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351-Él se arrodillaba y les besaba los pies; algunos le daban patadas en la boca, maltratándolo cruelmente, pero él, con gran paciencia, se internaba más entre los pobres, y les mostraba monedas, como si se las hubieran dado los que le habían reprendido; los Pobres se reían de él, y se le subían a las espaldas, diciéndole que querían su parte de aquello que había recibido de los Señores que le habían dado las limosnas; y, después de haberlo maltratado, e imposibilitado ya por el cansancio, les daba las pocas monedas que tenía en la bolsa. Y se iba todo contento, por haber ganado aquel día gran mérito ante Dios, por aquella negación de sí mismo. Estos actos de humildad los hacía con frecuencia, y disfrutaba mucho cuando le decían que era un loco, un poltrón, y un pordiosero. A veces les besaba los pies, diciéndoles que le tuvieran lástima, pero que le decían la verdad.
352.- Otro día se fue a donde los Pórticos de San Pedro, se metió en medio los Pobres, y pedía limosna entre ellos; pasó por allí el Cardenal Pío, y no se avergonzó de pedirle limosna; el Cardenal no lo conocía de lo extenuado que estaba; hizo una señal a su Decano de que le diera alguna cosa a aquel Pobre Cura, le dio dos monedas, y se fue. A él se le echaron todos encima, diciendo que quería su parte, pero él rehusaba dársela; había uno más molesto y tan desarrapado que iba medio desnudo y lo maltrataba. A éste no sólo le dio las dos monedas, para que él las repartiera, sino que después lo llamó, se quitó las calzas y el jubón, y se los dio a un pobrecito; él cogió sus trapos, se los puso y después se fue con grandísima alegría, como si fuera todo vestido de brocado de oro. De esta forma de intercambiarse el vestido, se podrían escribir mil casos, pues lo hizo en muchas iglesias, cuando se celebraban fiestas públicas.
El Cardenal Pío preguntó qué ruido era aquel que había oído en la plaza entre aquellos Pobres, y le respondieron que era el loco del Padre Abad Landriani; que había dado limosna, y después había cambiado su vestido interior con el de un harapiento, y se había ido tan contento, por haber hecho una locura tan atrevida.
El Cardenal respondió que ojalá todos los locos de Roma hicieran como el P. Abad Landriani, “que va robando el Paraíso con el merecimiento de convencer al mundo de su nada, pero llegará a cosas grandes”.
353.- Pasaba un día el P. Abad con Francisco Selvaggi por delante de la Parroquia de San Salvatore delle Copelle, y delante de la Iglesia estaba un pobrecito con una pierna llagada y maloliente, que echaba pus pútrido. El pobrecito pedía limosna, y él le dijo a Selvaggi: -“Arrodíllese, hermano, por amor de Dios, hagamos la caridad a este pobrecito, y curémosle la herida, que quizá no haya tenido ocasión de curarla” Dio una caridad al pobre, y luego se arrodilló con su Compañero, diciéndole: -“Hermano, haced lo que yo hago” –“Sí, dijo Francisco al Abad”. El Abad comenzó a besar aquella llaga con tanta devoción, que Francisco dijo: -“¡Qué quiere que haga! ¿No ve que apesta?” -“Acercaos bien, dijo el Abad, y tened fe, que no apesta como pensáis; al contrario es un olor exquisito. Ved cómo hago yo. Besaré primero, y después vos, y sentiréis una fragancia grande en la boca”. El Abad besó la llaga, y la lamía, hasta que limpió la limpio toda con la lengua. Le quedó la boca tan olorosa, que el Compañero quiso besarla de nuevo; pero, aunque la llaga estaba curada, comenzó a salir sangre; Selvaggi la besó más veces, y era tanta la dulzura, que le duró muchos días. El Abad no quiso que la besara más, diciéndole que bastaba, que ya no había materia.
El Pobre quedó del todo sano, y andaba diciendo que lo había sanado un Cura que se hacía el loco, pero que no lo era. Este Pobrecito fue uno de aquéllos que lo maltrataron en Dan Silvestre ad Caput, como ya se dijo.
354.-Murió Francisco de Cristo, el portugués, y el Abad se quedó solo con Selvaggi. Dado que ambos eran de un mismo carácter, se dedicaban a las devociones y a hacer obras de caridad, como se ha dicho. La Comunidad estaba ya bien establecida, y provista de todo lo que necesitaba; y no se inició otra cosa, ni tampoco Francisco Selvaggi siguió la misma inclinación, porque el Papa Paulo V ordenó al P. Abad que se pusiera bajo la obediencia del P. Domingo [Ruzola] de Jesús María, carmelita descalzo. Éste no quería que hiciera nada sin licencia suya, sino que se dejara guiar por su parecer, y fuera su Confesor, para que lo ayudara a adelantar en el espíritu, y no hiciera más locuras por Roma, como llamaban a las cosas del Abad.
La razón de esto fue que, un día de Carnaval, mientras en el Corso se celebraba por todo lo alto, el P. Abad se puso de acuerdo con un mozo, para que le pusiera un cabestro al cuello y lo condujera por el Corso, dándole una buena cantidad de dinero. Acordaron ir a la Piazza del Popolo, donde comienza el Corso. Allí, le echó una cuerda al cuello, comenzó a tirar del cabestro, y lo condujo casi hasta la mitad del Corso.
355.-La gente corría a verlo, sin preocuparse de contemplar las curiosas mascaradas que suelen hacer en Roma los Príncipes Romanos y los Embajadores. Cuando el Regidor vio aquello, dio parte al Cardenal Borghese, nepote del Papa Paulo V[Notas 1], quien ordenó meter en prisión al mozo, y dijera al Abad que se retirara, tal como había mandado Nuestro Señor, el Papa.
El mozo fue esposado y metido en prisión, y el Abad pidió al Regidor que le llevara también a él a la cárcel; decía que aquel pobrecito no tenía la culpa de aquello, porque se ganaba el pan con sus trabajos; y él no se iría de allí si no lo soltaban; quería que le dijera quién había dado la orden, que él obedecería, pero que quería quedara también libre al mozo, que se lo había merecido bien. El mozo fue liberado, y le dio dos piastras, para que fuera al celebrar alegremente el Carnaval con su familia.
Contaron todo este caso al Cardenal Borghese; el Cardenal se lo contó al Papa, y el Papa comenzó a pensar qué se podía hacer, para que el p. Abad no hiciera aquellas cosas por Roma, que eran una ofensa para él; pero afirmaba también que eran un mérito suyo. Y lo puso bajo la obediencia del P. Domingo de Jesús María.
Esta es la razón por la cual al P. Abad se le pinta con un cabestro al cuello, tal como llevaba cuando fue conducido por el Corso, en presencia de toda Roma, al mismo tiempo que decía: -“¡Haced penitencia, y no tentéis a Dios con tantas ofensas como le hacéis!”
356.- El P. Domingo [Ruzola] de Jesús María llegó a Roma con otro Padre, llamado P. Juan [de San Pedro y el P. Ustárroz] de Jesús María -que eran carmelitas descalzos- más para gestionar asuntos de la Orden, que por otra cosa. Los dos tenían, verdaderamente, grandísimo espíritu y Santidad. Como eran españoles, el P. José de Calasanz, tan devoto de Santa Teresa, lo ayudó mucho, para que le fuera concedida una Iglesita en el Trastevere, cerca de la Lungara y de Santa Dorotea. Cuando le fue concedida, lo empezaron a llamar P. Domingo de la Scala, y no lo conocían por otro nombre. Las cosas que este Padre ha hecho se pueden leer en su vida.
357.- Este P. Domingo de la Scala, tomó por confesor a D. José Calasanz. A él y al P. Juan de Jesús María, Compañero suyo, hombre de Santísima vida, les contaba todas sus cosas. Este fue Confesor de Paulo V, y murió en un Convento cerca de Frascati, llamado de San Silvestre. Su cuerpo se conserva intacto en una urna de Cristal, y yo lo he visto muchas veces. Entre las cosas que sucedieron después de su muerte, según cuentan aquellos buenos Padres, una fue como sigue:
Un devoto suyo le cortó el dedo gordo del pie derecho; lo metió en una cajita, para su devoción, y tener una reliquia insigne de este Siervo de Dios. Cuando llegó a Casa, quiso mostrar la Reliquia a los de su Casa. Abrió la cajita, pero no encontró el dedo, de lo que quedó muy maravillado. Le parecían mil años, hasta volver a la mañana siguiente a San silvestre, ver a aquellos Padres, y contarles lo que había pasado. Pensaba que había cometido un hurto espiritual, y luego lo había perdido sin saber cómo.
358.- A la mañana siguiente, montó a caballo y fue a San Silvestre. Entró en la Sacristía, donde reposa el cuerpo, se arrodilló, y vio el dedo que él había cogido unido al pie, como estaba antes de haberlo llevado; pero se veía alguna señal de haber sido quitado. Se lo contó todo al Prior, y de ello ha quedado este recuerdo, que yo mismo he visto. Este Padre publicó muchas obras, en particular un librito titulado Instrucciones para los Novicios de las Escuelas Pías.
Cuando el P. Castilla, que se llamaba D. Juan García [del Castillo] tomó nuestro hábito, quiso llamarse P. Juan de Jesús María, por la devoción que tenía a este Padre.
359.- El P. José de Calasanz se confesaba con el P. Domingo de la Scala; cuando terminaba el ejercicio de las Escuelas, iba casi todos los días adonde él, y le contaba todos sus proyectos, pidiéndole consejo para la nueva planta, porque de él reportaba óptimas recomendaciones, no sólo para su Alma, sino para el Instituto.
Con frecuencia se encontraba en la Madonna della Scala con el Abad Glicerio Landriani, que andaba del todo dedicado a la Conversión de los Pecadores; pero, como tenía una orden del Papa Paulo V de no hacer nada sin la obediencia al P. Domingo, él, obedientísimo, no hacía nada, ni siquiera bebía un poco de agua, sin pedirle permiso, y hasta la mañana siguiente le parecían mil años el ir a encontrarse con el P. Domingo, no sólo su Confesor, sino director y maestro en todas sus acciones. El P. Abad se dedicaba además a enseñar la Doctrina Cristiana a los pobres, y después les daba alguna limosna. Un día dijo al P. Domingo que quería retirarse con los suyos y hacerse carmelita descalzo; tanto era el afecto que le había cogido, lo había cautivado de tal manera que estaba ya resuelto, y se lo pidió muchas veces insistentemente.
360.- Pero el P. Domingo, como estaba desprendido de todas las cosas terrenas, y conocía la inclinación del Abad, que no se podía contener de enseñar la doctrina, le dijo ganaría mucho más para su Alma si fuera a ayudar a D. José de Calasanz en las Escuelas, ya que Dios le había dado talento para enseñar a la Doctrina a los Pobrecitos; que mejor lo podía hacer en aquellas Escuelas y con más fruto; que aquella planta era muy tierna, y tenía necesidad de ser cultivada por muchas personas; que procurara abrazar aquel Instituto, hiciera oración por ello, y él también pediría al Señor, para su Mayor Gloria, la salud de su alma y el provecho del Prójimo; que el P. José tenía un espíritu dúctil y discreto, y daría mucho fruto en la Viña de Dios.
El Abad le respondió que orara por él, para hacer que la bondad Divina le inspirara; y porque no sabía si el P. José lo aceptaría en su Compañía, pues lo veía tan compuesto, y a él tan imperfecto, que creía no ser digno de servirle en las Escuelas Pías, a las que conocía, verdaderamente, como un Instituto de gran mérito, por la gran obra que realizaba.
361.- -“No esté inquieto por ello -le replicó el P. Domingo- ya le hablaré yo al P. José, si os decidís a entregaros a esta obra tan santa y útil para vuestra alma y para el Prójimo.
Esta conversación tuvo lugar hacia el 20 de mayo de 1612.
Finalmente, el Abad se resolvió, y dio la respuesta al P. Domingo. Le dijo que iría gustosamente a vivir en Compañía del P. José, y no solamente él, sino quería llevar también a algunos Amigos suyos que tenían el mismo pensamiento de enseñar la Doctrina Cristiana.
El P. Domingo dijo al P. José que había hablado con el Abad Landriani, que quería ayudarlo en las Escuelas, y que esperaba gran fruto para fortalecer el Instituto; que procurara tratarlo con amabilidad, hasta que fuera aficionándose a la obra, de la que esperaba mucho fruto, y, al mismo tiempo, él se vería aliviado de algún gasto para costear a los maestros.
El P. José le respondió que daba gracias a Dios por su providencia, que le iba abriendo el camino para poder hacer mayor fruto en las Escuelas, sobre todo con el ejemplo “de este gran Siervo de Dios, entregado de verdad al desprecio de sí mismo y del mundo”.
362.- El día último de mayo de 1612, el P. Abad fue adonde el P. José, con otros Cinco Compañeros dispuestos a ayudar a las Escuelas Pías; lo hacía con tanto fervor de espíritu, que no acababa de tranquilizar al P. Fundador, pues andaba buscando siempre nuevas aperturas de espíritu y oración, para educar bien a los niños, dotándoles de óptimos métodos, y enseñándoles con grandísima facilidad. Los animaba con premios, cuando se portaban bien y sabían la Doctrina Cristiana, donde consagraba todo el talento que le había dado Dios.
Comenzó a manifestar que quería con él a los más pobres, a los que regalaba Coronas[Notas 2], Medallas, y cuanto necesitaban: Aunque el P. José ya había introducido darles papel, plumas y tinta, el P. Abad comenzó a comprar libros y Oficios de la Virgen, que regalaba a los que eran capaces, y les enseñaba cómo debían recitarlo con devoción. Y puso en práctica la Oración Continua de los Alumnos, tal como la mandó practicar después el P. Fundador en las Constituciones.
363.- Cuando los Alumnos salían de la Iglesia, él se ponía fuera de la fuera con un Crucifijo en la mano, y les aconsejaba que miraran bien las llegas, fueran modestos a sus casas, no lo ofendieran, y se acordaran siempre de la Pasión de Jesucristo; les mandaba besar aquellas llagas con tanto fervor, que lloraban amargamente; les daba Conferencias Espirituales, y les enseñaba a hacer muchos actos de humildad; se ponía con los brazos en cruz, y después les besaba los pies. Luego se informaba, por los alumnos más modestos y temerosos de Dios, si los Compañeros iban derechos a sus Casas, si besaban la mano a sus Madres, y si recibían la bendición cuando llegaban o salían de Casa. Los Normadores -que así llamaba a los que le entregaban los informes- le decían que había algunos Alumnos, que, cuando salían de las Escuelas, eran invitados por alguno dentro de los Palacios, y hacían cosas malas; otros se ponían a jugar por la calle, y otros daban mal ejemplo, sin tener en cuenta las Conferencias y buenas enseñanzas que les daba; que lo remediara y los apartara de la ocasión.
364.- El P. Abad lo hablaba todo con el Fundador. Le decía que había que encontrar el modo de evitar la ofensa de Dios, e imbuir a los alumnos de muchos consejos y ejemplos; y que, como el Instituto se fundamentaba en la mortificación y en la humildad, le diera permiso para acompañarlos, junto con otro, hasta sus propias Casas algo lejanas, “para que cuando salgan de las Escuelas vayan directos a sus Casas”; para darles él mismo una Conferencia, hacer que se confesaran todos los que estaban preparados, comulgaran; y después empezar a acompañarlos. Y así, las cosas se irían arreglando, para mayor gloria de Dios, y se evitarían muchas ofensas que se hacían a Su Divina Majestad.
Este pensamiento le pareció bien al P. Fundador, quien, como veía que el P. Abad estaba iluminado por Dios, quería secundarlo y animarlo en sus santos propósitos. Además, como el P. José era humildísimo, y de todo sacaba algo bueno, con frecuencia llamaba al Abad, e intercambiaba con él sus pensamientos, para ponerlos después en práctica, porque veía que eran provechosos al Instituto.
365.-Le respondió al Abad que hiciera oración, como él mismo hacía, para que el Señor lo iluminara, y le mostrara el camino para saber ponerlo en práctica. Y que, si bien acompañar a los Alumnos era para los Maestros una grandísima tarea, sin embargo, si así era conveniente, se debía poner en práctica.
Hicieron oración, y Dios le inspiró para que se acompañara a los niños. Para ello, el P. Fundador tuvo una Conferencia con todos los Padres y Hermanos, a fin de que lo aceptaran gustosos, e hicieran la Caridad de acompañar a aquellos pobrecitos, realizaran el oficio de Ángeles de la Guarda, y se ejercitaran en la humildad de Cristo, lo que les reportaría gran mérito ante Dios. -“Yo seré el primero en ponerlo en práctica”. Les pedía que nadie se abstuviera de hacerlo; y que tanto los Superiores como los Confesores cumplieran juntos con esta práctica de piedad y humildad, al menos una vez a la semana.
366.- El P. Fundador comenzó a acompañar a la escuadra de La Rotonda, que llegaba hasta la Trinità dei Monti. El Abad cogió la de Campo de Fiori, que llegaba hasta la Pecuaria; otros dos, la del Gesù, que llegaba hasta Santa Maria Maggiore; otros dos, la de Banchi, que llegaba hasta San Pietro, y otros dos, la de la Scrofa, que llegaba hasta Il Popolo. El P. General acompañó siempre a los alumnos, hasta el año 1642, cuando la Orden estaba en las mayores turbulencias de las persecuciones.
Una mañana lo encontró el Cardenal Colonna[Notas 3] y le dijo: -“Padre General, ahora que sois tan viejo, ¿aún queréis extenuaros detrás de estos niños?”. Él le respondió que aquello le servía de ejercicio, para ganar algún mérito, y para hacer la Caridad a los Pobrecitos. Tan enamorado estaba el venerable viejo con esta práctica, que la puso en las Constituciones, sin exceptuar de ella a nadie, ordenando expresamente que todos la hicieran.
367. Una vez le sucedió al P. Abad que, mientras acompañaba a la escuadra de Campo de Fiori, encontró a un zapatero sentado fuera de su bodega, que, cuando pasaban los alumnos, alargaba el pie, y hacía que algún niño cayera por tierra, y después intercambiaba risotadas con los demás que por allí estaban trabajando. Avisaron de esto al Abad, y, cuando volvía a Casa, amonestó suavemente al zapatero, diciéndole que, por caridad, al pasar los alumnos, no los molestara, ni hiciera que se cayeran, porque iba a su cuidado. El zapatero comenzó a burlarse de él, llamándole Hipocritón, que andaba engañando al mundo. Él se arrodilló y le besó los pies, diciéndole que a él le podía decir lo que quisiera, pero que dejara tranquilos a los alumnos, que no era justo lo que hacía, pues ellos no lo molestaban; y, de lo contrario, él lo arreglaría.
Pero el zapatero no dejó de molestar a los alumnos; al contrario, hacía que se cayeran en mayor número. Se acercó el Abad, y le propinó un bofetón con tanta fuerza, que lo tiró por tierra. Y, como si no hubiera pasado nada, siguió a la escuadra de alumnos. Todos los vecinos del zapatero comenzaron entonces a gritarle, diciéndole que se le estaba bien; que lo que debía era gloriarse de haber sido corregido con tanta humildad por un santo; que otra vez conservara la cabeza sobre los hombros; que si llegaba a oídos del Gobernador, lo enviaría a galera; y que procurara pedir perdón al Padre, de lo contrario, se vería en peligro de algún castigo mayor.
Unos Gentileshombres que pasaban, cuando aquello sucedió, también comenzaron a gritarle, diciéndole qué poco sabía quién era el Abad Glicerio Landriani, “que ha dejado las riquezas, y hace vida de verdadero penitente”.
368.- Cuando volvió a pasar el Abad, el zapatero se le arrodilló delante, y le pidió perdón. Le dijo que quería enmendarse, y no molestaría más a los alumnos. El Abad se arrodilló a su vez, y le pidió perdón del golpe que le había dado, y del escándalo que había producido entre la gente; que no había tenido paciencia para contener sus ligerezas.
El Compañero llamó al Abad, porque ya era tarde y tenían que servir a la mesa. Al llegar llegó a Casa dijo la culpa en el Refectorio al P. Fundador; que había dado una bofetada a uno, por ser un impaciente; y que había escandalizado al Prójimo; y le pedía la penitencia. El P. Fundador quiso saber todo minuciosamente, y le contestó que no perdiera el mérito; y que aquella mañana hiciera una disciplina en el Refectorio, como puntualmente hizo.
369.- Un día tuvo la idea de ir a hacer penitencia al desierto. , Se puso de acuerdo con un Compañero. A, a primera hora de la mañana, fue adonde el P. Prefecto, y le dijo que quería ir a hacer un encargo, y volvería tarde, sin decir más. El Padre le dijo que fuera, pero que no hiciera de las suyas. Pensaba que quería ir a recibir la paga de su Abadía, cuyo cobro ya había expirado, para contribuir la las deudas de la Casa.
Llamó a su Compañero, y se fueron a la Porta del Popolo, para seguir al desierto y hacer penitencia –tal como habían acordado-. Traspasada la Puerta, encontraron a dos Pobrecitos, desarrapados y descalzos. Le dijo el Compañero: -“Estos Pobrecitos sufren mucho frío, démosles, por favor, nuestros vestidos, pues lo necesitan, que después Dios proveerá. Y, quitándose los dos el vestido, se lo pusieron a aquellos dos pobrecitos, y luego se vistieron con harapos.
El P. Abad no llevaba más que La Sagrada Escritura, que no dejaba nunca. E iba cantando: -“¡Viva Dios, Viva Dios! Por los montes y por los llanos, ¡viva Dios!” Comenzaba a llover, pero él caminaba más fuerte; de tal manera, que el Compañero no le podía seguir, y se deshacía los pies. Desanimado del viaje que hacía, dijo, finalmente, al P. Abad: -“No puedo seguir caminando, me he estropeado los pies, y de las rodillas me chorrea sangre. Seguid vos, que yo me vuelvo a Roma. No puedo seguiros, estoy medio muerto”. Y, despidiéndolo, se volvió a Roma todo molido.
370.- El Abad le dijo entonces: -“Yo no vuelvo, que el P. José se quejará de mí, por no haberle pedido licencia. Ya que vos no queréis seguir, no digáis nada a nadie de que hemos marchado juntos, que yo quiero continuar el viaje del desierto, y hacer penitencia de mis pecados”.
Se fue hasta Fornello; allí explicó la Doctrina Cristiana, y después, a la mañana siguiente, continuó a Campagnano. Fue a buscar al Arcipreste
- al que pidió un poco de pan, por amor de Dios- y le dijo que quería explicar la Doctrina Cristiana a aquellos Pobrecitos.
El Arcipreste se maravilló al oír que quería dar la Doctrina Cristiana, viéndole desarrapado, mal portado y descalzo. Pero se lo autorizó, y él se fue al Castello, sonando una Campanilla, e invitando a todos a que fueran a la Iglesia a oír la Palabra de Dios y la Doctrina Cristiana. Acudió casi todo el pueblo, al que exhortó a la penitencia con un bellísimo discurso. Después comenzó a explicar la Doctrina Cristiana con tanto fervor, que el Arcipreste se quedó extasiado. Lo invitó por la noche en su Casa, pero, al querer mostrarle una cama, é no quiso más que un poco de pan y agua, diciéndole que aquello le bastaba; y luego se echó a dormir por tierra, sin preocuparse de más.
371.- Por la mañana quiso confesarse y comulgar; tomó un poco de pan y se dirigió a Loreto. Cuando estuvo cerca de Foligno, vio a un Cura, Capellán en Roma en San Jerónimo de la Caridad, al que el P. Abad solía dar cuatro escudos al mes de limosna. Cuando lo tuvo cerca, quiso coger otro camino para no ser conocido, pero el Cura lo conoció. Paró el caballo y lo llamó por su nombre, preguntándole: -“¿Adónde va, Señor Abad? ¿Y cómo va de esta manera?” Se bajó del caballo y le preguntó qué le había pasado que andaba tan harapiento y descalzo; que montara a caballo y se volviera a Roma, por amor de Dios, que aquello era una vergüenza; que tenía dinero, cogiera otro caballo, y fueran los dos juntos, con toda comodidad.
Le respondió que él quería ir haciendo penitencia de sus pecados; y le pidió hiciera el favor de no decir nada a nadie de que lo había encontrado, si es que lo quería bien. Finalmente no le pudo convencer de que se volviera con él.
372.- Llegó D. Santiago a Roma, fue a encontrarse con el P. José, y le contó cómo había encontrado al Abad por el camino de Espoleto, y de qué manera, y que le había dicho quería ir a hacer penitencia de sus pecados.
El P. Fundador, por una parte se quedó atónito ante aquella noticia, pero, por otra, contento de haber tenido noticias de él, porque había ordenado buscarlo en muchos sitios, y nadie de sus Amigos lo había visto. Pensó solucionarlo, intentando alcanzarlo, para que no siguiera adelante. Dio parte al Vicegerente del Papa, para que hiciera algún expediente, y consultarlo sobre qué podía hacer, para conseguir que volviera.
El Vicegerente le dijo enseguida que fuera a hablar con Francisco Selvaggi, que era el mejor amigo que tenía. Le ordenó que montara inmediatamente a caballo y fuera preguntando por él, por el camino de Loreto; que encontrara al Abad Glicerio Landriani a toda costa; que lo habían visto cerca de Foligno, camino de Loreto, descalzo, a pie, y andrajoso; que no habría podido hacer mucho viaje; que le llevara la ropa que necesitara, y le dijera, de parte del Papa, que se volviera a Roma con él. –“No lo deje, y, en el caso de que no quiera volver, deténgalo, y avíseme”.
El P. Fundador le proveyó enseguida de ropa, tanto interior como exterior; de calcetas, sandalias, sombrero, y cuanto necesitaba; y de dinero para el camino, para que, si lo encontraba, pudiera llevarlo a caballo. Le pidió que, tal como había ordenado el Papa, pusiera interés, por amor de Dios, para lograr encontrarlo, porque podía morir por el camino, por no darse a conocer, y por de haberse dado tanto al desprecio de sí mismo; que, con tal diligencia, esperaba encontrarlo de nuevo. –“Si habéis hecho tantas cosas buenas, ésta será la más meritoria de cuantas hayáis hecho delante de Dios.
Francisco Selvaggi le prometió hacer lo posible para encontrarlo, y, como persona obediente, le obligaría a volver.
374.- Salió Francisco Selvaggi de Roma, y se fue por el camino de Loreto. Conocía el carácter del Abad, porque habían ido juntos muchas veces a la Madonna de Loreto, y que quería ir siempre a pedir la Caridad donde Religiosos Pobre. Cuando llegó a Loreto, al atardecer se fue al hospital; intentó encontrarlo, pero no lo vio. A la mañana siguiente, fue donde los Frailes capuchinos, que aún no habían abierto la puerta a nadie. Llamó a la campanilla, salió el Portero, y le preguntó si estaba allí alojado el Abad Glicerio Landriani; si lo habían visto, y que le dijera la verdad; que el Papa había mandado buscarlo porque había huido de Roma. El Portero le respondió: -“Por aquí no ha venido el Abad Landriani, del que muchas veces he oído hablar, como de un gran Siervo de Dios. No ha llegado a este Convento; lo hubiera visto yo con toda seguridad, pues soy el que tiene siempre las llaves de la puerta”.
375.- “En la Casa de Forasteros de fuera, sí que hay algunos Barones, que, por cierto, ayer por la noche hicieron tanto ruido, que me vi obligado a ir a dar unos correazos a uno que había robado dos julios a otros dos, al que luego habían echado por tierra, lo estaban sacudiendo duramente, y le habían quitado los pocos bayocos que le habían encontrado encima, porque decían que se los había robado a ellos; y, además, porque no dejaba dormir a los frailes. Pedí las lleves de la puerta, que ya se las había entregado al P. Guardián, y fui a ver qué ruido era aquel, e intentar pacificarlos, y me encontré con una reyerta, y, si hubiera podido habría echado fuera a al mismo ladrón. Esto es lo que puedo decirle; pero al Abad no lo he visto”.
Selvaggi le insistió en que le acompañara, para ver a aquellos Barones. –“Quizá uno de ellos sea el Abad, porque tenemos noticia de que va descalzo, harapiento y desconocido; lo que quiere decir que ha cambiado sus vestidos con algún pobre, como ha hecho muchas veces en Roma”.
376.-Fue con el Portero a ver, y, nada más abrir la puerta, el Abad distinguió la voz de Selvaggi. Quería esconderse dentro de un montón de paja que allí había, pero Francisco lo vio, y lo llamó por su nombre. Él, avergonzado, le dijo:
-“¡Francisco! ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué me persigues?” Quería esconderse dentro de la paja, pero no pudo. Francisco sacó la carta que le había escrito el Vicegerente, y le dijo que de nada le valía querer esconderse, porque traía una orden del Papa. –“Lea esta carta, y después vaya donde quiera, si puede, y si se lo conceden”. Estaba convencido de que no lo haría, sabiendo cuán obediente era, tanto al P. Domingo de la Escala, como al P. José, Prefecto de las Escuelas Pías, y a él mismo, cuando vivían juntos.
El Abad salió de la paja, todo deshecho de los golpes que le habían propinado aquellos dos Pobres, y de los latigazos que le había dado el Portero. Estaba descalzo, harapiento, y sin el sombrero; no tenía más que la Sagrada Escritura. Todo avergonzado, el Abad tendió la mano, cogió la carta, la leyó, se la puso sobre la cabeza, y le respondió que obedecería al Vicario de Cristo, y haría lo que le mandaba; pero que hicieran antes oración, para que Dios le proveyera de todo lo necesario.
377.- Cuando el Portero oyó esta extravagancia, se lo contó al P. Guardián, el cual llamó a todos los capuchinos, para que fueran a ver al Abad Landriani. Entre ellos había un capuchino milanés, que estaba de paso camino de Roma, y era pariente suyo, aunque no lo conocía ni había oído casi nada de él. Entraron todos los capuchinos en la sala; el Abad se puso de rodillas, y quería, a toda costa, besarles los pies, comenzando por el P. Guardián, y siguiendo por los demás. Cuando llegó al capuchino milanés, le dijo quién era, que era pariente próximo suyo; entonces el Abad le respondió: -“Padre mío, yo no lo conozco, pero si es que lo sois, tened en cuenta que sois Pariente de un Loco”. Ante aquella respuesta, el fraile se quedó desconcertado.
378.- El Guardián quiso enterarse de cómo se había producido tanto ruido la noche anterior entre aquellos dos Pobres; que le dijeran la verdad, de lo contrario, daría parte al Gobernador de Espoleto, y los castigaría.
Le dijeron: -“Este harapiento, cuando ellos estaban jugando, les enseñó unos julios, y luego se los escondía; se los quisimos quitar, para que jugara con nosotros, y, en vez de jugar, quería enseñarnos la Doctrina Cristiana. Nos calentamos, le dimos unos estacazos, y le quitamos el dinero. Luego llegó el Portero, nos preguntó qué escándalo era aquel que hacíamos, y le respondimos que el harapiento nos había robado nuestras monedas, no quería devolvérnoslas, e le sacudimos; y que luego llegó también el P. Portero y los sacudió de lo suyo; y éste, con grandísima paciencia ni siquiera quiso ir a dormir donde nosotros, sino permaneció arrodillado, cubierto de paja. Esta es la verdad. ¡Por favor, dejadnos salir, para ganarnos el pan!”
El Guardián quería castigarlos a toda costa, como también al Portero, porque se lanzó tan rápido a castigar a quien no había hecho ningún mal. -“Y, en cambio, decía, ¿los que han robado el dinero a aquel Señor, mediante un engaño, van irse sin castigo? He de dar parte a la Corte, para ejemplo de los demás”.
Y ordenó al Portero que, en adelante, no diera alojamiento a nadie, sin su permiso.
379.- Francisco Selvaggi llevó al Abad a otra habitación, y, obligándolo a que se quitara aquellos harapos, le dijo que se vistiera con la ropa que le traía de Roma. Cuando el Abad apareció ya vestido de Cura, el Portero se echó a sus pies, y le pidió perdón. Le dijo que los causantes de los palos que le había dado, habían sido aquellos dos bandidos, a los que el P. Guardián quería castigar a toda costa. El Abad se puso, a su vez, de rodillas, diciéndole que le agradecía la corrección, pues había sido el culpable de impedirle poder dormir; y, si quería darle otros tantos golpes, los aceptaba gustoso, por amor de Dios. –“Y no quiera Dios que el Guardián ordene castigar a aquellos dos; al contrario, le agradecería les dé ocasión de merecer”.
Aún pidió a Francisco Selvaggi que le diera algo para dárselo a aquellos pobrecitos. Le dio dos doblas; y, llamándolos delante del Guardián y les dijo: -“Tomad, hermanos, esto que os doy por Caridad, y por la buena Compañía que me habéis hecho esta noche; pero procurad no jugarlo, como soléis hacer, que las limosnas son el rescate de nuestros pecados”.
Se despidieron y montaron a caballo. A los pocos pasos, el Abad pidió a Francisco fuera por delante, y él detrás. En el camino vio a una Señora con un niño en brazos, que le pidió limosna. Como no tenía qué darle, se quitó el sombrero y se lo dio, diciendo a la Señora que no tenía más que darle, que lo vendiera, para cuidar a aquel ángel que tenía en los brazos.
380.- Cuando esto vio un Cochero que iba detrás, aviso a Selvaggi que el Cura iba sin sombrero, porque se lo había dado a aquella Señora. Francisco comenzó a decirle: -“-¿Sigue haciendo de las suyas? ¡Por qué le habéis dado el sombrero! ¡Parece que estáis loco!”. Él le respondió que sí, que era verdad, pero si no hubiera querido darle aquel dinero para hacer limosnas, que no se lo hubiera dado. Por lo que Francisco se vio obligado a volver atrás, y obligarla a devolvérselo. El Abad le dijo: -“Si queréis el sombrero pagádselo, que ya es ella dueña, pues se lo he dado por caridad”. Y fue necesario que Francisco volviera a dar a la Señora dos julios, para que le devolviera el sombrero. Se lo llevó al Abad, y le enseñó el precepto del Papa -en virtud de santa obediencia- de cómo le había dado a él potestad, en la carta que había escrito el Vicegerente al Abad, para que obedeciera a Francisco Selvaggi, en todo aquello que le ordenara, y bajo la misma pena; que no quería que diera nada a nadie de limosna, ni diera a nadie el sombrero o el manteo; y que, si alguno se los quería quitar a la fuerza, no se lo permitiera; al contrario, que resistiera y pidiera ayuda. Esto se lo decía, porque no tenía dinero para llegar a Roma. El Abad se echó a reír, diciéndole: -“Ya no daré nada, porque nada tengo; pero, ¿en tan poca consideración tiene a la Providencia de Dios, que tantas veces hemos experimentado?”
381.- -“Sea como sea, dijo Francisco, comencemos la oración, y aguantad bien el Sombrero en la Cabeza. ¡Vamos, adelante! Caminemos a buen paso, porque he prometido a Monseñor Vicegerente llegar a Roma cuanto antes. Así que, por favor, no me hagáis extravagancias de las vuestras; cuando sea hora de comer, comemos, que no estamos en nuestra Casa”. Comenzaron la oración, y luego llegaron al Borghetto. Cuando quisieron que los caballos descansaran un poco, y tomar ellos una pequeña refección, vieron a una Señora con un niño en los brazos, a la que el Abad conocía, por haber pasado por allí hacia Loreto en otra ocasión, y la había dado una limosna, como se dirá más tarde. La Señora se acercó, y le dijo: -“Señor, deme alguna pequeña limosna, que soy pobrecita, y no puedo salir adelante con este hijito. Acordaos de hace dos años, cuando pasasteis por aquí, y cogisteis a este niño que aún estaba fajado, que os pedí una limosna, y lo cogisteis en brazos, caminando por todo el Borghetto pidiendo limosna para él, y me conseguisteis dos escudos. Dadme algo, que no tengo qué dar a comer a mi hijito”.
382.- El Abad, que oyó esto, pidió a Francisco que le diera él algo a aquella Pobre mujer; y a él, licencia para ir con el niñito mendigando a pie, que bien sabía cuánto importa ayudar a los Pobrecitos, como él mismo le había enseñado; y se cuidaría de comer, con tal que diera algo a aquellos Pobrecitos.
Francisco le respondió que ya empezaba a hacer sus locuras acostumbradas; que estuviera tranquilo; que le daría algo, no se preocupara. Llamó a la mujer, le dio un julio, y le dijo que se fuera, sin decir nada al Abad, que estaba todo triste creyendo que la había despedido sin darle nada. No podía contentarse, si no le daba algo, también a él, para ella. Anduvieron un trozo de camino para alcanzarla, y, finalmente, la encontraron cerca del río, que quería vadear a la otra orilla. El Abad llamó al hijito, y le dio otro julio, diciéndole: -“Tomad, Señora, más quisiera darle, pero, como no lo tengo, aceptad esto, por Caridad”.
383.- Cuando llegaron Cività Castellana, dijo el Abad a Francisco: -“Vamos, por favor, al hostal, que estaremos más cómodos; yo procuraré dar de comer a todos, ya que vos no tenéis dinero”. Le dijo Francisco: -“Pero tenemos que ir juntos”. El Hospedero acomodó a los caballos, y ellos se fueron de puerta en puerta. Encontraron pan y algunos dineritos, y partiendo unos trozos de pan, el Abad dijo que para él bastaba uno, el resto era mejor darlo a los Pobres. Aceptó Francisco, y no llevó al hostal más que dos trozos de pan; con ellos se contentaron, y luego bebieron un poco de agua.
384.- Apenas terminaron de comer, llegó un sirviente de Monseñor Gobernador, y, llamando al hospedero, le preguntó quiénes eran aquellos dos que iban pidiendo limosna, que uno le parecía era el P. Abad Landriani. Él le respondió que no sabía quién era, que se habían retirado a una estancia, a comer un poco de pan, y beber un poco de agua, “ y ahora se han encerrado a hacer oración”. El Abad, que oyó esta conversación, le pidió a Francisco marchar enseguida, porque con toda seguridad habían sido descubiertos por el Gobernador, y le obligaría a llevarlo a su Casa, porque lo conocía. En seguida se fueron donde el Hospedero, le pidieron que preparara todo, que querían partir inmediatamente, de lo contrario saldrían a pie, porque quería ir a Narni, por negocios importantes.
385.- El Hostelero, que estaba cansado, comenzó a blasfemar, diciéndoles que se las tenía que ver, precisamente, con dos locos, aunque uno más que otro. Para no impacientarlo más, le dijeron que irían poco a poco, que los siguiera, y pagara al Huésped lo que fuera necesario, que todo lo darían por bueno en Narni; de esa forma irían a oscuras a pie, sin que los vieran Preparado el Cochero, comenzó a caminar; seguía el camino hacia donde delante veía una luz; y cuando alcanzó a los dos viandantes, vio que siempre les precedía una luz, que los acompañó hasta Narni. El Abad no quiso cabalgar, y fue siempre a pie, diciendo al Postillón que él no estaba cansado; y, por el camino, comenzó a decirle cómo debía vivir cristianamente, contándole muchos ejemplos, para que no blasfemara cuando hacía su trabajo; que no se dejara tentar del diablo. Con esta conversación, llegaron a Narni a la hostería, que encontraron abierta, y fueron acogidos con toda amabilidad.
Pagaron una comida abundante al Hostelero, y ellos no quisieron comer más que un pedacito de pan. Cuando el Postillón creía que era medianoche, sonaron las dos, conformándose los dos con dormir en el establo, mientras que al Postillón ordenaron que le dieran una habitación con cama, para que reposara, porque ellos no estaban cansados.
Después se supo que el Gobernador de Città Castellana había ido al hostal, y, al no encontrarlos, anduvo dando vueltas toda la noche, porque había recibido orden de Roma, de que, si pasaba por allí el Abad Landriani, lo detuviera y lo enviara a Roma bien custodiado.
386.- Al amanecer, se pusieron en viaje para Roma; al llegar descabalgaron donde Monseñor Vicegerente, quien, cuando los vio, les dio un buen repaso, diciéndoles que el Papa estaba muy enfadado por haber cometido una desobediencia tan grande, y haber huido de donde el P. José, sin pedirle licencia, que ahora quería castigarlo.
El Abad permanecía arrodillado, pidiéndole perdón por el escándalo que había dado, y que lo castigara bien, porque tenía razón; pero que quería enmendarse, y nunca cometería una falta parecida. Monseñor respondió que él lo perdonaba, y hablaría de ello con Nuestro Señor el Papa, que sabía cuánto lo quería.
Selvaggi estaba observándolo todo, se rió, y dijo: -“Monseñor, el Abad está loco”. El P. Abad le respondió: -“Estoy loco, ciertamente, pero, Monseñor, quiero pedirle dos favores; uno, que, con todo lo que valga su protección y autoridad ante el P. José Calasanz –quien no sé cómo ha recibido esta ligereza mía- le diga que me perdone, y vuelva a recibirme en su Compañía; el otro, que pague al Postillón que nos ha traído, porque nos hacho buena compañía; y no es cosa justa que yo pase esta deuda a la Casa del P. José. Después se lo pagaré a él todo, cuando me venga la remesa de dinero de Milán, que será dentro de dos semanas.
387.- -“El P. José os recibirá gustoso, y yo le hablaré; o, mejor, vamos juntos; os quiero llevar yo mismo a Casa; y, en cuanto a pagar al Postillón, lo hará con mucho gusto”. Llamó al Maestro de Casa, y le dio orden de que le pagara, como hizo.
Francisco Selvaggi avisó inmediatamente al P. José de la llegada del Abad. Venía de donde el Vicegerente. Cuando el Abad lo vio, se arrodilló a sus pies, diciéndole que le perdonara, por haber hecho aquella escapada; que nunca más cometería tal falta; que recordara la piedad de Cristo, que nunca rechazó de su presencia a ningún pecador, cuando, verdaderamente arrepentido, se acercaba a él; que tuviera a bien recibirlo de nuevo en su Compañía; y que nunca más le daría otro disgusto de ligereza y desobediencia.
388.- También Monseñor Vicegerente intercedió por él, diciendo:
-“P. José, compadezca la grandeza de espíritu del P. Abad; ha sido un exceso de amor, para ser más perfecto. Pero, como lo ha hecho sin observar la obediencia, el Papa ha ordenado que vuelva a estar bajo vuestra dirección, y que, por esta vez, no lo castigue”.
El P. José respondió: -“Las oraciones de tantos Pobres niños inocentes han hecho que vuelva; han hecho continuamente oración, para que les dé el paulo[Notas 4] que les solía dar, y están esperando. No merece castigo quien piensa que no se ha equivocado, que consideraba bueno lo que hacía. Ha obrado conforme nos recuerda la Sagrada Escritura: ´Manete in illa vocatione qua vocati estis, et reddite vota Deo vestro´. Él sabe muy bien las promesas que ha hecho a la Santísima Virgen en mi presencia: sólo que, como el demonio intenta adulterar las promesas hechas a Dios bajo apariencias falsas, le hizo creer que ir al desierto a hacer penitencia era mayor perfección, y no conocía que estaba engañado, al no someterse a la voluntad de otro, por medio de la obediencia”.
389.- El Abad mantenía los ojos bajos. Sólo dijo que reconocía haber hecho una locura, y que nunca más transgrediría la obediencia, hasta la muerte. Que era él el Maestro que Dios le había dado, y, de ahora en adelante, le obedecería más en todo; que lo perdonara, y le impusiera la penitencia. El P. José se despidió, y ellos volvieron a las Escuelas Pías. El Abad iba detrás del P. José, y, casi balando, exclamaba: “¡Obediencia, Obediencia, Santa Obediencia! Nunca más os dejaré”. Y así siguió hasta que llegaron a Casa. El Compañero, que era el P. Francisco Fabio, siciliano, que después se llamó P. Francisco [Lamberti] de la Madre de Dios, le decía que no gritara, que escandalizaba a la gente que lo oía.
390.- El P. Abad le respondió que la Obediencia era Santa, y nunca la abandonaría. Cuando llegaron a Casa, se arrodilló en presencia de todos, pidiendo perdón, primero al P. Prefecto, y después a todos los demás, por el escándalo que había dado; y no quería levantarse si no lo perdonaban, como hicieron todos, a los que besó los pies. Durante una semana, mañana y tarde dijo su culpa en el Refectorio. El Padre, para tenerlo ejercitado en la paciencia, con frecuencia le mandaba contar lo que había hecho en aquel viaje; en particular, cuando cogió a un niño enfajado, lo llevó en brazos por el Borghetto pidiendo limosna, y después se lo dio todo a su Madre. Lo contaba con tanta gracia y rubor, que todos se quedaban estupefactos.
391.- A partir de entonces, estaba tan absorto en la lectura del comedor, que no comía lo que llevaban a la mesa; lo devolvía todo a la cocina sin probarlo, por lo que fue avisado por el P. José, que se sentaba a su lado; le ordenaba que comiera lo que le ponían, y no devolviera la comida, porque ésta era fruto de bendición y de obediencia, “aunque también es cierto que, mientras se nutre el cuerpo también se debe alimentar el Alma, pero con la moderación debida, porque Dios no quiere que no comamos”. El Abad obedecía, pero comía con tanta velocidad, que parecía lo devoraba, pues un bocado no veía al siguiente, y terminaba siempre antes de los demás. Después, se ponía de pie y permanecía absorto, escuchando la lectura, lanzando algún suspiro de vez en cuando,
-si oía algún paso de la Pasión de Cristo- o llorando amargamente la muerte de algún Mártir. Si el Padre le preguntaba por qué había llorado en la mesa, le respondía que ni se enteraba de que estaba en la mesa, creía que era en el lugar donde se producía el tormento de Cristo nuestro Señor, o de aquellos Mártires cuya vida se leía.
392.- Los Viernes, el Padre decía todos le siguieran, e hicieran lo que hacía él. Iba a gatas al Oratorio, porque decía que así iban los animales a comer la paja preparada por el Amo, por el trabajo que habían hecho; “en cambio, a nosotros Dios nos prepara el Alimento. Pensemos que somos animales sin mérito, por tanto, no disfrutemos comiendo”. Con mortificaciones como estas, se iba ejercitando el Abad. El primero que llegaba al refectorio era él. Se cruzaba tendido a la entrada de la puerta, para que lo pisaran los Padres al pasar; o se ponía de rodillas delante de la puerta, suplicando a todos una bofetada, por amor de Dios; y que le dieran fuerte, para sentirla bien. En estas y otras mortificaciones se estuvo ejercitando mientras vivió.
Una vez, buscó una calavera, y la puso en la mesa donde él se sentaba, cerca del P. Fundador, para meditar la muerte mientras comían. El P. Fundador no quiso que se quitara, y yo mimo la vi desde el año 1635 al año 1637, cuando fui Novicio en Roma; después la mandó quitar el Capítulo General del año 1641.
393.- A veces iba, en compañía del P. Castilla, a recoger las remesas de dinero que la mandaban de Milán. Escondía el dinero dentro del herreruelo. Cuando volvía, los Pobres -que lo conocían- le pedían limosna, y él a todos daba, un puñado a cada uno. El P. Castillo le decía:-“¿Qué hacéis, Abad? Si se lo dais todo a los Pobres, ¿Qué vamos a llevar a Casa? ¿Con qué pagaremos las deudas que tenemos? El Padre Fundador, que está esperando este dinero, nos va a gritar”. Pero él respondía: -“Si me lo piden por amor de Dios, ¿qué quiere que haga? El Padre me enseña que estemos en las manos de la Providencia de Dios. Ayudemos ahora a estos pobrecitos, que Dio tendrá providencia de nosotros”. El P. Castilla contaba que esto le había sucedido muchas veces.
Otras veces iba a Casa sin el manteo o sin el sombrero, ´porque no tenía otra cosa que dar a los Pobres´; y a veces les daba las sandalias. El P. José le ordenó que, sin su permiso, no diera nada más a nadie.
Un día iba con el P. Francisco Fabio [Lamberti]; encontró a unos pobres que le pedían limosna, y les respondió que no tenía nada que darles, o que él no se lo podía dar; que, si querían algo, se lo cogieran, pero él no se lo podía dar. Entonces uno, más atrevido, le cogió el manteo y el sombrero, y él tuvo que volver a Casa ´de aquella manera´. Cuando el P. José le preguntó qué había hecho del manteo y del sombrero, le respondió que no se lo había dado a nadie, sino que se los habían quitado los Pobres. El P. Prefecto le dijo que, en adelante, no sólo no diera nada a nadie, sino se resistiera a quien quisiera cogérselo, porque tampoco para esto le daba licencia.
394.- El Papa Paulo V había ordenado al P. Prefecto que procurara hacer una fundación en Frascati, porque aquellos jovencitos estaban mal educados, no respetaban a nadie, y molestaban a todos; y, además, el Papa iba con frecuencia a Frascati, pues construyendo un palacio en Mondragone, palacio que quien lo ha visto sabe lo que es. El P. José hizo la fundación con grandísima dificultad por la escasez de dinero, como se puede ver en el Libro de las cartas escritas desde Nápoles a Roma al P. Santiago [Costantini] de San Pablo los años 1626 y 1627. Abrió las Escuelas, y obtuvo un fruto parecido al que estaba consiguiendo en Roma.
Un día, para ejercitar al P. Abad, y afianzarlo en la obediencia, le dijo que fuera, entonces mismo, a Mondragón, donde estaba el Cardenal Borghese con otros muchos Cardenales, y procurara encontrar, al menos, cuarenta escudos, para hacer un Cáliz y una Patena, porque no sabía cómo hacer para decir Misa; que se los prestaban cada mañana, y no era justo tener que pedirlos prestados cada día, ni molestar tanto a los Curas de la Catedral; y que lo hiciera pronto, que, de lo contrario, no lo encontraría allí.
395.- Al Abad le pareció que hacía demasiado calor; que el Padre mandaba una cosa que no se podía hacer en aquel momento; y, aunque no le replicó, el Padre se dio cuenta de la tentación que pasaba por la cabeza, y le dijo, de nuevo, que lo pidiera, pues no lo había traído. Recibida la bendición, se fue con el P. Castilla. Al entrar en el patio de Mondragón lo vio el Cardenal Borghese, que en aquel momento se iba a subir a la carroza para ir de caza, con otros veinte Cardenales, y les dijo:
-“Deteneos un poco, que viene el P. Abad, esperémoslo. ´¡Venid, Padre Abad! ¿Qué andáis buscando a estas horas de tanto calor´?” Le respondió: -“Señor Cardenal, es cierto que hace calor, pero la obediencia me ha ordenado que venga a esta hora, de lo contrario, ni lo habría encontrado. No tenemos cáliz ni patena, y la obediencia me ha dicho que necesita al menos cuarenta escudos”.
396.- El Cardenal Borghese se quitó enseguida un guante, puso en él no sé cuántos doblones, y luego fue adonde los demás Cardenales, pidiéndoles limosna para el P. Abad, y se la dieron con mucho gusto; de lo contrario, no les hubiera permitido salir tranquilos de recreo. Cada uno de aquellos Cardenales echó su parte; y, al contar el dinero, el Cardenal comprobó que eran cuarenta escudos, lo que le había pedido el Padre. El Padre Abad se volvió a Casa todo contento, y cantando: -“Haz obediencia, que así lo quiere Dios, y saldrás ganando”.
Desde entonces el Abad fue siempre obediente, y nunca dejó de hacer nada de lo que le mandaba la obediencia. Dicen que, una vez, comió tres Carbones ardiendo, aunque la obediencia nunca le pidió que lo hiciera; y que, después de comerlos, dijo que nunca en su vida había comido nada más suave que aquello.
Así lo escribe el P. Pedro [Mussesti] de la anunciación en la Vida del P. Fundador.
397.- El Sr. Tomás Landriani, su hermano, llegó a Roma, procedente de Milán, y enseguida fue a las Escuelas Pías para visitarlo, tal como se lo había mandado Monseñor Fabricio, su otro hermano -que había sido nombrado Obispo de Pavía- porque hacía mucho tiempo que no tenía noticias de él. El Sr. Tomás se encontró con que no estaba el Abad, que había ido a Campo Vecchio, a explicar la Doctrina Cristiana, con el P. Francisco Fabio. Fueron a buscarlo, y, cuando el Abad vio al hermano con otros Caballeros milaneses, se detuvo. El hermano quería acercarse a hablar con él, pero le dijo: -“Esperad un poco, que voy jugar con estos niños, que luego hablaremos”. Y, sin decir más, se fue con unos niños, que estaban balanceándose en una traviesa, haciendo el caballito, como dicen en Roma. Él se puso en el extremo de la traviesa, y dijo después a un Compañero que se pusiera al otro extremo. Así, comenzó a hacer el contrapeso en ella, y no sabía terminar. Cuando aquellos Señores vieron tal ligereza, se fueron, tildándolo de loco. El ver que su hermano y los otros Caballeros se había ido, se volvió a Casa cantando: -“¡Viva Dios! ¡Viva Dios! ¡Por mar y por tierra, por montes y llanos! ¿Qué me importan a mí con esos Caballeros?”. Y no quiso ver a su hermano, a quien hacía muchos años que no había visto.
398.- Por la mañana, cuando iba acompañando a los alumnos a Campo di Fiori, lo encontró de nuevo su hermano con los Caballeros; lo vio tan devoto, con el crucifijo en las manos el Sr. Tomás y sus Caballeros, que se detuvo a saludarlo; pero él siguió adelante sin dar señales de haberlo visto. Sin embargo, el Sr. Tomás se le acercó, y le dijo: -“Señor Abad, sepa que yo soy Tomás Landriani, su hermano, y no sé por qué razón no quiere verme; aunque no dudo de vos, al contrario, sé que pedís a Dios por mí y por nuestra Casa, y quiero también decirle que Monseñor Fabricio os saluda”. Él metió en el pecho el Cristo que llevaba, se echó en el fango, y, bien enfangado, se puso de pie, diciéndole: -“¡Ved qué elegante hermano tenéis!” Al verlo tan patético, se fueron sin hablar, para no esperar una tercera mortificación.
El P. Francisco Fabio le preguntó por qué hacía cosas tan extrañas con un hermano, que lo único que pedía era verlo, y le respondió que había renunciado al mundo, a los Parientes, y a sí mismo, para seguir a Cristo desnudo en la Cruz; porque “es mejor ser Loco por amor de Dios, que apegarse de nuevo a los Parientes y Amigos”.
399.- Encontrándose el P. Fundador con muchas deudas y sin abastecimiento, un día dijo al Abad que hiciera oración, a fin de que Dios proveyera, y les proporcionara alguna limosna, porque la necesidad era grande, y los acreedores querían que los pagara; y que tenían razón. Le respondió que lo dejara de su cuenta, que pediría limosna al Cardenal Borghese, Nepote del Papa Paulo V. Fue a su Palacio; pero, como era vigilia de Pentecostés y los Cardenales habían ido a las Vísperas, como otros muchos Cardenales, entró en la Capilla Paulina, y se puso de rodillas, con los brazos en Cruz. Todos los Cardenales lo observaban. Llegó el Cardenal Borghese, se acercó a él, y le preguntó qué necesidad tenía, que lo ayudaría; pero allí no estaba bien, pues iba a venir el Papa con los Embajadores y los Príncipes. Él insistió, diciéndole que la obediencia le pedía dinero en cantidad, para pagar las deudas, y hacer las provisiones de Maestros.
400.- El Cardenal le replicó que se fuera, que se lo mandaría a Casa. Le replicó en voz alta -para que se enteraran todos los Cardenales- que se la enviara y no lo engañara, como había hecho otras veces. Y se fue, riendo, pero el Cardenal quedó algo avergonzado. Sin embargo, por la tarde llevó una letra de Cien escudos de oro, que entregó al P. Fundador, diciéndole que pagara todas las deudas, que Dios ya había provisto. Y cuando el Padre quiso saber cómo había sido la cosa, el P. Abad le contó todo, tal como había sido. El Padre se sintió avergonzado, y le dijo que había hecho mal, que debía ir a dar las gracias al Cardenal.
El Abad le respondió que ya le había dado ocasión de merecer, tanto por el dinero, como por su generosidad.
Sin embargo, a los pocos días fue el P. Fundador con el P. Abad, y le agradecieron al Cardenal la Caridad que había tenido con ellos; a lo que el Cardenal respondió: -“Padre Abad, cuando deseéis algo, venid con confianza, pero no en público, que tendréis cuanto deseéis. Él le respondió que había ido varias veces, se lo había prometido, y no había recibido más que palabras, que le perdonara si le había dado ocasión de merecer…de donde se deduce en cuánta estima lo tenía la Corte.
Sobre la Casa comprada a los señores Torres[Notas 5], que es donde están ahora los Padres, adosada a la Iglesia de San Pantaleón, por la que pagó diez mil escudos, no hablo ahora, porque de ella ha hablado bastante el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, en la Vida del P. Fundador; que, si quisiera escribirlo todo, será muy largo.
Notas
- ↑ Una nota al margen del folio dice: “Escipión Cardenal Borghese, elegido por el Papa Paulo V, su tío, el día 17 de julio de 1605, murió el año 1633 el 2 de octubre”.
- ↑ La Corona de las Doce Estrellas. “Esta y otra serie de oraciones Marianas fue íntegramente compuesta por Calasanz hacia el año 1623, para uso y servicio de los Alumnos”. P. György Sántha, San José de Calasanz, obra pedagógica. BAC, Madrid 1984, pág. 483.
- ↑ Una nota al margen del folio dice: “Este Cardenal Colonna se llamaba Jerónimo, y fue nombrado por el Papa Urbano el 7 de febrero de 1628”.
- ↑ Moneda.
- ↑ Se entiende que para esta compra quería el Santo Fundador el dinero del que habla muestro P. Caputi.