Rota Romana, y siendo Presidente de esta Academia el Arzobispo de Gniezo, primado del Reino, que está enfrentado a la Compañía, que no quiere hablar de ello.
“Así pues, hay que sacar adelante a vuestra Orden, que es tan bien acogida, no sólo por mí, sino también por todo el Reino. Daré las órdenes necesarias al Conde Magni, para que lo disponga todo, y lo arregle, no sólo en ni nombre, sino también el de toda la Dieta. Incluso ya se han entregado las Minutas del Secretario del Reino a los Secretarios italianos, para que escriban las cartas”.
395.- (391). Llamó el Rey al Conde Magni, y reflexionó con él largo tiempo de lo que debía hacer; le dio las Instrucciones, y le recordó varias veces la reintegración de las Escuelas Pías; que tratara este punto con el Papa, con Panzirola, con el Asesor, y con quien hiciera falta, de entre los de la Congregación delegada sobre las Escuelas Pías, es decir, sobre relacionado con la destrucción una Orden, sin causa alguna, alegando sólo una razón, es decir, “propter nonnullas graves dissensiones”; que, si por las disensiones hubiera que destruir las Órdenes, no quedaría ninguna en pie. Le insistió en que defendiera fuertemente esta idea; que “todo saldrá bien para la Orden y para nuestra satisfacción, porque este tema lo he consultado bien con los mejores Teólogos del Reino, que se ríen de ello; y lo hacen, en particular, los herejes que forman parte de la Dieta, pues también ellos han salido en defensa de la Orden”.
Todo lo que dijo el Rey al Conde Magni al salir de Polonia, se lo contó éste al P. Pedro [Casani] de la Natividad en presencia mía -que era su Compañero- cuando llegó a Roma.
396.- (392). El Rey llamó después al Nuncio, y le dijo que enviaba a Roma al Conde Magni para tratar las cosas que antes se habían tratado en la Dieta; que escribiera sobre ellas al Papa, en especial sobre la restitución de la Orden de las Escuelas Pías a su prístino estado.
Monseñor Nuncio le prometió que harían lo que le ordenaba Su Majestad. El P. Jerónimo Cosetti, su Secretario, enseñó las cartas a nuestros Padres, una copia de las cuales llegó a Roma, al P. General. Así que manteníamos la esperanza que todo resultaría según la mente del Rey. Pero, como Dios no lo había decidido por entonces, todo quedó en humo de paja, como se suele decir.
397.- (393). Todo esto se lo escribió el P. Onofre al P. General y al P. Pedro de la Natividad, que había sido Confesor del Conde Magni en Germania; que visitara al Conde, comunicándole sus pensamientos y los del P. General; y, de común cuerdo, hicieran sus propuestas al Sr. Conde; pero que todo lo hicieran en secreto; “y no se fíe de personas sospechosas, que puedan tener mala intención contra la Orden, que las hay”.
Cuando estas buenas noticias llegaron a Roma, el P. General propuso que se hiciera una erudita Academia, para que, cuando llegara el Conde a Roma, la representaran en su presencia los mejores alumnos de nuestras escuelas.
Se recitaron muchas composiciones, un Poema latino, un doctísimo discurso, epigramas, anagramas, sonetos en lengua italiana y en lengua española, y otras composiciones.
398.- (394). Las composiciones eran de los Padres: Francisco [Baldi] de la Anunciación; José [Fedele] de la Visitación, actual General; Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, Rector del Nazareno y después General; Carlos [Mazzei] de San Antonio de Padua; Gabriel [Bianchi] de la Anunciación; Antonio [Boscarelli] de San Miguel, cuya composición estaba escrita en lengua española; y hasta el P. Felipe [Loggi] de San Francisco hizo dos sonetos a su manera. Terminadas las composiciones, se imprimió un libro, en el que aparecían las Armas del Conde Magni; pero como al principio no salió bien la impresión, ésta se repitió varias veces. Todo esto se preparó antes de su llagada.
Cuando el Conde llegó a Venecia, fue recibido a lo grande por aquella Serenísima República, en el Palacio de San Marcos, donde rindieron al peregrino los honores que merecía. Se entretuvo unos pocos días; después, invitado a Roma, llegó a ella el mes de enero de 1647. Fue recibido por el Embajador de Venecia, por orden de su República, y conducirlo a su alojamiento, en el Palacio de San Marcos, para que más fácilmente, con mayor comodidad, y sin molestia, pudieran mantener sus conversaciones.
399.- Tan pronto como el Sr. Conde Magni llegó a Roma, avisó de su llegada al P. General, diciéndole que, a su tiempo, iría a cumplir con él, como era su obligación. Esta embajada la llevó un Gentilhombre suyo, germano, de Strassnitz, que conocía al P. Pedro [Casani] desde que estuvo en Germania, y con el que tuvo una larga conversación sobre las cosas de aquel País.
Fue grande la alegría de nuestro Venerable Padre Fundador y de los demás Padres; tanto más, cuanto que el enviado dijo al P. Pedro [Casani] que el Sr. Conde le había dicho muchas veces que, antes de morir, quería oír la Misa del P. Pedro, al tenía por Santo, desde cuando conversaba con él en Germania.
A la mañana siguiente se preparó una Carroza, a la que se subió el P. General, el P. Pedro, y otro Compañero, y fueron a la visita del Sr. Conde Magni, Embajador del Rey de Polonia. Éste aseguró al P. General que haría por la Orden todo lo que le había encomendado su Rey, y un poco más; que así lo había prometido, y lo cumpliría, por su propio interés. Le dijo también que no se preocupara, que comunicaría todo lo que ocurriera al P. Pedro, a quien pidió que, si le era posible, fuera a decirle alguna vez la Misa al Palacio donde residía. El P. General quedó muy satisfecho de aquellas promesas, y esperaba se cumpliría lo que les había dicho. Su intención era, sinceramente, aquélla; pero la intención se vio defraudada por fortuna, que no aprovechó, cuando por sí misma la tuvo en las manos.
400.- Al P. Esteban [Cherubini] se le veía como perdido, y, con boca pequeña, mandó a alguien a decir al P. General que también él cooperaría, en lo que pudiera, ante Monseñor Asesor [Albizzi], “porque en esta materia no había que detenerse”; y continuaba buscando el modo de volver a San Pantaleón, buscando la manera de introducirse, y hablar con el P. General; o, al menos, con el P. Pedro. Pero le aconsejaron que viviera tranquilo, que no era tiempo oportuno para él; que el Embajador era hombre de principios, político, y estaba informado de todas las personas, sobre todo de él, que le podía hacer algún feo ante el Papa, que quizá no lo podría remediar. Había dicho también que quería hablar con el Embajador Sr. Conde Magni, para justificar sus actuaciones; pero le disuadieron a que se estuviera quieto.
Notas
- ↑ Ilegible; se entiende que es Casimiro.
- ↑ En el original se produce aquí un error de paginación, y esta página se pone más tarde. El autor del Índice no se fijó y la numeró al margen en el sitio en que estaba. Por eso ponemos entre paréntesis la numeración que consta en el Índice, aunque corregimos aquí el error de paginación (P. Adolfo García Durán).