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[251-300]

251.- Hacía ya dos años que el P. Pedro estaba en Mesina, donde había abierto las Escuelas, pero nunca había podido obtener el beneplácito del Arzobispo, aunque lo habían obtenido ya la mayor parte de las Órdenes; empleaba el pretexto de que la ciudad de Mesina era pequeña. Los Padres no podían vivir, porque había muchas Órdenes de mendicantes; así que el P. Pedro no podía comenzar el edificio ni abrir la Iglesia; tenía que servirse de la Iglesia de Santo Tomás, cerca de donde había abierto las Escuelas. A aquella iglesia enviaba a los alumnos a oír la misa, y mandaba hacer las Comuniones y Conferencias espirituales, como de costumbre; pero los Padres no decían la misa.

252.- Cuando Monseñor Arzobispo volvió de Roma a Mesina, el P. Pedro intentó muchas veces obtener la autorización, ya que no había podido obtenerla del Vicario General, que siempre le respondía que las Escuelas Pías no eran necesarias en Mesina, porque ya estaban los Padres jesuitas; que ellos bastaban; y había demasiados Religiosos mendicantes; que, por eso, él no estaba dispuesto a dar este consentimiento, a pesar de que en Roma se lo había pedido el Cardenal Sacchetti, y en Nápoles el Regente Carlos Tapia; que no pensara en conseguirlo nunca. Que se lo diera la Ciudad, si era necesario. Y que nunca se abriría la Iglesia mientras él estuviera vivo. Esto no tenía otra excusa que sus pleitos con la Ciudad, sobre un caso que le había sucedido, y, para dar gusto a los que eran contrarios a nuestro Instituto. El Arzobispo, en cambio, estaba siempre en casa de los Padres jesuitas.

253.- Viendo el P. Pedro la obstinación del Arzobispo, se lo comunicó al P. General, que se encontraba en la Fundación de Nápoles. Esto fue el año 1626. El P. General le respondió que, como no podía obtener el consentimiento del Arzobispo, ni Dios parecía permitir que la fundación se consiguiera, se fuera a Nápoles, hasta que Dios mismo abriera otro camino. Que todo era un artificio del común enemigo, para que no se hiciera esta Caridad a aquellos Pobres Ciudadanos. Pero, que dejara allí al H. Francisco [Noberascio] del Santo Ángel de la Guarda, genovés y cocinero, con otros dos Compañeros del País, para que cuidaran de las cosas, hasta que Dios proveyera.

El P. Pedro se fue, y llegó a Nápoles en el mes de abril de 1627. El P. General se fue de Nápoles a Roma, a su Residencia. Como había quedado el H. Francisco del Santo Ángel de la Guarda en Mesina, pero las Escuelas se había suprimido ya, y los Padres se habían ido, un día, Hermano Francisco se fue donde Monseñor Obispo, y le dijo que el P. Pedro se marchado a Nápoles, adonde lo había llamado el P. Fundador, y había sacado de las Escuelas a los Maestros; y sólo había quedado él con dos Compañeros. Y que, el favor que no había podido conseguir el P. Pedro, hombre tan siervo de Dios y docto en todas las ciencias, se lo hiciera a él; le diera el consentimiento para abrir la Iglesia, porque los Padres habían ordenado que, en el puesto del P. Pedro, se quedara el Cocinero.

254.- El Arzobispo se echó a reír, diciéndole que Mesina no era un país para ellos, que el P. Pedro había hecho bien en irse y quitar las escuelas; y que en Mesina no faltaba quien las hiciera.

El H. Francisco entró en sus fervores, y dijo: -“Ilmo. Monseñor, sepa que, en cuanto usted salga de Mesina, entrarán las Escuelas Pías, y entrarán con mayor gloria; pero no creo que pueda usted volver, lo que daría igual, porque tendría que darnos el consentimiento, cuando menos se lo pensara.

A lo que el Arzobispo respondió que fuera a hacer la cocina a otro sitio, que Mesina no era país para él.

El Hermano le replicó que era cierto que no era País para él, que no estaría, pero tampoco era pará él, porque no lo dejarían estar; y con esto se despidió.

255.-Al cabo de pocos días, Monseñor Arzobispo fue a hacer una visita a Milazzo, lugar de su Diócesis, y la Monarquía le dio orden de que no volviera más a Mesina, para evitar cierto peligro que podría darse; porque la Ciudad de ninguna manera lo quería, a causa de algunos desórdenes sucedidos, por la imprudencia de Monseñor arzobispo, como se dirá más adelante.

Y, en efecto, Monseñor Arzobispo no volvió más a Mesina, sino que, el año 1634 fue a Palermo. Allí, el Duque de Alcalá le dijo:

- “Monseñor Arzobispo, quiero que me haga un favor, que no es de su agrado, y no me gustaría que me lo niegue, pues es una cosa de mucha Caridad”. Y el Arzobispo le respondió: -“¿En qué puedo servir a Su Excelencia, que es el Virrey y Monarca del Reino?” –“Es verdad –le replicó- pero le pido el servicio, y le digo cuál es; si no me lo quiere hacer, no lo molestaré más; basta con que me diga que lo hará”. –“Ya que Su Excelencia me lo manda –siguió diciendo-, estoy prontísimo a servirle en lo que de dependa de mi arbitrio y voluntad, sabiendo cuánto le debo y cuán obligado le estoy”.

256.- El Duque de Alcalá le dijo: -“El favor que le pido es que dé el consentimiento a los Padres de las Escuelas Pías, para que puedan fundar su Instituto en Mesina, y, en su momento, abrir allí hacer allí una Iglesia. Además del gran beneficio que significará para aquella Ciudad, yo le quedaré por siempre agradecido. No importa que los Padres se hayan ido; si confirma esta voluntad, yo ya he cumplido con quien estoy obligado. Es un servicio de Dios, en el que todos debemos cooperar, dejando de lado las pasiones”.

El Arzobispo quedó aturdido. Le respondió que, si así se lo pedía, lo haría con gusto; que enviara a un Padre al Gesù con un Memorial, donde él se alojaba, y lo haría; tanto más cuanto que había hablado también de ello con el Cardenal Doria, Arzobispo de Palermo, y, aunque era cierto que Su Excelencia no se la había negado del todo, podría decirle sobre esto una palabra, “para que no crea que lo hago por Su Excelencia, y no por él, pues ya sabe cómo es el Cardenal”. El Virrey le replicó: -“No le importe, pues yo también le he hablado ya de ello”.

El Arzobispo mandó llamar al P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, le dijo que hiciera el Memorial, que fuera al Gesù, y se lo presentara al Arzobispo de Mesina, y éste le daría el consentimiento, como le había prometido. –“Y hágalo pronto, no perdamos la ocasión, porque me ha dado la palabra”.

El P. Melchor fue enseguida al Gesù, encontró al Arzobispo, y le dio el Memorial de parte del Virrey, para que hiciera el favor, tal como habían comentado, que ya había hablado al Cardenal Doria, y le había respondido que también él se lo había pedido.

Finalmente, el Arzobispo, muy enfadado, cogió el Memorial, le dijo al P. Melchor que, al final, había vencido, y añadió: –“Esto lo hago contra mi voluntad, pues no entiendo a para que vale este consentimiento, cuando los Padres ya se han ido. Firmó el Memorial, y le concedió lo que pedía.

El P. Melchor que no era tan dado a descuidos, fue donde el Virrey, a agradecérselo, y le pidió licencia para ir a Mesina, antes de que el Arzobispo saliera de Palermo, para que no se lo impidiera el Vicario, con alguna intriga.

257.- Cuando el P. Melchor volvió a Casa, se dispuso a ir a Mesina, y llevó con él al P. Juan Francisco [Díaz] de la Madre de Dios, napolitano, para que se quedara él, con otros dos, en su lugar, mientras se escribía a Roma, para que fueran otros Padres.

Cuando los Padres llegaron a Mesina hicieron la fundación, con la ayuda del Virrey, sin ninguna dificultad. Así se cumplió lo que había dicho el H. Francisco [Noberascio] del Santo Ángel de la Guarda, que cuando el Arzobispo se fuera, ya no volvería más; en cambio los Padres volverían a Mesina, porque él les habría dado el permiso.

Se cumplió también lo que escribió el P. General al P. Pedro desde Nápoles, cuando aquél estaba en Mesina; es decir, que entonces no era el momento oportuno, que se viniera a Nápoles; y, cuando Dios abriera otro camino, se obtendría el consentimiento. Éste fue el comienzo de la fundación. Era el año 1634.

El Arzobispo ya no volvió más a Mesina, porque la Ciudad no lo quería. Murió en Milazzo, y los mesinenses lo celebraron con una grandísima alegría, porque habían sufrido un pleito contra el Arzobispo, porque había sido ´demasiado docto y vigilante´, al querer suprimir muchos abusos de concubinato, usura, y otros vicios que había en el Reino, pero sin la prudencia que se requería; por eso le surgieron revueltas y enemistades; de tal manera que todos andaban confundidos; y por eso mismo no permaneció en Mesina. La explicación completa es como sigue.

258.-. En cuanto el Arzobispo hizo las ceremonias de toma de posesión del Arzobispado, abrió un boquete en la pared de una habitación de entrada, e hizo un ventanillo con su llave -pues no confiaba a nadie-, para lugar donde meter las cartas del correo., y una inscripción, indicando dónde se debían meter los memoriales secretos, y las relaciones de los que vivían en concubinato; cuando una relación resultaba verdadera, Monseñor Arzobispo ofrecía una buena propina.

Esta fue la causa de que no lo pudieran aguantar, de que algunos graciosos, bien por enemistad, o para recibir una buna propina, metían cosas falsas, o descubrían otras de personas importantes, que eran impensadas, tal como las contaban. Hicieron gestiones para castigarlo, porque se decían cosas por pasión, o por malevolencia, en las que se venían acusadas las familias principales de la Ciudad.

259.- También se descubrió que algunos, para obtener dinero del Arzobispo, se ponían de acuerdo con mujerzuelas, acusando a alguna de ser vieja concubina con un tal, cuando era mentira. Por eso surgieron los odios contra el Arzobispo, y se quejaron de él a Roma. Se suprimió el ventanillo, para que no se metieran más informaciones; el que quisiera enviar Memoriales los debía llevar públicamente.

Esto me lo ha contado el H. Francisco [Noberascio] del Santo Ángel de la Guarda, cocinero, gran siervo de Dios, muerto en Roma el año 1671. He puesto este ejemplo, para demostrar que no se debe acusar de nada, pues no es tan fácil demostrarlo, y luego ocurren cosas que producen grandísimo disgusto y escándalo.

260.- Al llegar el P. Pedro a Nápoles, procedente de Mesina, en abril de 1627, el P. Fundador salió para Roma, por el peligro de perder el Noviciado que teníamos en Monte Caballo; porque, el Cardenal Antonio Barberini estaba haciendo su Palacio, para residir en Porta Pía, y no quería estar debajo de nosotros, que estábamos más arriba y dominábamos su jardín. Todo esto se sabe por algunas cartas escritas desde Nápoles por el P. Fundador al P. Santiago [Graziani] de San Pablo durante los años 1626-1627. En ellas le da autorización para actuar en nuestra defensa, junto con el Dr. Bernardino Panicola, hombre práctico, que después fue Obispo de Scala Revello, como se puede ver muy bien en el Libro de las cartas.

Nada más comenzar su gobierno de Provincial de Nápoles, el P. Pedro reveló su bondad a los napolitanos, dóciles por naturaleza. Y consiguió tal renombre, que todos querían hacerle algún favor. Precisamente por eso, trató de buscar otro lugar para el Noviciado, donde poder formar buenos individuos; porque, enviarlos al Noviciado de Roma no era tan fácil que diera buenos resultados, a causa de los gastos.

261.- Le propusieron muchos lugares donde hacer una buena fundación, igual que le habían ofrecido al P. Fundador, tal como él escribía a Roma, desde Nápoles, al P. Santiago de San Pablo. Allí le decía que la fundación no le parecía conveniente en aquel momento, porque no tenía individuos a propósito.

El Conde de la Cema y el Marqués de Vito, le propusieron al P. Pedro una fundación allí, y otras cuatro en otros lugares magníficos, pero no le parecían a propósito.

Finalmente, había un Señor, llamado Félix Pignella, cerca de los Fosos del Trigo, quien comenzó a tratarlo con el Regente Carlos Tapia. El Regente quería que se eligiera el lugar llamado Fuor Porta Reale, cerca de los Fosos del Trigo; que él haría todo lo posible en cuanto a la los gastos, y buscaría contribuir con limosnas. Era todo lo que ofrecía, para adaptar una Casa, donde había una taberna, pegada a algunas otras casas de poquísimo precio.

262.- Se lo propusieron al P. Pedro; y, aunque era tan Amigo de la Pobreza, aceptó hacer allí la fundación. Por eso, donde hoy está la Iglesia, había una taberna. Dicho Sr. Félix Pignella mandó pintar sobre la puerta de la Iglesia la imagen de San Félix, y pretendía, como complateario[Notas 1], hacer un fideicomiso en la Iglesia, y ser, incluso, Patrón de la Iglesia y de los Padres. Abierta ya la Casa, el P. Pedro, con su conocida bondad, le dejaba a Pignella hacer lo que quería. Pero el P. Fundador recibió un aviso del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, Superior de la Casa de la Duchesca, y le ordena a éste, en muchas carta, que procure quitar el titulrs de San Félix, y ponga sólo el de la Virgen, como se puede ver en más de 20 cartas escritas al P. Esteban, que están en el libro. El P. Fundador no paró hasta que se cambió el titular de la Iglesia. Se quitó la imagen de encima de la puerta, y la Curia del Arzobispo mandó quitar también el título de San Félix, y poner, como titular de la Iglesia, a la Natividad de la Virgen y Santa Ana Encinta.

263.-De esta manera comenzó la fundación de Porta Reale. Pero lo Pobres Padres, por la gran pobreza del P. Pedro vivían malamente, en unas celdas destartaladas, que era una misericordia ver. Escribieron esto al P. Fundador, que envió aposta al H. Lorenzo [Ferrari] de la Anunciación, de Lucca, a quien gustaba mucho hacer de albañil y de Arquitecto, para que fuera a hacer algunos tabiques en dicho locales, y todos pudieran tener donde reponerse, y no vivir de aquella manera en que estaban con el P. Pedro, que había hecho algunas celdas de tabiques de tablas y adobes, donde se morían de frío, por la pobreza con la que quería vivir el P. Pedro; y no sólo él, pues quería que todos siguieran su ejemplo, lo que no podían soportar; hacía tantas penitencias, que sólo tomaba pan y agua, y, algunas veces, ajenjo, que ya le había estropeado el estómago.

Ante aquello, el P. Fundador escribía al P. Esteban [Cherubini] que hablara al Sr. Vito Santiago, Médico de la Nunziata, que hiciera una receta sobre el modo como debía vivir el P. Pedro, y que le ordenara, de parte suya, que le obedeciera, a él, y al médico. Acerca de esto existen muchas cartas escritas al P. Esteban, al mismo Sr. Vito Santiago, como se pueden ver el Libro ya conocido.

264.- Viendo la miseria de la nueva Casa, al Sr. Regente Enríquez, Marqués de Campi, le dio compasión, y pensó que no era posible poder seguir así mucho tiempo, dada la incomodidad en que estaban los Padres. Llamó al P. Pedro, a quien con frecuencia iba a visitar, porque tenía ganas de tener un lugar en su Marquesado de Campi, y le tenía grandísima devoción. Así que le dijo: -“Padre Provincial, ordene V. P. abrir el muro del Palacio, y hacer en él un portón, que yo lo pagaré, y no se preocupe más, que tendrá Casa, Escuelas y huerto, donde los Religiosos estén contentos. Luego, Dios enviará otra ayuda; haga esto, ahora que yo estoy presente, para que nadie lo impida: Todo lo arreglaremos a mis expensas.

El P. Pedro le respondió que aquel no era el momento, que se lo pensaría, porque nuestra Pobreza no permitía hacer un gasto semejante, por el interés de un tercero; que se haría cuando Dios quisiera, no entonces. Y no pudo persuadirle que mandara hacer la puerta al Palacio pegado a la Iglesia.

265.- Por la tarde el Dueño del Palacio fue a hablar con el P. Pedro, al que pidió, por amor de Dios, que no rompiera el muro de su Palacio, porque aquel era su sostenimiento; aunque el Regente se lo pagara.

–“Pero, como yo estoy bajo su patronazgo, no puedo decirle que no, y me lo pagaría bastante menos de lo que vale, y sabe Dios cómo y cuándo. Le pido, por amor de Dios, P. Provincial, que, si V. P. quiere el Palacio, sea antes valorado por los Amigos comunes, y no mande romperlo de hecho. Después se verá lo que vale. Al Señor Regente no puedo decirle estas razones, porque es mi Patrón; y además yo tengo aún las obligaciones de mi casa, y tengo que pensar en mis hijos. A toda costa quiero que esta conversación no la sepa el Regente, pues de Patrón se convertiría en enemigo y sería mi ruina.

266.- El P. Provincial le respondió que, en cuanto a la Casa, con la que tenía le sobraba, “ni quiera Dios que desee las cosas de nadie; nunca he tenido intención de tener este Palacio, y nunca consentiré que se rompa el muro para hacer la puerta [a la Iglesia]: Si el Sr. Regente me vuelve a hablar de ello, le daré buenas palabras, pero no cumpliré ninguna. Yo he dejado en el mundo todo lo que tenía y lo que podía adquirir, y por eso quiero dejar sus cosas a los Dueños. Que nunca se cumpla. Por otra parte, el Sr. Regente no sabrá nunca de mi boca lo que hemos hablado juntos sobre esta materia”.

El año 1626 el P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos fue a las Indias, como se dirá pronto; pero como la peregrinación no le resultó bien, el año 1628 se fue a Nápoles. Fue a Porta Reale a hablar con el P. Pedro, porque había sido su Maestro de Novicios. Como el P. Melchor era muy fervoroso le parecía estar en el yermo, en aquellas celdas, y dijo al P. Pedro que sería bueno transformar aquellas celdas, hechas de tablas y adobes, en pequeñas celditas, para que cada uno pudiera estar solo, sin ser visto por el compañero, cuando se cambiaba o se aseaba.

267.- El P. Pedro le respondió: -“Somos Pobres, no podemos fabricar dinero, y no soy capar de coger nada de nadie, aunque todos me ofrezcan lo que necesite. Me conformo como estamos, y con lo que Dios nos va proporcionando cada jornada”. El P. Melchor le cogió por la palabra y le dijo que, si se lo permitía, él intentaría hacer algo; que se viera cuánto dinero había en Casa, para echar cuentas de lo que se podía hacer. Se llamó al Ecónomo, y dijo que en Caja había treinta y cinco carlines. El P. Melchor los cogió, y dijo al P. Pedro que aquel dinero bastaba para hacer todo el edificio; que le dejara hacer a él, que buscaría ayuda para terminarlo.

268.- Llamó al H. Alejo [Domitro], napolitano, magnífico limosnero, y le dijo que quería ser su Acompañante por un par de meses; que le ayudara a ir a comprar cal y piedra para comenzar el edificio, que ya tenía algún dinero. Fueron juntos, y compraron dos cargas de cal. El H. Alejo, creyendo que era locura ponerse a comenzar con tan poco cosa, por su cuenta, buscó otras cuatro cargas, compró un poco de piedra, y mandó hacer un foso a lo largo de las paredes del granero, donde soterró la cal, y las piedras las dejó delante de la puerta.

Dando siempre buenas palabras al H. Alejo, iban juntos, y conforme iban sacando limosnas, y las iban gastando en material; y no pasaba un día sin que encontraran cinco o seis ducados. Cuando vieron que la cosa iba en serio, muchos ayudaban con más limosnas, y, en menos de un año, hizo dos corredores, donde podían vivir treinta o más personas, teniendo cada uno su celda -que son las mismas que se ven actualmente-. Pero, como el P. Pedro amaba esta Santa Pobreza, siempre andaba diciendo que no se sobrepasara el límite de nuestra Pobreza.

Hubo algunos Señores que iban a ver aquel tipo de plano, y quedaban maravillados de que se sostuviera un edificio apoyado sobre un granero; que era imposible se tuviera en pie. El P. Melchor respondía que aquel edificio duraría cuarenta años, “y, después, Dios proveerá”. Haciendo cuentas, desde el año 1628 hasta el año en que estamos, de 1673, ya han pasado 45 años y aún se mantiene. Por eso, nuestro P. Pedro respondía que aquel edificio lo sostenían los ángeles.

269.- Para hacer el edificio no tenían agua, porque en aquel tiempo no existía la fuente, pero se comenzó a hacer un estanque delante del oratorio, del que aún se ven los vestigios, y desde allí, con canales, llevaba el agua de otros lugares al estanque, y del estanque, con otros canalillos, la conducía a la cocina, al refectorio y al lavamanos. Pero como estas delicias no eran conforme al deseo del P. Pedro, que prefería una pobreza más estricta, le mandó deshacerlo, porque decía que eran bagatelas de seculares, y no de Pobres de la Madre de Dios.

Ante aquello, el P. Melchor comenzó de nuevo a decir que quería ir a las Indias Orientales. El P. Pedro escribió al P. General, quien le envió la licencia, para que le hiciera la obediencia. Esto se dirá en otro lugar, para no romper ahora el hilo de algunas cosas que hizo el P. Pedro en Nápoles, pues, si se supieran todas, se podría escribir un gran volumen. No quiero hablar de los poseídos que sanó, que fueron innumerables; sólo con oír su nombre espantaban los demonios. Esta ceremonia la hacía, la mayor parte de las veces, después de la Misa.

270.-Una mañana, vieron salir de la boca de una joven como una especie de arañón negro. El P. Pedro lo siguió por toda la iglesia, afirmando que había sido el demonio, que había tomado aquella figura. Cuando estuvo cerca de la puerta de la iglesia, desapareció, con maravilla de todos; la poseída quedó completamente, y nunca más fue atormentada por el demonio. De estos casos hay a miles, que cuentan aún los viejos que vivían allí cerca. A mí mismo me han contado cosas que no parecen verosímiles; por eso no las pongo, aunque unos pocos me dicen que son verdaderas. Hay todavía testigos vivos “de visu” que me han dicho hace pocos días que creían en aquellos Padres.

Lo que sí se puede añadir acerca de la Pobreza, es que, en la fundación de Génova, se podía ver bien cuán despegado estaba este gran Padre de las riquezas del mundo. Se veía en que no quería nunca nada de nadie, a pesar de tener tan gran fama; se contentaba con vivir míseramente, lo que no quería sólo para él, sino que también para que los suyos probaran la misma pobreza.

271.- En Nápoles confesaba a muchas Princesas y Príncipes, y a otras personas buenas, todos los cuales ofrecían algo de sus haberes para construir la Iglesia y el Convento. Él les respondía que era mejor dejarlo para sus parientes Pobres, que Dios le proveería a él y a sus Padres, a los que nunca les faltaban las cosas necesarias. Un día le mandó llamar la Duquesa de Gravina, porque quería hablar con él de cosas importantes; y le envió la carroza, pues esta Señora estaba en su Palacio en Chiaia. Dijo al Gentilhombre que iba a llamarlo, que tuviera en cuenta que tenía que conseguir entrara en la carroza con él, porque, de lo contrario, le diría que él iba a pie; que le dijera se trataba de una cosa urgente, para convencerlo más fácilmente de ir en carroza, “porque está enfermo, y no puede hacer el viaje a pie”

272.- Fue el Gentilhombre y le transmitió la embajada. Que la Sra. Duquesa de Gravina deseaba fuera a verla, pues quería conferirle un negocio de grandísima importancia; era tan urgente, que no admitía dilación; y por eso le enviaba la carroza, para que pudiera llegar pronto.

El P. tenía dificultad en ir en carroza, pero como el enviado le insistió tanto, se fue con él mismo a Chiaia.

273.- Cuando llegó donde la Duquesa, ella empezó a decirle que había considerado que los Padres no tenían ni Iglesia ni Convento, y quería darles una parte del Palacio y del huerto de Chiaia, para que hicieran allí una buena fundación; y lo suficiente también, para que pudieran tener algo con que poder vivir, sin andar mendigando todo el día. -“Y después de mi muerte, les dejaré para que puedan hacer otras fundaciones, en mi Casa y en Sicilia, para que eduquen bien a los niños, y saquen adelante al Instituto; pues por la noche me despierto, y enseguida me viene al pensamiento que tengo que ayudar a estos pobrecitos de Chiaia, para que aprendan las virtudes; y a buscar un lugar para ustedes, y no tengan que vivir en extrema necesidad. Por ahora ya pueden hacer un Noviciado, pues ya tienen el Palacio y el huerto. Comenzaremos a hacer una hermosa Iglesia, que se pueda parangonar con cualquiera de Nápoles, y no faltará dinero para hacerlo pronto y bien. Mandaré llamar al Arquitecto de la Ciudad, para que haga el plano como se debe. V. P. solo tiene que hacer orar por mí, y mandarme a uno que esté al frente de las obras. Y no piense en más, que los míos se cuidarán del resto. En cuanto a los utensilios de la Casa, Cocina y Refectorio, y otras cosas necesarias, se proveerá de todo con abundancia; y lo mismo para la Iglesia y la Sacristía. Lo que yo deseo es que sea pronto, por otros planes míos que estoy haciendo”.

274.- El P. Pedro le respondió que, en cuanto a poderla servir, escribiría a Roma; pero que de ninguna manera quería riquezas, “pues nuestra Pobreza no admite esto”. Por otra parte, cuando estuviera animado a hacer una cosa parecida, encontraría el modo de poder hacerla, de una manera especial, lo que pensaba hacer para nosotros, pues no podemos tener nada contra la Regla. De lo contrario, como la Orden está en sus comienzos, sería más escándalo que edificación al Prójimo; “porque la intención de nuestro Fundador en la fundación de una Orden de suma pobreza consiste en no poseer, y estar a expensas de la Providencia Divina, que no abandona nunca a nadie, sobre todo a quien le sirve fielmente. Más aún, hace pocos meses, enfermó un Gentilhombre en Roma, de la Casa Squarciafico, mandó llamar a nuestro P. Fundador, porque quería hacer el testamento y dejar todo a las Escuelas Pías, equivalente a más de cien mil escudos, y él lo rehusó, diciéndole que deje lo suyo a sus parientes, si los tiene, que él no quiere abrir esta puerta, cogiendo herencias tan grandes”.

275.- La Duquesa le dijo que –aquel Señor- no tenía ya a nadie, y lo quiso dejar todo para bien de su Alma. Hizo testamento, pero dejó todo a los Padres Servidores de los Enfermos, llamados De La Cruz, aunque con la obligación –ya que nosotros estamos incapacitados para recibir bienes- de que aquellos Padres quedaban obligados a hacernos un Convento en su país, capaz, y con escuelas -“aunque de todo esto se encarga el Municipio, que nos da el alimento necesario para el mantenimiento de los Padres. Y luego, muerto este Señor –a pesar de que nosotros no tenemos nada-, tan desprendido de las riquezas está nuestro Padre Fundador, que, para no contravenir a las Reglas, ni a la incapacidad de poseer bienes, no creo que nuestro P. General consienta aceptar esta buena voluntad”.

“La solución, para hacer que se cumpla su buena voluntad, consistiría en pensar en los Padres de Lucca que hay aquí en Nápoles, que son grandes Siervos de Dios, y pueden poseer, y ellos, cuando puedan quieren hacer lo que hacemos nosotros, es decir, lo que hacen en Lucca, donde también tienen escuelas, que ejercitan con grandísima perfección, pues son Padres des espíritu y de grandísimo ejemplo. Yo los conozco muy bien porque he estado con ellos. Pero Dios me llamó a esta Pobreza, y para poder dejar las riquezas, dejé también a aquellos Padres, estando en Roma, y seguí aquí a Cristo Crucificado”.

276.- “Estos Padres de Lucca hace poco que están en Nápoles, y aún no han podido hacer ninguna manifestación de su espíritu, y me han sido encomendados a mí, para que los introduzca y ayude un poco, mientras cogen práctica y adquieren Nombre. Así que, como Su Señoría quiere hacer una buena y santa fundación, hágala a estos Padres, que le aseguro hará mucho bien. Piénselo un poco, infórmese y verá que es verdad”.

La Duquesa le respondió que no los conocía, y que su intención era hacer el bien a las Escuelas Pías. –“A pesar de todo, iré pensando mejor lo que puedo hacer. Pero, sobre este asunto, lo que sí le pido es que no lo sepa nadie, porque tendría muchos disgustos con mis parientes, que, por sus intereses, no quieran que yo haga el bien por mi alma”.

Pasados unos días, la Duquesa volvió a hablar con el P. Pedro, y le dijo que ya estaba resuelta a hacer el Convento a los Padres de Lucca, pero ella no los conocía, que les hablara él sobre esto, y viera lo que le decían[Notas 2].

277.- El 1 de febrero de 1653 me escribió el P. José [Rossi] de la Concepción, diciéndome que él ha visto una relación[Notas 3], hecha por el P. Pedro [Bagnoli] de Santa Marta, de Sassuolo, en el Molinese, -uno que fue de los nuestros, y compañero del P. Pedro; que después dejó nuestro hábito, hoy vive, está en Sassuolo, y se llama D. Canónigo Bagnoli.

Entre varias otras cosas, hay dos notables. Para que no se pierda su memoria, me ha parecido bien escribirlas, tal como me las ha dicho el P. José.

Una se refiere la Marquesa de Vico de Pantani. Tenía ella una llaga incurable en una pierna, con gran peligro de morir, pues producía de continuo una supuración maloliente, por la que que todos la rehuían.

Llamaron al P. Pedro, y quiso ver la llaga. Al verla tan putrefacta y llena de pus, se puso en oración; y después de un poco, quiso lamer la llaga, hasta que la secó; luego hizo la señal de la Cruz sobre ella, y quedó del todo sana y recobrada, como si nunca hubiera tenido ningún mal.

278.- La otra cosa, es que, cierta mañana, fue una Señora Ciega a nuestra Iglesia de Porta Reale, y dijo al P. Sacristán que le hiciera la Caridad de llamar al P. Pedro, que quería decirle una palabra. El P. Pedro le respondió que no podía bajar, pero le dijo al H. Pedro, su Compañero –que es el que hace la nota- que fuera a ver qué era lo que quería la Señora, -porque él estaba ocupado, escribiendo algunas cartas para Roma- Fue el H. Pedro, y preguntó a la Señora qué quería, que se lo dijera, porque él se lo transmitiría al Padre. La Señora le respondió: -“Soy una pobre Ciega, no tengo a nadie que me atienda; quiero sanar; quiero que me haga esta Caridad, porque tengo esta fe, y no quiero salir de aquí si no me devuelve la vista. Le esperaré lo que haga falta”. El H. Pedro le respondió que esperara, que le daría la respuesta. Fue donde el P. Pedro, y le pidió fuera a consolar a aquella pobrecita, que no quería marcharse si no hablaba con él; que era una grandísima obra consolarla.

El P. Pedro, llevado de la Caridad, bajó a la Sacristía, y preguntó a la Señora qué quería. Le respondió que no veía; que la curara; que no se iría si no le restituía la vista. Hizo sobre sus ojos señal de la Cruz, y al instante vio. Luego se volvió a su casa.

279.- La verdad de su gran Pobreza del P. Pedro se confirma con un caso sucedido en la Casa de Porta Reale, cuando la estaba fundando. Quería que los Padres vivieran de las limosnas que llegaban cada día. Una Señora le dio por Caridad un barril de vino, que no quería tener en Casa. La Señora se llamaba Cesari Brígida[Notas 4]; tenía un hijo, y vivía en Cavone. Dijo al Padre Pedro que hiciera el favor de cogerlo, que era vino exquisito para el Sacramento de las misas de cada mañana; y, cuando hiciera falta, también para los Padres Como esta Señora era penitente suya, quiso complacerlo, metiéndolo en su Cantina, donde el barril duró casi un año.

280.- Llegó la festividad de la Natividad de Nuestra Señora, y como en la vigilia de la Virgen había ayunado a pan y agua, con todos los de la Casa, -lo que solía hacer con frecuencia cada vez que llegaba alguna solemnidad, y cuando le pedían que hiciera alguna oración particular por sus necesidades- dijo al Cocinero que aquella mañana no preparara nada, que debían sólo tomar pan y agua, y tomarlo en tierra, como perros, para que el Señor acudiera a hacerle el favor que pedía. Después, a la mañana siguiente, para refocilarles, les concedía una buena recreación, según las festividades que se celebraban.

En la mañana de la Natividad de la Virgen, el 8 de septiembre, era ya tarde, y en Casa no había vino para los Padres. Fue a avisar al Refitolero, llamado Juan Andrés de S. [sic], de que no había vino para dar a los Padres. El P. Pedro le dijo: -“Vaya a la Señora Brígida, y coja un cántaro de vino del Barril que tiene en su Cantina”. Era una festividad tan grande, que quería que los Padres tuvieran alguna satisfacción, después de ayunar el día anterior a pan y agua.

El H. Juan Andrés avisó de que el vino del barril se había terminado; que ya hacía dos días estaba vacío.

281.- El Padre le replicó que fuera a ver, que al menos un poco habría quedado.-“Vaya y verá”.

Fue el Hermano, llamó a la puerta, y se asomó la Señora para ver quién era; cuando vio a nuestros Hermanos, les preguntó qué querían. El H. Juan Andrés le respondió que los había enviado el P. Provincial a ver si había vino en el barril.

La Señora le respondió que ya no había vino, que se había terminado. –“Siento que no haya vino en casa, se lo daría para esta mañana. Digan al P. Provincial que tampoco ha habido para la Misa” Cuando aquellos Hermanos volvieron a Casa con la respuesta de que ya no había vino, el Padre les contestó que fueran a ver, que obedecieran, que había quedado un poco; y lo hicieran pronto porque ya era la hora de ir a comer.

282.- Volvieron de nuevo donde la Señora, que estaba comiendo, y mandó a la sirvienta que fuera a ver quién era. Cuando le dijo que eran Padres de las Escuelas Pías, a quienes el P. Provincial había enviado de nuevo, a ver si quedaba más vino. Ella se impacientó, se levantó de la mesa, fue a la ventana, y les dijo que no que le hartaran la cabeza, que no había vino; que el barril estaba alzado, cuando ella misma había ordenado verlo por la mañana, queriendo sacar vino para las misas, y no habían encontrado nada; que fueran a decírselo al P. Provincial, “y no sean tan pesados”.

El H. Juan Andrés le replicó: -“Señora, el P. Provincial me ha dicho que obedeciéramos, que viéramos si había un poco, y no vuelva sin ver el barril”. La Señora, con grandísima impaciencia, dijo a la sirvienta que le abriera la Cantina, y le dejara ver, “que éstos no creen si no ven; incluso este viejo ayer por la mañana vio que no había quedado nada de vino, y ahora porfía que quiere verlo”.

Bajó la sirvienta, y fue con el Hermano a la Cantina. Encontró el barril alzado, lo meneó, abrió la espita, y no sólo encontró vino, sino que llenó la garrafa; siguió agitando el barril, y resultó que estaba lleno. Cuando vio esto, llamó a la Señora, y le dijo que el barril estaba lleno, que fuera a verlo, que no sabía cómo había podido ser.

283.- La señora no se lo creía, pero rápidamente bajó a la Cantina, a ver si era verdad. Encontró el barril como lo había dejado, alzado de la misma forma, y estaba lleno. Comenzó a gritar que aquello era un milagro, vinieron algunos que estaban en el Palacio, vieron que el barril estaba lleno de vino; quisieron probarlo, y hallaron que era generosísimo, de lo que quedaron maravillados.

La Señora fue, el mismo día, a hablar con el P. Pedro, Provincial y le contó el caso. Él le dijo que quizá se habían equivocado y no habían visto bien lo que había quedado; que no dijera nada a nadie, “porque Dios con todo sabe acrecentar su gloria”.

Señora le replicó que hacía ya un año que se estaba sacando vino del barril; que ella misma había visto que no había nada, “¡y ahora está lleno, y es mejor del que había antes!”

El Padre le dijo que bendijera a Dios, que se cuida de a los Pobres; y que siguiera bebiéndolo, ya que le gustaba. Pero lo que sí le pedía, era que no se hablara más de ello; que quizá había sido un error del que había mirado el barril.

284.- Este caso se corrió por todo Cavone, y muchos pedían a aquella Señora que les diera un poco de vino, por devoción, sobre todo para los enfermos. La Señora, pródiga, se lo daba a todos los que iban a buscarlo para los enfermos; y la fe de los que lo bebían, hacía todos se sanaran. Fue cosa pública; se supo por toda la ciudad. Y, a pesar de que la Señora lo seguía sacando vino cada día para las misas, y, de vez en cuando, iban los Padres a buscarlo, cuando tenían necesidad, el vino duró casi otro año. Y cuanto más insistía el Padre que no se hablara de ello, más lo publicaba la Señora. Muchos preguntaban al P. Pedro cómo había sucedido lo del vino, y él respondía que no sabía nada; que el Refitolero era viejo y zote, y quizá no se acordaba, e iba difundiendo el caso con palabras generales, sobre todo cuando se lo preguntaba alguna Princesa, o lo hacía de broma.

Después se supo que el vino barril era tinto, y que lo había dado por caridad la Santa Casa de la Anunciación. En aquella Casa de Porta Reale estaba entonces el P. Carlos [Casani] de Santo Domingo, hoy Provincial de Florencia, quien lo sabe todo.

285.- Podríamos hablar ahora de las cosas que hizo el P. Pedro en Narni. Lo del enfermo que fue a confesarse, porque estaba para morir, y él mismo acompañó al enfermo hasta fuera de la puerta. De la luz maravillosa que, una noche en que no se veía, lo acompañó hasta la portería de Narni, llevando como Acompañante al P. Francisco [Mancini] de San José, llamado el Matemático. Aquella luz la vio también el P. Carlos de Santo Domingo, el Portero. Y lo que ocurrió en Ancona, y en los Alpes, que ha descrito el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación. Por eso no me extiendo más.

No es maravilla menor el caso que contó muchas veces a nuestros Padres, en especial a los Padres Joaquín de Santa Ana, de Campi, de la Provincia de Lecce, Anselmo [Cacoce] de la Purificación, de Nápoles, y al Sr. Domingo Luminciello, frutero, que tenía la bodega cerca del Espíritu Santo, quien lo contó muchas veces, e insistió en que lo examinaran, para poder testimoniarlo auténtico antes de morir, porque ya era viejo. Y es que él mismo era testigo de vista de aquel Caso.

286.- Otro día, hubo una pelea entre dos vecinos en Porta Alba. Llegaron a las manos y se golpeaban duramente. Uno de ellos llegó a traspasar con la espada, de atrás adelante, al otro; tanto, que con grandísima dificultad la pudo sacar. Afectó a la zona de vientre, y se salvó por los pelos. Acudió mucha gente a ver el espectáculo. El malherido pedía confesión. En aquel mismísimo momento pasaban por así, casualmente, el P. Pedro y su Acompañante. El P. Pedro corrió enseguida; con una mano tapó la herida del vientre, y con la otra la del costado. Luego mandó alejarse a todos, para que el moribundo herido pudiera confesarse, como en efecto hizo; lo exhortó a perdonar al enemigo, y le dio las recomendaciones que debía, dado aquel peligro de muerte en que se encontraba. Al querer darle la absolución, retiró la mano de la herida, toda ensangrentada, levantó la mano para absolverlo. Cuando el herido vio que estaba curado, y no sentía ningún dolor, se incorporó. Ya no veía más que sangre seca; la que había brotado, en cantidad, de las dos heridas, y había formado dos charcas.

287.- El P. Pedro, las manos llenas de sangre, le dijo, que no dudara ni tuviera miedo, que no era nada. Él quería irse, pero no podía salir, por la gran multitud de gente que había acudido a ver el espectáculo. Finalmente, le abrieron paso, con muchísima dificultad, a los gritos de: -“¡Es el Santo; ha hecho un milagro!”.

Se escapó con el H. Pedro, el de Sassuolo, su Acompañante; pero era tanta la muchedumbre que lo seguía detrás, que los que pasaban corrían también detrás por curiosidad, sin saber qué había pasado.

Decían que el Provincial había hecho milagros, y ahora había curado a uno que ya habían dado por muerto; se podía decir que lo había resucitado. Otros corrían a ver al que había sanado, que también seguía corriendo detrás del P. Pedro. Y otros, le esperaban en la Portería de los Padres, para verle. Pero, en cuanto llegó a Casa, se escondió, y dio orden de cerrar la puerta de la Casa y de la Iglesia, para que no pudiera entrar nadie. Decía que no sabía que querían de él, que lo seguía tanta gente.

288.- Fue tanta la multitud del Pueblo, y de las Carrozas que corrían a la plaza, y el ruido que allí hacían, porque querían velo, que, para tranquilizarlos, salieron dos Padres fuera, diciendo que el P. Provincial no estaba en Casa, y no sabían qué quería la gente. Abrieron las puertas de la Casa y de la Iglesia, pero no pudieron encontrarlo. Había salido por una puerta que da a un callejón que va a la Parroquia, de donde se retiró a nuestra Casa de Posilipo, y allí estuvo retirado. Aunque algunos iban aún a encontrarlo, no daba audiencia a nadie.

Al cabo de dos meses, volvió a la Casa de la Duchesca, donde estuvo unos días. Comenzó a ir también gente, a pedirle que hiciera la Caridad con algunos poseídos por el demonio; pero se retiró a la Casa de Porta Reale. Y cuanto más querían verlo y lo veneraban, más se humillaba él, diciendo que “Dios se sirve de instrumentos viles, para su mayor gloria; como ocurre cuando quiere hacer ver a los pecadores el estado en que se encuentran”.

289.- Se podrían contar muchas otras cosas que hizo en Nápoles el P. Pedo [Casani]; en particular, los casos que me contó Francisco Antonio Turtura el día 21 de enero de 1673, en presencia del P. Anselmo [Cacoce] de la Purificación, de Antonio Mariconna y de Juan Bautista Rauzino.

La suegra de Francisco Antonio tenía un hijo Sacerdote, que tenía una enfermedad mala. Y la madre [de Francisco Antonio] no podía ver a aquel Sacerdote; así que una y otra no se entendían bien, ni sabían cuál era la razón. Se agravó el mal del Cura; se le hinchó de tal manera la cabeza, que no sabían qué hacer, ni los médicos lograban encontrar algún remedio oportuno. Por eso pensaban que la Señora estaba embrujada, porque aquél iba empeorando cada día.

290.- Francisco Antonio Turtura, como era cofrade del Gremio de los Artistas en nuestra Casa de la Duchesca, fue por la mañana a nuestra Casa de Porta Reale. Encontró al P. Pedro, que estaba escribiendo, y le dijo estas precisas palabras: -“Padre, le pido, que, si puede, haga la Caridad de ir a ver a mi suegra, que se encuentra mal continuamente; vaya a consolarla; está en los Cappellari, cerca de la Plaza de los Padres Jerónimos; cuando pase por allí, suba subir a visitarla”.

El Padre, siempre lleno de Caridad, le respondió que esperara un poco, que, terminadas algunas cartas, iría a decir la Misa a la Iglesia de la Duchesca, y de allí irían juntos a ver a la enferma. Terminada la Misa, salieron juntos. Subieron adonde la enferma; en cuanto el Padre la vio, le dijo que estuviera contenta, que no era el mal que pensaban -que estaba poseída-, que no era nada. Hizo sobre ella la señal de la Cruz, y quedó curada.

291.- Cuando Francisco Antonio lo oyó, se quedó admirado de cómo había podido saber que creían que la Señora estaba poseída, ya que él no le había dicho nada de la enfermedad de la Señora. Terminada esta ceremonia, lo llevó a ver al Sacerdote, hijo de la Señora que estaba mal, con la cabeza muy hinchada, y pensaban que también él estaba poseído. El Cura pidió al P. Pedro que hiciera sobre él la señal de la Cruz. El Padre extendió la mano, le hizo la señal de la Cruz en la frente, y enseguida quedó curado del todo.

Esto me lo contó Francisco Antonio Turtura en presencia de los tres testimonios, con ocasión de ir yo a visitarlo porque estaba enfermo en cama con un catarro. Contó esto accidentalmente, sin que nadie se lo preguntara, cuando estaban hablando de nuestros Padres antiguos. Incluso tiene un Grabado de la Casa del P. Pedro, por la devoción que le tiene, lo mismo que lo tiene del Venerable P. José de la Madre de Dios, nuestro Fundador, del P. Abad Glicerio de Cristo, apellidado Landriani, y del P. Santiago [Graziani] de San Pablo Sassuolo, muerto en Nápoles en la Casa de la Duchesca. Estos cuatro Padres fueron todos grandes siervos de Dios. El Señor Turtura tiene estos cuatro retratos por la devoción grande que les tiene; en particular, al P. Abad Glicerio, y también a nuestro hábito.

292.- Francisco Antonio tenía mucha devoción al P. Abad Glicerio. Al ser padre de un hijo, llamado Jerónimo, que más tarde tuvo la vocación de hacerse Religioso. Recibió nuestro hábito el año 1642, y el padre quiso que se llamara Hermano Glicerio; pero no perseveró en la vocación. Se casó, fue Escribano del Consejo, y, no sé por qué incidente, fue asesinado en los Cuarteles de los Españoles; que es lo que suele suceder a quien se consagra a Dios o a la Santísima Virgen, y abandona, que después no puede tener buen final. Como prueba de esto, la experiencia de muchos otros que han dejado el hábito de las Escuelas Pías, que han muerto pronto y de mala manera; y, aunque algunos estén vivos, se hayan arrepentido, e insistentemente hayan solicitado ser recibidos, no les han hecho caso, porque habían abandonado a su Madre moribunda. Pero luego, cuando la han visto fuera de peligro, han querido volver, que es lo mismo que a hacerla sufrir.

293.- El P. Pedro introdujo las Cuarenta Horas en la Duchesca durante los tres últimos días del Carnaval, y dentro de la Octava del Santísimo Sacramento. Hacía una procesión alrededor de la Iglesia de la Duchesca, y, siguiendo los muros de la Plaza que va a Porta Capuana, llagaba a la Plaza Mayor, y luego recorría casi todo el barrio. Hacía esta función con tanta devoción, que algunos me han dicho les parecía caminar en extasiados; entre otros, han sido: Juan Bautista Aurelia, Muzio Grossi, Juan María Aniello, Francisco y Fulvio Falco, y muchos otros que aún viven.

El amor que le profesaban en Nápoles, al que sus Penitentes deseaban verlo una y otra vez, se demuestra en las respuestas dadas por el Venerable Padre Fundador al Sr. Aniello di Falco, a la señora Delia, su mujer, a la Sra. Livia, su madre, a la Sra. Angélica, su hermana, y al Sr. Vito Santiago Ferraiolo, como se ve en el Libro de las Cartas recogidas por mí, que, para no alargarme más, no las pongo por extenso.

294.- Cuenta el P. Vicente [Chiave] de San Francisco - el año 1637 se encontraba en Roma-, que el Cardenal Francisco Dietrichstein, el Conde Francisco Magni, y otros Príncipes del Imperio solicitaron al P. General que enviara al P. Pedro [Casani] a Germania, pues conocían la santidad de vida que llevaba. Y que el Venerable Padre Fundador lo hizo, efectivamente, para complacerlos; pero también para cultivar aquella planta aún tierna, y, con su buen ejemplo y virtud, imbuyera su espíritu a aquellos Novicios.

Cuando llegó a Nikolsburg, se detuvo unos días, para ver lo que debía hacer, ante el Cardenal Dietrichstein; y después se fue a Strassnitz, donde lo estaba esperando con grandísimo deseo el Conde Francisco Magni. Cuando éste y la Condesa, su Mujer, lo vieron, se pusieron tan muy contentos al ver su modestia, y su forma de hablar, siempre de cosas espirituales; tanto, que no sabía cómo separarse de él. Esto fue en el mes de mayo, cuando hacía ya muchos meses que no había llovido. Al despedirse, estos Señores le dijeron: -“Padre Pedro, ruegue al Señor que nos haga la gracia de enviarnos la lluvia, de lo contrario nos arruinaremos todos; no habrá trigo, y, con su carestía, sufriremos mucha Pobreza. Si no nos ayuda, pereceremos de hambre, ya que ni con dinero se encuentra trigo; el que tiene algo se lo guarde, y no vende nada.

295.-El Padre Respondió: -“Haremos oración, para que el Señor nos conceda la lluvia. Enseguida comenzó a cambiar el tiempo, y aquel mismo día llovió; pero no en la cantidad suficiente.

A la mañana siguiente, el Conde Magni fue adonde el P. Pedro, y le pidió de nuevo que hiciera oración, impetrando la lluvia; que la que había caído era poca, la tierra estaba abrasada, y podía causar más daño que utilidad.

El P. Pedro le contestó que Dios los consolaría, pero que también a ellos les correspondía hacer lo que debían; que enmendaran sus conciencias. Dio una conferencia espiritual a los que estaban en la Iglesia, exhortándoles a ser buenos Católicos, ya que Dios los había llamado al seno de la Santa Iglesia. Hizo llorar a todos, pero les prometió que el Señor los consolaría con su santa gracia.

296.- Aquella noche cayó grandísima cantidad de agua, la suficiente para los forrajes. Visto lo cual, el Conde se confirmó más en la buena opinión de santidad del P. Pedro.

Yo oí cómo nos leía todo esto el P. Vicente de San Francisco en las cartas que llegaban a Roma desde Germania, escritas por nuestros Padres al Padre General.

El P. Pedro llevaba siempre con él la imagen del Salvador, pintada por una jovencita. Algunos dicen que se la mandó pintar él mismo, tal como él lo había visto. Juan Bautista Rauzino, cuando aún vivía, me dijo que él mismo la había tenido muchas veces en la mano, que el Padre la solía dar, para que la llevaran cuando iban a comulgar, porque tenía muchas Indulgencias concedidas por muchos Pontífices; y que esta misma imagen se la enseñaba a muchos herejes, cuando los convertía a la fe Católica, no sólo en Strassnitz, sino también en Lipnik, Olmütz, y otros lugares circunvecinos.

297.- En el año 1649, llevé a Monseñor Ingoli, Secretario de la Congregación De Propaganda Fide, una Relación acerca de que la mayor parte de nuestros Padres de Germania habían sido Novicios del P. Pedro; y que habían convertido en una misión en distintos lugares, a más de quince mil personas, de los que los Párrocos de cada Ciudad enviaron las respectivas certificaciones. El Cardenal Capponi, Presidente de la Congregación de Propaganda Fide, quiso saber detalladamente, por cartas, cómo se había realizado aquella Misión. Entonces, precisamente, le llegó la Relación, donde decía que en la Ciudad de Strassnitz, del Conde Francisco Magni, donde antes todos eran herejes, desde que hicieron la fundación nuestros Padres de las Escuelas Pías, toda la Ciudad era Católica, ya no había herejes, y todos sus Templos se habían convertido en Iglesias de Católicos.

298.-Hoy, 3 de febrero de 1673, me ha contado el H. Ángel [Baldi] de San Francisco, de Campi, que está en Nápoles en nuestra Casa de la Duchesca, que, encontrándose él en Germania, en nuestra Casa de Strassnitz, cuando estaba allí el P. Pedro, se habían convertido ya a nuestra Santa Fe muchos calvinistas y luteranos, todos doctísimos; que, mientras el P. Pedro cantaba la Misa en la Noche de Navidad, comulgó muchísima cantidad de ellos; que todos pretendían beber la Sangre en el Cáliz donde había tomado la Sangre el P. Pedro; y que comenzaron a discutir, porque querían comulgar “in utraque specie”, citando las palabras del Evangelio de San Juan :”Nisi manducaveritis Carnem Filii hominis et biberitis eius Sanguinem non habebitis vitam aeternam”. Fue necesario discutir con ellos, y convencerlos, con razones convincentes, de que nunca podrían estar tranquilos, si no creían que en el Santísimo Sacramento, bajo cada especie sacramental, está el Cuerpo, la Sangre, y el Alma, humana y Divina, de Jesucristo. Al final, después de muchas discrepancias, el P. Pedro mandó coger otro Cáliz, metió otro vino sin consagrar, le echó la bendición, y se lo dio a beber como purificación. Luego quedaron tan devotos, que algunos llegaron a ser valientes Predicadores contra las herejías que ellos habían profesado, y dieron grandísimo ejemplo. Todo esto me lo contó el H. Ángel, como he dicho.

299.-El mismo H. Ángel refiere después, que la Condesa de Strassnitz era estéril, y pidió al P. Pedro le obtuviera del Señor un hijo, que pudiera quedar heredero de sus riquezas, porque no tenían herederos; aunque el Conde Magni tenía otros dos hermanos –uno era el P. Valeriano, capuchino, y el otro no estaba casado, como suelen hacer los grandes, entre los cuales sólo se casa el primogénito-. Estas súplicas duraron algunos meses. El P. Pedro le iba dando buenas esperanzas; hasta que, al final, le aseguró que el Señor la iba a consolar, le daría un varón. Concibió la Condesa, y el Marido estaba todo contento con su Conde; ambos decían que el Padre era más de lo que se decía. El niño nació en medio de grandísima felicidad y alegría general, no sólo de los Genitores, sino también de toda la Ciudad. Aclamaban al Padre hasta de tal manera, que decidió salir de Strassnitz, y se fue a Lipnik, a vivir en el Noviciado; y con él llevó de Compañero al H. Ángel de San Francisco, para que hiciera de Cocinero, y enseñara la lengua italiana a los Novicios.

300.- Cuando el P. Pedro llegó a Lipnik, lugar del Cardenal Dietrichstein, toda la Ciudad salió a recibirlo, y en particular el Párroco, persona muy docta, rica, y venerada, con el que tuvo muchas y largas conversaciones. A veces iba a contarle sus negocios. Pero, al poco tiempo, dijeron al P. Pedro que aquel Párroco llevaba mala vida; que tenía en Casa a una mujer, según era costumbre en Germania, donde la mayor parte de los Párrocos tienen Coca -que así llaman a la Señora que les sirve-. El Párroco tenía con ella tres hijos, uno de los cuales iba a estudiar Ciencias a Olmütz, con los Padres jesuitas; tenía 18 años de edad; los otros dos eran menores, y vivían en Casa, con una paz y tranquilidad grande, pero con escándalo general.

-Aquí el P. Caputi inserta la continuación de la historia narrada en el n. 276, y continúa la actual en el n. 305. Él dice textualmente: “Pasa a otro folio de más adelante”.

Notas

  1. Hermano de una Cofradía de Nápoles, dedicada a ayudar a la construcción de nuevos templos, y obras pías.
  2. Aquí el P. Caputi envía al lector a algunas páginas más adelante; nn. 301-304. Dice textualmente: “Pasa a la carta 76, detrás”.
  3. El margen del folio: “Esta relación le llegó al P. Simón [Bondi] de San Bartolomé a Nápoles, cuando era Provincial, el año 1666, como dice este P. José”.
  4. Nota al margen del folio: “Esta Señora se llamaba Señora Brígida y tenía un hijo, hoy le vive una cuñada que está en La Caridad, y lo sabe todo, como me ha dicho el P. José [Rossi] de la Concepción, precisamente hoy, día 1 de febrero de 1673”.