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[501-550]

501.- Seducido por esto, Don Carlos empezó también a pensar en hallar fortuna -porque no tenía buenas relaciones con Pedro- y en cómo poder hacerse amigo de Juan María y de la Señora Juana.

Por la mañana, Scaglia fue enseguida a ver si había alguna novedad, y, hablando con Juan María, le dijo lo que había tratado con el Capellán, y le había prometido lo que él quería. Don Carlos fue adonde Monseñor, quien no le quiso abrir, diciéndole que ordenara llamar a Pedro, que no quería abrir a ningún otro; que fuera a decir la misa, volviera pronto, y llamara a Pedro, para que, a toda costa, viniera. Le respondió que quien había venido Francisco, que le había mandado llamar la Señora, pero que estaba malo en la cama, y no podía venir.

Al oír esto, Monseñor gritó: -“¡Pedro! ¿Dónde estás? ¡Que nadie venga aquí! No quiero a nadie más que a Pedro”. Comenzó a delirar, y no decía otra cosa, sino que viniera Pedro. Juan María y Scaglia estaban fuera, riéndose, y se permitían el gusto de oírle llamar siempre a Pedro.

502.- Cuando el Capellán volvió, fue adonde Monseñor, para ver si quería decir la Misa. Pero sólo le respondió que no quería nada, que lo dejara tranquilo. Al anochecer, comenzaron a pensar que en toda la tarde no había comido, que fuera D. Carlos adonde la Señora Juana a ver si le había preparado algo, y luego bajara ella, a ver si lograba abrirle. Le respondió que todo estaba en orden; que no quería bajar, pues conocía el mal humor de Monseñor, que quería comer de mano de su Camarero; que lo llamaran, pues, de lo contrario, no abriría ni comería; y que, si no volvía Pedro, había peligro de que enloqueciera. D. Carlos volvió con esta respuesta, y Juan María comenzó a decir: -“No quiero que Pedro aparezca más por aquí, que haga lo que quiera”.

El Capellán volvió a llamar de nuevo, y le dijo que era tarde, la señora había preparado la comida, y lo había llamado, para ver si quería comer. Le respondió que no quería comer, si no venía Pedro. Y así estuvo hasta muy tarde, sin que se viera la intención de abrir. Al final, la Señora Juana bajó, comenzó a llamar a la puerta, se asomó Monseñor a la ventana, y preguntó qué quería, que no molestara, pues no quería abrir, si no venía Pedro. Y comenzó a llorar como un niño, sin decir otra cosa que: -“¿Ha venido Pedro? ¡Cocinero! ¡Francisco! Llame a Pedro”. Y D. Carlos le respondía que estaba enfermo y no podía venir.

503.- -“Ya que Pedro no puede, llámenme al Sr. Mario Mari”. Le dijeron que lo llamarían, pero, mientras tanto, comiera y abriera.

Finalmente, la Señora Juana dijo que fuera alguien a llamar al P. Francisco, su Confesor, para que, al menos, le obligara comer. No sabían quién podría llevar este aviso. D. Carlos ponía dificultad, diciéndole que era mejor que fuera el Sr. Juan María; pero él pensó que, si venía el P. Francisco, se comenzaría a descubrir el negocio, y temía algún incidente, que pudiera llegar a conocimiento del P. Virgilio Spada, que estaba en Palacio, y éste se lo diría al Papa Inocencio.

Pedro se encontró por casualidad con Francisco, nuevo servidor de Monseñor, y le preguntó qué hacía Monseñor. Le dijo que lo había encerrado el Sr. Juan María en la celda; que por la tarde no había comido, según le había dicho D. Carlos, “y hoy aún no ha abierto a ninguno de nosotros; no han dejado abrir la Cancela; Monseñor no hace más que llamarte; pero le han dicho que estás en cama”.

Por la tarde, a eso del anochecer, Juan María se decidió a ir a San Pantaleón a llamar al P. Francisco. No estaba en Casa, pero lo esperó hasta la una de la noche. Mientras tanto, Scaglia se hizo Dueño de la Casa, y mandaba a todos, como si fuera el mismo Monseñor.

505.- Juan María le dijo al P. Francisco que aceptara ir a ver a Monseñor, que, por una melancolía, se había encerrado en la habitación, y no quería abrir, ni había comido “desde ayer por la mañana”; que le hiciera el favor de ir con él. Y sin decir nada en Casa, el P. Francisco se encaminó allá. Por el camino, le preguntó qué había pasado, “que esta mañana ha ordenado avisarme, para confesarse antes de decir la Misa, como me dijo anteayer”.

Le respondió que había despedido a aquel impertinente de Pedro, un insoportable que había perdido el respeto a todos, y por eso le había venido la melancolía, tan grande, que no quiere comer, ni quiere abrir la puerta; más aún, me parece que ha enloquecido.-“Por favor, P. Francisco, exhórtelo a que se conforme, a que acepte a otro Camarero que esté noche y día, y le sirva como mejor le parezca, que esto es lo que yo quiero”. Tanto supo decirle, que al P. Francisco le parecía decir la verdad.

Cuando el P. Francisco llegó, enseguida oyó a la Señora Juana que le dijo: -“¡Padre mío, por amor de Dios! Consiga que abra que Monseñor; que no quiere ver a nadie, no ha comido desde ayer por la mañana; y siempre está llamando a Pedro. Pero si Pedro no quiere venir a servirle, no se le puede obligar a venir a la fuerza. Yo le he dicho que esta mañana volvía, pero no lo he vuelto a ver”.

506.- Scaglia hizo también su papel, diciendo que Pedro, en su presencia, había perdido el respeto al Sr. Juan María; que era injusto que un servidor se hiciera Dueño de la Casa de otro. –“Procure consolar a Monseñor, y que coma”.

El P. Francisco fue enseguida a la puerta de la celda y llamó. Monseñor lo conoció y le abrió, diciéndole: -“Bendito sea Dios, Padre mío, que puedo verlo. Estoy prisionero, y sin saber la causa; porque este traidor de Juan María, junto con otro, que no sé quién es, han expulsado de mi casa a Pedro, sin que yo supiera nada, como si fueran ellos los que le pagan; y no sé qué es lo que quieren de mí. Por amor de Dios, no me deje ni me abandone, que me encuentro y estoy en tal extremo, que no sé qué decir, ni qué hacer. Le pido que no se vaya ya de aquí, de lo contrario, estoy desesperado, y ni puedo ya comer; solo me alimento de llanto”.

507.- El P. Francisco, con buenas palabras, le dijo que dejara esta melancolía, que intentara vivir, que todos le querían, que comiera un poco, que después hablarían largo y tendido, y que no se iría. Mandó llamar a la Señora Juana que bajara y le trajera de comer.

Al llegar la Señora Juana, el P. Francisco bendijo la cena, y comió abundantemente. Terminada la cena, comenzó a preguntarle cómo estaba el P. General, pues hacía mucho que no lo veía, “y mañana por la mañana quiero ir a verlo. Estaremos juntos, porque quiero hablar ampliamente con él. Por favor, no me deje V. R., porque tengo miedo de que éstos me dejen morir. Cierre la puerta que quiero confesarme. Y tú, Juana, vete, pide por mí, y no me seas contraria, que bien sabes cuánto he hecho por ti. Vete, y que no pase nada”.

En esta conversación no estuvieron presentes ni Juan María ni Scaglia, pero estaban escuchando lo que se decía, y sopesaban las palabras, tanto de Monseñor, como del P. Francisco.

508.- Cerrada la puerta, se confesó. Y, como era tarde, el P. Francisco le dijo que en Casa no sabían nada de dónde había ido, que quería ir a casa, y a la mañana siguiente volvería con el P. General, que hablaría con él lo que quisiera; por eso, que estuviera alegre, abandonara toda melancolía, y no pensara en otra cosa.

Le respondió: -“Padre, no me abandone, que cualquier noche me dejan morir. –“Descanse Su Señoría Ilma., ya sabe cómo es mi palabra; no tenga ningún miedo, que mañana vendremos”. Y con esto se despidió, hizo que se metiera en la cama, y después habló con Juan María, diciéndole que no le diera disgustos, porque, siendo tan viejo, le podía causar la muerte. –“Mañana nos veremos le dijo-, pues haré que venga el P. General, y haremos que se le pase todo pensamiento de melancolía”.

El P. Francisco se fue acompañado por Francisco, el servidor, y por el Cochero. Por el camino le dijeron lo que había pasado, y, maravillado de ello, se lo contó todo al P. General.

509.- El Padre le respondió: -“Mañana recuérdemelo, que iremos a verlo”. Mientras tanto, Juan María y Scaglia comenzaron a pensar qué podrían hacer para engañar al P. General, porque los dos tenían que ir al espíritu Santo; Juan María, a la visita del hospital, y Scaglia, como Funcionario principal, tenía que ir, al menos, a ordenar las cosas. Por eso, dieron orden a Don Carlos de que no dejara entrar por la Cancela más que al P. General y al P. Francisco, de las Escuelas Pías; pero a ningún otro, bajo ningún concepto. Que ellos terminarían pronto, y traerían consigo un Camarero nuevo, confidente suyo. Incluso si, por casualidad, venía Mario Mari, o cualquier otro, no respondiera, sino se asomara a la ventanilla de encima de la puerta, y le dijera que Monseñor estaba en la cama, y no quería dar audiencia a nadie.

510.- El día de los Difuntos, muy de mañana, el P. Francisco llamó al P. General, y fueron adonde Monseñor, con el que estuvieron conversando más de dos horas, sobre varias cosas. El P. General le dijo que no se preocupara tanto de estas cosas, porque era viejo, y la naturaleza no podría resistir; que tuviera paciencia; que ya tenía arregladas sus cosas; que procurara vivir. Y, en cuanto al P. Francisco, desde aquel momento le daba orden de que -tal como le había pedido, es decir, que no le dejara nunca, ni de noche ni de día- no le dejaría, y nadie le molestaría. –“Ahora iremos a decir Misa, y el P. Francisco cogerá sus cosas y vendrá aquí, a servirle como desea”.

Monseñor quedó muy consolado, tanto de la visita del P. General, como porque había ordenado al P. Francisco que volviera a estar con él; y de nuevo le pidió que no le abandonara nunca.

Cuando el P. General se despedía, encontró a Juan María y a Scaglia en la Sala, y les dijo que Monseñor era viejo y tenía necesidad de asistencia y ayuda de una persona de confianza, que no le dieran ningún disgusto, para que estuviera en santa caridad y paz; que el P. Francisco volvería, y le asistiría en cuanto necesitara. Juan María le respondió que le había encontrado un Camarero, para que le sirviera, porque él no podía atenderlo, y le agradecía la molestia que se había impuesto; que, en realidad, él era hermano, y por eso le disgustaba que se encontrara en un exceso de melancolía, y llorara como un niño. –“Este es el nuevo Camarero, y no tiene otra cosa que hacer, más que servirle; y si no es suficiente él, buscaremos otro, porque el que había maltrataba a Monseñor. Por eso lo he despedido, él ha entrado en melancolía, y a veces dice despropósitos, se encierra dentro, y no quiere comer; de tal forma que, si no fuera por el P. Francisco, no habría comido desde ayer por la tarde. El Padre se despidió, y se volvió a Casa.

511.- Este nuevo Camarero era un joven basto que había encontrado Scaglia, muy hábil. La primera lección que le dieron fue que nunca abriera a nadie, fuera quien fuera; y siempre dijera: -“Monseñor está impedido, y no da audiencia”; que tuviera mucho cuidado en que no subiera ni el Cochero, ni ningún otro servidor, sino sólo D. Carlos, y ninguno más. Y, si alguno preguntaba por el Sr. Juan María, le respondiera: -“No está en Casa, creo que ha ido al Espíritu Santo”. –“Esto es lo que tiene que responder”. Que hiciera todo fielmente; que él se quedaba dueño de la Casa. –“Y, cuando llame Monseñor, acuda enseguida con palabras amables, para que poco a poco se vaya domesticando. Y que, llegado el momento, además de la paga y regalo que nosotros le daremos, tendrá alguna otra cosa buena para toda su vida”.

Este sagaz joven, hacía más de lo que le habían mandado; observaba con prontitud a Monseñor, y le llamaba, para introducirse en el cumplimiento de su oficio. Así que Don Carlos y el Camarero eran los únicos que aparecían por Casa.

512.- Entre tanto, Scaglia dijo a Juan María que hiciera sabedora del nuevo Camarero que había venido a la Sra. Juana; que era un joven bueno, de confianza, y práctico en el servicio; que había estado al servicio de Prelados y Cardenales, y era romano y conocido. Hizo su oficio con el Sr. Juan María, y la Señora lo quiso ver; luego le exhortó a que sirviera bien a Monseñor, que, por ser viejo, era algo impertinente; que lo soportara; y, si se portaba bien, se convertiría en Dueño. El joven estaba práctico en la Corte, donde, como se suele decir, no faltan Cortesanos con palabras melosas y afectadas.

Al cabo de media hora, llegó el P. Francisco, llamó a la Cancela del Portón, y el nuevo Camarero, asomándose a la ventanilla del Portón, le preguntó qué quería. –“Soy el P. Francisco –le dijo- y vengo adonde Monseñor.

Le respondió que Monseñor estaba descansando, y le había dado orden de que no abriera a nadie, ni siquiera podía bajar abajo.

513.-El P. Francisco estuvo un tiempo intentándolo, pero, como no pudo entrar, se volvió a Casa, y dijo al P. General que no le habían permitido entrar, a pesar de muchos intentos, y no sabía por qué.

El P. General alzó los hombros, y dijo solamente: -“Dios lo ayude”.

Monseñor estuvo tres días cerrado, pues desde arriba no dejaban entrar a nadie. Finalmente, vencido por la necesidad y las peticiones de la hermana, comenzó a tomar algún alimento, diciéndole que aquél era un joven bueno y práctico en el servicio, que le serviría bien. Pero Monseñor preguntaba dónde estaba el P. Francisco, “mi Confesor, pues el P. General me dijo que lo enviaría a estar aquí conmigo”. El Camarero le respondió que no recordaba que hubiera estado allí nadie. Por fin, tanto le decía de aquellas cosas, que le sacaba de quicio. El que entraba y salía era Scaglia, que le daba a entender muchas cosas, por ejemplo, que Monseñor hacía todo lo que quería Scaglia, a quien siempre decía sí.

514.- Al quinto día, comenzaron a pensar que aquello no podía seguir oculto, porque muchos iban aposta a ver si era verdad que no se podía entrar, y que a todos los enviaba Mario Mari, el Procurador de Monseñor e interesado en el testamento. Todos pensaban que, si aquello llegaba a oídos del Papa Inocencio, los castigaría por haber encerrado a Monseñor. Y, como les remordía la conciencia, Scaglia pensó remediarlo con alguna potentísima componenda, para que, si ocurría algo, hubiera quien pudiera ayudarlos y defenderlos.

Por eso, dijo a Juan María que estaban en grandísimo peligro, porque de continuo venía gente desconocida, que andaba haciendo diligencias para saber lo que pasaba, lo cual era promovido por Monseñor. En medio de estas sospechas, le dijo a Juan María: -“Vamos a hacer algo que nos salga bien, y estaremos seguros. En mi Casa está el Sr. Juan Bautista Pallotta, primo hermano del Cardenal Pallotta –el Cardenal Juan Bautista Pallotta fue hecho Cardenal por Urbano VIII, el año 1629, el 19 de noviembre-. Procuraré introducirme a hablar con el Cardenal, y le diré el estado de Monseñor, y que venga a visitarlo; con bellas palabras, pues al Cardenal no le falta retórica; y después le prometeremos una donación “irrevocabiliter inter vivos”, para la Congregación de la Madonna de Loreto, de Marchegiani, en cuya construcción el Cardenal hace muchos gastos, para conseguir levantar el edificio de la Iglesia. Así, con esta protección, y con la ayuda del Cardenal en este negocio, no tenemos miedo de nada, porque él es hombre que consigue lo que quiere, sobre todo cuando se trata de su interés y el de la Compañía de la Madonna de Loreto, de la Marca. De lo contrario no estaremos seguros, porque veo que andan haciendo grandes diligencias; incluso conozco a un espía de las Bodegas de debajo del Palacio, que viene muchas veces y se entretiene charlando con aquellos que, fácilmente, han oído lo que está sucediendo en Casa.

515.- A Juan María le pareció conveniente hacer lo que Scaglia le proponía, y le respondió que cuanto había que hacer se hiciera pronto, sin perder tiempo. Había cogido tanto miedo, que comenzó a llamar a Francisco y al Cochero, y haciéndoles muchos cumplidos, les dijo que no dejaran entrar a nadie adonde Monseñor. Luego ordenó al Camarero que le llevara alimento y bebida, todo lo que pudiera, es decir, que comiera bien, para que, embaucados con esto, no pudieran hablaran.

516.- Scaglia habló con Juan Bautista Pallotta, que estaba de residencia en su casa, y le dijo que había una buena ocasión para hacer la Iglesia de la Madonna de Loreto, de La Marca, de la que era Protector el Sr. Cardenal Pallotta. Que tenía entre manos un negocio que fácilmente podía resultar bien; consistía en que, como estaba enfermo Monseñor Juan Andrés Castellani, y había hecho testamento, él estaba animado a hacer que lo revocara, y hacer donación de todo a la Santa Casa. –“Puede hablar al Cardenal, y basta con que introduzca otro legado, como le he dicho, que después yo haré el resto”.

Estuvo tan interesado Juan Bautista Pallotta, que no dejó pasar un día, para hablar con el Cardenal, narrándole minuciosamente lo que Scaglia le había dicho, y le respondió que le dijera que fuera por la tarde,

que hablarían juntos largo y tendido, para ver el modo como se debía hacer; que se dedicaría gustoso a lo que deseaba, y le dejara hacer a él el modo como había que hacerlo.

517.- Scaglia tuvo la respuesta por la tarde, y fue a hablar con el Cardenal, con quien se entretuvo hasta las seis de la noche, contándole que Monseñor Castellani había cerrado el testamento, “en el que no se sabe lo que ha hecho; y el hermano está disgustado porque quería poder testar unos tres o cuatro mil escudos, pero no se lo ha querido hacer, y estoy animado que conseguir que lo revoque, y a hacer una donación a la Santa Casa de Loreto, porque es un viejo chocho, que siempre dice sí a todo lo que le digo. Aquí se trata de más de cien mil escudos de capital, y no se puede saber lo que ha hecho, porque el testamento está escrito por mano del P. Francisco de las Escuelas Pías, su Confesor, y tememos que la mayor parte se la ha dejado a ellos; por eso, el hermano tiene muchísimo miedo, porque no tiene hijos, y su hermana es también muy mayor; y yo quiero convencerlo también, para que haga algo a favor de la Santa Casa. Aquí se trata sólo de aquella parte que consiste en más de cien mil escudos, sin contar lo que ya tiene Juan María. Yo he pensado que V. Excelencia vaya a visitar a Monseñor, y convencerlo con buenas palabras. Primero, yo le diré que el Sr. Cardenal Pallotta quiere visitarlo y consolarlo, darle buenos consejos, y ayudas para la protección de su Casa, y lo persuadiré como quiero. Luego, en cuanto a Juan María -una vez que haya hecho la donación a la Santa Casa- tengamos también con él todas las atenciones, que después todo se arreglará como queramos”.

518.- El Cardenal, ansioso de tener una buena cantidad para las obras de la Iglesia de la Madonna de Loreto, le respondió que él se gastaría en ella todo lo necesario, tanto con favores, como con medios; que él mismo iría a hablar adonde y con quien fuera necesario. Pero quería estar seguro de que el negocio saldría bien; y, en cuanto a ir adonde Monseñor, iría de incógnito a visitarlo, cuando le pareciera el momento más a propósito, y hablaría con él con toda familiaridad.

–“Tenga a bien decirme la hora, que iré al instante”. Quedaron de acuerdo en que a la mañana siguiente volvería a darle la respuesta.

Al día siguiente, enseguida fue a encontrarse con Juan María, y le dijo que ya había asegurado con el Cardenal Pallotta su protección, que iría a visitar a Monseñor, y haría lo que nosotros queramos. –“Es bueno que yo hable de ello a Monseñor, para que sepa que el Cardenal quiere venir a visitarlo. Si el negocio resulta, haré que la mayor parte de la donación caiga en manos suyas; y no se contentará, como quería, con testar unos tres o cuatro mil escudos, sino podrá testar más de treinta mil, y poder hacer lo que quiera, y dejárselos a quien quiera; y solamente con tener la protección del Cardenal Pallotta estaremos seguros, y libres de preocupaciones y problemas”.

519.- A Juan María le pareció haber tocado el cielo con las manos, y le respondió: -“Haga lo que quiera, en sus manos estoy; ya que hemos cometido el error, pongamos los remedios”.

Scaglia fue adonde Monseñor. Intercambiando cuatro palabras con él, le dijo que el Sr. Cardenal Pallotta quería visitarlo, y tomar la protección de su Casa, que, en casos de necesidad, siempre es buena.

–“¿Quiere que venga?” El Pobre Viejo le respondió: -“Haga como quiera; me parece bien, pero, ¿qué quiere el Cardenal Pallotta de mí?”. Tan bien supo hablarle, junto con el Camarero, que quedaron en que fuera por la tarde. Llevaron la respuesta al Cardenal, fue por la tarde con Esteban Ferratti, su Auditor, que era un maestro en el arte del halago. Iba también con él Monseñor Scotti, de Parma, Canónigo de San Pedro, amigo de Monseñor Castellani.

Entró el Cardenal adonde donde Monseñor, y comenzó a soltar una bella retórica, como de costumbre; pero, como parecía que Monseñor le seguía mal, creyó que le causaba más aburrimiento que otra cosa, y no siguió. Scaglia le iba sugiriendo alguna cosa, a lo que Monseñor siempre decía que sí. Finalmente, el Cardenal le dijo que se encomendara a la Madonna de Loreto, “para que le ayude y le proteja”; Scaglia se adelanto enseguida: -“Monseñor lo hará bien, ¿no es verdad, Monseñor?” Él dijo que sí. Con esto, el Cardenal se despidió. Pero el espía fue tan astuto, que Monseñor ´Spadaccio´ avisó inmediatamente al P. Virgilio, el limosnero del Papa, de cuanto sucedía a Monseñor Juan Andrés Castellani.

520.- El limosnero comenzó enseguida a pensar que estaban urdiendo alguna trampa, porque estas visitas insólitas de Cardenales no se daban tan fácilmente. Por la mañana fue a la audiencia del Papa y le contó que Monseñor Castellani había hecho su testamento, y luego había quedado fuera de sí; que había estado el Cardenal Pallotta, y andaban diciendo que lo querían renovar, pero, mientras se viera que no estaba en sus cabales, no parecía justo ordenar hacerlo.

El Papa Inocencio X, como persona perspicaz y prudente, le respondió que sería conveniente fueran a visitarlo dos Prelados Confidentes, observaran si estaba en sus cabales, y dijeran la verdad; “pero no se fíen del Cardenal Pallotta. Que lo hagan de improviso, que lo visiten en mi nombre, sin que sepan que anda de por medio la mano del Cardenal Pallotta. Pensemos un poco a quiénes podemos enviar, y hoy mismo venid donde Nos, que lo resolveremos todo”.

El P. Virgilio Spada quedó satisfecho con esto, y pensaba haberlo remediado; pero no fue a tiempo, porque Scaglia había mandado llamar al Sustituto del Notario de Sanctis, para que llevara el testamento de Monseñor Castellani, “porque quería añadir otro legado”.

521.-El Notario llevó el testamento. Scaglia dijo que Monseñor había ordenado que lo dejara, que así lo quería él. –“¿No es verdad, Monseñor?” Él dijo que sí; y es que no estaban de acuerdo con el mismo Notario. De esta manera, el testamento quedó en mano de Scaglia. Lo abrió y se lo dio a leer al Cardenal. Observando que la mayor parte, y la más substanciosa, era de los Padres de las Escuelas Pías, quisieron remediarlo con alguna simulación, para no hacer ruido y se descubriera el fraude.

El Papa mandó llamar a Monseñor Donazetti, francés, Decano de la Rota Romana, y a Monseñor Celsi Anio, Auditor de la Rota, y les dijo que fueran de parte suya a visitar a Monseñor Juan Andrés Castellani, y se fijaran bien si estaba en sano juicio, interrogándolo varias veces, a ver si respondía con cordura. Que fueran entonces y le trajeran la respuesta, porque era cosa de mucha importancia.

522.- Fueron los dos Prelados, y llamaron a la puerta. El Camarero, pensando que eran personas ordinarias, no abrió enseguida, sino que avisó al Sr. Juan María, diciéndole que eran Prelados que venían de visita. Bajó enseguida a excusarse, diciendo que Monseñor estaba mal y no recibía visitas. Donazetti le respondió que querían verlo, que precisamente porque estaba mal habían venido, y no intentara otra cosa. Finalmente, subieron adonde Monseñor, y al primer saludo, respondió:

-“Bienvenida vuestra Majestad Serenísima”. Celsi, persona más perspicaz, comenzó a preguntarle sobre muchas cosas, y siempre respondía de forma distinta. Viendo que estaba fuera de sí, dijeron al Papa que sabía que le habían cogido el testamento, y enseguida habría puesto remedio; cuando luego lo supo, entonces dio en extravagancias.

Después que Scaglia informó al Cardenal Pallotta de todo lo que había hecho, a la mañana siguiente fue a San Pantaleón a hablar con el P. General, y le dijo que Monseñor Castellani tenía intención de hacer una donación a la Santa Casa de Loreto, en Marchegiani, y, además, quería dejar un legado, para que se hiciera una Iglesia en San Pantaleón para los Padres de las escuelas Pías, cuatro mil escudos para que se terminara el Ala del Convento, y ciento cincuenta escudos anuales a los Padres, para comida, con la obligación de decir una Misa diaria, y un Aniversario anual “in perpetuum”, si Su Paternidad lo aceptaba, y se conformaba.

523.- De aquí se deduce claramente que hubo una confabulación acordada; que estaban de acuerdo con el Cardenal.

El P. General le respondió que Monseñor Castellani había sido siempre bienhechor nuestro, era Dueño de lo suyo, y no estaba apegado a nada del mundo: por eso, si quería dejar algo para su Alma, los Padres aceptarían que haga esas cosas en servicio de Dios y de su Alma; que le agradecía esta buena voluntad; pero que no sabía la razón de por qué habían ido varias veces él y el P. Francisco, y se les había denegado el ingreso; pero que, a pesar de todo, todo se lo encomendaba a Dios; que lo saludara de su parte, y le dijera que continuamente hacía oración por él.

Scaglia empezó a excusarse y a disimular, diciendo que quizá el Camarero “como es persona nueva en casa, no los habrá conocido, y por eso habrá cometido este error; o también porque le ha entrado la melancolía y no quiere molestias, ni da audiencia a nadie, y apenas entran los de casa.

El Padre le replicó: -“También yo soy de Casa, y hace más de cuarenta años que nos conocemos; pero, si Dios así lo permite, hágase siempre su Santísima Voluntad”. Y con esto lo despidió.

524.- Por la noche, hacia las dos, Scaglia mandó preparar un saquito de dinero, y le dio a entender a Monseñor que un cierto individuo había querido devolverle un Préstamo; y, poniendo aquel dinero sobre una mesita, para que pareciera mucho más, le dijo que era necesario hacer la escritura de la entrega, “y una procura general a mí, para que pueda estipular. –¿No es verdad, Monseñor?”. Él enseguida dijo que sí.

Mandó llamar al Notario, que estaba fuera esperando, junto con Monseñor Scotti Parmeggiano, Esteban Tonetti, Auditor del Cardenal Pallotta, Africano Ghiraldelli, uno de los principales de la Cofradía de la Madonna de Loreto, y siete testigos, todos cofrades de la misma Cofradía. La primera cosa que hizo fue estipular la Procura General a Scaglia, que era quien hablaba siempre. Decía: -“Monseñor, ¿no es verdad que me hace Procurador General, para que pueda exigir cualquier cantidad de dinero, y estipular cualquier Instrumento?” Le dijo que sí.

525.- Terminada esta función, el Notario comenzó a leer; se trataba de la donación que ya habían convenido; y para hacer la cual Esteban Torretti había dado un quirógrafo firmado por el Cardenal Pallotta, a fin de que, en nombre suyo, como Protector de la Compañía, pudiera aceptar dicha donación, que fue estipulada con siete firmas; el primer testigo fue Monseñor Scotti Parmeggiano, y luego los demás, como ya se ha dicho, todos éstos de la misma Compañía.

Estipulada la donación, Scaglia cogió el dinero, y los demás fueron despedidos; se fueron todos contentos por haber hecho una caza sin fatiga. Esteban Torretti, todo contento, se fue adonde el Cardenal, y le dio la noticia de que el negocio había salido muy bien, y que Scaglia había sido, verdaderamente, el restaurador de la Santa Casa, al que todos quedaron agradecidos.

La donación -bien estudiada, con todas las solemnidades- contenía lo que donaba, con juramento reiterado, y con la obligación cameral, “que no se podía revocar, ni disminuir en ninguna de las suertes, ni interpretar por ningún Juez o cualquiera otra persona”.

526.- [1º] Monseñor dona a la Santa Casa todo cuanto tenía: acciones, empresas, recobros, efectos, y cualquiera otra cosa, “etiam in futurum”, con las condiciones y cargas que aquí se contienen. Los Contrayentes juraron de nuevo observarlas todas, tal como estaban escritas, y no de otra manera.

[2º] Que el Sr. Juan María Castellani pueda atestar, a quien quiera, treinta mil escudos, después de la muerte de Monseñor. Que él sea Dueño de cuanto hay en Casa; y, vita durante, trescientos escudos del Sr. Juan María, y ciento cincuenta anuales, sean para la Sra. Juana, su hermana.

[3º] Que a los Padres de las Escuelas Pías se les construya una Iglesia, bajo el título de San Pantaleón mártir, a disposición del Cardenal Pallotta, con una inscripción, como quiera el Emmo. Cardenal [nótese la expresión ´a los Padres de las Escuelas Pías´], y esto durante algunos años, de los que no me acuerdo precisamente] “con tal de que no sobrepase la suma de diez mil escudos, al arbitrio del Cardenal.

[4º] Que se haga el ala del Corredor nuevo, que se encuentra encima de la Cucagna, frente al Palacio de los Sres. Ursini, al lado del Palacio del Sr. Marqués Torres, siempre que la suma no pase de cuatro mil escudos, al arbitrio del Cardenal Pallotta.

[5º] Que a los Padres de las Escuelas Pías se les dé ciento cincuenta escudos anuales in perpetuo, y los Padres queden obligados a decir una Misa cotidiana, y un Aniversario al año; y esto debe darse en la tercera paga, comenzando seis meses después de la muerte de Monseñor Juan Andrés Castellani.

[6º] Que a Jerónimo Scaglia, su Procurador General, se le dé, vita durante, doscientos escudos anuales, para que sirva fielmente.

[7º] Que se den cien escudos anuales a D. Juan Scaglia, de Bérgamo, hermano de dicho Jerónimo, vita durante, para que diga las misas correspondientes mientras viva.

[8º] A la Señora N., mujer de D. Jerónimo Scaglia, cien escudos al año, mientras viva.

[9º] Al Notario que estipuló la donación, cien escudos contantes, y después treinta escudos mientras viva, todos los cuales recaigan sobre la Santa Casa.

[10º] A D. Carlos, su Capellán, una pensión de cuarenta escudos anuales, y se le pague su salario, como a todos los Servidores Cocheros y servidoras de la Sra. Juana.

[11º] A su Camarero, treinta escudos mientras viva; y, éstos, una vez muera Monseñor Juan Andrés Castellani, empléense, como recuerdo, para los gastos de la Santa Casa, como acostumbra a hacer la Corte Romana.

[12º] Que, a la muerte de Monseñor, se den tres mil escudos a N., su sobrino, de Carcare, por una vez solamente.

[13º] Deja un cuadro con marco dorado al Cardenal Pallotta, y puede elegir el que quiera.

[14º] Deja otro cuadro al P. Virgilio Spada de la Chiesa Nuova, limosnero del Papa, a su disposición.

[15º] Deja a su Camarero una pensión por los buenos servicios prestados, a arbitrio del Cardenal Pallotta.

Este es el contenido de la donación, en cuanto puedo recordar.

528.- Llegaba la fiesta de la Procesión, la primera que solía hacer el Cardenal Pallotta, el día 10 de diciembre, en la Iglesia de su Región, que en aquel tiempo estaba en calle Ripetta, a la que invitaba a muchos Cardenales, Embajadores, Príncipes, Prelados, Caballeros de la Corte, Princesas y Damas. Esta Procesión comenzaba en la misma Iglesia. Llevaban unas andas grandes en forma de Casa, con sopranos de unas cien personas, entre músicos y ángeles, a hombros de muchos contratados, hábilmente engalanadas. Delante de la Iglesia se levantaba un palco, que ocupaba toda aquella ancha y espaciosa calle. Comenzando desde las ventanas de la Iglesia, terminaba en otra casa que había enfrente, donde estaban los Cardenales y los Prelados.

La procesión comenzaba desde la Iglesia, y llegaba a la Madonna del Popolo, donde habían preparado un bellísimo altar, hecho a expensas de los Frailes de San Agustín, de la Región lombarda, que se cuidan de la Madonna del Popolo, de la que el Cardenal era Protector. Recorría después la procesión casi todo Il Corso, hasta el Palacio del Duque Gaetano; pasaba por el Palacio del Príncipe Borghese, continuaba por la calle del Colegio Clementino; y desde allí se volvía después a la Iglesia, donde el Cardenal, con sus vestimentas, y báculo Consistorial llevado por un Asistente de Cámara suyo, acompañado por muchos escapulados y Gentileshombres, más la Compañía formada por muchos Religiosos, y detrás, por casi todos los habitantes de la Marca que estaban en Roma, la mayor parte de los cuales son Notarios y Curiales; y todos con una antorcha en la mano. Dicha Compañía fue luego prohibida por el Papa Alejandro VII, porque Monseñor Leone, Embajador de Francia pretendía no sé qué preferencia, y hubo un grandísimo rumor, con peligro de que sucediera algún gran desorden. Para remediarlo, el Papa prohibió que se volviera a hacer por la noche; de hecho, la prohibió en absoluto; y, de esta manera, se deshizo.

529.- Con ocasión de esta Procesión, Scaglia dijo a Monseñor que sería bueno saliera un poco a tomar el aire, y fuera a ver la procesión de la Madonna de Loreto que hacía el Cardenal Pallotta, que le había enviado a invitarle. Pero, como Monseñor estaba ido y no sabía lo que hacía, le respondió que haría lo que él quisiera. Esto iba contra su costumbre, pues a las 23 horas siempre se encontraba, infaliblemente, en Casa, y nunca se le había visto ir a fiestas, sobre todo de noche.

530.- Scaglia ordenó preparar la carroza, invitó también al Sr. Juan María. Puso en la carroza a Monseñor, y después iban Juan María, el Capellán, y Scaglia. Encontraron al P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, y lo saludaron, riendo. Él se maravilló al ver aquello, sobre todo que Juan María iba en Carroza con Monseñor, pues casi nunca, absolutamente nunca, lo había querido en su compañía, nunca le había invitado a su mesa para comer con él.

Scaglia se colocó con Monseñor en un ángulo de los locales de la Iglesia de la Madonna de Loreto, hasta que terminó la Procesión, que fue hacia las seis de la noche, y después lo condujo a Casa.

Al cabo de pocos días, Scaglia llevó a Monseñor a comer a su Casa, y allí estuvo casi todo el día, con su fiel Camarero, contra la costumbre de Monseñor, que no recordaba haber comido nunca en Casa de nadie, a no ser, alguna vez, en San Pantaleón con el P. General.

Scaglia llevaba con frecuencia a Monseñor Castellani fuera de casa, para entretenimiento. Finalmente, enfermó, y el día 10 de enero del año 1647 pasó a la otra vida, y fue llevado por la noche a darle sepultura en la Iglesia de la Madonna de Loreto, de la Región de la Marca.

531.- A la mañana siguiente fue el Cardenal a hacerle las exequias con pompa mediocre, y luego tomaron posesión de sus haberes sin ninguna dificultad, porque tenían el Campo abierto, y estaban de acuerdo con el Sr. Juan María y con Scaglia, y no se sabía la segunda estafa que había hecho, tanto a Juan María como a los Padres de las Escuelas Pías, lo que se verá enseguida.

Los Servidores esperaban qué se encontraría en la donación; querían que se hiciera la condolencia, y fueran tratados a la usanza de la Corte Romana. Pero a los dos días fueron despedidos, “para vivan por su cuenta”, porque la Santa Casa no podía hacer aquel gasto de 40 días, como se acostumbraba. Ni tuvieron luto, ni nada. “-Si lograban recibir su salario, tienen bastante”. –“Así que yo mismo he visto al Pobre Francisco, el viejo camarero de la Casa, ir mendigando por Roma, para poder vivir.

Mario Mari fue llamado a juicio por parte de la Compañía de La Marca, por no sé qué quirógrafo hecho por Monseñor para una pensión; y como no apareció, lo condenaron, en contumacia, a galera. Él se refugió con un hijo que tenía asignada la pensión en San Luis de los Franceses, el cual comenzó a maquinar, para que se descubriera la verdad, y fuera castigado el que había cometido el delito, por haber tratado a Monseñor de aquella manera.

532.- Pasado el tiempo designado por Monseñor para la donación, fui en compañía del P. Buenaventura [Catalucci] de Santa Mª Magdalena, Procurador de las Escuelas Pías de San Pantaleón, adonde el Sr. Cardenal Pallotta, para recibir la primera paga de cincuenta escudos por las misas asignadas, que ya habíamos celebrado. Hablando con D. Francisco Turco, Maestro de la Casa del Cardenal, para saber con quién debíamos tratar, y recibir el dinero, no condujo al Cardenal, quien, con bonitas y melosas palabras, que nosotros no conocíamos, nos llevó adonde Scaglia, procurador de la donación, para que, de su parte, nos lo pagara todo, porque era justo.

Fuimos a Scaglia, y, con amables y rotundas palabras, enseguida echó mano a la bolsa y nos contó veintidós escudos, diciéndonos que nos daría el resto; no quiso recibo, decía que, cuando comprobara el saldo, lo haría en el acto. Al ver esta rapidez, quedamos satisfechos.

533.- Al cabo de seis día volvimos adonde Scaglia para recibir el resto, y nos dijo que fuéramos a D. Francisco Turco, Maestro de Casa del Cardenal, que nos pagaría debidamente, porque ya había recibido la orden de pago.

Fuimos a D. Francisco, Maestro de Casa, quien nos dijo que habláramos al Cardenal, que él no tenía dinero de la Santa Casa, que si se lo hubiera ordenado, hubiera procurado remediarlo de alguna manera. Le respondimos que la audiencia del Cardenal era muy difícil, que nos introdujera, para no perder el tiempo de toda la mañana.

El Maestro de Casa se movió a compasión, y fuimos juntos adonde el Cardenal, que nos hizo esperar buen rato, para salir diciendo que no tenía dinero preparado; pero, como teníamos tanta necesidad, y para no tener que volver, nos daría de su propio dinero, que luego reembolsaría de la Santa Casa, cuando cobrara los terrenos de los Montes.

Contó veintiocho escudos; más veintidós que habíamos recibido de Scaglia sin recibo, hicieron 50 escudos. Quiso el recibo en el acto; el P. Buenaventura me preguntó cómo debía hacer dicho recibo, y le dije pusiera que había recibido 22 escudos de Scaglia y 28 de D. Francisco Turco, por la tercera parte de las Misas de Monseñor Castellani, pensando que recibiríamos lo perteneciente a la primera paga.

534.-Hecho el recibo como yo le había dicho, D. Francisco respondió que no andaba bien porque el dinero lo pagaba de lo suyo; que cuando lo cobrara se lo devolvería. Y de esta manera lo recibía, y así constaba.

Finalmente, con una santa simplicidad, hizo un recibo de haber recibido de la Casa de Loreto cincuenta escudos por las misas que se dicen por el alma de Monseñor Juan Andrés Castellani, que es dinero de D. Francisco Turco, para cobrarlo después de la Santa Casa de Loreto, de La Marca. Y con esto, pensando haber hecho una gran cosa, quedamos engañados y contentos.

Cuando llegó la segunda paga, Scaglia, Juan María y el Notario, fueron hechos prisioneros por orden del Papa, porque habían encerrado a Monseñor, habían negado el ingreso en su casa; y, el Notario, porque había dado el testamento a Scaglia, sin orden del Juez.

535.- Fuimos a recibir el dinero adonde D. Francisco Turco, y dijo que necesitaba la orden del Cardenal; fui a decirle esto al P. Buenaventura, y [el Cardenal] nos respondió que no sabía si D. Francisco, su Maestro de Casa, había recibido ya lo de los terrenos de Montes; pero, como teníamos necesidad, le dijimos que lo solucionara. Fuimos a contarle la respuesta, y nos contestó que no tenía dinero de la Casa, pero que nos lo daría de lo suyo; nos dio 50 escudos y pidió el recibo, como la primera vez; y así siguió haciendo, hasta el año 1650, cuando ya habíamos recibido 550 escudos.

Mientras tanto se incoó la causa contra los encarcelados, es decir, Scaglia y el Notario, y ambos fueron condenados a galera; y Juan Mª a diez mil escudos, y relegado por diez años a Viterbo. La sentencia contra Scaglia se cumplió y fueron a galera; el Notario, además, fue privado para siempre del oficio.

Dos mujeres, la mujer de Scaglia y una sirviente, que primero lo había sido de Juan Mª, fueron a la audiencia del Papa Inocencio X, y el Papa, que era socarrón y estaba informado de todo, les preguntó quiénes eran y qué pedían.

536.- Una le respondió que era la mujer de Jerónimo Scaglia, de Bérgamo, condenado a galera por el juez Marco Rugulo, sin saber la causa, y solicitaba que le hiciera el favor revisarla por otro juez, o por una Congregación que fuera justa; la otra le respondió que era mujer del médico Juan Mª Castellani, igualmente condenado por la misma causa, “que aún está en prisión”, y que le hiciera el favor de revisar la causa por otro juez, “porque Marco Rugulo es juez sospechoso, y no ha atendido a las defensas, como ordenan las leyes”, es decir, que lo hizo precipitadamente.

El Papa les respondió: -“Vosotras sois las mujeres de ´aquel buen hombre´ Scaglia; verdaderamente, Marco Rugulo no ha hecho justicia, pues merece ser ajusticiado. Y quién sabe, ni desde cuándo hasta ahora, Juan Nª Castellani tiene por mujer a una sierva matricida. Ahora bien, -y esta es la novedad- ¿cuándo habéis hecho el matrimonio?”. Le respondieron: -“Beatísimo Padre, mientras está en prisión, es verdad que le hago de sierva y soy matricida, y él, en Conciencia, ha hecho lo que debe”.

537.- El Papa les respondió: -“Idos, que mandaremos hacer justicia”. Y las bendijo. Cuando salieron, las mujeres fueron a la prisión de Torre di Nona, adonde habían llevado a Juan Mª desde Corte Savella, para que no estuviera junto con Scaglia. Le contaron lo que pasaba, y enseguida les dijo que fueran adonde el Cardenal Pallotta a decirle que no eran éstas las promesas, que las habían abandonado, que habían estado con el Papa, y les había dado aquella respuesta.

El Cardenal les respondió que habían hecho mal en acudir al Papa, que tuvieran paciencia, que las ayudaría el beneficio del tiempo, y que él se ocuparía de todo.

Entre tanto, el proceso se iba embrollando más, y comenzaban a examinar a otros testigos en el despacho de Bernasconi, Notario Capitolino “ad perpetuam rei memoriam”. Éste probó que, cuando se hizo la donación, mediante el Encierro hecho a Monseñor, éste había enloquecido. –“Aquellas escrituras las he tenido en la mano yo mismo, y dejé dos copias en Roma, dentro de mis escrituras.

538.- El Cardenal Pallotta comenzó a ver cómo podía solucionarlo, para que, con estas nuevas diligencias de examen, no se descubriera la verdad, y pensó en lograr que Scaglia escapara de la galera.

Pero no se podía conseguir tan fácilmente en Civitavecchia, porque los Funcionarios estaban muy vigilantes, y tenían orden del juez de que observaran quién hablaba con él.

Llegó la ocasión cuando las galeras del Papa fueron a Génova. Allí Scaglia huyó de la galera, y anunció que se iba a Bérgamo, su Patria; que le escribieran cuanto ocurriera, bajo el nombre de D. Juan Scaglia, su hermano, le dijeran qué se hacía mientras tanto, si había alguna evidencia, y pedía al Cardenal que continuara con su protección, con la cual tenía esperanza de quedar libre del todo.

Le respondió que se pusiera a salvo, y se fuera a otro sitio, porque se estaban haciendo muchas investigaciones, para que cayera en las manos de los Funcionarios; que habían encadenado en su lugar al Suboficial de la galera, a causa de su fuga; que a su debido tiempo sería avisado de lo que tenía que hacer; y le hicieron alguna remesa de dinero, avisándole que estuviera al tanto, que, si caía, sería ajusticiado.

539.- Recibidas estas cartas, Scaglia se marchó a Padua, donde estuvo por un tiempo; y de allí pasó a Venecia como desconocido, hasta que se enteró de la muerte del Papa Inocencio X. Escribió enseguida a Juan Bautista Pallotta con una carta al Cardenal, para que le hiciera el favor de ser agraciado por el Cónclave, puesto que a Su Eminencia no le faltaban medios para poder hacerlo.

Le respondieron que procurara vivir y estar alegre, que harían todas las gestiones, que no se tomara más disgustos; y que le avisarían de todo puntualmente.

Sucedió que le dieron al Cardenal Pallotta la incumbencia del Sacro Colegio de Cardenales, y que, como está cerca de San Pedro, le nombraron Prefecto General de las Obras del Cónclave. Con esta ocasión se atrajo la amistad de casi todos los Cardenales, porque quería, además de las eliminar impaciencias, su juicio y asistencia grande; y todo lo consiguió como quería, ayudado por Bernini y otros Arquitectos prácticos en esta profesión. Viéndose aclamado por estas gestiones, se animó a pedir a los Cardenales la gracia, tanto de Scaglia como de Juan María, quien, entes de morir el Papa, fue trasladado al Castello con otros encarcelados por graves delitos, como se acostumbra.

540.- Cuando los Sres. Cardenales entraron en el Cónclave, Pallotta empezó a departir con algunos Cardenales amigos suyos, con aquella fina política suya, pidiéndoles su parecer acerca de si debía solicitar esta gracia, y si la lograría; en particular, se acercó a Barberini, quien le respondió que hablara con el Cardenal Carlos de Medici, por medio del Cardenal Juan Carlos, sobrino suyo, que fácilmente lo conseguiría; y que tratara también de ello con el Sr. Francisco Mª Febbi, Jefe del Maestro de Ceremonias, que lo manejaba todo, y seguramente lo lograría.

Habló con Febbi, el cual le respondió que era cosa de nada, que lo propusiera a los Jefes del Orden. Y obtuvo el favor de que Scaglia fuera liberado, no sólo de la fuga de la galera, sino también de la requisición del Proceso; y también Juan Mª, que enseguida fue excarcelado, y, libre de todo, se volvió a su casa; y Scaglia, a Roma, glorioso y triunfante, porque ya había muerto Mario Mari, que era quien le hacía toda la guerra. Pero ya no pudo entrar en el hospital del Espíritu Santo como Administrador mayor. Ni Juan Mª, el médico, a pesar de las muchas gestiones que hizo el Cardenal, porque, elegido Papa Alejandro VII, hizo de Comendador del Espíritu Santo Monseñor Don Nini, en lugar de Monseñor Carucio, el cual enseguida se buscó otros oficiales, aprovechando la ocasión de que el Papa se los había insinuado. De esta manera, ambos quedaron fuera y sin oficio.

541.- Al cabo de unos pocos meses, debido a los sufrimientos padecidos en las prisiones, donde había estado casi diez años, D. Juan Mª enfermó. Enseguida lo visitó Scaglia, a quien él no miraba con buenos ojos, porque le aconsejaba hacer el testamento; como había muerto la Señora Juana, su hermana, le animaba a hacer lo que había hecho su hermano, Monseñor Castellani, es decir, dejarlo todo a la Casa de Loreto, para terminar la obra; que quedaría una memoria muy grande de su Casa, si, al menos, le dejaba los treinta mil escudos que aquél le había dejado en la donación para poder legarlos, sabiendo cuánto había hecho por ellos el Cardenal.

542.-Le respondió que no era tiempo, que haría lo que Dios le inspirara.

Juan Mª mandó llamar enseguida al Notario e hizo el testamento. Dejó como herederos suyos a los Padres dominicos de la Minerva, y en metálico, los treinta mil escudos que le dejó su hermano en la donación que hizo a la Madonna de Loreto, de La Marca, con la obligación de que hicieran una biblioteca pública para poder estudiar el que quisiera, y para que en la Iglesia se mantuvieran siempre seis Confesores.

Scaglia no dejó de avisar al Cardenal del estado de Juan Mª, el cual quiso ir a visitarlo, para ver si podía convencerlo de dejar, al menos, los treinta mil escudos a la Iglesia.

Le comunicaron que iba el Cardenal, y respondió al enviado que estaba fastidiado, que no se tomara esta incomodidad; pero el Cardenal estaba ya en el salón y a toda costa quiso entrar a verlo. Entró, y con gran retórica comenzó a decir muchas cosas. El enfermo le respondía que se había agravado, y no podía pensar, ni sentir, ni hablar; que lo dejara, pues, morir en santa paz, y que ojalá hubiera Dios querido que él no hubiera conocido nunca a Jerónimo Scaglia.

Se fue el Cardenal molesto, en parte; pero, como sabía lo que llevaba entre manos, disimuló no interesarse por otra cosa, diciendo: -“Dejémoslo tranquilo, que la fiebre lo fatiga, y no sabe lo que dice; todo se hará a su tiempo.

Murió Juan María, y los Padres de la Minerva quedaron Dueños, pero sólo de la Casa y de su herencia, es decir, de los enseres y de cuanto en ella había, porque la Casa era de Monseñor, incluida en la donación. De otros incidentes se hablará pronto.

543.-El año 1650 fue a Roma un tal Pedro Ciaccone, de Pamparà, del Piamonte, pariente de un tal Pedro Bertea, también de Pamparà, que había sido comerciante aquí en Nápoles. Él, con Santiago Bernardino, su hermano, nos había hecho donación de nuestra Casa de Posilipo, con la obligación de arreglar los matrimonios de algunas muchachas, tanto de Pamparà, su Patria, como de otras de la Montaña de Posilipo.

Murió Bernardino, y quedó Pedro, el cual se retiró a nuestra Casa de Porta Reale, donde murió, dejando como herederos de dicha Casa a nuestros Padres

544.- Ya se habían producido algunos matrimonios de Pamparà, cuando Pedro Ciaccone fue a Roma, con una procura de las muchachas, porque no habían sido satisfechas en sus Dotes, y por no sé qué legado que iba a un sobrino de dicho Pedro. Así que, llegado a Roma recomendado al Cardenal Ceva, pretendía 800 escudos de la Casa de San Pantaleón, que decía haber recibido de la herencia de Bertea, escudos que, llevados por el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, ya se habían gastado en la reforma del Dormitorio nuevo y del Refectorio. Quería citar a los Padres, para que le dieran aquel dinero. Llegó con un Gentilhombre del Cardenal Ceva, para anunciar al P. General que, para no causarle gastos, era mejor ponerse de acuerdo, porque el crédito era verdadero y líquido.

Tuvieron los Padres una Reunión, para ver si se podía encontrar la manera de evitar el pleito, pues, si se perdía, supondría la ruina completa de San Pantaleón. Se acordó que se le diera el poco dinero que había en Casa, y el resto se le pagara en ciento cincuenta escudos anuales, que cobraban de la Madonna de Loreto, de La Marca, por las Misas que estábamos obligados a celebrar. Todo para no tener pleitos, y que cada uno tuviera lo suyo.

545.- Ciaccone se conformó con esta oferta, pero antes quiso que el Cardenal Pallotta le admitiera de viva voz que, conforme se les fueran pagando se irían recibiendo, para lo cual fue ordenada una minuta a Valentino, Notario del Vicario.

Fue con Ciaccone, a hablar con él, el Capitán Esteban Rovelli, de Mondoi, en Piamonte. Fuimos en su compañía, adonde el Cardenal Pallotta, el P. Vicente [Berro] de la Concepción, entonces Procurador, y yo. Él le preguntó si era verdad que nosotros teníamos este Crédito, porque existía un acuerdo, en el que nosotros decíamos que recibiría este dinero en nombre nuestro; yo añadí que ya había recibido dos tercios, es decir, cien escudos; que hiciera el favor de permitirnos ir pagándolos, para desgravar la deuda.

El Cardenal le dijo que la deuda era cierta, que cada vez se iría pagando todo, que los Padres de las Escuelas Pías de San Pantaleón así lo habían acordado, y que no creía fuera tanto lo que quedaba; que por el momento no había dinero, que tuviera paciencia, y lo cobraría todo.

546.- Cuando Ciaccone oyó esto, le dimos noventa y siete escudos al contado, lo que fue estipulado, mediante Instrumento, el mes de abril, dándole una garantía el mismo Capitán Esteban Rovelli, que empeñó sus terrenos de Montes, que tenía en Roma.

Firmado este acuerdo, Antón Ciaccone[Notas 1], se volvió a Nápoles, y comenzó un durísimo pleito en el Tribunal de la Reverenda Fábrica; de tal manera que secuestró no sólo los bienes de Posilipo, sino también todo lo que tenían los Padres de Porta Reale. Atormentó de tal manera a los Padres, que no sabían cómo hacer para quitárselo de encima.

Llegó después la peste del año 1656, y se sobreseyó hasta que se serenaron los rumores. Pero, al abrir de nuevo los Tribunales, también él comenzó de nuevo. Finalmente se llegó a un acuerdo, cuando le quitaron la procura de los que le habían enviado, y dejó el catastro a un Cura, llamado D. Juan Jerónimo Roselli -que había sido uno de los nuestros, y, al haber sido Procurador y estaba informado de todos nuestros intereses. Éste tal, en la Orden se llamaba Ángel [Bertini] de la Concepción, el cual hizo un daño tan grande, como sólo Dios sabe.- Para quitarle el catastro, en julio de 1671, fue necesario darle cuarenta ducados, y así lo dejó.

547.- Después, éste mismo intentó otro pleito contra los Padres de Porta Reale, por no sé qué Casa pretendida por él, que les había dejado la mujer. [Dicha pretensión se la encomendó a un amigo suyo, zapatero; al no querer comparecer él, quien había recibido 200 escudos; quiso que compareciera el otro, pero dicho pleito, después de su muerte, quedó muy infectado contra los Padres de Porta Reale. También murió el amigo en Cavone, en Nápoles, el día 9 de diciembre de 1672, y fue sepultado en el oratorio de la Inmaculada Concepción de la Tercera Orden de Santa María Nuova. No siendo observante en dicha Congregación, les dejó a deber 24 ducados, cuando sólo había estado 9 meses]. Antes había estado amancebado. Para contentarlo, los Padres le dieron 200 ducados, con lo que, por un tiempo, estuvo tranquilo. Pero no terminó así. Por el mes de abril del presente año de 1672, corrió la voz de que había ido a la devoción de San Nicolás de Bari, pero no era verdad, sino que se había ido a Roma. Allí logró que fuera a Nápoles un cierto Jerónimo d´Urso, que en el año 1659 había vendido una Casa a los Padres, adosada a nuestra Casa de Porta Reale –en concreto, al P. Juan Lucas [di Rosa] de la Santísima Virgen, Provincial, por el precio de 1500 ducados.

Despreciando a nuestros Padres, encomendó a dicho Jerónimo d´Urso que fuera a Nápoles, que le consiguiera recuperar la Casa, que valía más del precio que él sabía; que dijera que no había recibido 1500, sino 500. Seducido Jerónimo ante estas propuestas, se vino a Nápoles en agosto del presenta año de 1672, e incoó dos terribles pleitos; uno en el Arzobispado, con excomuniones a quien supiera que dicho Jerónimo no había recibido más que 500 ducados del P. Juan Lucas, y no lo revelara. Mandó publicar y fulminar la excomunión delante de las dos Casas nuestras, tanto la de la Duchesca, como la de Porta Reale; y nos avergonzó, diciendo que habíamos robado 1000 escudos a Jerónimo.

Pero nunca pudo probar nada, al contrario se demostró que el P. Juan Lucas lo había tenido en Casa más de un año a expensas nuestras, y se podía demostrar, con Instrumento público, que por la casa le había pagado 1500 escudos.

548.- Intentó aún otro pleito, ahora ante Monseñor Nuncio. Contra la primera información, le hicieron un Decreto de tres puntos que ella contenía. Viendo que no podía hacer nada, enfermó el mes de noviembre de 1672, y pasó a la otra vida el 8 de diciembre. Como le acusaba la conciencia, dejó a los Padres de Porta Reale algunas bagatelas, por valor de 20 ducados, a pesar de que, por otro concepto, era deudor de seis ducados.

Esto nos ha causado grandísimos daños. Todo porque, como fue Procurador de nuestra Casa de la Duchesca, conocía nuestros intereses. Es la consecuencia de dar el manejo a una persona conocedora de la Orden. Por eso he presentado aquí su caso, para que los Superiores tengan cuidado de a quién dan la confianza de la Casa, pues no sólo sufrirán nuestros intereses, sino también el buen nombre, como sucedió con éste.

549.- Mientras estaba muriendo el Papa Inocencio X, fui, en compañía del P. Vicente de la Concepción, adonde el Cardenal Pallotta, para recibir el dinero vencido de las Misas, pensando que Ciaccone había recibido los 800 escudos que tenía asignados; pero había pasado el tiempo, y aún debíamos recibir más de 150 escudos. Respondió: -“Ahora no hay dinero, y se han descuidado. Andamos con estos enredos del Papa”. Y que tuviéramos un poco de paciencia, que nos lo pagaría todo. Y con estas palabras nos despidió.

Muerto el Papa, volvimos de nuevo a pedir al Cardenal que nos pagara, dado que teníamos grandísimas necesidades, y habíamos contraído deudas; y que, como se trata de misas celebradas, nos hiciera este favor, porque las decíamos más por caridad que por el valor de las misas dichas.

Nos respondió que había sido nombrado Superintendente General del Cónclave y no podía atendernos. Que en cuanto hubiera Papa nos pagaría todo lo que pudiéramos exigir.

Le respondió el P. Vicente, nuestro Procurador, que estábamos en extrema necesidad, que lo que habíamos ido a pedir era el dinero de las misas dichas por Monseñor Castellani; que diera orden de que nos pagaran, como había prometido antes de Cónclave.

Respondió que habíamos recibido más de lo que se nos debía, porque “Monseñor Castellani ha revocado vuestro legado por otro testamento hecho. Hagan las averiguaciones, y verán que es así”.

Con esta respuesta ambigua, nos despidió. Aquella mañana, como había pasado la hora y tuvimos que comer, no dijimos la misa.

A la mañana siguiente, hicimos las gestiones para saber qué Notario había hecho el testamento de Monseñor Castellani, y no pudimos encontrar ninguna información. Al final, fuimos adonde el Sr. Pablo de Barberiis y le contamos el caso. Nos dijo que fuéramos al Archivo Urbano, donde se conservan todas las escrituras que se hacen y todo el compendio de Roma, que fácilmente encontraríamos lo que buscábamos.

Notas

  1. Antes lo llamaba Pedro.- Ver n. 543.