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201.- Le respondió que se habían hecho católicos, y, para evitar el peligro de muerte, pues se estaba descubriendo, quería ir a Roma, para estar más seguro, porque, si caía en manos del Rey y los Ministros, los matarían. –“Sólo siento no conocer a nadie, para tener el apoyo de alguna persona, que me pueda consolar en mis angustias, pero no sé adónde acudir”.
El Caballero le respondió: -“Yo mismo escribiré una carta a un Padre español, llamado D. José Calasanz, Fundador de las Escuelas Pías, el cual tiene grandísimo crédito en la Corte Romana, y con el Papa, hace muchas obras Pías, y enseña a los niños Pobres las virtudes para ser buenos cristianos”.
El Sr. Tomás le respondió que aceptaba el favor. Que, precisamente de esto tenía necesidad, para educar a aquellos dos hijos suyos, ya que Dios los había conducido a la salvación. Que, como habían huido a causa de la fe, esperaba encontrar piedad y seguridad en Roma, para que nadie los ultrajara. Por eso, le pidió: -“Hágame el honor de la carta a este Padre”.
202.- El Caballero hizo una carta completísima al P. José, dando relación y atestiguando que el Sr. Tomás Cocchetti era Camarero del Rey de Inglaterra, la Nobleza de su mujer, que venía a Roma con dos hijos, huido de Inglaterra por haberse declarado Católico, como la mujer y los hijos; y lo recomendaba a su piedad, pues no conocía a ningún otro en Roma; que se trataba de ganar Almas, sobre todo de quien venía nuevo a la santa fe; que lo ayudara en lo que pudiera, y en particular a aquellos dos jovencitos, que aún no estaban bien instruidos, ni fundamentados en las cosas importantes de nuestra fe; sabiendo cuánto hacía él para educar a los niños pobres, le encomendaba a aquellos dos Inocentes, para que emprendieran el buen camino; y que haría un gran servicio a Dios.
Al llegar a Roma el Sr. Tomás Cocchetti, preguntó dónde estaba aquel Padre que había fundado las Escuelas Pías; se lo indicaron, fue a buscarlo, con su mujer e hijos, en una carroza, y le entregó la carta.
203.- Cuando el P. José vio la carta, le dijo que fuera a alquilar alguna Habitación, y después vería en qué podía ayudarlo; que con mucho gusto lo ayudaría, hasta donde llegaran sus fuerzas, que eran pocas; y, en cuanto a los hijos, él se encargaría de ellos.
El Sr. Tomás le respondió que, como acababa de llegar, no sabía adónde ir, sin dejar sola a la Señora; que había venido bajo su protección, como le decía aquel Caballero que le escribía desde Florencia; que, siendo él, como era, Padre de los Pobres, los aceptara también a ellos como hijos espirituales, ya que Dios los había regenerado en su santa fe, y habían dejado la herejía, y todos los bienes que tenían en Inglaterra; que tuviera la amabilidad de darles alojamiento honroso, hasta que encontrara alguna comodidad; que Dios bendito les premiaría.
204.- El Padre se enterneció al oír aquello; le mandó que fuera a la Casa de Ventura Serafellini, que vivía allí cerca, y así se lo solucionó la primera noche; le dio de comer, y le dijo que estuvieran tranquilos, que Dios les proveería por haber querido seguir su santa ley. Por la mañana les proveyó de alguna otra casa, y les dio pan, que él mismo fue a buscar al Refectorio. Después habló a Monseñor Ingoli, Secretario de Propagada Fide, si tenía noticia de un Caballero inglés, llamado Tomás Cocchetti, que había abjurado de la herejía, con su mujer, en Londres; y le dijo que sí había tenido noticia de él por un Padre dominico misionero, que le había informado de que había huido con la mujer y los hijos, sin saber adónde había ido; que él se había retirado a Escocia por miedo a ser descubierto por el Rey; y que sus padres lo andaban buscando para cogerlo entre sus manos. Después de oírle, el P. General le descubrió que estaba en Roma, y era necesario informar de ello al Papa, para que pudiera proveer de cuanto tenían necesidad. Se enteró de todo el Papa Paulo V, quiso velo, para saber de viva voz cómo había sucedido el Caso; le asignó 40 escudos al mes, y le preguntó a quién conocía en Roma.
205.- Le respondió que no conocía más que al P. José Calasanz, a quien le había recomendado un Caballero florentino que lo conocía en Londres cuando fue Embajador del Gran Duque de Florencia. –“Este Padre me ha hecho y me hace tanta Caridad, que no puedo agradecérselo bastante; sobre todo, porque ha recogido a dos hijos míos en la escuela, y él mismo les enseña, con tanto cariño, que mi mujer llora de alegría, porque en pocos días que estamos en Roma, les ha enseñado los rudimentos de la fe; y, aunque entienden poco la lengua italiana, se lo preguntan después a la madre en lengua inglesa.
El Papa sintió gran alegría, cuando Tomás le contó lo que le había ocurrido; le dijo que le agradaba mucho que sus hijos hubieran caído en manos del P. José, “quien los confirmará en la santa fe con toda diligencia. Y yo se los encomendaré a él, pues sé que lo hará con toda Caridad, como lo hace en toda Roma; verdaderamente, lo conozco como un hombre de gran Caridad. Mire, pues, las necesidades que tiene, y vuelva donde mí, que quiero gustoso ayudarle, y daré orden de que le atiendan. Tengan cuidado de que sus hijos no hablen mucho, y obsérvenlos de cerca, para que no pierdan su sencillez”.
206.- Cocchetti replicó: -“Beatísimo Padre, a mis hijos y a mi mujer ya los hemos encomendado a Dios y a la Santísima Virgen, y están en manos de aquel Padre. Que haga con ellos lo que quiera, que si se hacen Religiosos sería la mayor gracia que Dios me pueda hacer; todos estaríamos contentísimos de ello”. Y con esto, lo despidió.
El Papa mandó llamar al Padre, y quiso enterarse minuciosamente acerca del carácter de los niños; si tenían buena inteligencia; que los ayudara, y ayudara también al padre y a la madre, para que no se alejaran. Le dijo que los confirmara en la fe; que, con su ejemplo, fácilmente arrastrarán a otros, cuando esto se sepa; la Santa sede también les ayuda; por nuestra parte, no dejaremos de ayudarles. Y me gustaría que, de vez en cuando, me haga una relación”.
El Padre le respondió: -“Los niños, por lo que sé, son de buen carácter y óptima inteligencia; viven con su sencillez; espero resulten muy buenos, y no dejen de hacer lo que deben. En cuanto al Padre y a la Madre, están tan contentos y firmes en la fe que no hay por qué temer, pues son personas Nobilísimas; han dejado todos sus haberes con mucho peligro de su vida, y se han puesto en viaje tan largo, sólo por salvar sus almas, no mirando ni a riquezas ni a sangre, y han venido al seno de la Santa Iglesia. Espero que Su Santidad les asigne algo seguro, para que se animen, y escriban a su País, para invitar a otras personas Nobles, iguales a ellos, lo que puede ser abrir un sendero en estos Países, pues no sabemos lo que quiere la Divina Providencia; por lo que a mí toca, no dejaré de ayudar a unos y a otros”.
207.- Mientras vivió el Papa Paulo V, siempre se preocupó mucho de él, y nunca permitió que le faltara nada. Sus dos hijos se hicieron Religiosos de las escuelas Pías, y fueron brillantes, tanto en el espíritu como en las letras. Murió la mujer del Señor Tomás y murieron sus dos hijos, y el Sr. Tomás quedó como Maestro de Casa de la Condesa Malatesta Manzoli.
Lo que he escrito sobre todo esto, me lo contó muchas veces, y en muchas ocasiones, Tomás Cocchetti. Él murió en Roma el año 1664, después de morir la Condesa.
208.- Lo que ocurrió después, lo que yo mismo vi, en relación con este Caballero, en los últimos días de la enfermedad del P. José, sucedió de esta manera.
Dos días antes de la muerte del Venerable Viejo, por la mañana me mandaba leer un capítulo de las Morales de San Gregorio, acerca del Santo Job. Una vez, mientras estaba leyendo, vino el Sr. Tomás Cocchetti, a quien yo no conocía; entró donde el Padre, se acercó al lecho, y se dio cuenta de que el Padre se había puesto muy contento cuando lo vio; pero, no pudiendo hablar por un grandísimo resfriado, lo mandó sentarse delante de la cama, y lo escuchaba con gusto, pero no le podía responder, porque tenía la boca y el paladar llenos de mucosidades viscosas, que no podía echar fuera, por no tener fuerza; así que le respondía por señas.
De repente, el Sr. Tomás me dijo que cortara un limoncito, con un poco de azúcar, y le lo diera, que le ayudaría a expeler los esputos, y podría hablar un rato. Bajé enseguida abajo, llamé al P. Castilla, para que asistiera al Padre, “porque había llegado un viejo y quería curarle el catarro”, que yo volvería enseguida.
209.- Fui donde el Portón de la Piazza Navona, al lado del Palacio del Marqués de Torres, y encontré un limoncito; lo exprimí en agua dentro de una tazón; hice que lo bebiera, y, ayudado de una cuchara, los echó fuera; luego le dio azúcar, y, haciendo que el Padre sacara la lengua, echó fuera, no sólo lo que tenía en la boca, sino también lo más denso, que estaba en la garganta. Después, con gran alegría, comenzaron a charlar de varias cosas de aquella enfermedad que sufría, y le decía: -“Cuando Dios quiere una cosa, los médicos la atribuyen a otra”; que estaba ya resignado a la Voluntad Divina, pues había recorrido el curso de su vida. Cocchetti lloraba ante aquellas palabras, pero procuraba ocultar las lágrimas, y el Padre lo consolaba a él. Aquella franca conversación duró más de una hora. Y, como parecía que se cansaba, y se le molestaba, Cocchetti le pidió la bendición, y se despidió.
210.- Acompañamos al P. Castilla y al Sr. Tomás hasta la escalera; éste nos aconsejó que, cuando tuviera accesos de catarro, diéramos al Padre trocitos de azúcar que había en un pote, que era un remedio buenísimo, inventado por Enrique VIII, Rey de Inglaterra, y toda la Nobleza inglesa lo usa en casos semejantes; que se lo diéramos con frecuencia, que le ayudaría muchísimo. Una vez que marchó el Sr. Tomás, volví con el P. Castilla de nuevo donde el Padre, y vimos que los accesos de catarro volvían de nuevo a molestarlo. El P. Castilla se acercó inmediatamente al lecho y le dijo: “Padre, tome el limoncito, como hizo la otra vez, que así echará fuera los flemas”.
El Padre no respondió. Entonces, el P. Castilla, pensando que lo tomaría con gusto, añadió: -“Padre, tómelo, que es bueno; el Sr. Tomás nos ha dicho que esta medicina la descubrió Enrique VIII, y que todos los Nobles ingleses la emplean en estos casos”.
Cuando el Padre oyó aquello, se volvió a mí, y, con gran energía, me dijo: -“¡Échela fuera!” Yo no entendía qué quería decir, porque tenía el tazón en la mano, con el limón y la cuchara, y me replicó de nuevo que la arrojara fuera. Aún no comprendía lo que quería decir, y le repliqué: -“¿Qué quiere que arroje fuera, el tazón?” Me respondió: -“Sí arrójelo fuera”.
211.- El P. Castilla replicó: -“No la tire, Padre, tómeselo, que es bueno, la tomaba el Rey de Inglaterra”. –“No, dijo, no la quiero; ¿era un hereje, y voy a tomar una cosa inventada por él? No la quiero, tírela; prefiero morir, antes que tomar eso”. Y no se tranquilizó hasta que lo tiré, no sólo el limón, sino también la taza, que arrojé por la ventana que da al vicolo del Marqués Torres. ¡Tan fuertemente estaba enraizado en la fe aquel gran siervo de Dios! Después que se fue el P. Castilla, el Padre me dijo: -“¿Voy a tomar yo una cosa inventada por un hereje? ¡Nunca jamás! Ha hecho bien en tirarla”. En cuanto tiré la medicina, comenzó a echar fuera, ahora el catarro, y habló perfectamente, hasta que entregó el espíritu a su Creador, pues siempre conservó los sentidos; y respondía a todos perfectamente, lo que maravillaba a los que iban a visitarlo, y luego les daba la bendición.
212.- De donde se deduce que, si San Juan Evangelista no quiso entrar en los Baños, porque Cerinto era herético, la del Padre fue una buena razón para mantenerse ileso por la conservación de la fe[Notas 1].
Nuestro buen viejo no tenía presente a aquel hereje, inventor de aquella medicina, puesto que ya había muerto muchos años antes, pero el mérito fue igual; más aún, se puede creer piadosamente que fue mayor, porque la Providencia Divina, en la que él estaba fundado, enseguida le dio la curación. En efecto, no pudiendo antes hablar, por la gran cantidad de mucosidades, después habló ya perfectamente, hasta la muerte.
Ya que hemos visto tantas obras de Caridad realizadas por medio del Padre de los Pobres, José de la Madre de Dios, comenzaremos a ver las que realizó también, desde su infancia, el P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen, su primer Compañero; y después, lo que hizo cuando perteneció ya a las Escuelas Pías, aunque no sepamos todo lo que hizo. A pesar de todo, conforme se van sabiendo se van escribiendo, para que no se pierda su memoria, que son todas cosas de grandísima importancia, y de grandísimo ejemplo.
213.- Nuestro Venerable Viejo contaba muchas cosas a su Religiosos mientras estaban en la recreación, para que se ejercitaran en las virtudes, y de ellas aprendieran el modo de caminar hacia la perfección, y sacaran fruto, en vez de perder el tiempo en palabras ociosas y en murmuraciones, dado que el demonio, en aquella, hora procura introducirse poco a poco en los espíritus más rebeldes y chistosos. Por eso, pues, para animarlos, andaba contando algún ejemplo, ocurrido a nuestros mismos Padres.
214.- Le contaba su vida muchas veces el P. Pedro de la Natividad de la Virgen, llamado en el siglo Pedro Casani, de la Ciudad de Lucca, Noble, primer Compañero suyo después de la unión con los Padres de la Madre de Dios, que en aquel tiempo se llamaban, en Lucca, los Padres de Corte Landina, y en Roma, los Padres de Santa María in Portico, cuya primera fundación había hecho el P. Juan Leonardi, su Fundador, como escribe nuestro P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación en la Vida de nuestro bendito Padre.
Había entrado en la Congregación en tiempo de Paulo V. La razón de la unión con los Padres luqueses fue, que había que mantener las Escuelas, pero no había individuos para suplir en todas las clases, tanto más, que el Papa Paulo había mandado a nuestro Padre que abriera una Casa en Frascati, para enseñar a los niños, que estaban muy mal educados, y empaparlos en el temor de Dios. Esta fue la razón de la unión, y no fue otra, como escribe un Padre luqués de Santa María in Portico, quien dice fue porque el Instituto estaba a punto de desaparecer, y la unión se hizo para sostenerlo.
Hecha esta unión, el P. José se retiró a Frascati, y dejó la Casa y la Iglesia de San Pantaleón en manos del P. Pedro Casani, primer Rector, con otros Padres de Santa María in Portico; pero, a condición de que observaran estrictamente la pobreza, tal como él la había instaurado en las Escuelas Pías, y no de otra manera. Mas, como Dios le andaba diciendo que aquellos Padres estaban cambiando, a su manera la forma del Instituto, y algunos no estaban de acuerdo con abrazar la estricta Pobreza, como él quería, dejó allí como guardianes de la observancia al P. Abad Glicerio y al P. Castilla, ordenándoles que, si veían que el Instituto de las Escuelas Pías no caminaba con la misma perfección como había sido fundado, le informaran a él inmediatamente, para poder remediarlo; puesto que el Papa Paulo V, en el Breve de la unión nombraba Prefecto “sua vita durante”, a nuestro Padre; y que aquellos Padres siguieran como él había ordenado en la primera fundación de las Escuelas Pías.
215.- Tampoco era cierto que un Padre de los suyos había sido antes Visitador de las Escuelas Pías, como escribe dicho Padre luqués, en una Vida de uno de sus Padres, publicada en Lucca, cuyo nombre no recuerdo[Notas 2]. Dice muchas cosas apócrifas, cuya versad, si Dios quiere, dilucidara alguna persona más inteligente que yo; aunque también yo lo haría, pero no tengo las escrituras necesarias, como tenía en Roma.
Comenzaron, pues, estos Padres la Escuela con grandísimo fervor, mientras estuvo el P. José de Calasanz, y la hacían con grandísima perfección; pero en cuanto volvió las espaldas para dirigir él mismo la fundación de Frascati, comenzaron a vacilar. Unos decían que no podían aguantar aquella forma de vida, cargar con el cansancio de las Escuelas y con la estrechez de la Pobreza. Otros decían que, una vez abrazada era bueno seguirla. Lo decía sobre todo el Superior, que era el P. Pedro Casani, Rector de la Casa. Así que, a veces, se producían desencuentros, y así, el Instituto no se realizaba tal como había comenzado.
El P. Abad Glicerio, que veía y observaba todo aquello, dio inmediatamente aviso a Frascati al P. José, Prefecto, escribiéndole un pliego con lo que pasaba. Este folio se encontró dentro de las escrituras del P. Castilla, después de su muerte. Yo lo he leído. Luego –creyendo que no serviría- lo cogió el P. Pedro Lucas [Battaglione] de San Miguel, Asistente General, por la devoción que tenía al P. Abad, y no se sabe qué hizo de él.
216.- Cuando recibió aquella noticia, el P. Prefecto, José Calasanz, se fue volando a Roma, y en su lugar puso al P. Castilla. Éste, con gran habilidad iba observándolo todo, y sacó en conclusión que aquellos Padres no tenían buena voluntad de observar la Pobreza, como él quería. En cambio el P. Pedro Casani, amigo de la suma Pobreza y de la perfección del Instituto, sentía lo contrario de sus Compañeros. Con lo cual, el Padre Prefecto ya tenía quien seguía su recta intención; y otros, que también lo seguían. Así, comenzó, con buenas formas, acompañado siempre por el P. Abad Landriani, a ver, junto con el Papa, lo que se podía hacer, porque las cosas no iban según sus designios. Se veía también ayudado por los Cardenales Ginetti y Giustiniani, dos que habían sido Protectores del Instituto de las Escuelas Pías.
Pasaron un aviso al P. Juan Leonardi[Notas 3] y al P. Franciotti, asegurándoles que, si no abrazaban la Pobreza del P. José, era mejor que se retiraran a Santa María in Portico; y, si alguno quería quedarse en Compañía del P. José, el Papa se lo autorizaba, si el P. José lo aceptaba, pues así lo habían determinado juntos.
Cuando el P. Juan Leonardi, fundador[Notas 4], lo oyó, quiso llamar a sus Padres, y escuchar sus pareceres. Ellos determinaron que querían volverse a su Casa, que no querían vivir con tanto trabajo y estrechez; pero que, si alguno quería quedarse, lo podía hacer, que el Papa también estaba de acuerdo.
217.- Se hizo un Memorial, Papa expidió un Breve sobre el caso, y los que
no eran partidarios, dejaron las Escuelas. El P. Pedro Casani y otros once, entre sacerdotes, clérigos y hermanos, no quisieron marcharse; prefirieron quedarse, bajo la dirección y el cuidado del P. José, Prefecto.
Éste había gastado centenares de escudos en comprar un lugar donde la Fontana de Trevi, precisamente donde hoy está el Palacio del Cardenal Carpegna, el Viejo. Este lugar se lo cedió a los Padres de Lucca, sin recibir nada a cambio, diciéndoles: -“Cójanlo, pues, que Dios me proveerá de otro sitio mejor”. Y así sucedió.
218.-El Papa Paulo hizo el Breve, para hacer ver la diferencia entre las dos Congregaciones. Llamó a los Padres de las Escuelas Pías, Pobres de la Madre de Dios; y a los Luqueses, Padres de la Madre de Dios. Y, para diferenciarlos también en la Instituto de cada Congregación, a la de las Escuelas Pías le asignó un óvalo con rayos de oro, con las letras en medio, una Cruz dentro del óvalo, sobre la Cruz una Corona, y debajo la Cruz las palabras griegas METER THEOU, que quiere decir Pobres de la Madre de Dios; y a la de los P. Luqueses, casi las mismas letras, sin el óvalo, y sin la cruz ni la corona, que significa Padres de la Madre de Dios.
Esta es la verdad de la unión y de la desunión, y no como escribe el Padre luqués. Sobre estas cosas, yo quise hacer investigaciones en Roma [año 1669] junto con el P.Maracci[Notas 5], hombre de grandísima doctrina y espíritu, que ha escrito muchas obras, en particular de Fundadores Marianos, entre los cuales aparece también nuestro Venerable Padre; del dice que, por estar vivo aún, no puede escribir lo que quisiera.
El P. Maracci me respondió que me detuviera, que el libro publicado en Lucca se iba reeditar cuanto antes; hablaría con su Padre General, para que sea revisado, y poder eliminar de él las palabras que hablan contra nuestro Instituto, como también contra el P. Pedro Casani, donde lo trata de “espíritu inconstante”. Por eso, me detuve y no seguí adelante, haciendo para prohibir el libro, porque también tiene alguna otra cosa de consideración.
He querido escribir esto, para que nuestros posteriores sepan todo lo que sucedió, y quién ama el buen nombre de nuestra Orden.
En otro lugar demostraré, después, el Beneficio hecho por el Venerable Pedro de la Natividad, llamado Casani, a la Congregación de Lucca, en Nápoles, mientras era Provincial de las Escuelas Pías, pues, al querer él observar la suma Pobreza, los enriqueció a ellos con una herencia de centenares de miles de escudos, que los acreditó en Nápoles, pues no tenían dónde reclinar la cabeza, como demostraré en su lugar; aunque, después, nos han pagado con moneda falsa.
219.- Desde su niñez, el Pedro Casani mostró ser muy devoto, modesto, y dado a la oración. Le gustaba siempre contemplar la grandeza de Dios, el hacedor universal de todas las cosas del mundo. Un día sus Padres le dieron una hermosísimo pérsico, para que se lo comiera; él, viéndolo tan primoroso, orondo, y tan dorado, no se cansaba de mirarlo, y de dar gracias a Dios -tan gran bienhechor- por haberlo creado con tanto arte, y sólo para alimentar al hombre ingrato. La madre, que lo vio así, tan abstraído, le preguntó por qué no lo comía. Le respondió que era tan bonito, que no tenía valor para comérselo. –“Cómelo, hombre, le dijo, que hay otros más bonitos. Y así se lo comió. Le pareció tan sabroso, que cogió el hueso y lo enterró en una maceta. Cada mañana iba a verlo y llevarle agua; y, cuando lo necesitaba, le ponía más tierra. Todo su pensamiento entonces consistía en cultivar y contemplar aquel pérsico.
220.- Creció tanto en el primer año, que produjo doce pérsicos de la misma calidad del que se había comido, con estupor y admiración de todos los de casa. No pasaba día en que no fuera a verlos y contemplarlos. Al año siguiente, esperaba nuevos frutos, y dio otros doce, más hermosos que los primeros; no quería que nadie los tocara, sólo los cogía él mismo; y, para no disgustarlo, nadie osaba tocarlos. Pero, cuando los cogía, los repartía entre todos los de la Casa, y les decía que contemplaran la grandeza de Dios, cuánto se interesaba por sus criaturas, y que, si correspondiéramos al beneficio que nos hace el Creador, qué felices seríamos.
221.- Durante siete u ochos años, siempre cuidó aquella planta, que, cada año daba sólo doce frutos, ni más ni menos; de aquí tomaba pie, diciendo que parecía a aquella misteriosa planta de los doce Pescadores a los que llamó Cristo, para hacerlos pescadores de hombres, por lo que todos se maravillaban de la simplicidad con que hablaba.
A los dieciocho años, había estudiado ya todas las ciencias, con asombro de toda la República, al verlo tan modesto y compuesto. Todos lo querían, y lo animaban a seguir adelante, pues sacaba tanto provecho en las leyes Civiles y Canónicas, en la Teología, y en la Medicina; pero más, en las cosas espirituales, y en la contemplación de las cosas Divinas. Faltaba un profesor público en el Estudio de Lucca, y la República no sabía a quién elegir para aquel ministerio. El Oficial de entonces propuso al P. Pedro Casani, a pesar de tener solamente dieciocho o diecinueve años, porque creía que daría satisfacción no sólo en las ciencias, sino también ejemplo de buenas costumbres y modestia a sus estudiantes. Asó que, de común acuerdo, fue aceptada la proposición de profesor público.
222.- Comenzó a enseñar, pero, como por la ocupación del estudio no lograba cuidar de la maceta donde estaba el pérsico, encomendó el cuidado de él a un Sirviente de la Casa, pero enseguida se secó la planta, de donde dedujo cuán frágil es la vida del hombre, que en un abrir y cerrar de ojos está vivo, y al instante, muerto.
Todas su palabras eran (ininteligible un trozo) él había estudiado medicina (ininteligible otro trozo) me lo dijo él mismo, con ocasión de una conversación acerca de un enfermo. Era también muy habilidoso tocando el címbalo; dejaba entusiasmado a quien le oía tocarlo, aunque esto lo hacía a veces para entretenerse y sacar algún provecho espiritual, pensando cómo será la gloria del Paraíso, pues aquel instrumento produce era para él gloria en la tierra. A algunos Gentileshombres luqueses les agradaba tanto sentirle tocar, que a veces iba a su casa como distracción.
223.- Viendo el enemigo común que algún día le iba a dar mucha guerra, pensó hacerle perder la flor de su virginidad, e inculcó en el corazón de algunos Jóvenes Nobles la ponzoña, para hacerlos caer en alguna trampa, porque no estaba acostumbrado a salir en compañía de nadie, y rehuía la conversación todo lo que podía; pero, a veces, no se puede evitar.
Un día se pusieron de acuerdo para tentarlo de alguna manera que no pudiera negarse. Uno de aquellos Nobles dijo: -“Hagamos lo siguiente; decidle vosotros que tengo en mis manos un clavicímbalo que quiero comprar; pero, como no entiendo sus características, ni quiero que me engañen, deseo que venga a probarlo Pedro Casani; porque él, no sólo lo toca bien, y se distrae mucho con este instrumento, sino que está deseoso de tener cosas exquisitas. Explicadle que he recibido de Roma un bellísimo clavicímbalo, que seguramente vendrá, y, mientras toca tranquilamente y se divierte, nosotros, uno tras otro salimos, le llevamos una hermosa joven, la cerramos con él, y veremos lo qué hace, si es que no consiente a la fuerza con la Joven, y así no se atreverá más a predicar la Castidad.
224.- Les gustó a los Compañeros la diabólica invención, y se pusieron todos de acuerdo, por la mañana cuando salían de estudio, en enviarle esta embajada; y otro iría a hablar con una bellísima joven Cortesana, prometiéndole que, si hacía caer a Pedro Casani, le darían una buena propina.
Pactado el acuerdo y encontrada la joven, decidieron que, al salir del estudio, un tercero le llevara el mensaje, que con seguridad todo saldría bien; sobre todo, porque la joven era muy experta y bella.
Al salir del estudio por la mañana, se juntaron cinco de aquellos jóvenes, uno de los cuales dijo:-“Señor Pedro, al Sr. N. le ha llegado de Roma un clavicímbalo, y quiere comprarlo; pero, como no conoce bien el instrumento, por no estar práctico en el precio, desearía de Su Señoría que fuera a probarlo, pues sabemos cómo domina éste instrumento, y le quedaría siempre agradecido. Si le parece bien, sería hoy, después de comer, porque tenemos vacación, la podemos aprovechar, e iremos a escucharlo un poco.
225.- Pedro, que era amabilísimo y afable, y se genialidad le inclinaba a este instrumento, sin conocer la trampa le respondió que iría con gusto a ayudarles al Palacio de aquel Señor, a las 20 horas. Así que los compañeros se pusieron de acuerdo, y dijeron que antes de las 20 horas se encontrarían en el Palacio.
Llegada la hora, los cinco Señores se juntaron en el Portón, a esperar a Pedro Casani. Cuando lo vieron venir, lo acompañaron arriba, a la estancia donde estaba preparado el clavicímbalo. Él comenzó a mirarlo, y dijo que si la calidad correspondía a la belleza, sería digno de cualquier Príncipe del Imperio.
Pedro comenzó a tocar con tanta atención, que no miraba a nadie. Cuando los jóvenes ya vieron que estaba distraído, comenzaron a marcharse, poco a poco, uno detrás del otro. Mandaron entrar a la joven y la cerraron con llave. Se retiraron, y los dejaron solos, pensando que todo les saldría según el diseño con que el demonio había tramado la tela.
226.- La Señora, poco a poco, se fue acercando a la punta del clavicímbalo, para que, cuando él se girara, la pudiera ver.
Cuando quiso hablar a aquellos Señores de la bondad del Instrumento, vio a la Señora, y, de repente, se sonrojó y dijo: -“Váyase Su Señoría, que no está bien aquí” – pensando que sería, quizá, alguna Señora de la Casa, viéndola tan adornada.
La Señora le respondió: -“Me encanta oírle y verle tocar; me extasío con sus maneras. Y comenzó a lisonjearlo, y a acercarse al castísimo Joven, quien, al ver el peligro, escapó hacia la puerta, que golpeaba fuertemente, para que alguien lo abriera, pero nadie respondía. La Señora seguía con sus lisonjas y caricias. Al descubrir el engaño, corrió a la ventana de la calle, para pedir ayuda.
La Señora corrió también, y le dijo: -“Ahora no te escapas de mis manos, toca otro poco, que quiero bailar”; y le extendía la mano, para acercarlo y hacerle caricias.
227.- El modesto y casto Joven subió a la ventana y saltó a la calle. Pero la ventana del Palacio era muy alta; así que fue un gran milagro que no se matara; sólo se hizo mal en una pierna (por cierto ya estaba un poco débil de la pierna derecha, lo que le duró hasta la muerte). Lo llevaron a Casa lo mejor que pudieron, y, cuando el padre y la madre lo vieron de aquella manera, le preguntaron qué le había pasado. Sólo les respondió que se había caído y se había hecho daño, dando gracias a Dios de que no hubiera sido peor; y nunca quiso decir lo que le había sucedido. Llamaron a los cirujanos, y vieron que sólo se había dislocado el pie derecho, tenía una pequeña herida en la cabeza, y todo el cuerpo triturado por el golpe que recibió al caer por tierra desde tan alto. Los médicos le preguntaron dónde y cómo había caído, pero solamente respondía: -“He caído, pero, gracias a Dios, no ha ocurrido algo peor. Ahora tengo tiempo de ir a confesarme”.
228.- Llamaron al P. César Franciotti de Santa María di Corte Landina, para que viniera a confesarlo. Le dijo que estuviera contento, pues esperaba que, con la ayuda de Dios, se pusiera bien; que pensara sólo en curarse, “pues no sabemos lo que Dios quiere”; y que le enviaría adonde P. Juan Leonardi.
Cuando el P. César Franciotti salió, dijo a la madre que confiara en la Santísima Virgen de Corte Landina; que no sería nada; e hiciera oración para que ella le devolviera la salud.
Los jóvenes que habían hecho tanto ruido, se excusaban entre ellos de haber cometido un error tan grande, como querer que perdiera la castidad a aquel Joven. Pero que, viendo la constancia de Pedro, se habían enmendado. No se sabe su final, porque de esto no ya habló más. Él, en cuanto sanó, se retiró con aquellos Padre de Corte Landina, una Congregación de curas seculares, que había fundado el P. Juan Leonardi con autoridad del Obispo de Lucca. Ahora, en Roma, se llaman Padres de Santa María in Portico, y en Nápoles Padres Luqueses.
229.- Este caso lo contaba el H. Juan [Prosperi] de San Francisco, luqués; él, que también fue uno de aquellos Padres de Santa María in Portico, y uno de los doce que quedaron en las Escuelas Pías con nuestro P. Pedro, cuando se hizo la desunión. Murió en Chieti, de la peste, el año 1656. Yo lo conocí; era un gran siervo de Dios. Cuando yo era novicio, los años 1637 y 1638, él estaba en el Noviciado; y tanto el Fundador y General, como el P. Juan Esteban Spinola, lo apreciaban mucho. Siempre estaba hablando de las virtudes del P. Juan Leonardi, del P. César Franciotti, del P. Guinegi, y de otros, que fueron luego los primeros compañeros de nuestro P. Pedro Casani. Todos estos Padres eran hombres de grandísima mortificación. El P. Juan Leonardi compuso un libro titulado Instrucción de una Familia Cristiana. De él mismo, yo tuve otro libro, el año 1648, cuando aún vivía. Antes de morir, un día fuimos a verlo con dicho H. Juan a Santa María in Portico.
Nuestro Venerable Viejo, un día, yendo con los Padres a la recreación que solíamos hacer después de comer, para que todos sacaran provecho y se dieran al Amor de Dios, les contó un caso sucedido al P. Pedro de la Natividad de la Virgen, llamado antes Pedro Casani, de Lucca, cuando éste era Provincial en Nápoles, hacia el año 1628. Él solía hacer esto para mantenerlos ejercitados en la virtud y en el Amor de Dios. El caso lo conocía, porque el P. Pedro -como todo el mundo sabe- contaba al P. General, su Cabeza y Superior, todo lo que le sucedía.
230.- Solía nuestro Padre Pedro, cuando se levantaba por la mañana para ir a hacer la oración, primero, encomendarse a su Ángel de la Guarda, y, recitar el salmo que el P. General había puesto en las Reglas de Novicios, que dice: “Quam dilecta tabernacula tua Domine vietutum, etc.”, y la oración al Ángel Custodio. Pero, después, terminaba con otra oración que decía:
“Señor, os pido la gracia de no separarme nunca de vos; acogedme en vuestros brazos, y haced que mi corazón no piense más que en vuestro amor; sujetadlo, para que nunca se escape de vuestras manos, y haced, Señor mío, que sea como el cachorrito de una Dama que, por el amor que le tiene, lo estrecha siempre en su brazos, lo aprieta contra su corazón, lo besa y le hace mimos, para que nunca se aparte de ella. Y si, por casualidad, alguna vez se le escapa de las manos, vuelve a atarlo ligeramente, el cuello, con una fina correa, para que nunca vuelva a escaparse”.
231.- “Lo mismo os pido yo, Señor, atad este corazón mío con un lazo de Amor, para que no piense más que en mi bien, Dios mío, Creador mío. Y al ofrecerte las primicias del Tributo de este día, permitid a mi corazón, atado por Vos, que, cuando vaya a la oración mental, haga primero la composición de lugar; hazme ver en mi acto de Contrición que conozca mi nada, que no soy bueno más que para ofenderos, que sin vuestra ayuda no haré nunca cosa buena; pero, teniéndome atado el corazón, estaré siempre vigilante en la oración. Y si llega el caso de que me desvíe con algún otro pensamiento distinto de la oración, dad un tirón, os lo suplico, al lazo con tenéis atado a vuestro cachorrito, para que no me separe de vuestro lado, y vuelva pronto a la oración”.
232.- Estaba acostumbrado a hacer estas consideraciones cada mañana, cuando se preparaba a ir a la oración. Se mantuvo algunos años con estas peticiones, pidiendo que su Amado Señor le atara el Corazón, y lo tuviera encadenado, para no apartarse nunca de su amor; “con viva esperanza –decía- de conseguir los efectos que le pido”.
Un día de Navidad de nuestro Redentor, tuvo que cantar la Misa, para la cual hizo su preparación con los sentimientos y afectos de devoción que esteba acostumbrado a sentir. Al llegar al primer memento, le tiraron de la casulla, y, nada más tocarlo, dio un gran suspiro, como si alguien le hubiera hecho alguna ofensa; entonces el monaguillo le dijo que continuara la Misa, para que no se cansara el público con tanta largura. A los monaguillos les parecía que se había despertado de un profundo sueño. Terminó la Misa con grandísima devoción; y, al preguntarle qué le había pasado, respondió que había tenido un fallo de corazón, y pensaba morir; y al tirarle de la casulla, le había desaparecido sin más. Pero los monaguillos, que sabían lo que era, se dijeron entre ellos: -“Mira cómo sabe disimular los consuelos divinos, sobre todo en esta solemnidad”.
233.- Luego habló con el Fundador, y le dijo que, mientras hacía el primer memento, se le apareció el Niño Jesús, se soltó el vestido, le mostró el pecho, le transverberó el Corazón, y lo ató con lazo. Y que, cuando el monaguillo le tiró de la casulla, el tierno Niño le dio un golpecito con el lazo con le que le había ceñido el corazón, de tal manera que, por el dolor, pensaba morir, y por eso dio aquel profundo suspiro, que salió de lo íntimo del corazón; que, desde entonces en adelante, Dios nunca lo había abandonado; y que, por eso, llevaba consigo la Imagen del Salvador, pintado por una virgencita, que la pintó tal como él lo vio; porque le decía que la pintara como él le decía.
Este caso lo contó el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, napolitano, de Tierra di Lauro, a los Novicios de las Escuelas Pías de Palermo, afirmando que todo lo había escuchado de boca del Venerable Padre Fundador, que se lo contaba a los Padres en la recreación, para animarlos a hacer oración, “porque Dios no abandona nunca a quien le sirve fielmente”.
234.- Otro que oyó este caso, fue el P. Vicente [Chiave] de San Francisco, de Palermo, mientras era Novicio, en la misma Casa de Palermo, el año 1634.
Pero, para mayor seguridad, el mismo P. Vicente dice haber oído que lo confirmó el Venerable P. Pedro, el año 1637 en Roma.
Ocurrió de esta manera.
Se leía en el refectorio la vida de una santa, a la que le sucedió una cosa parecida a la del P. Pedro, y le vino a la memoria lo que había oído en Palermo al H. Marco Antonio de la Cruz. Terminada la mesa, salió primero del refectorio el P. Pedro, porque no estaba el P. General; como el P. Vicente entonces era Clérigo, estaba cerca del umbral de dentro, y oyó hablar al P. Pedro, mientras se lavaba las manos, -y a mí también me sucedió lo mismo- y, al volverse, vio al P. Vicente, pero no dijo nada. Así es como dice el P. Vicente que lo oyó de boca del mismo P. Pedro, como lo ha contado muchas veces, y hoy en particular, que es el 25 de enero de 1673.
235.-Al ser fundada la Congregación Paulina por el Papa Paulo V,
-como escribe el P. Pedro de la Natividad en la Vida del Fundador, éste eligió como primer Maestro de Novicios al mismo P. Pedro de la Natividad. En aquel tiempo se cambiaba el nombre gentilicio por el de algún santo, y él, de Pedro Casani, pasó a llamarse de la Santísima Virgen. A ejemplo y virtud suya, comenzó con una Pobreza tan grande, que era algo insufrible. Fueron Novicios suyos el P. Abad Glicerio de Cristo, llamado Glicerio Landriani[Notas 6]; el P. Francisco [Lamberti] de la Madre de Dios, llamado en el siglo Francisco Fabio, de Palermo; Viviano Viviani, que fue Auditor de la Rota de Roma, de Peruggia; Francisco de la Purificación, llamado Francisco Castelli, Cortesano, de Castiglione Fiorentino; Pablo de la Asunción, llamado Pablo Ottonelli, de Fanano, Capitán del Duque de Módena; Santiago [Graziani] de San Pablo, de Sassuolo; Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, Doctor y Juez en Palermo; Francisco [Baldi] de la Anunciación, de Peruggia; Santino [Lunardi] de San Leonardo, de Lucca; y otros, sacerdotes y hermanos, que resultaron ser hombres de gran espíritu, letras y prudencia, de los que se podrían decir grandes cosas, aunque sólo digamos algunas, según se vaya presentando la ocasión.
236.- Cuando ya estaba estabilizada la Congregación Paulina, el Fundador comenzó a ver y escrutar a los que fueran buenos para ser admitidos a la Profesión de votos simples, porque ellos querían profesar. Pero había uno que no era a propósito, porque, por el conocimiento anterior, no lo consideraba apto para el Instituto; no lo encontraba fiel, pues, a veces hacía que los Alumnos le llevaran alguna cosilla, de poca importancia, lo que el Fundador consideraba delito gravísimo. El Padre lo llamó, y, con palabras caritativas, le dijo que procurara encontrar alguna manera de vivir honestamente, y que, si él le podía ayudar, lo ayudaría en todo momento.
237.-Éste, dominado por su pasión, le respondió de mala manera, enfurecido, que él había servido, y quería hacer la Profesión de votos como los demás; que nadie podía despedirlo, y haría lo que debía. El Padre, con buenas palabras, le iba exhortando que la Comunidad no era buena para él, pues quería vivir siempre a su manera, y, por eso, tampoco a sus Compañeros les parecía bien aceptarlo. Que comiera y bebiera en Casa mientras encontraba otra comodidad, pero ya le había provisto a la Clase de otro Maestro.
Al oír esto, enfurecido, alzó un palo, intentando dar en la cabeza al Fundador.
Quiso Dios que se encontrara allí presente el P. Pablo Ottonelli, quien alzó el brazo y le salvó del golpe, que cayó sobre el brazo del P. Pablo.
El P. José, con palabras afables, dijo a aquel Cura que se lo diera, y no siguiera, que aquella había sido una tentación (deteriorado) amenazarlos a los dos; y a ellos, que, como Religiosos, debían perdonar las injurias por amor de Dios.
238.-Quedó tan confuso aquel Cura, que se arrojó a los pies del P. Fundador; le pidió perdón, y, llorando a lágrima viva le besó, diciendo que lo perdonara por amor de Dios, como también hizo el P. Pablo.
El Padre lo abrazó, diciéndole que él ya lo había perdonado, que pidiera perdón de sus culpas a Dios bendito; que, siendo sacerdote, uno no debe dejarse arrastrar tanto por su pasión, ni vencer por demonio de aquella manera; que, como había dado un escándalo muy grande, pidiera perdón, primero a Dios, y después al P. Pablo, a quien había hecho daño en el brazo; procurara reconciliarse, y cumpliera la penitencia que le pusiera el Confesor; y que él ya no quería saber más.
El Cura pidió perdón al P. Pablo con toda sinceridad, y él también se echó a llorar, diciéndole que lo perdonaba, pero que buscara otro pan, que no podía estar más con ellos, por el poco respeto que había tenido con el Padre, y no pensara más en pisar su Casa, por muchas razones.
Se retiró el P. José, y ellos dos se quedaron discutiendo, porque no quería irse. Entonces, el P. Santiago [Graziani] comenzó a decirle también que se fuera, por las buenas, que él pediría al P. General le diera algo con que poder vivir algunas semanas.
239.- El Cura le respondió: -“¡Al majo que me eche, le costará la vida!”.
-“¡Yo te echo fuera!”; y cogiéndolo por el brazo lo echó de casa, diciéndole que ni siquiera pasara por las Escuelas Pías. Ante esta firmeza, todos los demás temblaban, pensando que les podría suceder lo mismo, y fueron al P. General, encomendándose a él; le decían que, aunque no querían comprometerse con los votos, querían quedarse y servirle.
El Padre los acogió a todos, y les dijo que procuraran estar contentos y cumplieran fielmente con el Instituto, que él los trataría a todos como hijos, que le dijeran las necesidades que tenían, que los atendería.
A la mañana siguiente mandó llamar al Cura despedido, le dio no sé cuánto dinero para poderse defender, y le dijo que pusiera una escuela, que él les enviaría alumnos que pudieran pagar, y les enseñara, no sólo las letras sino también el temor de Dios; y que, fuera de la escuela, no tratara nunca con sus alumnos; que así sacaría provecho para él y para ellos, pues la demasiada familiaridad genera vicios; que fuera con frecuencia adonde él, que le daría consejos necesarios para hacer el bien.
-(ilegible) contento, puso la escuela, fue buen Maestro e hizo el bien (ilegible) contaba el P. Castilla ejemplo de Maestros (ilegible) [no] cogieran nada de los alumnos, ni fuera de la escuela tuvieran (ilegible).
240.- Otro caso parecido a éste sucedió mientras existió la Congregación Paulina. Había un Maestro de Gramática que cogió un tintero que le había prestado un alumno suyo. Lo supo el P. Fundador, lo llamó y le preguntó si era verdad. Lo negó; pero, cuando se vio la verdad, sin más, lo echó fuera; igual despidió a otros dos que había actuado contra las Constituciones.
Enviaron un Memorial al Papa sobre ello, que fue enviado a la Congregación del Concilio, donde era Secretario Monseñor Paolucci, a quien la Congregación dijo que informara al P. General. Éste le dijo que era cierto que los había enviado fuera; que lo podía hacer, porque las Constituciones aprobadas por la Sede Apostólica se lo autorizaban, que no quería gente inobservante, como era este caso, de coger alguna cosa a alumnos y escandalizarlos. –“Ésta ha sido la causa”.
La causa se discutió en Congregación, y el secretario le dijo que no actuara con tanto rigor; que aquéllos habían hecho los votos simples, y no era fácil despedirlos tan fácilmente.
241.- Estos escritos me los enseñó Monseñor Agostini, limosnero del Papa Clemente VIII, cuando estaba tratando sobre la reintegración de la Orden, y él era uno de los tres Prelados delegados. Los escritos los había dejado el Cardenal Paolucci, su tío, cuando murió. Y me dijo que cuidáramos muy bien la observancia, “como lo hacía el P. Fundador”; que si todas las demás Órdenes hicieran lo mismo, nunca existirían disturbios.
He querido poner este ejemplo, para que nuestros Superiores estén atentos a quién admiten en las Escuelas, por lo que pueda suceder cada jornada, sobre todo los Prefectos que las dirigen, que deben ser personas de gran Caridad; pero muy atentos a lo que puede suceder en cada jornada.
242.- Para ver cuánto quería el P. Fundador al P. Pedro de la Natividad a la Virgen, diremos algunas cosas, aunque parezcan extravagantes, que traspasaban los límites de lo que le había ordenado, o de lo que mandaban las Constituciones.
La República de Génova, y otros Caballeros privados, instaron al P. General a que enviara una persona capaz a fundar las Escuelas Pías en la Ciudad, pues ya habían sido introducidas en Carcare, lugar cercano a aquel Estado. De una manera especial, lo pedía el Sr. Nicolás Spinola, padre del P. Juan Esteba de la Madre de Dios. Este Señor, que, como era cojo, lo llamaban Renco, era hombre de gran piedad y Caridad para con los Pobres.
El P. José, Fundador, eligió al P. Pedro [Casani], su primer Compañero, para que hiciera aquella fundación, con la fuerzan del espíritu que le había comunicado, recordándole la observancia de la Regla, y los buenos ejemplo que debía dar sus súbditos en aquella República, ya que Dios le había abierto una puerta de nueva fundación.
Cuando el P. Pedro llegó a Génova, fue recibido como si hubiera llegado un Ángel del Paraíso; adquirió tal crédito en la Ciudad, que se daba el hecho de no poder salir de Casa, porque le cortaban el hábito por devoción, sin que se pudiera defender. Si predicaba o hacía otras funciones, causaba tanta satisfacción, que todo el mundo buscaba tener algo suyo; y, aunque rehuía de aquellas ostentaciones, no podía salir de Casa, e iban a llevarlo en litera, para que no tuviera que molestarse.
243.- Estaba en una casa miserable, y no quería que le sirvieran nada; se conformaba con lo que llevaban los limosneros.
La piedad Sr. N. Spínola, padre de nuestro P. Juan Esteban -al ver que donde estaban los Padres no era sitio a propósito para hacer una fundación de cimientos y una Iglesia digna de la Ciudad- pidió a muchos amigos y parientes suyos, si querían voluntariamente suscribir una tasa con lo que quisieran (ilegible) para comenzar a buscar el lugar, comenzando por proyectar el edificio, haciendo un plano, y dieron, de momento, una cantidad de cincuenta mil escudos. Algunos Señores le decían a Spínola que, si ordenaba darle comienzo, no dejara de pedir lo que hiciera falta.
Cuando encontraron el lugar, y el mejor Arquitecto de la República hizo el plano, llamaron al P. Pedro, que fuera a ver qué le parecía el lugar. Comenzaron a hacer el foso según el plano, y le enseñaron dónde se iba a levantar la Iglesia, y su largo y ancho, a lo que él respondió: -“Señores, éste no es un edificio para Pobres (ilegible) Ricos; y si hay que hacer el Convento (ilegible) creo que es suficiente hacerlo de tierra (ilegible) la Pobreza no lleva consigo un gasto exagerado (ilegible) [no] puedo autorizar este suntuoso edificio, que por eso dejé la Congregación de los Padres de Lucca, para ser más pobre que las otras Órdenes”.
244.- El Caballero Spinola se alteró mucho ante aquellas propuestas, y le dijo que no iba de acuerdo con renombre hacer un edificio de tierra y arcilla, y una Iglesia que no tuviera capacidad para la Ciudad, que se convenciera y les dejara hacer a ellos, y no se preocupara del el gasto que debían hacer; que les echara la culpa a ellos mismos, y a su Fundador, que es la persona capacitada de la Orden, porque la pobreza no consiste en la Iglesia, ni en el edificio del convento, sino sólo en no tener bienes propios. No fue posible que aceptara realizar el plano; decía que no era cosa propia de las Escuelas Pías. Con esto se enfrió este asunto, y no se hizo más.
245.- Algunos de aquellos Señores lo tomaron a bien, porque era tan amante de la Pobreza y apartado de las cosas del mundo; otros, se quedaron extrañados; decían que no podían comprender el hecho de que una Orden, “aunque sea pobrísima, no tenga las comodidades necesarias”. Así que no se hizo nada más.
Todo este caso me lo ha contado muchas veces el P. Juan Esteban de la Madre de Dios, hijo del Caballero Spinola, con ocasión de que en Génova, en este tiempo, dado el crédito y el ejemplo grade del P. Pedro, habríamos podido tener el Convento más hermoso de los que había en la Ciudad.
246.-El P. Pedro volvió después a Roma. Un día fue a hablar con él la Princesa Pretti, que había mandado construir un Convento, en La Mentana, para nuestros Padres, por la gran confianza y devoción que tenía, tanto al P. Fundador, como al P. Pedro. Le pidió que pidiera a Dios que le enviara un hijo varón, que ella haría todo lo que mandara (falta texto desaparecido) esta Señora no tenía hijos ni heredero (falta texto) de sus riquezas.
(Falta texto desaparecido) le prometiera que, si Dios la consolaba dándole un hijo, lo (falta texto) consagraría a la Santísima Virgen, y lo haría de las Escuelas Pías.
No puedo prometer eso, dijo la Princesa; lo quiero para mí, no para que se haga Religioso.
Le replicó: -“Su Señoría no tendrá hijos, como nunca ha tenido. Su Principado (ilegible) lo tuvo después el Cardenal Montalto.
247.- Era tan ameno al predicar y al conversar familiarmente de las cosas espirituales, que causaba maravilla. Predicó en la Iglesia de San. Lorenzo in Damaso muchas veces, que era la misma residencia del Cardenal Canciller. Yo mismo, como él era viejo, lo he acompañé a los Monasterios de Santa Cecilia, y de Santa Marta; y lo solicitaban también las Monjas del Cardenal Ginetti, Vicario del Papa, quien le pedía que fuera a consolarlas. Como era muy obediente, cuando le llamaban, iba, primero, donde el P. General a pedirle permiso, si quería que fuera a Santa Cecilia, porque se lo pedía el Cardenal Vicario. El Padre le respondía que fuera, que, si era así, ya no le correspondía a él dar la autorización, que no era nadie. Entonces el P. Pedro le respondía: -“¿Acaso pierdo algo pidiendo la bendición, pidiéndola con toda humildad?”. Y, luego, contento con ella, se iba donde el P. Castilla, el Superior de la Casa; le pedía la bendición, se arrodillaba, y le solicitaba el Acompañante para ir donde las Monjas, “porque así me lo pide el Cardenal”.
248.- El P. Castilla le respondía que escogiera a quien le pareciera bien, pues él mismo -después del P. General- era el primero. A veces me llamaba y me decía que si alguna monja me daba algo, no lo cogiera, que él no quería nada de nadie.
Comenzaba a predicar con todo el fervor, mostrándoles cuán obligadas estaban a la observancia de los votos y de sus Reglas; que rehuyeran el excesivo correteo, y la charlatanería en el hablar; pero, si era necesario hablar lo hicieran siempre de cosas espirituales, para que el prójimo quedara siempre edificado; que evitaran las palabras ociosas, que son incentivo para cosas perniciosas, porque tenían la vocación de consagrarse a Dios y estaban obligadas a observar lo que le habían prometido. Todo lo decía con tanto espíritu y gracia, que les hacía llorar; pero luego quedaban tan consoladas, que, cuando se iba, se arrodillaban todas para recibir su bendición.
Recuerdo que, una vez, la sobrina del Cardenal Ginetti le dijo que quería contarle no sé qué, que tuviera la bondad de esperar, que iba arriba. Vino la monja y le trajo dos pañuelos; pero no fue posible que los cogiera. Agradeciéndoselos, le dijo que él no usaba aquellas cosas, ni las podía aceptar sin el permiso de su Superior; y que ella tampoco podía dárselos. Que no iba adonde ellas más que por obediencia, no por interés. Esto le sucedió muchas veces en mi presencia. Tan desprendido estaba de todo.
249.- Otra vez, pasó por Parma, y se alojó en Casa de D. Apio Conti, Duque de Poli. La Sra. Dña. Jacinta San Vitale, su mujer, le preguntó si tendría prole, porque el P. General le había dicho muchas veces que la tendría, pero no veía que la promesa se estuviera cumpliendo. Le respondió que aceptara lo que Dios le mandaba, y se conformara con su voluntad. Tuvo la Señora una hija, pero le duró pocos años, y se fue al Paraíso. Esto me lo han contado la misma Señora Duquesa Dña. Jacinta y el Duque D. Apio, su marido. También predijo la prole a la Duquesa de Parma y a la Duquesa de Módena, por lo que todas estas Señoras le tenían grandísima devoción.
250.- El año 1624 el Sr. Francisco Radice hizo una petición al P. General de parte de la Ciudad de Mesina, para que mandara a algún Padre a fundar en aquella ciudad, diciéndole que le darían todas las facilidades. El P. General eligió al P. Pedro, como persona observante y de gran ejemplo; y se fue, con algunos otros, a hacer aquella fundación con todo decoro. Pedro tuvo enemigos contrarios, que, con distintos pretextos, no le dejaron conseguir el resultado que pretendía. Sobre todo, como el Arzobispo de Mesina se encontraba en Roma, dejaba hacer al Vicario General; además, corría la voz de que los otros Religiosos también le eran contrarios.
Así escribía a Nápoles, al P. Santiago [Graziani] de San Pablo, el P. General, con fecha 29 de octubre de 1626, como se contiene en el libro de cartas recogidas por mí. El párrafo dice de esta manera: “En cuanto al Señor Francisco Radice, puede decirle que, desde Mesina, me escriben que los Padres de san Bernardo ni han hecho ni hacen instancia contra nosotros, sino que todo lo ha urdido el Vicario General del Capítulo, que andaba buscando dónde poder apoyarse para oponerse a nuestro Instituto. Entérese de si dicho Señor Francisco Radice ha hablado con Monseñor Arzobispo de Mesina, y qué respuesta ha recibido. Pero, primero, quisiera que V. R. se entere, por el H. Nicolás María [Gavotti], de si el Sr. Carlos Gavotti ha hablado con el Cardenal Sacchetti para que recomiende nuestra obra al Arzobispo, y de cuándo va a salir el Arzobispo para Mesina, para que yo pueda hablar con él aún aquí, etc.”. En el Libro, es la 2ª carta.
Notas
- ↑ Los más antiguos escritores hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo, cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban: "¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".
- ↑ Al margen del folio, hay una nota que dice: “El Padre Jerónimo Fiorentini, en Vida del V. P. Juan Bautista Cioni, 1.3, c. 15, p.239, impresa en Lucca el año 1657”.
- ↑ En una nota al margen se lee: “Fundador de los Padres luqueses” – Y otra mano escribe encima: “Alejandro Bernardini, Prepósito General”.
- ↑ Una mano escribe encima: “General Bernardini”.
- ↑ Una nota al margen dice: “Hipólito Maracci, ilustre escritor de los Padres luqueses. P. Fiorentini, Vita del P. Cioni”.
- ↑ En una nota al margen del folio se dice: “De Milán, pariente próximo de San Carlos de Borromeo”.